jueves, 24 de abril de 2025
domingo, 15 de septiembre de 2024
"Tiempos de ser" de José M. Maldonado Beltrán
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"Tiempos de ser"
de José Manual Maldonado Beltrán
¿Quién dice que 82 años sea edad para frutos postreros?
José Manuel, José, Pepe, como se le llama indistintamente, es un Catedrático Retirado de la Universidad de Puerto Rico en Aguadilla. Se distinguió en la Cátedra de Filosofía y de Humanidades, y se distinguió en la lucha de clases desde la trinchera sindical de los profesores universitarios. Se distinguió por una intensa y rica vida creativa –que es menester resumir–, tanto y en cuanto coautor de antologías de lecturas para cursos de Humanidades –Cultura de Occidente: El asombro de los siglos, y Cultura Occidental: Poder y pensamiento– , como por su intensa tarea de divulgación intelectual y académica al fundar y distribuir numerosas revistas como Método y sentido, El Cuervo y Luciérnaga, y además, editoriales universitarias y extrauniversitarias como Colectivo Humanista, El Cuervo Dorado, y Arco de Plata. Es autor de un sinnúmero de artículos y ensayos de temas filosóficos de temas de antaño y otros de hogaño publicados en diversas revistas y libros. Fue también autor de cinco poemarios, uno de ellos distinguido por el Pen Club de Puerto Rico.
José Manuel fue uno de esos andaluces cerriles, de una ironía fina y cinismo oportuno, siempre acompañados de una chispa de ingenio dulzón y feliz que desarmaba. Nació en Almería, vecino de Granada, en 1941, y tras un paso trashumante, por Estados Unidos y Ecuador, el amor del bueno al mejor nos lo dejó sembrado en el patio patrio donde plantó tanto semillas, raíces y grabados en piedra y mármol. Estas líneas tienen el propósito de señalizar y celebrar su paso entre nosotros. No evaluaremos su obra, solo damos la feliz noticia de que, el mismo día que guardó silencio, balbuceó sus amores con la letra encendida de la poesía: Tiempos de ser (Arco de Plata, 2024), dedicado a quién y quiénes merecen su abrazo: “A Carmen y a los amigos/as siempre”.
José eligió para portada la obra de Remedios Varo –pintora y escultora surrealista nacida en España –1908 -1963– titulada “Rompiendo el círculo”. Cuando vimos la imagen, en tonos más oscuros entonces, quedamos impresionados. En el contexto de la caída lenta del poeta, la imagen que nos presentó tuvo un efecto que trascendía la magia, una aparición de brujería que emerge de lo oscuro, una colisión de vida y muerte en una cabeza enramada, ojos fijos y penetrantes, las piernas rojas, el pájaro, esa vestimenta como de sudario desgarrado, ese bosque a luz de luna en el pecho, y que lleva en ambas manos un aro que la envuelve, roto. La versión publicada es menos oscura, entre ocre y cepia, y luce espléndida pues muestra mejor sus atributos. Sugiere que se ha roto el círculo que cierra: una especie de superación o liberación de la fatalidad. La última obra de la autora –Varo– se titula “Naturaleza muerta resucitando”, tema que a nuestro juicio está emparentado, o es vinculable, con la obra seleccionada por José. ¿Están ambos, pintora y poeta, encriptando la cripta para nosotros?
El autor no tenía debilidades teológicas. Su vida fue una oda a la vida que vivió de forma operática, y plenamente consciente de que la libertad no se realiza en el plano personal, sino en el colectivo. De modo que fue un ser humano cenitalmente solidario, nutrido del anarquismo revolucionario que es la forma más radical de la fraternidad. Evocando esa fraternidad, y en la ternura filial y la caricia suave del canto póstumo de Juan Ramón Jiménez a su amadísimo burrito Platero, se despidió de mí. Pero esa despedida dejó grabada, como palabra sobre una lápida, esta inexorable y misteriosa sentencia: “tiempos de ser”.
Si hubiera sido tiempos del ser, nos hubiera dejado en ese momento con nosotros al filósofo. Pero tiempos de ser sugiere una nueva etapa de ser, un nuevo modo… de quedar. Y es de advertir que no nos habla en singular, sino en plural: de la pluralidad de maneras de ser, no sabemos si etapas sucesivas, momentos simultáneos, o ambos.
El libro contiene 58 poemas breves de tono menor, palabra de canción y conversación, en casi todos los poemas cristalina, y con notables imágenes a veces en vocabulario raso, y algunos neologismos felices (“murcielagar”, por ejemplo”). En muchas ocasiones se decanta tuteando a alguien cercano, íntimo, y en otras muchas germinan como observaciones o reflexiones, y algunas certezas concretadas en desmentidos panfletos.
El prologuista, Carlos Hernández Hernández percibe en el poemario en su conjunto una “dicotomía entre caos y serenidad” que nos recuerda el concepto de caosmos que apreciaba algún tiempo atrás el autor. Añade Hernández que en sus versos se “matiza (…) la lucha entre la desesperanza y la esperanza, la caída y el sostén”. Y luego, añade aun, “un homenaje a la resistencia y la supervivencia de los libros que han evadido la censura o el olvido”. Esas ideas nos retratan bien al José que conozco.
En efecto, debo decir, se trata de un conjunto de versos de “un puño en alto”, “del fragor de los ejércitos” que martirizan –por ejemplo, a Palestina–, del “problema es la desigualdad, carajo”, de “los piratas neoliberales”, el “terrorismo en el cuarto mundo”, y la “crisis mundial”, de la “enfermedad proletaria” del autor, incluido en ese conjunto, además del imperialismo colonial, y la crisis ecológica: “Pinturas rupestres”; “El informe del tiempo”.
Las revueltas
hay que amarlas,
como los hombres
y las mujeres
se quieren. (“Otra ley del movimiento”, 60.)
Si quieres saborear la libertad,
amasa un pan con amor
y pequeñas desobediencias,
a la violencia de la torre,
que rebasa lúbrica el ímpetu
sumergido de los sueños
y la fuerza de los bosques,
que aún nos pueblan.
No temas al lobo feroz… (“No temas al lobo feroz”, 63. )
Sin embargo, ese no es el eje en este libro. En esos temas y tonos acuñados en sus convicciones y en los motivos urgentes de su vida, hay otro polo mucho más imperioso, deseado, y como añadía el poeta de Moguer en su tercero mar, “deseante”: deseado y deseante.
Uno es la manera en la que el científico-filósofo y poeta que fue –un poco a lo Jacob Bronowski, que fue su tema de tesis doctoral inacabada– intercepta las certidumbres matemáticas de un Albert Einstein, por ejemplo, con la presencia indubitable de los imponderables, o como dice en el primer poema, “lo inmensurable”. “…aunque nada se pierda siempre”; “hembra es la intimidad del ADN”. “Sócrates y Frankenstein / son hermanos de sangre”, pero Sócrates feo y Frankenstein tierno. (24) Y, brillantemente:
Admito la necesidad
del cálculo, pero prefiero
el pulso de tus venas azules
en la punta de mi lengua;
por fin sé a qué sabe tu beso… (“La necesidad del cálculo”, 58.)
El otro polo, columna vertebral de todo el conjunto, es aquella en la que antevé y presiente la proximidad del cambio súbito y profundo del paso al allá, con su amor a la vida, fundamentalmente en la forma del amor de pareja vivido. Este último tema arrastra en su marea la totalidad del conjunto porque esa totalidad fue compartida. Es por eso que generalmente el discurso apela a una presencia innombrada a la que se tutea –o apela–, o con quien se habla.
No quiero citar textos sobre el “inconveniente” de no haber “aprendido a vivir con la nada” por razones que se adivinarán, pero abundan. Pero sí me asomo discretamente por la ventana en que se ve, “tarde en la tarde”, “lo que palpita debajo de las hojas”, cuando dice:
Hacerlo contigo despacio,
con premeditada letra redonda.
Y luego:
Sentí tu aroma (…)
y no quise despertar… (“Tarde en la tarde”, 21.)
Todas estas ramas, y otras más, conforman el cuerpo poético de este libro que no será póstumo porque lo nutren estas raíces perennes.
