martes, 24 de enero de 2012

Recital GUAJANA 50 Aniversario en UPR-Humacao

lunes, 16 de enero de 2012

Edgardo Rodríguez Juliá versus Calle 13

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Coloqué esta nota a las 9:30 de la mañana. Al terminar el día tenía más de 3,500 visitas en el       portal. Un lector desde España me dice que no sabía que lo de Calle 13 era regeatón; que creía era un milagro. El milagro tocó hasta mi portal.


Edgardo Rodríguez Juliá 
versus Calle 13


He quedado verdaderamente asombrado tras la lectura de la columna de Edgardo Rodríguez Juliá publicada en EL NUEVO DÍA con el título de "La calle al revés".

Ya sea el desprecio por una modalidad artística que apasiona a millones a través del mundo entero --no así a mí en realidad--, o que llevó a organizaciones como los Grammy a otorgarle un récord de premios, o a la clase artística venezolana con Dudamel a la cabeza, o el desprecio inaudito a la obra de Eduardo Galeano, o la subestimación de la figura histórica de Hugo Chávez, toda la columna de Rodríguez Juliá luce tan descabellada que se dijera el exabrupto intolerante de la envidia de un endiosado. 

Rodríguez Juliá nunca fue santo de mi devoción pues percibí siempre un ojo clasista, que ahora exhibe como pavo real al desnudo en esta diatriba contra Calle 13. Se ha colocado el célebre cronista y novelista en la lista preferida de los amigos de Jorge Santini y demás mayordomos del régimen colonial enemigo del pueblo de Puerto Rico, ¡¡ y eso lo enorgullece!!

Endoso totalmente las opiniones expresadas aquí por Roberto Ramos Perea.
Marcos Reyes Dávila
Catedrátrico UPRH


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Contestación a Edgardo Rodríguez JuliÁ
sobre el tema de Calle 13 y el Ateneo.
Por Roberto Ramos-Perea
Dramaturgo Puertorriqueño

Asombrosa la columna “La calle al revés” del día 15 de enero de este año en El Nuevo Día, del escritor Edgardo Rodríguez Juliá. La discuto.

Calificar “el arte contemporáneo” como “mierda”, es prueba suficiente de que el compañero tiene algún resentimiento en el que se incluye con beneplácito en el oloroso apelativo, pues sus novelas ciertamente son parte de eso que llamamos “arte contemporáneo”.

Señala este novelista que “basta que a alguien se le ocurra una idea, o un “concepto” y, ¡eureka!, se trata de una obra de arte y un artista”. Bueno… ¿y no se supone que sea así? Todas las grandes reacciones a lo establecido como arte se han regido por ese sencillo principio. Así nació el renacimiento, la ilustración, el barroco, el neoclásico, el romanticismo, el realismo, las vanguardias y el arte posmoderno. Es decir, que este notable escritor elimina de un plumazo la naturaleza misma de la evolución artística. Desafortunada aseveración de un profesor universitario.

Para sostener su argumento exige que todo artista deba acudir a las aulas a educarse en los principios de su arte, -cosa a la que nadie podría oponerse- y sentencia que “quizá, algún día” ese hipotético artista pueda convertirse en genio. Vaya, ¡tan largo me lo fiáis! El artista según Rodríguez Juliá tiene que complacer los criterios y el gusto de los que dominan el oficio, pasar su censura, cedazo y gusto, para merecer llamarse artista. ¿Quiénes son esos y quién les dio la autoridad para decidir cosa tan trascendental a la evolución del arte?  ¿Se considera él, uno de ellos? El, que concibió e intentó, como un ¡eureka! un arte de novelar testimonial que si bien agradó a  muchos, también puso a desproticar a otros que consideraron que El entierro de Cortijo era “una mierda” de novela. Decir tamaña cosa sobre la necesidad del estudio para quedar autorizado a la expresión artística nos llevaría a quemar las obras de Van Gogh, por ejemplo, porque nunca tomó un curso de dibujo o la misma música de Cortijo, Maelo, y tantos soneros de los que el escritor es fanático, simplemente porque no estudiaron en el Conservatorio de Música.

Dice este novelista que Puerto Rico “es un país a medio hacer” (juicio de Puerto Rico que es remedo del de Jacinto de Salas y Quiroga, poeta español “Puerto Rico es el cadáver de una sociedad que no ha nacido”. 1839.). Bueno, muchos creen con más asertividad que este es un país “a medio gobernar”. Si el compañero confunde los despóticos gobiernos que hemos tenido con las insuficiencias que el pueblo ha padecido por esa misma causa, entonces el compañero no conoce lo que es resistencia, nacionalidad, identidad y producción cultural a la que él mismo ha contribuido con su quehacer. Si es el país y no su gobierno el que está “a medio hacer”, él mismo tiene buena parte de la culpa por apoyar a gobiernos que han “medio hecho” al país.

