La vida teatral
de Luis Muñoz Rivera [José Calderón Rivera: “La pluma como arma. La construcción de la identidad nacional de Luis Muñoz Rivera”. San Juan, s.e., 2010, 404 págs.]
De adolescente, admitirlo he, me impactó la fuerza del verso de Luis Muñoz Rivera. Eran mis años de lectura de los clásicos de Puerto Rico. Por lo demás, Muñoz Rivera era referencia obligada en la historia de Puerto Rico, particularmente ese barroco entresiglos tan dramático que va desde el año terrible del 1887, pasando por la Guerra de Independencia Antillana que presidió Martí, el llamado “gobierno autónomico” de 1897-98, el cañoneo y la ocupación militar de Puerto Rico por parte de Estados Unidos, los difíciles años de lucha del nuevo siglo, la colonia permanente, el país perpetuamente abortado que somos, y la relación de Muñoz Rivera con Hostos.
El libro de José Calderón Rivera expone de manera prolija lo que fue el tránsito tropezado o fluido del pensamiento de Muñoz Rivera a partir, fundamentalmente, del 1890, hasta su muerte. Su base de apoyo son los artículos periodísticos, aunque hace uso de la obra literaria, cartas y discursos. He de criticarle, en primer lugar, la repetición excesiva, a todo lo largo del libro, de las mismas ideas y la paráfrasis innecesaria de los discursos de este Muñoz.
En lugar de tanta paráfrasis, Calderón pudo haber aportado información de otras fuentes que le permitieran al lector aclarar coyunturas históricas. Por ejemplo, despacha en un párrafo o dos lo relativo al año de los compontes, a pesar de atribuirle a esa famosa represión efectos determinantes en las expresiones y en la conducta política de Muñoz. Otras lagunas de gran importancia son: la omisión casi absoluta de la gestión del brevísimo gobierno autonómico de 1898 y la relación de Muñoz con Hostos, la Comisión de Puerto Rico ante el gobierno colonial norteamericano y la Liga de Patriotas, por ejemplo.
He de criticarle además, a Calderón Rivera, la pretensión, al margen del rigor de la disciplina de la Historia, de justificar constantemente las ideas de Muñoz Rivera al calor de supuestas intenciones y subjetividades suyas que Calderón extrae de su obra literaria. Y ello al grado de pretender construir la figura histórica de Muñoz Rivera con lo que dijo y no con lo que hizo. Ni siquiera al poeta se le configura con lo que dice, sino con la obra que, en efecto, y objetivamente, realiza. Uno no es quien cree ser ni quien dice ser, sino lo que hace.
Con lo anterior me refiero a que Calderón Rivera desea presentar a Muñoz Rivera como un revolucionario independentista alegando que eso era lo que tenía él en su corazón, aunque su práctica política fuera, de manera constante y persistente, la de un “posibilista” pragmático que una y otra vez descarriló los procesos revolucionarios en Puerto Rico para reincidir, hasta la náusea me temo, en un acomodo autonomista que sólo frenó e hizo imposible el desarrollo de la nación y de la libertad. El propio Muñoz Rivera se da cuenta de eso, y así lo apunta Calderón Rivera en su libro, particularmente cuando no tiene otro remedio que dar cuenta de lo que ocurrió con Puerto Rico tras la ocupación norteamericana contrastándola con con Cuba y con Filipinas. Pero la prótesis de su mal pensar lo lleva a repetir ante los nuevos amos el mismo derrotero fracasado del servilismo que exhibió durante el despotismo español.
En lugar de elevar la figura de Luis Muñoz Rivera, la lectura de este libro me permite corroborar la idea que sobre él he tenido siempre: la de un hombre cuya mayor ambición fue poder administrar la colonia, fuera ya bajo el yugo de España o bajo el yugo yanqui. Tuvo conciencia suficiente para saber que su proceder político sólo le daba un país abortado y no un país vivo, pero eso no lo detuvo.
Lo demás, palabras y teatro
Marcos
Reyes
Dávila.
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