¿Quién me dirá como soy
cuando tú no estés?…
se pregunta, y parece que se contesta de este modo:
…sabemos que una vida sin pasado es
un relámpago de un futuro en ruinas
y así departir con el viento
y las gaviotas del Caribe
que me enseñaron a volar contigo
soles de plenitud inacabada.” (“Hace tiempo que no pasas”, 84.)
El filósofo, interceptado por el poeta, ha roto, en esta poesía de su última palabra, el círculo del enigma de la muerte que nos sugiere la obra de portada:
Es la vibración
la música
y el concierto
la velada y esquiva certidumbre
de las entrañas del átomo
donde la masa del beso y
la energía despliega
un universo
en construcción. (“El lugar que habitamos”, 86.)
Es decir, ni siquiera se trata de reconstruir. La realidad, como la vida, es un todo en continua construcción (o transformación). Va siendo y permanece. Nada perece en este lugar que habitamos. Es otra manera de ser… o estar. Está aquí, conmigo, en nosotros y con nosotros, y ese nuestro gran consuelo.
Como apuntamos al comenzar estas líneas: ¿quién dice que 82 años sea edad para frutos postreros?
Marcos Reyes
https://www.80grados.net/tiempos-de-ser-de-jose-manuel-maldonado-beltran-1941-2024/
viernes, 6 de septiembre de 2024
Betances vs Baldorioty
Baldorioty vs. Betances
La biografía de Roberto Ramos Perea
sobre Román
Baldorioty de Castro.
La presente nota no pretende ser una reseña de estas obras,
sino tan sólo una expresión de desengaño sobre un aspecto solo. Tengo enfrente,
para sosegarme en su contexto, la biografía de Ramón Emeterio Betances de Félix
Ojeda Reyes, y el extraordinario libro póstumo que nos legó: La protesta
armada, obra que sale casi a la par con la de Ramos Perea.
La crítica académica de las últimas décadas insiste,
saludablemente, en la revisión y reevaluación de los juicios enunciados antaño sobre
todos los temas a partir de los nuevos enfoques, descubrimientos, y métodos de
análisis. Desde luego, ese examen permanente de lo
que muchos califican como la narrativa repetitiva de un canon, es un factor
medular en la comprensión de una realidad histórica en continuo desarrollo,
plegada de alteridades, cauces efectivos y defectivos, posibilidades engarzadas
y perdidas, lagunas y sombras. Pero eso no es lo mismo que el estudio que tiene
como método argumentar para intentar demostrar premisas previamente
adjudicadas. Así se hizo hace unas décadas con Hostos.
La publicación de obras como esta de Ramos Perea sobre
Baldorioty de Castro es siempre una fortuna. Pero hubiese sido mejor si el
autor no se hubiera valido, para enaltecer a Baldorioty de Castro, de reducir y
descalificar parcialmente la obra de Ramón Emeterio Betances. Hacer un
comentario breve al respecto de ella es el motivo de estas líneas.
Una de las columnas fundamentales en las que Ramos Perea se apoya
es el uso de una argumentación dirigida a demostrar premisas prejuzgadas. En
este caso, es la apología de la ruta, el método y el ideal primordial que
siempre ha definido a Baldorioty, incluso por confesión propia: la aspiración a
la autonomía de Puerto Rico, y el método de las reformas liberales, que
históricamente se prolongó durante el siglo XX, principalmente por el Partido
Popular, pero encallado y francamente senil en este primer cuarto de siglo. Las
apologías impresas en el libro y sobre el libro provienen de este sector.
Para exaltar a ese Baldorioty, el autor se halló ante un
escollo formidable: Ramón Emeterio Betances, y la ruta del “republicanismo
democrático revolucionario” –como lo define Carlos Rojas Osorio– en la que
persistió toda su vida. Otra de las cosas que lamento en esta obra es que se intente
acudir a Eugenio María de Hostos para validar sus argumentos contra Betances. A
mi juicio, el autor tiene un objetivo en la mira respecto a Betances, pero en
lo que concierne a Hostos, no lo comprende.
Aunque por un corto tiempo (1874) se viera Baldorioty acorralado
y, por eso, dispuesto a participar en las conspiraciones armadas que organizaba
Betances, Baldorioty, “como ‘súbdito’ de España –así puede leerse en el tratado
(Ramos Perea, 5)– se negó a proponer las armas como vehículo de esa liberación”.
No empece, cree el autor, con el tiempo, se ha considerado a Baldorioty y a
Betances, igualándolos, “padres”, “ambos”, de la Patria Puertorriqueña. (7)
Quizás sea así para los amigos del autor, pero no para los que conozco y
reconozco. Pues, ¿cómo se retrata a Betances en este “tratado” biográfico?
Ramos Perea insiste, e insiste, en retratar a Betances de
los siguientes modos: su lucha armada fue una sin reflexión, sin preparación y
sin posibilidades; Betances era un hombre de una impetuosidad arrogante (98);
de una arrogante desconfianza; la arrogancia del llamado Pater de
Patria (294); testarudo; irracional (142, 284); autor de un
comentario fratricida de una soberbia asombrosa (163) que mostró una espiral de odio sin límites; que acostumbraba a quemar sus naves por su
ansia de mantener su liderato (296); que abandona el barco de “su”
revolución (151), cuando ve amenazado su liderato (280), o en
peligro de hundirse (297); que lo que pensaba de sus compatriotas
y de la propia posible revolución de su país se reducía a su único interés por
el poder; que al verse amenazado por la integridad y el entusiasmo de
Hostos, se rinde a lo más bajo que puede hacer un revolucionario, intrigar y
traicionar a los suyos y poner su propio interés por encima de los intereses de
la nación (276); que se plantó en su eterno resentimiento contra el
autonomismo, “proclive a la alienación y a lo que más tarde Lenin –en 1920–
llamaría ‘infantilismo de izquierda’”. (151)(¡!)
Así describe, a su juicio, parte fundamental de la práctica
de Betances. Añade que, tras la muerte de Baldorioty, “hubo de esperarse tres
años para que Betances tuviera la honradez intelectual de admitir las
cualidades de Baldorioty”.
Dudo –y lo comento porque para mí importa– que Paul Estrade,
o Félix Ojeda Reyes, hubieran, ni remotamente, rubricado tales juicios. Pienso
que Félix no estará en paz en su sepulcro.
Según el autor, Ramos Perea, “la libertad por las armas siempre fue –y
será– imposible” en virtud de la inferioridad numérica, geográfica y militar de
Puerto Rico. Por otra parte, Baldorioty –dice– se muestra, además, incapaz de
comprender la atención, la solidaridad y la cooperación de Betances con la
libertad de Cuba, Haití, la República Dominicana.
Para solo citar autores recientes, Paul Estrade, Félix Ojeda
Reyes, Carlos Rojas Osorio, entre otros muchísimos estudiosos de su obra,
algunos de los cuales Ramos Perea tiene la honradez de mencionar, entienden las
cosas de otro modo. Para ellos –quiero incluirme– no cabe encasillar exclusivamente
a Betances en la estrategia de la revolución armada. Siguió varias estrategias,
tomando nota de las circunstancias. En un principio, antes e incluso
inmediatamente después de Lares, sostuvo la ilusión de que fuera posible negociar
los diez mandamientos de los hombres libres con un gobierno español
republicano en cuyo seno se oían voces protagónicas que creían en crear una
federación con las dos Antillas y simpatizaban con una república democrática federal
que incluyera en igualdad de condiciones a las Antillas. Hostos oyó, cara a
cara, en discusiones francas y abiertas, y en textos publicados, a muchos
futuros líderes del gobierno español que simpatizaban con una federación, y una
república, que incluyera las Antillas, e incluso con el socialismo
proudhoniano, y que se comprometían. Pero Betances vio pronto, Hostos quizás muy
poco después, que en la misma metrópoli las reformas democráticas que pedía para
sí el pueblo español, y las aspiraciones autonómicas que necesitaban los
pueblos de España, se esfumaban una y otra vez. ¿Cómo esperar entonces de ella
que satisficiera los deseos de reformas y de autonomía que le manifestasen las
lejanas provincias antillanas? La conclusión obvia era que como expresara, Betances,
y como él Hostos: “¡España no puede dar lo que no tiene!”. Sabían ambos,
además, que si durante el corto gobierno republicano fue un espejismo breve, y
muy pronto, un imposible entendimiento, en la monarquía que se reinstaló muy
pronto, lo era menos. O, más claramente, absolutamente imposible.
