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A propósito del puertorriqueño dócil
y los pies de las mujeres chinas.
Contra el discurso de Penchi
y Roberto Ramos Perea
Esto es un puertorriqueño. El de los pies a la izquierda. Los pies a la derecha son los de un país libre.
Yo mismo incurro reiteradamente en pesimismos al observar cómo, a pesar de la terrible situación en que vive este país, no logra levantarse la indignación ni la protesta. Pero sé a qué obedece esa carencia y nada tiene que ver con cómo “es” el puertorriqueño, puesto que el puertorriqueño no “es” diferente a ningún ser humano normal. Lo que nos hace “ser” como somos, un “ser” transitorio, es la historia que hemos vivido y que vivimos. Y ese ser, bueno es saberlo, puede cambiar, radicalmente, en cosa de una sola generación, puesto que cada niño nace con todas las posibilidades a su alcance, igual en todas las naciones del mundo.
He escuchado a Luis Penchi y a Roberto Ramos Perea hablar por radio de que el puertorriqueño es indolente, sumiso. Penchi dice no explicárselo. Roberto repite lo anterior con más fuerza.
En el fondo ambos reviven, en la práctica, sin querelo --y bien lo sé-- las tesis de René Marqués sobre el “puertorriqueño dócil”, y las de Antonio S. Pedreira en su famoso “Insularismo”, libro canónico de la generación del treinta, cuyos determinismos fundamentales, el racial y el geográfico, venían de una larga tradición precientífica del siglo anterior, por lo menos, para explicar la conducta antropológica y sociológica del puertorriqueño a base de la sangre india, la negra y la española y, también, de los estragos del clima. Pedreira escribió su famoso texto en los años de Albizu, en los años en que el nacionalismo se levantó para retar con una voluntad que adoleció por falta de respaldo suficiente, la dominación colonial y llenó al país de mártires y de sangre. La dignidad y la libertad son incompatibles en un cien por ciento con la sumisión del colonizado. Intenté participar llamando a la estación en dos ocasiones, pero no conseguí ser atendido, pues me consta que el compañero Roberto Ramos Perea es un puertorriqueño digno y libre.
La conducta profesional de Luis Penchi, la del crítico sagaz que es, revela otro tanto.
La conducta profesional de Luis Penchi, la del crítico sagaz que es, revela otro tanto.
Yo mismo incurro reiteradamente en pesimismos al observar cómo, a pesar de la terrible situación en que vive este país, no logra levantarse la indignación ni la protesta. Pero sé a qué obedece esa carencia y nada tiene que ver con cómo “es” el puertorriqueño, puesto que el puertorriqueño no “es” diferente a ningún ser humano normal. Lo que nos hace “ser” como somos, un “ser” transitorio, es la historia que hemos vivido y que vivimos. Y ese ser, bueno es saberlo, puede cambiar, radicalmente, en cosa de una sola generación, puesto que cada niño nace con todas las posibilidades a su alcance, igual en todas las naciones del mundo.
Pero Puerto Rico es una colonia multicentenaria. Una colonia es una patria que no es. Hostos decía que no tenía patria, que intentaba construir una, pues una patria no existe fuera de la libertad porque ningún país se construye desde fuera, sino desde sí mismo. Y no se construye desde fuera porque una colonia no es una construcción sino una deconstrucción, una colonia es un pueblo que se anula, que se castra, se desarrolla como aquellos pies monstruosos de las niñas chinas a quienes le amarraban con paños los pies para que no crecieran.
Puerto Rico es un país que nunca ha gozado de hacer cosas fundamentales como pueblo, aunque sí en el plano individual. Puerto Rico es un país que nunca ha podido tomar decisiones de asuntos fundamentales, y lo entretienen jugando juegos de trivialidades y nimiedades. Puerto Rico es un pueblo que sabe que no tiene en sus manos opciones reales de nada importante. Por eso gobiernan los peores, todo el mundo sabe que la última instancia para todo es foránea, la colonial que aquí llaman con la palabra enmascarada de “federal”. El dominio colonial y la represión ha sido tan intensa que el reto del nacionalismo se disolvió en cárceles, sangre y exilio, dejándonos un bipartidismo de parásitos coloniales que es casi, ya unipartidismo, como en cualquier dictadura, pues ambos partidos representan los mismos intereses de los empresaurios coloniales. No me ha sido necesario hablar de dependencia inducida, de la compra de la conciencia con innumerables subsidios y cupones, del cáncer del narcotráfico, del lumpen, ni de cómo tanto desempleo pretende invalidar la tesis de Corretjer sobre la patria libre que será hija de las manos que trabajan.
Todo esto, sin embargo, siempre puede cambiar de súbito, en cosa de una generación, pues cada cual nace con los pies sanos. Por eso dijo Hostos que “nunca dejará nuestra patrria de ser nuestra”.
No olvidemos que, la mayoría de los puertorriqueños, no ha nacido todavía.
Marcos
Reyes
Dávila
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