A propósito del
Festival Internacional de Poesía
en Puerto Rico
Poesía:
en la luz veremos tu luz
“En tu luz veremos la luz.”
Ernesto Cardenal
Ernesto Cardenal lo toma de los almos salmos:
“En tu luz veremos la luz”.
Pero yo prefiero por hoy hallar en los versos de Consuelo Tomás, del Libro de las propensiones, ese eco colorido de la luz que me trae la vida de vuelta cada día:
“Me he estrellado contra el cielo esta mañana.”
Y hallo la palabra, plena y viva, en la luz de la poesía, único sentido que nos da la vida que permite, más allá del color y del olor, del olfato y del gusto, del gusto y del equilibro, revelar esa nueva realidad de lo que nos sobrecoge.
Decía uno de los más grandes de los poetas de la lengua española, San Juan de la Cruz:
“Que bien sé yo la fonte que mana y corre,
aunque es de noche”,
porque la poesía, como el “dios deseado y deseante” de Jiménez, es un caudal infinito, semioculto y transparente, cuyas aguas vienen corriendo desde los orígenes del ser humano y, pura pasión, como la poesía de Miguel Hernández, mana y corre, y no termina nunca.
Tiene la poesía, entre las casas editoriales, fama de cenicienta desvalida. Pero no hay género que se cultive más ni que goce del respeto de las grandes multitudes. Los burócratas del presupuesto la creen inútil, olvidando aquellas palabras que José Martí escribiera a propósito de Walt Whitman:
“Hay gentes de tan corta vista mental, que creen que toda la fruta se acaba en la cáscara. La poesía, que congrega o disgrega, que fortifica o angustia, que apuntala o derriba las almas, que da o quita a los hombres la fe y el aliento, es más necesaria a los pueblos que la industria misma, pues ésta les proporciona el modo de subsistir, mientras que aquélla les da el deseo y la fuerza de la vida.”
Mas, la vida, como dijo el Pablo, busca siempre la libertad de todos, el pleno desarrollo de todos, el bien de todos, porque si no es así, «cantaría en vano».
Enrolada en esa rosa náutica del poeta cubano, se celebró en marzo de 2008 la primera edición del Festival Internacional de Poesía en Puerto Rico (FIPPR) organizada por un grupo de compañeros que encabezó el capitán de la generación de poetas del sesenta y director-editor de la legendaria revista de poesía Guajana, Vicente Rodríguez Nietzsche. Incorporada su Junta Directiva, y reglamentada, el grupo celebró en octubre de 2009 una segunda edición bajo la presidencia, esta vez, de Wenceslao Serra Deliz. La primera edición el festival se le dedicó a Juan Antonio Corretjer y a Francisco Matos Paoli. La segunda edición se le dedicó a Vicente Rodríguez Nietzsche.
En marzo de 2008, catorce poetas invitados de toda Centroamérica y las Antillas aunaron sus voces a un amplio coro de poetas puertorriqueños, para llevar a numerosas regiones del país la palabra que llama, y a un público diverso de centenares de poetas, estudiantes, profesores y, especialmente, la gente de nuestras comunidades.
Este año, otro grupo semejante de poetas (15) provenientes de toda Nuestra América y de España, se unió a cerca de un centenar de poetas puertorriqueños para regar, como semilla, una palabra que anuncia un nuevo porvenir americano en medio de las celebraciones de la Emancipación de una América Nuestra que, por otra parte, también nos llama.
Quien escribe, editor de esta revista, participó en la organización de ambos festivales y se desempeñó como vice presidente del segundo consciente de la magnitud y la importancia de un evento cultural de esta categoría, que tiene entre sus objetivos, en primer lugar, la búsqueda de un espacio permanente en el cual converjan solidariamente los mejores talentos poéticos de todas las latitudes; en segundo lugar, sentar las bases para un intercambio literario y cultural sostenido; y asimismo, en tercer lugar, incentivar y fortalecer los valores estéticos como uno de los pilares de la vida comunitaria y como instrumento indispensable de la vida ética, la libertad y la plenitud del desarrollo humano.