Estrade define varias estrategias que siguió Betances: la de
la revolución en España; un posible entendimiento con el gobierno
revolucionario republicano que tomó el poder en 1868; la vía indirecta de la
consolidación de una república dominicana próspera y democrática; la vía de la
obtención simultánea de la independencia de Cuba y Puerto Rico por el triunfo
del ejército mambí, tanto en la guerra del decenio, como en la guerra iniciada
por el partido revolucionario cubano-puertorriqueño. Hostos coincidió con
ellas, y formuló otras más. Para Estrade y Ojeda Reyes la praxis de la
revolución armada de Betances no respondía a su terquedad, como se dice, sino a
la terquedad del gobierno colonialista español, de facto, históricamente
inamovible.
Hostos abogó incesantemente ante el gobierno español por
reformas para las Antillas, pero dentro del contexto de una federación previa fundada
entre las Antillas y España, es decir, fuera de toda pretensión de
“asimilación” a España, como aspiraban muchos autonomistas (185), y que, por el
contrario, preparase y condujese eventualmente a las Antillas hacia la
soberanía plena conforme al modelo canadiense otorgado allá por Inglaterra. Su
extenso artículo sobre este tema específico es de 1867. Para principios de 1869
Hostos ya había rechazado esa ruta en
términos definitivos para no regresar a ella jamás, como sí lo hizo Baldorioty.
Lejos estaba Hostos, antes, entonces y después, de que esa aspiración suya a la
soberanía hubiese sido solo una de inspiración romántica y juvenil,
y es falso eso de “que no estaba dispuesto a sacrificarse para que otro se
llevara la gloria”. ¡Cuántas veces estuvo no solo dispuesto, sino que deseó e
intentó combatir lo mismo en la manigua cubana que en las vegas de Puerto Rico!
Hostos había aconsejado el 31 de diciembre de 1868 el
retraimiento en las elecciones a Cortes convocadas por el gobierno provisional
español, si estas no se celebraban en condiciones “absolutamente liberales”, y
bajo “el imperio del sable”. Mas, en el caso de que en Puerto Rico se impusiera
tal elección, aconsejó a varios candidatos, empezando su lista con Baldorioty y
terminando con Betances. Betances está último en la lista, pero es el primero
que aconseja elegir porque es “el primero en sacrificios por su patria”. En su
lista aconsejada, incluyó también a Alonso, Tapia, Acosta, Tió, Vizcarrondo y
Ramos. Las elecciones se celebraron del 15 al 18 de enero del 1869, pasado ya
el famoso discurso del advertido rompimiento con España pronunciado por Hostos en
el Ateneo madrileño el 31 de diciembre pasado.
Véase que las fechas de estos eventos se yuxtaponen. Los
ponceños le solicitaron a Hostos, con fecha del 24 de diciembre de 1868, que
presentara en su nombre al gobierno provisional una serie de peticiones. En
cumplimiento con su petición, Hostos pide y celebra entrevistas con el general
Serrano, jefe de Gobierno, que se celebraron entre el 19 y el 22 de enero, justo
cuando acababan de celebrarse en Puerto Rico las elecciones a diputados para
las Cortes. Hostos les informó el 23 de enero a los ponceños que, en resumidas
cuentas, “Puerto Rico no debe esperar nada de una metrópoli que la desdeña (…
y) le niega los derechos y libertades que podrían haberse planteado en ella”.
Diría en una de sus constantes recapitulaciones y examen de sus acciones que, “los
diputados que el capricho y la arbitrariedad eligieron en Puerto Rico, llegaban
a Madrid para servir de juguete, como sirven, al interés de un ministerio o de
un ministro”.
Respondamos a la diatriba sobre si la obstinación de
Betances con la revolución armada fue una sin reflexión, sin preparación y sin
posibilidades, y que Betances era un hombre de una impetuosidad arrogante,
testarudo; irracional, “hasta los límites de la vesania”, de un odio sin
límites que acostumbraba a quemar sus naves por su ansia de mantener su
liderato; se reducía a su único interés por el poder, se rinde a lo más bajo
que puede hacer un revolucionario, intrigar y traicionar a los suyos y poner su
propio interés por encima de los intereses de la nación, su apoyo a la
independencia y confederación de las Antillas, sin aparente conciencia de lo
limitado de las fuerzas militares insurrectas.
Entre lo primero que afirma Ramos Perea en este libro, justo
en la introducción, sobre la idea de desarrollar una lucha armada en la
colonia, está lo siguiente:
“¿A qué martirizarse por ella? Esta conciencia clara de
inferioridad numérica, geográfica y militar la vivieron en carne propia Román
Baldorioty de Castro, Ramón Emeterio Betances, Eugenio María de Hostos, José
Julián Acosta y Segundo Ruiz Belvis, no importa lo bravío que fueron sus
discursos liberadores, no empece a lo patriótico y exaltado de sus discursos,
la libertad por las armas siempre fue –y será– imposible, aunque no por ello
menos ansiada…” (4)
Ante este conocido disentimiento, Paul Estrade, por ejemplo,
responde que “Córcega tuvo un Paoli, Margarita un Arizmendi, Mariño 50 hombres
en Trinidad, Luperón 14 en Capotillo, para iniciar la guerra de liberación que
concluyeron victoriosamente”. (309) Cita, además, la proclama de Betances del
27 de agosto de 1871, que añadía que podía haber hasta 15 mil “indios”
boricuas, que Céspedes lanzó solo 50 hombres contra España, y pregunta ¿con
cuántos contó Bolívar en muchas batallas? Lo cierto es que tanto en Cuba como
en Puerto Rico llovieron las insurrecciones a lo largo del siglo; los fondos y las
armas se contaron por miles en muchas ocasiones, y los comités secretos que se fraguaban
dentro y fuera de las islas se esforzaban por afianzar la organización y las
estrategias. Generales militares veteranos y de alta distinción estuvieron
prestos a combatir, en primera línea. Todo el tiempo procuraban, tan
secretamente, una “organización bien entendida”, que a la llegada de Hostos a
Nueva York lo mantuvieron ajeno a ellas. Continuamente enviaban delegados a
Puerto Rico a explorar el apoyo, y a comprometer, y a estudiar las condiciones
para los alzamientos. Con apenas 80 hombres se inició en 1956 la guerra que
culminó en Cuba a fines de 1958 con la derrota de Batista y el triunfo de la
revolución. Hostos propuso constantemente estrategias revolucionarias,
compromisos en Nueva York y en las Antillas todas, en Colombia, Perú, Chile, Argentina
y Venezuela, y formulaba desde 1876 programas concretos para construir países
libres tras la independencia.
Sobre el carácter antillano de la lucha por la liberación,
todos los grandes protagonistas de las diferentes Antillas, tanto los de Cuba,
la República Dominicana y Puerto Rico, todos, concurrieron e intercambiaron
programas, estrategias, recursos, armas, dinero y combatientes, e incluso
banderas, y además, varios países de Nuestra América, desde Venezuela, Perú,
Chile, Ecuador. Porque para todos ellos la revolución no podía poner miras y
gríngolas en revoluciones aisladas unas de las otras. Sabían, tanto Betances
como Hostos y otros, incluido después Martí, que las Antillas habrían de
salvarse juntas o morir. El problema era entonces cómo y por dónde quebrar el
poder español en las Antillas. El problema nuestro era, y es, cómo y por dónde
quebrarle el espinazo al poder.
Si mucho puede verse en la obra de Betances, de Hostos y de otros
protagonistas sobre la complejidad y las dificultades muchas veces insalvables
o casi insalvables que tuvo iniciar una insurrección, no puede verse sino una parte
pequeña de ella, porque ella impuso guardar innumerables secretos. Ojeda Reyes señala
los secretos que mantiene en su registro sobre la “protesta armada” que se
fraguó en las décadas de sesenta y del setenta del siglo pasado. Aun así, cuenta
–igual que Hostos y Betances– mucho o bastante de lo que fueron dificultades y
complejidades de las conspiraciones, pero no deja de admitir que quedan en lo
oscuro muchos secretos.
