martes, 3 de mayo de 2011

Historia de césares -De Osama a Obama


De Osama a Obama, 
¿cuánta distancia hay?

Sé, en realidad, muy poco de Osama Bin Laden. Nada, antes del ataque a las Torres Gemelas y el Pentágono. Recuerdo muy bien esa mañana porque es inolvidable. Nada más llegue al trabajo, oí y vi la noticia por internet, y me pareció increíble que fuera un accidente. El impacto del segundo avión me convenció de vivir un tiempo inaudito, una dimensión desconocida que se abría frente a mí. Son los tiempos que vivimos.

Alguien me dice que era un fundamentalista que abusaba de las mujeres. Yo no lo sé. Si sé que dicen que era un hombre muy educado y muy religioso. De sus ideas políticas, en términos de izquierda y derecha, socialismo-capitalismo, democracia-totalitarismo, derechos humanos, etc., prácticamente no sé nada.

Si sé que han dado un gran espectáculo. Que la foto en la que aparece Obama e Hillary en el momento en que asesinan a Bin Laden reproduce una imagen de película que vi hace unos años. Que Osama fue brazo y cómplice entrenado de Estados Unidos, hasta que se fue al otro bando. Que es o era enemigo acérrimo del imperio que bombardea incesantemente y asesina sin pausa ni descanso desde Afganistán hasta Irak, y desde allí hasta Libia.

Si aborrezco las bombas en New York, las aborrezco también en Trípoli. Y sé que nadie tiene más bombas, y que nadie arroja más bombas sobre hombres, mujeres y niños en el mundo que Estados Unidos. Y sé que no hay acto más bárbaro y digno de la estirpe nazi que la destrucción de Irak ejecutada con la única finalidad de robar su petróleo. La misma barbarie de los belgas en el Congo y de los ingleses en el Putamayo que denunció y probó, prolijamente, Roger Casement, según lo narra Mario Vargas Llosa en su novela. Y sé cómo hicieron la guerra contra Nicaragua. Y sé cómo se vinculan las ocupaciones norteamericanas con el narcotráfico.


Si Obama estaba en contacto directo, como lo confiesa, con la unidad SEALS de asalto, y si aparte del primer guardaespaldas nadie disparó contra los asaltantes ni estaba armado, es obvio que el propio Obama, el Premio Nóbel de la Paz nunca más desprestigiado que ahora, dio la orden de asesinar frente a hijos y esposa a Osama y a los demás asesinados, no muertos.

Muy convenientemente, jamás se ventilará el caso en tribunales, las pruebas, los involucrados, la participación directa de las agencias norteamericanas en el propio atentado del 11 de septiembre.  

 
La imagen de Obama hoy tiene un áurea de César imperial que beneficiará su reelección. Al fin se asemeja a G. Bush. Al fin podrá limpiarse de tanta sangre las manos. PÁGINA 12 publica un artículo sobre el particular que comparto con ustedes.
MRD 


Un nuevo orgullo nacional impulsa a Obama

Un nuevo orgullo nacional impulsa a Obama

A. CAÑO   

El éxito militar acrecienta la posibilidad de reelección del presidente.
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Un Nobel sin escrúpulos




Por Atilio A. Boron

Un signo más de los muchos que ilustran la profunda crisis moral de la “civilización occidental y cristiana” que Estados Unidos dice representar lo ofrece la noticia del asesinato de Osama bin Laden. Más allá del rechazo que nos provocaban el personaje y sus métodos de lucha, la naturaleza de la operación que terminó con su muerte es un acto de incalificable barbarie perpetrado bajo las órdenes directas de un personaje que con sus conductas cotidianas deshonra al Nobel de la Paz.

