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A propósito de Muñoz Rivera y de Obama
Del valor
Del valor
Anoche leía sorprendido el libro de José Calderón Rivera titulado “La pluma como arma”, una extensa reseña de la obra escrita del político de entresiglos. No he terminado la lectura, mas me sorprende --y desilusiona-- no hallar nada en el libro, hasta ahora, de sus conflictos estratégicos y personales con Eugenio María de Hostos, y la marginación que hace el autor a los decisivos acontecimientos del llamado “año terrible del 87", año de los célebremente nefastos “compontes”. Apenas algunas líneas y un par de párrafos en medio de un capítulo que repasa el episodio recurriendo a la obra poética de Muñoz, pues no es sino hasta el capítulo siguiente, dedicado a la fundación del periódico “La Democracia”, cuando Calderón vuelve a reseñar los artículos políticos publicados.
En parte este fenómeno obedece a la tesis que propone Calderón al respecto: la poesía de Muñoz Rivera de ese momento revela al hombre revolucionario y separatista que clama por una reacción violenta a la represión que lleva al gobierno español a aplicar ese año el famoso “componte”, no sólo contra separatistas sino también contra los autonomistas que afirman los derechos políticos, económicos y administrativos del país.
Según Calderón, el desenlace de este periodo crítico lleva a Muñoz a una desilusión que lo hace olvidar las luchas patrióticas como las del Grito de Lares y a pensar que el puertorriqueño, “dócil”, es incapaz de demandar ni procurar el gobierno propio ni la restitución plena de sus derechos políticos. De allí que el Muñoz que reinicia con “La Democracia” sus campañas políticas se retire y refugie en un mero posibilismo práctico, congraciado con el poder real peninsular.
La tesis de la “docilidad” boricua, como se ve es muy antigua. Pero también lo es el razonamiento y la justificación convertida en ideología que se parece demasiado a lo que producen aun hoy los autonomistas del siglo XXI. Se diría que no ha habido progreso alguno. Que la experiencia vivida desde aquel Muñoz del siglo XIX hasta esta segunda década del siglo XXI no hace mella, no altera en forma alguna, no lleva a modificar un ápice la doctrina del acomodo y la política de peón arrimado al terrateniente del imperio. ¿Cómo es posible este calco literal, exacto, en la manera de pensar inhibida y sumisa entre Muñoz Rivera y los “nuevos” autonomistas, que de “nuevos” sólo tienen el haber nacido un siglo después?
La respuesta, me temo, es la conciencia de que la acción en la colonia es impotente, inútil. La respuesta, me temo, es la falta de valor de quienes viven castrados. No en balde Pedro Albizu Campos sostenía que el valor era el máximo valor. Pero no sólo don Pedro nos lo recordó. Lo demostró todo libertador, y todo revolucionario de la historia. Pues no ha habido acto transformador que no haya exigido su cuota de valor. Sólo en el ejercicio del valor reluce la libertad.
No hay libertad, ni ser, en la sumisión ni en la obediencia, en la auto negación. El que se afirma a sí mismo, el que se autodetermina, se independiza, y sólo de esta manera vive la experiencia de la libertad. Eugenio María de Hostos, el joven, se convenció temprano de ello, expresándolo en aquella consigna formulada para sí mismo, como uno de los principios del hombre completo que buscó siempre ser, y que decía, más o menos: “Escoge entre tu voluntad y una pistola”. Por eso pudo consignar años más tarde, en el “El programa de los independientes”, que “la libertad es un modo absolutamente indispensable de vivir”. Por eso pudo responderle al oficial de aduanas de Brasil que no tenía patria, que estaba construyéndola.
El colonizado, el sumiso, el obediente, carece de ser propio. No existe. No hay existencia verdadera sin libertad.
¿No le diremos a Barack Obama basta ya de gobernar sin plebiscito verdadero?