En el prólogo a otro libro de Ojeda Reyes, Peregrinos
de la libertad (1992), Ramón Arbona observó que José Martí calificó de
“arrogantes” a los más notables representantes de las luchas por la liberación
de las Antillas. Con ese calificativo, explica Ramón Arbona, Martí intentaba
aludir a un atributo que cubría a estos peregrinos de la libertad, como con una
aureola. Esa aureola, de arrogancia, no era sino la manifestación de una
impresión sensible producida en los demás por el reconocimiento en ellos de una
gallardía, valentía, desenfado y buen aire, que les permitía caminar sin
desfallecer, construir donde se pudiera construir, conspirar donde hubiera que
conspirar, hacer acopio de fuerzas que no parecen desfallecer, y “mendigar
recursos, predicar, suplicar, debatir, combatir y, si derrotados, empezar de
nuevo por dónde se pudiera empezar, cómo se pudiera empezar, en un peregrinaje
que solo podía tener fin el día que los alcanzara la muerte, en el triunfo o en
la derrota”, y a pesar del mareo, los zapatos gastados, el hambre y la pobreza,
“pero siempre en brazos de la patria agradecida” (9).
¿Ciegos por la ira? Es cierto que Hostos no buscó en 1898 contar con los partidos políticos existentes en Puerto Rico porque, a su juicio, eran partidos coloniales. Incluye, desde luego, los autonomistas, aunque mantuvo amistad con algunos de ellos, incluyendo a Baldorioty. Pero aceptó ser miembro de la Comisión que a nombre de Puerto Rico presentó peticiones al presidente McKinley, y fue acompañado de dos anexionistas: Henna y Zeno Gandía. Al culminar sus gestiones en Puerto Rico a fines de 1899, hasta consideró oportuno recomendar a Luis Muñoz Rivera para continuar, a nombre de una comisión, las gestiones en Washington. Betances, por su parte, siempre supo que dos cercanos colaboradores suyos eran anexionistas: Henna y Basora. En su momento consideró que podía contar con liberales autonomistas, como también Hostos, que pensó que una vez insertos en el fuego fraguaría en ellos el patriota. ¿No pronunció aquella hermosa parábola de las hormigas cuyo esfuerzo para arrastrar una presa crece con el apoyo de otras hasta lograr moverla? Con Estados Unidos, Hostos sí intentó negociar, pero nunca una “dependencia negociada” y “medianamente nacional”, lo como intentó Baldorioty con España. (508)
Para mí no cabe duda de que la gesta de Lares,
Betances mismo, Hostos, Albizu, Mari Brás y otros gigantes forjadores en Puerto
Rico de la lucha armada por la independencia, lejos de convenir en calificarlas
de “pírricas ilusiones” (6), robustecieron y aún fortalecen nuestra identidad
de pueblo, que es garantía imprescindible de nuestra soberanía e independencia
latentes. Pero los autonomistas no lo son en la misma medida ahora, como
tampoco lo fueron entonces. Pantanos inamovibles de mañana, como afirmó
Betances, y, a fin de cuentas, sostenes del colonialismo. Por fortuna, “el tiempo
del pueblo nunca acaba”, como nos recordó Juan Antonio Corretjer.
Me conmueve pensar que para el autor del, no obstante, impresionante
tratado biográfico que comentamos, su publicación en este momento cuenta con la
fortuna de haber salido a la luz cuando ya Félix Ojeda Reyes no estaba con
vida. Pero nos dejó sus cocteles molotov en su palabra postrera, y una “patria
agradecida”.
Albizu seas.
Mrd, agosto 2024
jueves, 23 de mayo de 2024
Hostos y Bolívar: delirios sobre el Chimborazo
Hostos y Bolívar:
Delirios sobre el Chimborazo
Si se mide desde el centro de la
Tierra, la cumbre del volcán Chimborazo,
situado en Ecuador, es la más alta del
planeta. Simón Bolívar, según parece, escribió entre 1822 y 1823, cuando
perseguía ya la meta de conquistar a Perú, pasando, desde luego, por Quito y
Guayaquil, un breve poema en prosa –así se le suele describir–, de carácter
romántico y alegórico, conocido como “Mi delirio sobre el Chimborazo”, cuyo
contenido pudiéramos vincular con su famoso “Juramento de Monte Sacro”, en una
colina de Roma, pronunciado el 15 de agosto de 1805, alrededor de 17 años
antes. En dicho “juramento” el joven Bolívar, de solo 22 años, jura dedicar su
vida a la libertad de la América colonial española:
Y así
lo hizo, hasta el día de su muerte, y sin desvío, indecisión ni pausa. En el delirio
sobre el Chimborazo, Bolívar se muestra absorto ante la contemplación de la
hazaña, casi terminada por la fuerza de su voluntad, de independizar gran parte
del continente, embriagado ante su determinación de confederar todos los países
recién creados en una inmensa confederación de los países americanos de habla
española. Sobre el Chimborazo, Bolívar dice sentir haber ido de la mano de la
diosa griega Iris, mensajera que comunica el mundo humano con el mundo divino,
y enfrenta ante el dios del Tiempo los méritos de su propia gesta heroica.
Escribo estas líneas animado por el libro de Marie Arana, Bolívar: Libertador de América. El libro de Arana –publicada en estos años que justamente conmemoran el bicentenario de las independencias– es una extensa biografía (710 págs.) del fundador de cinco naciones que abarcan un territorio mayor que el europeo. (Bolívar ponderó en algún momento ir a Buenos Aires para consolidar la independencia, en ese entonces amenazada, que ganó con la ayuda de San Martín. De haber sucedido, la presencia de la enérgica personalidad del venezolano se hubiera proyecto por toda la América del sur,
desde El Caribe hasta la Patagonia, y aún más allá, pues además ambicionó extender sus proyectos emancipadores hasta Puerto Rico y Cuba.)
La de Arana es la tercera biografía de
Bolívar que examino, inducido esta vez por la también extensa serie de Netflix
sobre el Libertador que vi hace algunos meses.
Aunque escrita originalmente en
inglés, me interesé en la biografía de Arana por su extensión, porque es una
obra recién escrita y publicada, de autora peruana y un caudal considerable de
notas (85 págs. tamaño 10) y de amplia bibliografía primaria y secundaria.
Además, había alcanzado a leer algunas porciones del texto, y me pareció que el
lenguaje que utilizó tiende a hacer una narración detallada, con una crítica
que se articula menos por la confrontación y los cuestionamientos, y que en
cambio se articula con el apoyo de las innumerables fuentes que va
incorporando, y un estilo refrescante que hace de ella una lectura agradable.
Ocurre que algo parecido intenté hacer con mi biografía de Hostos, pero
fundando la narración en los propios testimonios de Hostos y la incorporación
de datos concretos tomados de fuentes concretas. Las opiniones que introduje,
mis pareceres, quisieron ser mínimos.
Desgraciadamente eso no lo hace de
igual modo Arana. A mi juicio, debió reservar para sí misma todo el extenso
epílogo de 16 páginas, pues en él solo pone en evidencia una óptica
conservadora que con intermitencia considerable asoma a lo largo de la obra.
Así, por ejemplo, ocurre con los párrafos que dedica a censurar a Hugo Chávez y
la República Bolivariana de Venezuela, que no se distancian de los editoriales
del Washington Post, Los Angeles Times o CNN. No obstante,
la narración minuciosa de las acciones, tanto las militares, como las políticas
y las personales, permiten colegir con gusto una imagen de quien para mí es la
figura más deslumbrante de toda historia de la América hispana, la Nuestra.
Estas líneas no están escritas para
hacer la crítica, ni siquiera la reseña, de este libro sin duda valioso. Lo que
me ocurre es que, además de hacerme recordar mi biografía de Hostos, me
asaltaron aquí y allá aspectos vinculantes entre Simón Bolívar y Eugenio María
de Hostos.
No pretendo comparar lo incomparable.