En la truculenta operación escenificada en las afueras de Islamabad hay múltiples interrogantes; la tendencia del gobierno de los Estados Unidos a desinformar a la opinión pública torna aún más sospechoso este operativo. Una Casa Blanca víctima de una enfermiza compulsión a mentir nos obliga a tomar con pinzas cada una de sus afirmaciones. ¿Era Bin Laden o no? ¿Por qué no pensar que la víctima podría haber sido cualquier otro? ¿Dónde están las fotos, las pruebas de que el occiso era el buscado? Si se le practicó un ADN, ¿cómo se obtuvo, dónde están los resultados y quiénes fueron los testigos? ¿Por qué no se lo presentó ante la consideración pública, como se hiciera, sin ir más lejos, con los restos del Comandante Ernesto “Che” Guevara? Si, como se asegura, Osama se ocultaba en una mansión convertida en una verdadera fortaleza, ¿cómo es posible que en un combate que se extendió por espacio de cuarenta minutos los integrantes del comando norteamericano regresaran a su base sin recibir siquiera un rasguño? ¿Tan poca puntería tenían los defensores del fugitivo más buscado del mundo, de quien se decía que poseía un arsenal de mortíferas armas de última generación? ¿Quiénes estaban con él? Según la Casa Blanca, el comando dio muerte a Bin Laden, a su hijo, a otros dos hombres de su custodia y a una mujer que, aseguran, fue ultimada al ser utilizada como un escudo humano por uno de los terroristas. También se dijo que otras dos personas más habían sido heridas en el combate. ¿Dónde están, qué se va a hacer con ellas? ¿Serán llevados a juicio, se les tomará declaración para arrojar luz sobre lo ocurrido, hablarán en una conferencia de prensa para narrar lo acontecido?

No deja también de llamar la atención lo oportuna que ha sido la muerte de Bin Laden. Cuando el incendio de la reseca pradera del mundo árabe desestabiliza un área de crucial importancia para la estrategia de dominación imperial, la noticia del asesinato de Bin Laden reinstala a Al Qaida en el centro del escenario. Si hay algo que a estas alturas es una verdad incontrovertible es que esas revueltas no responden a ninguna motivación religiosa. Sus causas, sus sujetos y sus formas de lucha son eminentemente seculares y en ninguna de ellas –desde Túnez hasta Egipto, pasando por Libia, Bahrein, Yemen, Siria y Jordania– el protagonismo recayó sobre la Hermandad Musulmana o en Al Qaida. El problema es el capitalismo y los devastadores efectos de las políticas neoliberales y los regímenes despóticos que aquél instaló en esos países y no las herejías de los “infieles” de Occidente. El fundamentalismo islámico, ausente como protagonista de las grandes movilizaciones del mundo árabe, aparece ahora en la primera plana de todos los diarios del mundo y su líder como un mártir del Islam asesinado a sangre fría por la soldadesca del líder de Occidente.

Hay un detalle para nada anecdótico que torna aún más inmoral la bravata norteamericana: pocas horas después de ser abatido, el cadáver del presunto Bin Laden fue arrojado al mar. La mentirosa declaración de la Casa Blanca dice que sus restos recibieron sepultura respetando las tradiciones y los ritos islámicos, pero no es así. Los ritos fúnebres del Islam establecen que se debe lavar el cadáver, vestirlo con una mortaja, proceder a una ceremonia religiosa que incluye oraciones y honras fúnebres para luego recién proceder al entierro del difunto. Además se especifica que el cadáver debe ser depositado directamente en la tierra, recostado sobre su lado derecho y con la cara dirigida hacia La Meca. En realidad, lo que se hizo fue abatir y “desaparecer” a una persona, presuntamente Bin Laden, siguiendo una práctica siniestra utilizada sobre todo por la dictadura genocida que asoló a la Argentina entre 1976 y 1983.
Acto inmoral que no sólo ofende las creencias musulmanas sino a una milenaria tradición cultural de Occidente, anterior inclusive al cristianismo. Como lo atestigua magistralmente Sófocles en Antígona, privar a un difunto de su sepultura enciende las más enconadas pasiones. Esas que hoy deben estar incendiando a las células del fundamentalismo islámico, deseosas de escarmentar a los infieles que ultrajaron el cuerpo y la memoria de su líder. Barack Obama acaba de decir que después de la muerte de Osama Bin Laden el mundo es un lugar más seguro para vivir. Se equivoca de medio a medio.

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