Se lamenta que “los puertorriqueños inventamos el reguetón”. Si busca en el mismo Google a donde él nos ha mandado, se dará cuenta de que no es una invención del todo nuestra, sino una fusión de muchos intentos y ritmos de otras latitudes que en el proceso dinámico de influencias e intercambios, crea una singularidad que algunos han llamado “nuestra” y que tiene todo el derecho de ser “machacona cantaleta” y a quien debe concedérsele, en aras de la “democracia” creativa, “la rabia lumpen”. Hace tiempo que los intelectuales debieron dejar de usar la palabra “lumpen” porque en su despreciable relatividad, dice más de nosotros, que de lo que realmente queremos cualificar. Sería bueno que Rodríguez Juliá tuviese la pública oportunidad de definir ese “lumpen”. Sobretodo desde una óptica socialista e igualitaria, y ante todo justa. Llamar lumpen al títere de la calle, al tecato, al asesino, al drogo, es ante todo un reduccionismo capitalista –e infantilista de izquierda- que desconoce las razones políticas, sociales y culturales de nuestra miseria moral. Pero esa frase ante todo, es un desprecio de blancos.

  Al llamar al reguetón “horrible música”, no deja mucho espacio a la valoración justa de un género que puede ganarse todo nuestro disgusto, pero no podemos, en respeto a la inteligencia negarle su originalidad, su misión como vocero de realidades que no se conocen en Guaynabo City donde vive Rodríguez Juliá. ¿Por qué negarle el mérito de ser expresión genuina de la violencia de nuestras calles, de nuestros bajos fondos, de corrupción moral, de miserias y también, ¿por qué no?, de nuestras esperanzas, sueños, sexualidad, anhelos, amores y afectos? ¿No es eso lo que hace el arte de la novela que practica el colega, y que practico yo en el teatro? Sí, obvio, pero no andamos por ahí, en respeto a nuestra inteligencia y nuestra capacidad crítica, vomitando lo “horrible” que es la literatura puertorriqueña. ¿Por qué? Porque se trataría de meros y baratos gustos y opiniones y los años nos han enseñado que de gustos y opiniones no se discute.

El colega escritor remata con refinísima blancura aristocrática que “la popularidad global de Calle 13 sólo es prueba de que el gusto actual está en el mero “anus mundi”. ¿Dónde realmente queda el “anus mundi”? ¿En la antípoda del “anus blancus”?

Comparar las penurias y sacrificios de los jóvenes que componen la Sinfónica Juvenil de Venezuela “que dominaron el solfeo”, con “chamacos frescos de la clase media puertorriqueña, versión Trujillo Alto, que asaltaron la fama de los nueve Grammys latinos”, es una símil traída por los pelos, pues hablamos de espacios sociales diferenciados e intervenidos por elementos foráneos que a su vez crean productos culturales propios de su contexto, ¿por qué omitir esto tan obvio para marronear un argumento? Si no le gusta la canción Latinoamérica de Calle 13, derecho tiene. Pero no me haga pasar su opinión como un criterio de excelencia.

  Llamar “autócrata” a Chávez nos obligaría a preguntar si el colega tiene algún otro autócrata en mente que haya influenciado a Calle 13, el país donde nació y la música que canta. Nos parece caprichosa y colorida la designación de un político que puede no ser simpático a mucha gente, pero ¡qué curioso!, mira de dónde viene el reaccionario apelativo, de un escritor en un país donde ¿no manda también un autócrata, que no tendrá petróleo, pero ha sido todo un experto en el robo de fondos federales y en la explotación de su pueblo?

El ataque al escritor Eduardo Galeano nos suena a sangrado personal. Llamar simplista a una de las voces más potentes en el análisis de lo que es y ha sido la resistencia latinoamericana –cosa que él mismo no podría negar si realmente la conociera y la juzgara con sencillos principios y valores socializantes, es harto simplista. Digo, yo me imagino que Rodríguez Julia como intelectual y escritor ostenta en su escala de valores, valores socializantes y democráticos, me parece. Si no es así, que aclare a qué valores sirve su obra. Digo, para estar claros de con quién hablamos, ¿no?