El mismo Hostos señaló que Bolívar solo era comparable con Bolívar. Es que,
aparte de las consabidas referencias, explícitamente referidas por Hostos mismo,
se puede adivinar y aun palpar una influencia muy directa entre la prédica
hostosiana y la bolivariana, que ni en un caso ni en otro fue la misma prédica,
de principio a fin, porque ambos reconocían la necesidad de predicar conforme a
cómo variaban las condiciones y momentos. Parece evidente, por ejemplo, que
Hostos conocía y apreció los juicios esbozados por Bolívar en su famosa “Carta
de Jamaica” y otros textos fundamentales de la doctrina del Libertador que lo
ubican por encima de casi todos sus ilustres contemporáneos. Lo que Bolívar
apunta en la “Carta” sobre el carácter de las diferentes regiones que componen
Nuestra América; la situación privilegiada entre océanos de la América Central;
la necesidad y función de la unión de las repúblicas de origen español en una
confederación paradigmática sin émulo; la impertinente y peligrosa presencia de
las potencias coloniales europeas y de Estados Unidos; la importancia de
armonizar las diferentes poblaciones originarias, la de esclavos y otras; el grave
problema de la falta de educación; de educación moral aplastada por la tiranía;
la venenosa cocción de la prolongada vida colonial; la dificultad insuperable
de instrumentar un régimen democrático de derechos civiles y naturales; las
insalvables desigualdades económico-sociales, entre otras muchas cosas,
coinciden con la prédica de Hostos, habida nota de la evolución histórica que
va desde los tiempos del Libertador y los de Hostos.
Hostos no pronunció un juramento del
Monte Sacro como Bolívar, pero sí el compromiso que asumió, desde La
peregrinación de Bayoán con la libertad de las Antillas. La lucha por esa
libertad lo encarriló a través de seis de las nuevas repúblicas de la América
nuestra, donde se armó, entre otras armas, con el ideario o la doctrina de
dimensiones continentales del Libertador. Y aunque no utilizara armas de fuego,
sí apoyó y propició su uso, procuró abastecer de ellas tanto a Cuba como a
Puerto Rico, e intentó tomarlas y hacer uso de ellas en la manigua cubana. La
historia lo colocó en el plano adelantado del que prevé, organiza y da forma a esa
lucha revolucionaria, conspirando, dirigiendo y definiendo la estrategia y
táctica, adiestrando las tropas de auxiliares, y poniendo en práctica los modos
libertarios del porvenir.
No voy a detallar aquí, en esta breve
reflexión, esa historia. Pero si quisiera añadir que también el derrotero
postrero del Libertador que lo dirigió a la muerte nos hace recordar el
derrotero postrero de Hostos. Una semejante decepción los ahogó. Bolívar se lo
resumió en 1830 al general Juan José Flores en estos términos:
“La
América es ingobernable para nosotros. /
El
que sirve una revolución ara en el mar. /
Este
país caerá infaliblemente en manos de una multitud desenfrenada, para después
pasar a tiranuelos casi imperceptibles, de todos los colores y razas.”
El Hostos que entre 1898 y 1903 apenas
vive, estuvo sumido en la misma desesperanza. Como el Libertador, había llegado
muy temprano para fraguar y consolidar una libertad que carecía de todos los
elementos y condiciones necesarios. Hostos lo había advertido desde hace años,
y según se aproximó a su muerte, de manera más reiterada y explícita:
“civilización o muerte”. La América nuestra no pudo despertar ni animar el
compromiso bolivariano con los dos pueblos caribeños que permanecieron bajo la
tiranía española. Puerto Rico quedó alelado con la invasión de Estados Unidos
de 1898; Cuba, ocupada; la República Dominicana, azotada por continuas guerras
civiles. ¿Cómo ser útil? ¡Cuánto dolor le da comprobar cuán veloz e
insensiblemente se destruyen sus esfuerzos por construir una patria libre en
nuestros pueblos! Solo dos años antes de su muerte había publicado estas
palabras: los que no sepan –sentencia– “hacerse fuertes en verdad, en poder y
en acometividad, serán barridos o absorbidos o destruidos”.
A su modo, Hostos también descendió al sepulcro como lo hizo Bolívar, exiliándose y navegando río abajo por el Magdalena. El exilio: la muerte. En la República Dominicana, al caudillismo le siguió la cada vez más penetrante ocupación del poder económico y militar de Estados Unidos que por más de medio siglo protagonizó, ya fuera solapada o explícitamente, la vida política dominicana. Antes, durante, y aún después del trujillato, se procuró aplastar la obra sembrada por Hostos por toda la nación. Aunque aquí y allá chispea aún. Había llegado, habían llegado ambos, muy temprano para conseguir fruto de su siembra. Todavía esperan por nosotros.
Marcos Reyes Dávila
¡Albizu seas!
martes, 16 de enero de 2024
Hostos: Voy a ocuparme del porvenir
.
.
HOSTOS:
"Voy a ocuparme del porvenir,
no del presente.”
Por Marcos
Reyes Dávila
“El carácter apocalíptico del tiempo
que vivimos
anuncia también un despertar necesario
para enfrentar al reino de este mundo.”
Rafael Bautista,
El
fenómeno Milei o la apoteosis de la inmolación nacional,
Archipiélago,
núm. 122, 2023, pp. 57-61.
Recibí
con el mayor agrado la invitación que se me hizo para ofrecer, justamente aquí,
en esta tierra que lo viera nacer, algunas palabras sobre Eugenio María de
Hostos a propósito de su natalicio. Son 185 velitas… de vida bien
ganada, desde el 11 de enero de 1839. Hablamos de un mayagüezano que engrandece
esta ciudad… y este país; que agiganta a Mayagüez… a nivel antillano, a nivel
latinoamericano, a nivel iberoamericano, a nivel panamericano, e
incluso, a nivel mundial. Mi esposa, que nació en Ponce, me dice que lo mejor
de su pueblo natal es la salida para San Juan. Seguramente Mayagüez, que tanto
ha aportado a fortalecer y engrandecer la conciencia de nuestra nacionalidad,
puede decir lo mismo. Por eso, si me permiten decirlo, hacemos bien en comenzar
el año recibiendo este natalicio casi como un bautismo de quien fue
considerado, en vida, como un apóstol de la libertad de los
pueblos, y los hombres y mujeres. Ciertamente, que a todos nos viene bien esta
parrandita.
Pero
todos ustedes saben eso, y por eso están presentes hoy aquí. De mod
o que no deseo
hablarles de los aspectos más acostumbrados. Tan solo intentaré conversar con
ustedes, y hacer unas breves reflexiones sobre unos pocos aspectos, de los
incontables que conforman, como decía el maestro José Ferrer Canales, el poliedro
de su obra. Antes, definemos el perímetro.
A
veces nos parece que vivimos encerrados en la celda del presente. Un presente
que parece que carece de raíces con el pasado. Un pasado tan difuso que parece
ausente. Un pasado que parece que no conviviera con nosotros... De modo
parecido ocurre con el porvenir. A veces parece para muchos que el presente se
proyectara fatalmente, inalterado, es decir, sin futuros alternos, posibles, en
los calendarios. No fue así para Hostos. Cuando se halló por vez primera ante
la infinita pampa argentina gozó… de ver que tenía ante sí, él y
el pueblo argentino, posibilidad infinitas: todo un mundo por crear.
Al
hablar sobre Hostos hay que tener en cuenta varias facetas que lo distinguen y suelen
señalarse, comenzando, desde luego, con el Maestro, y luego, con el
revolucionario defensor de la independencia de Puerto Rico y de Cuba, el
Moralista, el Sociólogo, el Jurista, el novelista, el diarista, entre otros. Todas
las mencionadas son solo vertientes mayores, pues estas a su vez se dividen,
una y otra vez, como las ramas de un árbol frondoso, un enjambre inmenso, que,
no obstante, muestra una virtud muy especial. Y es que, a pesar de ser tan
vasto enjambre o ramaje frondoso, es tan extraordinariamente coherente que cada
aspecto halla su vínculo correspondiente con otro, de modo que no se trata solo
de líneas de luz que se dispersan, sino de una red estrechamente entretejida. ¿De
modo, que hoy, de cuál de tantas ramas puedo platicarles?
Una
breve digresión puede ayudarme a elegir el asunto a tratar hoy. Sospecho que la
invitación que se me hizo para hablarles de Hostos en este natalicio obedece a
la publicación de un libro sobre Hostos que publiqué hace poco menos de un año:
Los días de su madrugada. Hostos, La Biografía. ¡Tanto se ha escrito
sobre Hostos!, que hasta me han preguntado para qué publicar una biografía más.