Para quien acudió a su llamado de más allá de las aguas del Caribe, se trataba de acudir a una isla despojada de su alma, cuyo puerto y capital se llama San Juan, la ciudad amurallada y multicentenaria en cuyos lares adoquinados anidó por unos días la palabra de fuego de la poesía que es ofrenda de luz. Los países todos de la América Nuestra conmemoran en estos años el bicentenario de sus luchas por la libertad, es decir, de independencia. Puerto Rico, sumido en una de las crisis más graves de su historia, está al margen de la efeméride que hermana una veintena de pueblos. En nuestras manos, en la palma de todas nuestras manos, está escrito el futuro de la patria puertorriqueña. Y de igual modo, el futuro de este festival que pide que lo trabajen. No olvidemos que es el trabajo, y nunca el desempleo, el instrumento que forja todo tipo de riqueza.
Ambos festivales fueron exitosos en todo sentido. Llevaron la poesía por todo el país y a un público diverso de miles de personas. La segunda edición, celebró sesiones simultáneas en la Universidad de Puerto Rico, ya fuera en Río Piedras, Humacao, Bayamón, Utuado, Cayey, o Carolina, en la Universidad InterA-mericana en Cupey y en Barranquitas, en la American University de Manatí, en la Universidad Metropolitana y la del Turabo, en la Universidad Católica de Ponce, en escuelas superiores de San Lorenzo, en los municipios de San Juan, Caguas, Cayey, Vega Alta, Utuado, Carolina, Hatillo, Toa Baja, Dorado, Manatí, en la Casa de España y en la Fundación Nilita Vientós Gastón. El cierre se efectuó en la Plaza de Recreo de Mayagüez. Incluso los estudiantes de la Universidad de California en Fullerton de la narradora puertorriqueña Lydia Vélez, participaron con el análisis de un poema de Vicente Rodríguez Nietzsche.
Aparte de los recitales, celebró coloquios, entrevistas y programas de radio, un foro sobre la poesía de Miguel Hernández a propósito del centenario de su natalicio, y otro sobre creación estética en el Seminario Federico de Onís en Río Piedras. La primera edición incluyó un taller de poesía con los niños de Cantera; la segunda, abrió también una sesión para poetas jóvenes o noveles.
Alrededor de 80 poetas boricuas se sumaron, en la segunda edición, a los poetas del extranjero, concretamente, de Argentina, Bolivia, Colombia, Costa Rica, Ecuador, Paraguay, Perú, México, Nicaragua, República Dominicana, Venezuela, Panamá, Honduras y de Islas Canarias, España. Estos poetas fueron seleccionados cuidadosamente para garantizar la calidad de los mismos. Gran parte de ellos son poetas con una obra abundante, premiada nacional e internacionalmente, y varios distinguidos como “profesor emérito” en su respectiva universidad
Una lección cabe inferir: a pesar de la crisis fiscal del país y del caldeado ambiente político y laboral, a pesar de los recortes, a pesar del desmantelamiento del Instituto de Cultura, a pesar de la censura, se logró montar un enorme festival de poesía con participación de poetas de esos pueblos hermanos porque fue ésa la voluntad de este pueblo y porque así lo deseó mucha gente que colaboró y aunó sus escasos recursos. En el programa aparece una larga lista de auspiciadores –encabezada por el Instituto de Cultura Puertorriqueña, la Universidad InterAmericana, Recinto Metropolitano, y el Municipio de Mayagüez– y otra de colaboradores que bien podría duplicarse en realidad. Dentro del contexto de entusiasmo y endoso casi unánimes, sorprendieron solamente los intentos de boicotear la actividad por parte de la presidenta del PEN Club de Puerto Rico. Derrotada por el caudal de apoyo y entusiasmo, se presentó, sin embargo alguno, en la clausura para celebrar la presencia de los que no respondieron su llamado al boicot. En lugar de ello, los poetas le dieron una lección al suscribir, a petición de Ricardo Alegría, un endoso a su petición para el ingreso de Puerto Rico en la Unesco.
La poesía, flor de lumbre, fuego y luz que augura la mañana, nunca nunca canta en vano.
Del equipaje de libros de los poetas invitados del extranjero escuchamos estas voces hemisféricas –a veces de selva, o de cumbres y lagos, a veces llenas de aires atlánticos, a veces palabra filtrada por la piedra precolombina, y otras veces, vislumbre, sorpresa, solidaridad, amor, o simplemente, queja– que flotan sobre las aguas, sobre el barro, sobre el aire, sobre el fuego, sobre la luz y la transparencia.