Si para este escritor puertorriqueño el imperio yanqui no es maligno, entonces enmudecemos por asombro… ¡nada más que hablar!, desde 1898, según él, hemos vivido en las papas. Y entonces, ¡ya apareció el peine! Y lo justifica con la atroz generalidad de señalar que los latinoamericanos prefieren ir a Estados Undios a ser esclavos, que luchar por sus países. Coño… esto es afrentoso, no solo contra los emigrantes a quienes ha llamado menos que mierda, sino contra los millones de muertos caídos en las luchas antiimperialistas latinoamericanas y puertorriqueñas, a quienes ha llamado en palabras “finas”, cobardes y pendejos.

Entonces su simplismo se pone necio al señalar que tal lucha es una cursilería izquierdizante que convenció a los “sabios del Ateneo” y a “Luis Gutiérrez”. Y luego de este derechismo fascista tan apabullante podría acabar nuestra discusión con una buena andanada de insultos. Pero prefiero recordar que este escritor fue el que un día entró al Ateneo y admirando la Galería de Puertorriqueños Ilustres entre los que se encontraba Betances, Albizu, Segundo, Tapia, Hostos, Julia de Burgos, De Diego, dijo con desparpajo insolente, “¿quienes son todos esos viejos chivús y qué habían hecho para estar allí?” Y que no lo niegue porque soy testigo. Tal vez desde allá vienen los resentimientos de este escritor con el Ateneo. Pues le informo que sí, que en el Ateneo hay sabios. Los ha habido, los hay y los habrá, si sabiduría es la iluminada presencia de la combinación entre la inteligencia y la sensibilidad, el respeto por el pasado, la comprensión del presente, la compasión por el futuro y el compromiso de mejorarlo y sobre todo la madurez de la tolerancia. De esta sabiduría, Rodríguez Juliá no tiene ninguna y el Ateneo tiene 138 años de lucha y logro por la identidad de la Nación puertorriqueña.

Dice además que “René y Calle 13, quien cuenta entre sus grandes virtudes patrióticas haber insultado a Fortuño e insinuado la afición al dulce de coco por el alcalde Santini”… bueno, tal vez entre las grandes virtudes patrióticas debería estar la expresión de la indignación y el ridículo para el que ostenta el poder “autocráticamente”. Que bien estaría si todos expresáramos la reacción fuerte, vigorosa, insultante y clara contra el que nos ofende y nos ultraja… y no la petulancia de creerse estar por encima de la indignación con una herramienta tan pueril como la soberbia intelectualoide, la indiferencia y la indolencia. ¡Ojalá y todos pudiéramos insultar y ridiculizar al Gobernador en el espacio público que él lo hace todos los días!, y aún haciéndolo, no igualaríamos jamás al insulto, ultraje y desvergüenza que Fortuño y Santini han derramado sobre su pueblo en todos sus años de desgobierno.

Sobre si Oscar López merece más la medalla que Calle 13, bueno, sobre eso no hay discusión sino una aclaración. Oscar López ha dado su vida por esta patria, y por esa razón, el Día de la Bandera, la máxima actividad de afirmación identataria que hace el Ateneo, se le dedicó a Oscar López Rivera. En su nombre se izó una bandera que es la bandera de todos los puertorriqueños, -puede ser que no sea la de Rodríguez Julía-, pero sí es la de todos. No hay medalla –llámese como se llame- que supere ese honor que el Ateneo otorga. Y ese honor lo recibió ese inmenso patriota que es Oscar López Rivera, a quien el Ateneo ha honrado, no solo ese día, sino en varias otras ocasiones que Rodríguez Juliá desconoce por su encierro en su finísima Torre de Marfil.

El izamiento de la enseña nacional se le ha dedicado al Movimiento Estudiantil de la UPR, a muchos otros patriotas y a la bandera misma. El que el Ateneo acuñe una medalla con el rostro del Padre de la Patria, es precisamente un símbolo de que quienes la reciben, viven y luchan por las mismas cosas que Betances luchó. Calle 13 ha integrado a Puerto Rico al alma latinoamericana a través de su canciones y su insobornable compromiso con las luchas igualitarias de nuestro continente latinoamericano. Esto ha sido reconocido, no solo por el Ateneo sino por todos las hermanas repúblicas latinoamericanas. Aquí, este “gobierno” a medio hacer, no le permite un concierto.

¿Ganó notoriedad el Ateneo por esta acción? Después de 138 años de lucha por la identidad nacional, después de izar la bandera sola en los jardines del Ateneo, después de sobreponernos a gobiernos tiránicos como el de Roselló y Fortuño, y ahora a las sabidurías inamibles de Liza Fernández, ¿necesita el Ateneo “la notoriedad y celebridad de los nueve Grammys”?  No creo.

En el ejercicio de su libertad, (o mejor decir: porque le dio la realísima gana), el Ateneo ha hecho este merecido homenaje a Calle 13 y se refirma en él. Aunque yo no puedo hablar en su nombre porque soy solo uno en una Junta de 17 personas de criterios diferentes –como institución de tribuna libre y democrática- , sentencio desde mi criterio, que esto es así.