A decir verdad, me sorprendió un poco esa pregunta. Solo dos biografías
importantes vieron la luz alrededor del centenario de su natalicio: la de
Antonio S. Pedreira y la de Juan Bosch. Poco después, pero hace alrededor de 70
años, Carlos Carreras publicó una nueva. Es cierto que algunas otras obras biográficas
--y entre ellas alguna importante-- se han publicado, pero no tuvieron la
aspiración de acotar o pasar revista de todo, todo el hombre y su
obra.
En
la historia de las ideas, por otra parte, puede comprobarse que a las ideas les
ocurre lo que a las aguas del río en la famosa sentencia Heráclito, el griego:
no podemos bañarnos dos veces en la misma agua de un río. Como sabemos, los
seres humanos somos objeto de cambio continuo, y entendemos, interpretamos,
valoramos, lo que fue ayer de manera diferente hoy. Cada época cultural
produce un modo de ver y entender, una perspectiva y un lenguaje crítico que se
esfuerza por imponerse a todos y en todo. Al leer, estudiar y escribir mis
trabajos sobre Hostos, echaba de menos contar con el apoyo de una biografía
que, al menos, se hubiese escrito desde la perspectiva nuestra, es decir, contando
con todo lo nuevo escrito o estudiado durante los últimos 70 años. Es decir,
durante toda mi vida. ( ¡ya delaté mi edad !) ¿O es que vamos a pensar que todo
lo que se ha aportado en libros, simposios y congresos, en tantos países, no ha
aportado nada a la comprensión de su vida?
Sin
embargo, yo no me atuve al dedillo a esta cuestión que puntualizo. Por defecto
propio, tiendo a hacer mi propia lectura casi al margen del canon concurrido. Y
además, para colmo, violé con premeditación y alevosía, como dice mi hermano
abogado, algunas de las reglas acostumbradas, que son protocolarias del
quehacer biográfico. Me refiero, principalmente, a la distancia que apadrina una
pretendida y aspirada objetividad, entre el biógrafo y el biografiado, distancia
que, sin embargo, en algún grado, menor o mayor, siempre se desvirtúa.
Tampoco
quise hacer una biografía crítica, una biografía repleta de referencias y notas
al calce que interrumpieran lo que quería que fuera casi un cuento. Decenas de
estudios y ensayos, incluso dos libros, de análisis académico y crítico, llenos
de esas referencias, citas y bibliografías, había publicado en mis más de 30
años de visitas a su obra. Esta vez solo
deseaba disfrutar, narrando, la historia de su vida para ofrecerla a un público
amplio, y no para un grupo de académicos. Por eso quise evitar numerosas
notas al calce y las referencias bibliográficas que muchas veces son como
vallas que obstaculizan y distraen la lectura.
Deseaba
además que, en todo lo posible, fuera el mismo Hostos quien contara su vida. Deseaba
seguirlo, como a escondidas, para anotar su vida pública, declarada, y también espiar,
hasta por las ventanas, sus intimidades. Por eso resultó ser una biografía
escrita a dos manos, a dúo, a dos voces, más que una biografía crítica. Una
biografía que quiere oírlo… y hacerlo oír al lector… sin cuestionar su
testimonio. Una biografía que deseaba hacer el retrato completo, para que
el lector alcanzara a percibir a Hostos de manera cercana, y como en tres
dimensiones. Como un holograma que se presentase vivo ante nosotros. Un
holograma es una composición de tantos puntos o tantas células que ante los
ojos esos puntos y células no se distinguen. Pero esas aspiraciones nuestras
tenían en parte que fracasar, porque, como hemos puntualizado, la biografía de
Hostos… es interminable. No pude cumplir con el propósito de brevedad, es
decir, que no pude suprimir totalmente las notas al calce, ni la bibliografía,
pero sí logré minimizarlas. La biografía no cupo en el espacio de una hora de
programa televisivo, porque las peripecias de su vida ¡son tantas! Y el sentido
y la importancia de los acontecimientos son… tan altos y complejos, que la
historia quebró la brevedad del tiesto a la que aspiré.
Eso
es parte de lo que pretendí insinuar con el título del prólogo: “Esta es mi
vida”. Un prólogo en el que imaginamos que alguien entrevista a Hostos por
televisión y le pregunta: “¿Quién es usted?” Y entonces, él responde con el
contenido del libro.
¿Y
con cuáles palabras comienza en el libro Hostos a relatar su vida? De esta
manera, cito:
“La Imagen que me
representa … invariablemente…
no es la única que podría
representarme, y quizás sea la menos certera.
Creo que fui sobre todo un
libertador.
Fui tantas veces solo un
empedernido y desaliñado viajero
por las calles empedradas
de Mayagüez, San Juan, Juana Díaz, Madrid,
París, las montañas de
Cataluña, Lima, Santiago de Chile, Buenos Aires,
Caracas, Santo Domingo, La
Plata, Nueva York, Washington,
mareado mil veces en
barcos, empolvado a caballo por las sierras de los Andes chilenos, por las
vegas dominicanas, por las sierras peruanas, por la pampa argentina,
conspirando en
chinchorros, bateyes, barracones, postulando en las Cortes, tronando en
asambleas, matraquillando en la prensa, aprestando señas en el aula,
arengando en favor de la
libertad española, antillana, anticolonial,
antiimperialista en todas
partes, sudado y con las botas sucias,
pero también hermanando y
amando.
El Maestro es una de las
etapas más importantes de mi vida.
Pero en cuanto Maestro,
Moralista, Jurista, Sociólogo, Revolucionario, esposo y padre,
en todas esas formas y
tareas solo me alucinaba la libertad de los pueblos
y de todos los seres
humanos por la que luché en todos, todos, los terrenos.
Éste soy yo.
Dejemos
ahora de hablar del libro y tomemos un punto de partida, porque yo, por si les
interesa saberlo, no llevo conmigo a Hostos –dicho sea con mil perdones— como
pieza de museo, estudio de arqueólogos, exégeta de libros raros, incunables, con
la mirada en la nuca, sino como compañero de viaje. Por eso titulé estas
palabras, a solicitud de Millie Gil, apropiándome de una expresión del mismo
Hostos que lo retrata con exactitud y de cuerpo entero: “Voy a ocuparme del
porvenir”. De modo que hoy (esta mañana)
solo intentaremos esbozar un par de reflexiones que sean pertinentes para los
tiempos en que vivimos.
Toda
la historia de la humanidad ha logrado sobrevivir a tiempos plagados de
amenazas. Algunas de ellas resultaron en diferentes catástrofes, y en
diferentes puntos del planeta. A veces hasta parecía que se acercaba el
apocalipsis. Nuestra época no escapa ni a amenazas, ni a calamidades, ni a
plagas ni nubarrones. Por eso muchos apelan a la sabiduría de mujeres y hombres
de otros tiempos, otros siglos y espacios, e incluso, de otros milenios. De
modo que les propongo comenzar con un corto viaje al pasado.
En el prólogo al libro de Félix Ojeda Reyes, Peregrinos de la
libertad (1992), Ramón Arbona observó que José Martí calificó en una
ocasión de “arrogantes” a los más notables representantes de las luchas
por la liberación de las Antillas. Con ese calificativo, explica Ramón Arbona,
Martí intentaba aludir a un atributo que cubría a estos peregrinos de la
libertad, como con una aureola.
Esa aureola, de arrogancia, según dice, no era sino la
manifestación de una impresión sensible producida en los demás, por el
reconocimiento, en ellos, de una gallardía inusual, una valentía, desenfado
y buen aire, que les permitía caminar sin desfallecer, construir donde se
pudiera construir, conspirar donde hubiera que conspirar, hacer acopio de
fuerzas que no parecen desfallecer, y “mendigar recursos, predicar,
suplicar, debatir, combatir y, si derrotados, empezar de nuevo por dónde se
pudiera empezar, cómo se pudiera empezar, en un peregrinaje que solo podía
tener fin el día que los alcanzara la muerte, en el triunfo o en la derrota, y
a pesar del mareo, los zapatos gastados, el hambre y la pobreza.
