La lucha de todos nosotros
Los docentes se organizan, o...
El anuncio articulado como un desliz hecho de paso por Rodríguez Emma sobre la posibilidad de que con el cierre institucional se justifique no pagar los sueldos del personal universitario, no debe tomarse a la ligera. Difícilmente a este embutido señor se le escapara una idea que no haya sido planteada y considerada en las reuniones de Fortaleza. Que la idea parezca absurda no debe motivar que no le demos consideración. Hay que anticipar las sorpresas para cancelarlas. Creo que ha llegado la hora de que los docentes del país se pongan, muy seriamente, los guantes de pelea.
Las acontecimientos de esta semana han sido francamente conmovedores. Azota el alma el alto nivel de sacrificio y voluntad de lucha de tantos miles de estudiantes a través de todo el país. A la discusión de estrategias, reclamos y demandas, se suma también la parte dramática de la necesidad de cada día y todo momento, de agua y de alimentos. Los padres y los hijos separados y más unidos que nunca, ofrecen cuadros que tuvieron antes una presencia mucho menor, más reducida. ¡Un grupo de padres llegó a la Presidencia con una cuota de sangre en la forma de tubos llenos de sangre! De modo que esta lucha universitaria adquiere unas proporciones y una profundidad nunca antes vista.
La altísima voluntad de luchar del estudiantado en todo el país, esa voluntad firme y masiva que hemos visto, encuentra convergencia no sólo en el sindicato, en la Hermandad y en un grupo de profesores, no sólo en los padres de los estudiantes y los sindicatos, no sólo entre los artistas y los medios. El país entero parece comprometido con la causa. Pero, ¿cuál causa es ésa en verdad? ¿Cuál es la causa que mueve a estudiantes, a los sectores de la comunidad universitaria, a los padres, a los artistas, a los sindicatos, a la gente de la calle?
En mi opinión se trata del gobierno de Fortuño. En mi opinión se trata del masivo, extendido y profundo rechazo a la política neoliberal del gobierno concretada en la forma de despidos masivos que no terminan, la privatización galopante de todo, la cancelación de los beneficios de los trabajadores, el desmantelamiento del estado, la corrupción y el fanatismo azul que ha convertido el mismo Tribunal Supremo en un caucus del partido de gobierno, la restauración y el retroceso de formas antiobreras y antidemocráticas, la mordedura rabiosa de la actividad cultural del país que dé idea de país o de nación puertorriqueña.
¿Cuál lucha es la de cada uno de los que manifiestan hoy deseo y voluntad de combate? Son muchas, y son una sola. La de cada sindicato, la de los artistas, la de los defensores de la cultura nacional, la del vernáculo, la de las enfermeras, la de los abogados, la de los tribunales, la de los trabajadores de la construcción, la de la reforma de salud, la del Hospital Pediátrico, la de la jornada de ocho horas, la del pago de horas extras, la de los procuradores de los sectores desamparados –niños, mujeres, ancianos–, la de la corrupción, la criminalidad, los suicidos, las quiebras, los recursos naturales y el patrimonio nacional, etcétera. Dentro de ese paquete, ese bulto, ese conjunto, está también, unida y aparte, la lucha de los estudiantes, del personal no docente, del sindicato universitario, de los profesores.
La Universidad de Puerto Rico es, pues, un frente de combate, múltiple y diferente, pero vinculado íntimamente, con todos los demás sectores, del mismo modo que en la Segunda Guerra Mundial hubo diversos frentes de guerra, ya fuera en Rusia, ya fuera en Francia, ya fuera en África, en el Mediterráneo, pero un solo enemigo nazi. No es a la Junta de Síndicos ni el Presidente a quiénes hay que llevar a negociar: es a la Fortaleza. La Fortaleza, el gobierno-araña, es el enemigo de todos los que no sean empresarios o arrimados-parásitos a la fuente azul del poder político.
En ningún frente de éstos un sector aislado podrá prevalecer. Los docentes estamos sufriendo en carne propia esta guerra: la paga de verano, los profesores por contrato, el afán de subir la carga académica, la cantidad de estudiantes por salón, los fondos de las bibliotecas, el fomento para la investigación y la creación, las publicaciones, los materiales de los departamentos... Reducción de salario y aumento en el trabajo.
¿Será, dentro de este cuadro, inverosímil en verdad el intento, anunciado, de no pagar salarios por el cierre institucional? ¿O será verosímil?
Sea lo que sea que pensemos, lo cierto es que los profesores somos agredidos también en nuestros estudiantes, en los padres de nuestros estudiantes, en los despidos de familiares y amigos, en los suicidios, en los desamparados, en la pérdida de aquella certeza que una vez tuvimos en que había un porvenir y un progreso, de que predominaba el bien y habría al final justicia. Somos agredidos también con la incompetencia y la sordera administrativas.
Todo se ha ido. Luchemos mientras tenemos amigos a nuestro lado. Luchemos integradamente mientras sea posible hacerlo. Llegó la hora de los docentes y los maestros. No son campamentos ni comités de apoyo a los estudiantes, de apoyo a la lucha –otra– de otros: es el apoyo a un frente nuestro, ¡nuestro!, de lucha, de la lucha de todos nosotros. Hay que construir nuestros propios instrumentos de lucha para poder, unidos, integrarnos a la lucha del pueblo, de todo el país.
Marcos
Reyes
Dávila
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