.
Nicaragua:
La Mar Dulce
La Mar Dulce
"Margarita, está linda la mar...
Rubén Darío
Hice mutis por el foro en este portal, unos días...
Es que estuve, ausente o presente, en Nicaragua, a orillas de sus aguas dulces. Quizás la imagen más emblemática del país la ofrezca el volcán Ometepetl que se yergue, dual –pues en realidad son dos volcanes emparejados– e imponente justo en medio del lago. Impresiona a quien visita la parte oeste del país –la del lado Pacífico, la más poblada– la numerosa cadena de volcanes que lo atraviesa creando numerosos depósitos de agua, quizás en su ofrenda, quizás para aplacar las furias y las penas. Volcanes y aguas.
No quiero, ni puedo, ni debo opinar sobre los asuntos políticos en controversia. Como latinoamericano medio extranjero, aunque enamorado ajeno, no me corresponde dar lecciones de lo que no he vivido y sólo conozco por lecturas con la ayuda esta brevísima visita.
Estuve en la nueva Managua levantada tras el terromoto catastrófico de 1972 a un lado de la vieja Managua, un poco más lejos del lago de Managua. Desde este punto visité principalmente las poblaciones del sur, Catarina y su lago Apoyo, Masaya y Granada, unidas por la Avenida Simón Bolívar, y una distancia mucho menor hacia el norte, donde están las lagunas de Xiloé y Apoyeque.
Estuve en la cima del volcán Masaya que emana fuertes gases de azufre. Gocé del espectáculo natural espléndido del archipiélago de Zapatera, aledaño a Granada, y punto norte del Mar Dulce conocido hoy como el gran Lago de Nicaragua que contiene la isla volcánica mencionada al principio de estas líneas, y más al sur el archipiélago de Solentiname que hicieran famoso los salmos de Ernesto Cardenal. La belleza de esta zona rivaliza en belleza con el Lago Como, al norte de Italia, ganándole a éste en estado natural.
Pude apreciar en la vieja Managua, la antigua Catedral de Santiago, en ruinas, a un lado de la Plaza de la República, el Palacio Nacional, el monumento a Sandino frente a la casa de los pueblos latinoamericanos que incluye a Puerto Rico –¡Gracias!–, las famosas huellas de Acahualinca, que ocultas bajo metros de tierra y lava volcánica, fueron sacadas a la luz accidentalmente y datan, quizás, de 6 mil de años de antigüedad. Impresiona que a sólo cuadra y media de la plaza, encontremos la desolación de un paisaje empobrecido, reducido por los terremotos, desalentado. El resto del país que alcanzamos a ver luce ordenado y bien dispuesto.
Aquí y allá se conservan recuerdos inolvidables de los terremotos catastróficos, de la “guerra” y de la revolución en paredes llenas de metralla. Una nueva elección se aproxima y por todo el país se observan letreros en defensa de la gestión del gobierno de Ortega que apelan, principalmente, y en este orden, a la Nicaragua “cristiana, socialista, solidaria”. Aquí y allá, varios de estos letreros exhiben huellas rojas de alguna pintura lanzada que se me figuró al principio como parte del arte del cartel, quizás en alusión al pasado guerrillero y heroico del Frente Sandinista en el que militó, como dirigente, el propio Ortega. Pero la realidad más probable es que sea una expresión de rechazo.
Un gobierno revolucionario, tras la Revolución Rusa de 1917 ya no es, ni puede serlo, un gobierno liberal que se permita pretender organizar un régimen de unidad nacional en una sociedad dividida en clases. Todo gobierno revolucionario, desde hace casi un siglo, sabe que está en guerra contra el orden liberal dominado por una burguesía que, aunque parezca nacional, o nacionalista, está al servicio del orden capitalista internacional, lo quiera así, o no lo quiera. Tal es el poder incuestionable de los grandes monopolios y entidades financieras del llamado 'mundo libre', orden que en realidad está en función de los intereses imperialistas del capital.
Ese poder, tras la caída de la Unión Soviética, se ha lanzado a la reconquista –neoliberal– del mundo, arruinando a los países, sometiéndolos a los intereses del gran capital y del mundo financiero, retrocediendo implacablemente las conquistas obreras y las libertades y derechos públicos, saqueando más profundamernte la riqueza de los pueblos y utilizando para ello abiertamente la violencia para aplastar las protestas contra todo reclamo de democracia. ¡Dios proteja a todos los pueblos del mundo del Fondo Monetario Internacional!