¿No le diremos a Obama que es bajo el gobierno de la bandera americana que hemos llegado al fondo de la miseria, de la droga rampante, de la corrupción absoluta, de la dictadura fascista?
¿No le diremos a Obama y a todos los suyos de una vez que queremos ser quienes somos, hijos de esta tierra y de nuestros abuelos, padres y madres? ¿Que queremos vivir la democracia?
¿No le diremos a Obama que, para poder autodeterminarnos,
¡¡Yanqui: Go Home!!?
En parte este fenómeno obedece a la tesis que propone Calderón al respecto: la poesía de Muñoz Rivera de ese momento revela al hombre revolucionario y separatista que clama por una reacción violenta a la represión que lleva al gobierno español a aplicar ese año el famoso “componte”, no sólo contra separatistas sino también contra los autonomistas que afirman los derechos políticos, económicos y administrativos del país.
Según Calderón, el desenlace de este periodo crítico lleva a Muñoz a una desilusión que lo hace olvidar las luchas patrióticas como las del Grito de Lares y a pensar que el puertorriqueño, “dócil”, es incapaz de demandar ni procurar el gobierno propio ni la restitución plena de sus derechos políticos. De allí que el Muñoz que reinicia con “La Democracia” sus campañas políticas se retire y refugie en un mero posibilismo práctico, congraciado con el poder real peninsular.
La tesis de la “docilidad” boricua, como se ve es muy antigua. Pero también lo es el razonamiento y la justificación convertida en ideología que se parece demasiado a lo que producen aun hoy los autonomistas del siglo XXI. Se diría que no ha habido progreso alguno. Que la experiencia vivida desde aquel Muñoz del siglo XIX hasta esta segunda década del siglo XXI no hace mella, no altera en forma alguna, no lleva a modificar un ápice la doctrina del acomodo y la política de peón arrimado al terrateniente del imperio. ¿Cómo es posible este calco literal, exacto, en la manera de pensar inhibida y sumisa entre Muñoz Rivera y los “nuevos” autonomistas, que de “nuevos” sólo tienen el haber nacido un siglo después?
La respuesta, me temo, es la conciencia de que la acción en la colonia es impotente, inútil. La respuesta, me temo, es la falta de valor de quienes viven castrados. No en balde Pedro Albizu Campos sostenía que el valor era el máximo valor. Pero no sólo don Pedro nos lo recordó. Lo demostró todo libertador, y todo revolucionario de la historia. Pues no ha habido acto transformador que no haya exigido su cuota de valor. Sólo en el ejercicio del valor reluce la libertad.
No hay libertad, ni ser, en la sumisión ni en la obediencia, en la auto negación. El que se afirma a sí mismo, el que se autodetermina, se independiza, y sólo de esta manera vive la experiencia de la libertad. Eugenio María de Hostos, el joven, se convenció temprano de ello, expresándolo en aquella consigna formulada para sí mismo, como uno de los principios del hombre completo que buscó siempre ser, y que decía, más o menos: “Escoge entre tu voluntad y una pistola”. Por eso pudo consignar años más tarde, en el “El programa de los independientes”, que “la libertad es un modo absolutamente indispensable de vivir”. Por eso pudo responderle al oficial de aduanas de Brasil que no tenía patria, que estaba construyéndola.
El colonizado, el sumiso, el obediente, carece de ser propio. No existe. No hay existencia verdadera sin libertad.
¿No le diremos a Barack Obama basta ya de gobernar sin plebiscito verdadero?
¿No le diremos a Obama que es bajo el gobierno de la bandera americana que hemos llegado al fondo de la miseria, de la droga rampante, de la corrupción absoluta, de la dictadura fascista?
¿No le diremos a Obama y a todos los suyos de una vez que queremos ser quienes somos, hijos de esta tierra y de nuestros abuelos, padres y madres? ¿Que queremos vivir la democracia?
¿No le diremos a Obama que, para poder autodeterminarnos,
¡¡Yanqui: Go Home!!?
Marcos
Reyes Dávila
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