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Reflexiones sobre la libertad y la felicidad
Neoliberalismo
Neoliberalismo
y el gueto de Varsovia
Anoche vi por segunda vez “El pianista”, esa durísima película de Roman Polanski sobre el gueto polaco durante la ocupación nazi. Las escenas son desgarradoras. Se podría pensar que esa pintura de la crueldad humana, ese desprecio por la vida, esa insensibilidad absoluta hacia el dolor de otros, es invención, mentira, si no supiéramos que lo que vemos es solo una pizca de una historia verdadera infinitamente más abominable, una realidad que se reproduce y repite y reitera a todo lo largo de la historia y del planeta.
Anoche vi por segunda vez “El pianista”, esa durísima película de Roman Polanski sobre el gueto polaco durante la ocupación nazi. Las escenas son desgarradoras. Se podría pensar que esa pintura de la crueldad humana, ese desprecio por la vida, esa insensibilidad absoluta hacia el dolor de otros, es invención, mentira, si no supiéramos que lo que vemos es solo una pizca de una historia verdadera infinitamente más abominable, una realidad que se reproduce y repite y reitera a todo lo largo de la historia y del planeta.
Ayer recibí un mensaje que hablaba de barbaridades musulmanas. Se refería al matrimonio de hombres adultos con niñas. Poco faltó para incluir la devoción al demonio mismo, sino es que, en la mente de muchos, Mahoma y Alá lo encarnan. Muy útil el mensaje, difundido en ocasión propicia para que en los semi informados “occidentales” por las cadenas selectivas de noticias de las multinacionales se tome por bueno el bombardeo inmisericorde de esos pueblos y se extienda sin oposición la guerra milenaria contra los "infieles".
En “Law and Order” el programa denuncia como tortura la violación masiva y sistemática de las mujeres en el Congo. Y yo no puedo dejar de recordar la lectura reciente de “El celta” de Vargas Llosa. Pues esos países donde reina hoy la barbarie fueron destruidos durante décadas por los poderes imperiales europeos. Esas sociedades, esos pueblos, esas comunidades, alguna vez paradisiacas, fueron arrasadas por la violencia y la codicia. Documentar el hecho de esa destrucción, probarlo, es el mérito extraordinario de Casement.
En mis visiones torcidas de las cosas, el Neoliberalismo no está muy lejos de todo esto. El Neoliberalismo destruye países con la misma perversidad, indolencia y horror que lo hicieron los nazis. El Neoliberalismo despide muchedumbres de trabajadores en todas partes, elimina los programas de asistencia a los desamparados, a los niños y a los ancianos, a las artes y a la educación, a la misma vez que arma ejércitos y lanza miles de bombas donde quiera que hay riqueza en el mundo. “Fair game” pinta con crudeza la manera como el gobierno de Bush y Cheney impusieron, a la brava, a la propia CIA, y luego a la ONU la idea de que Husssein poseía armas de destrucción masiva con el único fin de ocupar el país, destruir una nación, asesinar millones de personas –niños y ancianos incluidos– y robar su petróleo. Puro “carjacking” imperial.
El Neoliberalismo es primo hermano del fascismo alemán. Hace mucho decidieron en Wall Street que la riqueza ya no necesitaba de fuertes clases medias, pues se niegan a repartir la riqueza y el bienestar a la enorme población humana que existe y que aumenta vertiginosamente. No necesitan de tanta gente para mantener el crecimiento de sus riquezas. Esa población no será alimentada: habrá un hambre descomunal. El hambre creciente generará demanda y violencia, y saben ellos que eso los obligará a utilizar cada vez más la fuerza, la represión, la imposición, el poder. Ya no será necesario persuadir, desinformar, engañar. Se prescindirá de manera cada vez más abierta de toda ilusión de democracia. Dios sólo podrá existir mientras sea fuente de resignación y mayordomo del abuso y de las armas, como las drogas. La igualdad, ese peligroso reclamo de la Revolución americana y la francesa, es un peligro para ellos. Ellos desean e imponen a la fuerza la desigualdad, madre de todos los privilegios. El hambre, el terror y el colonialismo son herramientas eficaces para destruir en cualquier persona la ilusión de dignidad y la condición humana.
Canta Danny Rivera infinitamente esa canción, “Libre”, que cuenta la historia de aquel que creyó que la “libertad” estaba al otro lado del muro –no del muro que separa a EUA de México, no del muro judío en Palestina, sino el– de Berlín, pues ese muro y solo ese muro era de las “fuerzas del mal”. La canción supone falsamente que la libertad es algo que existe en algún sitio, garantizada y certificada. Que la libertad no consiste en poder luchar, como dijo Hostos. Nadie es libre de una vez y para siempre. La libertad es la lucha.
Los judíos del gueto de Varsovia caían porque no podían luchar ni enfrentar la fuerza que los aplastaba. El pianista estaba impotente y a merced de sus abusadores. Todo cambió cuando apareció la oportunidad de luchar y de enfrentar la represión.
Y pienso, con Corretjer, que la vida toda es lucha, y con Marx, que la felicidad es la lucha. No hay otra. La Revolución, contra el Neoliberalismo, es una necesidad cada vez más apremiante e indispensable.
Marcos
Reyes
Dávila
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