Si un gobierno desea defender los derechos de las grandes mayorías nacionales, sabe que deberá enfrentar una guerra que en el caso de Nicaragua ha sido particularmente atroz. Atrás quedan no sólo los atropellos del régimen colonial español y del filibustero norteamericano William Walker, sino el régimen de los “marines” yanquis, y el régimen asesino y dictatorial de los Somoza. Tras la revolución sandinista que derrotó a los Somoza, el país tuvo que continuar la guerra abierta contra los Estados Unidos que mantuvieron a los Somoza en el poder y luego bombarderon al país para intentar detener su caída, para terminar armando el famoso ejército de mercenarios de los “contra” y minando los puertos de Nicaragua.
Toda revolución que defienda los derechos del país frente a los intereses norteamericanos sabe que tiene que enfrentar una guerra, que puede ser más o menos disimulada y encubierta o abierta.
A Cuba, por ejemplo, le exigen los liberales del mundo –especialmente esos países europeos en cuyas venas corre la sangre de vampiro de ese pasado imperial que se mantiene a pesar de las apariencias democráticas burguesas– formas liberales de gobierno, olvidando que Cuba es un país que sufre una guerra perpetua de parte de Estados Unidos.
Toda guerra exige sacrificios y se ve obligada a sufrir excesos y errores. La Revolución Francesa que creó el régimen republicano y constitucional moderno guillotinó a miles de aristócratas, y aún así sufrió el retroceso de la restauración monárquica. No es en el plano de los individuos y en la selección de casos particulares y concretos donde se evalúa la justicia o injusticia de un cambio revolucionario, sino en el movimiento social amplio, y en el programa que conduce las acciones y las decisiones políticas.
Y ciertamente que no, no hay espacios medios. Pues toda concesión se convierte en debilidad y patrocina el ataque de un monstruo que nunca duerme, nunca sacia su hambre y nunca concede. Así se asesinó a Sandino.
Es que estuve, ausente o presente, en Nicaragua, a orillas de sus aguas dulces. Quizás la imagen más emblemática del país la ofrezca el volcán Ometepetl que se yergue, dual –pues en realidad son dos volcanes emparejados– e imponente justo en medio del lago. Impresiona a quien visita la parte oeste del país –la del lado Pacífico, la más poblada– la numerosa cadena de volcanes que lo atraviesa creando numerosos depósitos de agua, quizás en su ofrenda, quizás para aplacar las furias y las penas. Volcanes y aguas.
No quiero, ni puedo, ni debo opinar sobre los asuntos políticos en controversia. Como latinoamericano medio extranjero, aunque enamorado ajeno, no me corresponde dar lecciones de lo que no he vivido y sólo conozco por lecturas con la ayuda esta brevísima visita.
Estuve en la nueva Managua levantada tras el terromoto catastrófico de 1972 a un lado de la vieja Managua, un poco más lejos del lago de Managua. Desde este punto visité principalmente las poblaciones del sur, Catarina y su lago Apoyo, Masaya y Granada, unidas por la Avenida Simón Bolívar, y una distancia mucho menor hacia el norte, donde están las lagunas de Xiloé y Apoyeque.
Estuve en la cima del volcán Masaya que emana fuertes gases de azufre. Gocé del espectáculo natural espléndido del archipiélago de Zapatera, aledaño a Granada, y punto norte del Mar Dulce conocido hoy como el gran Lago de Nicaragua que contiene la isla volcánica mencionada al principio de estas líneas, y más al sur el archipiélago de Solentiname que hicieran famoso los salmos de Ernesto Cardenal. La belleza de esta zona rivaliza en belleza con el Lago Como, al norte de Italia, ganándole a éste en estado natural.