Recordamos, por ejemplo, que Luis Bonafoux, al terminar su
biografía del inmenso Ramón Emeterio Betances, evocó con sublime ternura, que en
las últimas semanas de vida de este hombre grande, respetado y reverenciado entre
los más grandes de su época, ya fuera en Puerto Rico, en Cuba, en República
Dominicana, en Haití, en Francia, o en la misma España que supo tanto amar como
combatir, no se avergonzaba --muy poco antes de fallecer, repito-- de vender sellos,
pequeñas banderitas, botones, alfileres y souvenirs para la causa de la
libertad de Cuba. Ante Hostos, también estamos frente a un hombre de
dimensiones paralelas a las de Betances.
Insisto en recurrir a Félix Ojeda Reyes, recientemente fallecido,
en su homenaje. Félix, afirma en el capítulo de este libro antes citado, un capítulo
dedicado Hostos que titula “Profeta de la Federación Antillana”, que “sin lugar
a dudas, Hostos fue el más grande de los pensadores puertorriqueños de todos
los tiempos”. (84)
Aunque en aquel entonces Manuel Zeno Gandía, nuestro afamado
novelista, no era independentista, dio el testimonio de quien fue un privilegiado
testigo, de que en las entrevistas de los miembros de la Comisión
Puertorriqueña que fue al Congreso y a la Casa Blanca, tras la invasión y
ocupación de Puerto Rico y Cuba en el 1898, para discutir el futuro de Puerto
Rico con senadores, con el Secretario de Estado y con el mismo Presidente William
Mckinley, Hostos, dice, fue sencillamente “inmarcesible”, es decir, luminoso y
sin mancha.
Ojeda Reyes reproduce, en el libro citado, cuatro artículos de
Hostos que no están incluidos en las Obras Completas de 1939 (OC),
titulados “Cuba, desde Chile”, publicados en Santiago de Chile. El primero es
de agosto de 1897. Lo siguen otros tres, sin fecha cierta, excepto el cuarto,
que solo indica que es de octubre de ese mismo año. Interesa tener en cuenta
que en las OC aparece una serie numerosa titulada de “Cartas Públicas acerca de
Cuba”, dirigidas a su íntimo amigo, y senador de la república chilena,
Guillermo Matta, cuyas fechas datan de septiembre de 1897 a diciembre de ese
año. De modo que los nuevos artículos que reproduce Ojeda Reyes se insertan
entre esos ya conocidos.
Siempre me pareció curioso, que la primera de las “Cartas
Públicas” dirigidas al senador, en las OC del 39, comenzara con una expresión
que --a todas luces --y así lo hemos señalado con anterioridad-- sugiere que se
enuncia in media res, es decir, a mitad del asunto. Dice en su primera
línea, como si fuera una íntima confesión: …
“Callaba por despecho”. (¿?)
Imaginen que reciben una carta, ya sea de conocido o de
desconocido, que comienza diciendo: “Callaba por despecho”. Imaginen que
comienzo yo a hablarles esta mañana, aquí, diciendo, desnuda y calladamente: “Callaba
por despecho”.
… Como si antes hubiera comentado algo. Es decir, ¿qué callaba?
¿cuándo? ¿dónde? ¿a quién?...
No sabemos si hay una relación directa, pero lo cierto es que
Hostos redactaba artículos en defensa de Cuba desde que tuvo noticia del
comienzo de la nueva sublevación iniciada por José Martí a comienzos de 1895.
¿Es suficiente para explicar una frase de introducción como esa, íntima como
una confesión del alma, y huérfana de toda referencia?
En los artículos rescatados del olvido por Ojeda Reyes, Hostos
hace justo al comenzar, otra de las suyas. Escribe Hostos:
“Voy a ocuparme del porvenir, no del presente”.
En todas sus andanzas y quehaceres, Hostos, o era siempre -vigía -o
faro, -o se colocaba en la quilla como un mascarón de proa. Era un hombre
brújula… Un horizonte que siempre es un misterio inescrutable para quién no
alcanza a anticipar el destino. Y quien lidia con el horizonte incierto se
convierte, él mismo, en horizonte incierto. Abundaron a lo largo de toda su
vida, y en todas las latitudes, muy importantes personalidades que no lograban comprenderlo
ni alcanzar la altura y complejidades de su pensamiento. Sus visiones utópicas
no eran ensoñaciones. En Hostos, la utopía era una agenda de trabajo. Desde el
campo militar de batalla se ponía a trabajar en su agenda de horizonte. Se
batallaba en la manigua cubana y se conspiraba con armas en Cuba y República
Dominicana, y el escribía todo un tratado de principios para construir
sociedades libres: el “Programa de los Independientes”. Nació muy temprano,
llegó a todo muy temprano, él mismo lo dice. Había visto por doquier países que
alcanzaron la independencia militar, pero fracasaron en crear sociedades libres,
porque los mismos hacendados, los oligarcas poderosos, siguieron despreciando,
marginando, despojando, explotando, esclavizando, y abusando de la inmensa
mayoría de la población. Por eso la revolución a la que Hostos aspira –y
perdóneseme el verbo en tiempo presente-- es la de un hombre nuevo en
una sociedad nueva, que solo podía construirse después del triunfo militar, y con
las armas del libro. Era una revolución no solo del leer y aprender, sino del
pensar, de asumir los deberes, y fortalecer la voluntad para ejercitar los
derechos propios… y los ajenos. Una revolución en pos de seres
humanos que fueran conscientes del deber de luchar, diaria y permanentemente,
por la libertad y la justicia. Ese es el fundamento y el sentido de su obra
capital: la “Moral social”, parte fundamental de su Tratado de Moral.
Este que les habla, mantuvo marginado de sí mismo –de mí mismo,
quiero decir-- un juicio de Francisco Manrique Cabrera, primer historiador de
la Literatura Puertorriqueña, que resume con esta fórmula su visión de Hostos.
Escribió que Hostos era… un “vivir peregrinante en confesión”. En aquel
lejano entonces, cuando leí la frase, fue para mí una idea que me olió demasiado a cirio de capilla… Pero ahora, las citas que
rescató del olvido Ojeda Reyes, me hicieron oler y entender de otra manera ese
juicio de Manrique Cabrera.
Yo había rondado esa misma idea, pero mirándola a través de un
prisma con otros colores. Hostos, siempre, siempre, desde Bayoán
mismo, su obra prima, fundacional, estuvo en pos de lo que debía venir,
como señalé, después de la independencia política, para que esta no se
malograse y verdaderamente nos llevase a la libertad. Eso que habría de venir
era también, y es, un campo de lucha permanente que exige de seres humanos
entrenados para ese combate diario. Era la revolución del “espíritu en
progreso” que desarrolló con el instrumento del diario. El diario de Hostos es una
milagrosa célula madre de la que germina toda su obra, comenzando con la moral
y la pedagogía.
Debemos tener en cuenta que Hostos no fue un maestro al uso. Ni siquiera
del ABCD y F- de FRACASADO. Su pedagogía estaba dirigida a formar hombres y
mujeres que, conforme a su famosa definición del “hombre completo”, debían ser
capaces de todos los heroísmos, de todos los sacrificios, de todos los grandes
juicios, movidos por la voluntad y la conciencia. Era un maestro del aula y de
la calle, de la acción militante.
Quisiera ahora, pasar a otro asunto que pone en evidencia cuánto
se relaciona lo que venimos exponiendo con los días que vivimos. Me atengo,
para justificar el recurso que usaré ahora, al hecho de que Hostos fue un amoroso
y devoto padre, creador de una novedosa y audaz pedagogía para niños, y también
de una literatura creada no solo sobre los niños, sino para los niños.
Atemos todo esto al personaje de tirillas cómicas llamado Mafalda.
¿Quién no conoce a Mafalda? Quino, su autor, ya desaparecido, era un humorista
gráfico argentino, a quien lo caracterizaba una aguda
capacidad de visión y crítica social. Fue el autor del mundo de Mafalda, una niña perspicaz, de clase media
trabajadora y asalariada, contestataria, solidaria e inconformista, con
aspiraciones tanto idealistas como reflexivas, y preocupada
con las calamidades de este mundo enfermo. La acompañan un pequeño grupo de personajes, cada uno representante
de cualidades y características sociales diferentes. Entre ellas nos interesa
ahora Susanita, una amiga de Mafalda frívola, cuyo mayor deseo
en la vida es asumir el rol clásico de la mujer doméstica, casarse con un
hombre guapo y rico, tener hijos. Es envidiosa, rencorosa, racista,
despectiva con los pobres, y muy pendiente de la imagen y la moda. Hay un par
de tirillas que me gustaría recordar ahora. Tirillas sobre el
mismo asunto. Escojo una por la manera breve y clara en que enfoca el asunto
que deseo apuntar:
Mafalda y Susanita al llegar caminando a una esquina, ven a un
hombre pobre y desvalido que pide una limosna. Mafalda le comenta a Susanita:
-- Me parte el alma ver gente pobre. Y Susanita responde:
-- A mí también.