Pude apreciar en la vieja Managua, la antigua Catedral de Santiago, en ruinas, a un lado de la Plaza de la República, el Palacio Nacional, el monumento a Sandino frente a la casa de los pueblos latinoamericanos que incluye a Puerto Rico –¡Gracias!–, las famosas huellas de Acahualinca, que ocultas bajo metros de tierra y lava volcánica, fueron sacadas a la luz accidentalmente y datan, quizás, de 6 mil de años de antigüedad. Impresiona que a sólo cuadra y media de la plaza, encontremos la desolación de un paisaje empobrecido, reducido por los terremotos, desalentado. El resto del país que alcanzamos a ver luce ordenado y bien dispuesto.
Aquí y allá se conservan recuerdos inolvidables de los terremotos catastróficos, de la “guerra” y de la revolución en paredes llenas de metralla. Una nueva elección se aproxima y por todo el país se observan letreros en defensa de la gestión del gobierno de Ortega que apelan, principalmente, y en este orden, a la Nicaragua “cristiana, socialista, solidaria”. Aquí y allá, varios de estos letreros exhiben huellas rojas de alguna pintura lanzada que se me figuró al principio como parte del arte del cartel, quizás en alusión al pasado guerrillero y heroico del Frente Sandinista en el que militó, como dirigente, el propio Ortega. Pero la realidad más probable es que sea una expresión de rechazo.
Un gobierno revolucionario, tras la Revolución Rusa de 1917 ya no es, ni puede serlo, un gobierno liberal que se permita pretender organizar un régimen de unidad nacional en una sociedad dividida en clases. Todo gobierno revolucionario, desde hace casi un siglo, sabe que está en guerra contra el orden liberal dominado por una burguesía que, aunque parezca nacional, o nacionalista, está al servicio del orden capitalista internacional, lo quiera así, o no lo quiera. Tal es el poder incuestionable de los grandes monopolios y entidades financieras del llamado 'mundo libre', orden que en realidad está en función de los intereses imperialistas del capital.
Ese poder, tras la caída de la Unión Soviética, se ha lanzado a la reconquista –neoliberal– del mundo, arruinando a los países, sometiéndolos a los intereses del gran capital y del mundo financiero, retrocediendo implacablemente las conquistas obreras y las libertades y derechos públicos, saqueando más profundamernte la riqueza de los pueblos y utilizando para ello abiertamente la violencia para aplastar las protestas contra todo reclamo de democracia. ¡Dios proteja a todos los pueblos del mundo del Fondo Monetario Internacional!
Si un gobierno desea defender los derechos de las grandes mayorías nacionales, sabe que deberá enfrentar una guerra que en el caso de Nicaragua ha sido particularmente atroz. Atrás quedan no sólo los atropellos del régimen colonial español y del filibustero norteamericano William Walker, sino el régimen de los “marines” yanquis, y el régimen asesino y dictatorial de los Somoza. Tras la revolución sandinista que derrotó a los Somoza, el país tuvo que continuar la guerra abierta contra los Estados Unidos que mantuvieron a los Somoza en el poder y luego bombarderon al país para intentar detener su caída, para terminar armando el famoso ejército de mercenarios de los “contra” y minando los puertos de Nicaragua.
Toda revolución que defienda los derechos del país frente a los intereses norteamericanos sabe que tiene que enfrentar una guerra, que puede ser más o menos disimulada y encubierta o abierta.
A Cuba, por ejemplo, le exigen los liberales del mundo –especialmente esos países europeos en cuyas venas corre la sangre de vampiro de ese pasado imperial que se mantiene a pesar de las apariencias democráticas burguesas– formas liberales de gobierno, olvidando que Cuba es un país que sufre una guerra perpetua de parte de Estados Unidos.
Toda guerra exige sacrificios y se ve obligada a sufrir excesos y errores. La Revolución Francesa que creó el régimen republicano y constitucional moderno guillotinó a miles de aristócratas, y aún así sufrió el retroceso de la restauración monárquica. No es en el plano de los individuos y en la selección de casos particulares y concretos donde se evalúa la justicia o injusticia de un cambio revolucionario, sino en el movimiento social amplio, y en el programa que conduce las acciones y las decisiones políticas.
Y ciertamente que no, no hay espacios medios. Pues toda concesión se convierte en debilidad y patrocina el ataque de un monstruo que nunca duerme, nunca sacia su hambre y nunca concede. Así se asesinó a Sandino.
Marcos
Reyes
Dávila
No hay comentarios:
Publicar un comentario