Entonces Mafalda propone:
-Habría que dar techo, trabajo, protección y bienestar a los
pobres.
Y Susanita, extrañada al oírla, le riposta:
-¿Para qué tanto? Bastaría con esconderlos…
Esta tirilla representa el debate de dos principales tendencias
políticas de nuestra época. Son dos programas que se debaten de manera
irreconciliable en el mundo actual, y que tienen repercusiones graves que urge
tener en cuenta.
No hay respeto a los derechos humanos y
civiles donde no hay igualdad social. Esa es una esencia de la moral social de
Hostos. La desigualdad social, es decir, la subordinación de un grupo o una
clase por otro grupo o clase requiere siempre del uso de una fuerza impositiva.
Y Hostos aborreció siempre del uso de la fuerza bruta. Aborreció las conquistas
y los grandes conquistadores, reyes o dictadores o emperadores de la Historia
que nada construyen y todo lo destruyen. Enalteció a los pueblos; enalteció a
Simón Bolívar porque adelantó la libertad de Nuestra América, y por esa misma
razón a George Wáshington, y a Lincoln por adelantar la igualdad social y de
los derechos. Pero no a Napoleón. No a la Inglaterra que conquistó a la India o
la China, porque la libertad no es una fuerza que se impone desde fuera y desde
arriba, sino un poder social que brota desde abajo, desde el seno de la
familia, sube luego de la calle, luego del barrio, luego del municipio, de la
región, y finalmente integra la nación. No hay ni puede haber democracia donde
una parte considerable de la población está sometida o subordinada a la fuerza
de la otra parte. Esto que digo debería recordarnos mucho, por decir lo menos,
las realidades del mundo que hoy se vive por doquier, ejemplos de los cuales
sería obvio señalar. Tenemos que luchar contra esas fuerzas o perecer. “Civilización
o muerte”, fue una de las últimas consignas de Hostos.
A
mi juicio, quizás difieran algunos de ustedes, vivimos en un tiempo que con
violento berrinche, hasta emperrarse diríamos --conforme al diccionario--, sino
fuera porque carece del olfato fino, la inteligencia y las lealtades del buen
vivir de nuestros perritos hogareños. No hablo solo del cambio climático que
extingue miles de especies todos los días envenenando y saturando los mares de
plástico, y dispersando sobre tierra, agua y aire un aliento insalubre. No me
refiero tampoco a la automatización de esa que llaman “inteligencia artificial”,
que representa la acelerada deshumanización de nuestra época. Lo que deseo
acusar es al llamado incesante a las armas, a la orgía de guerras que circundan
el planeta, haciendo acopio de una fuerza capaz de destruir países enteros; a
la masacre incontenible de vidas; al retroceso y desprecio cada vez más
ostensible de los derechos humanos y civiles de los que conspiran para piratear
riquezas y parecen que buscan reducirnos a la patria del esclavo, que según Hostos
decía, esa patria del esclavo es su cadena. Irónicamente, los medios para
terminar con la pobreza y con el hambre existen desde hace mucho.
Quino
publicó en otra ocasión otra tirilla cómica que viene al caso. Mafalda dirige
un coro con sus amigos que cantan la tradicional “Noche de paz. Noche de amor”.
Justo ahí interrumpe Mafalda el canto y les dice que, antes de continuar desea
saber… si entienden la letra. Porque en esta época que algunos denominan como
la de la “posverdad” los términos, las ideas, se han desnaturalizado y las
camisas se exhiben al revés. ¡Si se habla hasta de la “revolución de los
colores”, de los sabores, de la moda!
Entonces,
cabe preguntar, ¿qué es en realidad la verdad?
¿qué
es en verdad la libertad?
¿qué
es en verdad la moral?
¿qué
es en verdad la justicia?
¿cuáles
son los derechos humanos fundamentales que no deben ser nunca
enajenados?
¿cuándo
dejó de ser la vida, y todo lo que ella implica, un derecho sin el cual ningún
otro derecho existe y la humanidad no puede sobrevivir?
Todo
eso es parte fundamental del pensamiento que trazó Hostos a lo largo de todo su
camino.
Un
intelectual argentino publicó recientemente un artículo sobre los últimos
acontecimientos que vive la Argentina. Dice palabras que quizás nos conciernen.
Habla de “autoinmolación”. Y del “carácter apocalíptico del tiempo que vivimos.”
En un ensayo publicado en sus últimos años, “El siglo XX”, Hostos
profetizó lo que temía que habría de ser el nuevo siglo que se abría. Y
advirtió, conforme a su aptitud visionaria, que sería un siglo en el que la
fuerza bruta que ejercerían los grandes poderes absorbería o destruiría los
pueblos débiles, y correrían ríos de sangre. Ese, me parece, es un buen retrato
de lo que fue el siglo pasado, y el agrio y amargo inicio de siglo que ahora tanto
duele respirar.
El reino de Hostos, y no lo digo desde luego en el sentido
bíblico, no es de este mundo, porque, como hemos venimos diciendo, es un mundo
del porvenir, de ese horizonte que nunca se alcanza, y por el que hay que
caminar, velar y trabajar todos los días. Un maestro de mi esposa Hilda –Héctor
Estades-- nos explicó hace muchos, muchos años, la diferencia entre futuro y
porvenir más o menos en estos términos: el futuro ha de suceder de todos modos:
lo será mañana y el año próximo; pero el porvenir es aquello, desprovisto de
fatalidad, a lo que
aspiramos e intentamos
construir. Por eso Hostos no podía ver pasar un solo día, uno solo, sin sentir
que había sido útil.
Hostos tantas veces enarboló como bandera de esas proezas del
pensamiento que instrumentó con militancias en el aula y en la calle, en las
tribunas, en la actividad del propagandista, como le gustaba identificarse, que
es el profeta que vocea, pregona, aboga, por una causa. La Moral, la Pedagogía,
la Sociología, la teoría jurídica de Hostos, constituyen, unidos, un tratado de
libertad absolutamente embarazado de eternidad, al que debemos volver so pena
de perecer. Porque abogar por la solidaridad, la libertad, la cooperación y la
justicia son aspiraciones que nunca jamás caducarán .
Mientras más siniestro, oscuro y amenazante se muestra el
horizonte, más tenemos que esforzarnos, decía Hostos, por prepararnos para buscar
caminos de hermandad y solidaridad. Hostos vivió refutando cuanta fatalidad le
salió al paso. Fatalidad de la tragedia inevitable. Hostos decía que, mientras
mayor es la injusticia y la guerra, más tenemos que luchar por la justicia y la
paz. Porque bien lo supo siempre aquel que siempre estuvo dispuesto --y lo
intentó varias veces—morir batallando por su causa: a las maestras normalistas,
en su graduación, y a todos les cuanto pudo, les enseñó, que el fin no era
gozar del día luminoso del triunfo de la justicia… sino CONTRIBUIR A QUE LLEGUE
EL DÍA. Y no solos y pronto, sino CON TODOS Y A TIEMPO.
La inteligencia tiene que ser guiada por la conciencia moral… o es
nada.
Esto es un museo, y Hostos descansa y se respira aquí, pero
también se mueve –debe moverse-- y clama –debe clamar-- fuera este recinto.
Porque vivió con la arrogancia de negarse a ser la fatalidad de una voz que
clama el desierto, su lugar está en la calle, donde se pelea por la vida.
Yo brindo por la salud de Hostos todos los días. QUIZÁS, también
todos, podríamos hacer ahora un brindis por su salud...
¡Salud, Hostos!
¡Y larga vida!
Muchas gracias por su atención.
Discurso
11 de enero (HOSTOS) , Mayagüez, 2024.
MRD