Tras años de status quo con respecto al rol del Ateneo ante la sociedad, el nuevo Ateneo ha decidido que se debe a su pueblo más que sus intelectuales. Ha decidido democratizar su labor a la gente a la quien sirve. Esto no se pudo hacer por mucho tiempo, pues presidió el Ateneo una forma de pensar muy blanca y elitista, para quien Calle 13 representaría lumpen, incultura y poca finura. Ahora, con la nueva Junta, el pueblo puertorriqueño recibe al Ateneo como lo que siempre debió ser, la Casa de la Patria, no una égida de intelectuales blancos, temerosos del gobierno, dedicados a escucharse entre ellos mismos. El Homenaje a Calle 13, al prisionero político Oscar López y la colocación de la estatua del proscrito Betances, ratifican ese compromiso inalienable del Ateneo con su pueblo.

Creo que el frívolo es Rodríguez Juliá, el que necesita revisar sus nociones de puertorriqueñidad es él, ya que sus ideas políticas han hablado con inmensa claridad sobre el olímpico salto que acaba de dar. Es una pena. Por esta misma razón, las futuras generaciones tendrán que buscar a Rodríguez Juliá, no en sus obras, sino en el “Rincón del vago”, en Google.

lunes, 9 de enero de 2012

El Exilio permanente de Hostos



El exilio permanente 
de Eugenio María 
de Hostos
 

Decir que Eugenio María de Hostos fue un exiliado es una perogrullada. Nacido en el 1839, salió a estudiar a Bilbao en el 1852 con solo trece años, de modo que al morir en el 1903 había vivido en Puerto Rico entre quince y dieciocho años, a lo sumo, si se cuentan las breves temporadas que vivió en la isla y la estadía de casi dos años tras la invasión norteamericana de 1898. No obstante, el “ilustre desconocido” fue reconocido en las asambleas que se celebraron en Puerto Rico para elegir a los comisionados que representarían al país ante el gobierno de Wáshington.

Aunque Hostos sí reconoció a las organizaciones antillanas de la emigración, es interesante observar que, en cambio, al regresar a Puerto Rico en el 1898, Hostos no apeló a los partidos políticos existentes en el país sino a los poderes civiles con los que intentó organizar la Liga de Patriotas para reclamar el derecho del pueblo de Puerto Rico a la celebración de un plebiscito. En Mayagüez intentó fundar un instituto municipal de educación. La Ley Foraker de 1900 y la inercia política de los puertorriqueños que nos ha impedido exigir y realizar en más de 113 años de coloniaje norteamericano un solo  plebiscito verdadero, lo puso de regreso en el exilio.

Sabido es, por otra parte, que en el 1874, ante el encargado de pasajes en un puerto de Brasil, Hostos contesta que no tiene pasaporte porque no tiene nacionalidad: “Estoy creándola”, responde. Tomando en cuenta todo lo anterior uno se pregunta sobre el sentido del exilio en Hostos.

Martí dijo que no habría literatura hispanoamericana hasta que no existiera Hispanoamérica. En el espíritu de esa expresión late implícita la idea de que bajo la vida dependiente, colonial no existe verdaderamente un país. Hostos sentenció como principio de los “Independientes”, que “la Libertad era un modo absolutamente indispensable de vivir”. Y es que Hostos no concebía la vida fuera de la libertad. Por eso su proyecto educativo era irrealizable en un medio colonial. 




En la biografía-estudio sobre “Plácido”, Hostos apuntó, en un boceto publicado en la edición crítica de las obras de Hostos, que “en las épocas de esclavitud no hay hombres. Hay a lo sumo tentativas de hombres”; que “los pueblos esclavos no tienen historia”; que “los pueblos que no se pertenecen a sí mismos, como los hombres que no se pertenecen, no tienen conciencia de su vida”; que, citando a un español, “Puerto Rico es el cadáver de un país que no ha nacido”. (I.III: 444)

Hablábamos la otra noche en Radio Isla, en el programa de Gustavo Rodríguez, “Sálvese quien pueda”, de la necesidad o conveniencia de implantar en Puerto Rico un programa educativo hostosiano. Es imperativo concluir que no es posible hacerlo. El anuncio por parte del Departamento de Educación de que no se celebrará más la Semana de la Puertorriqueñidad es consistente con un gobierno que reduce a la indigencia los programas y las instituciones culturales, y se pinta a sí mismo como el "patito feo" de Llorens.

El programa educativo hostosiano parte del reconocimiento propio, del círculo concéntrico más cercano del estudiante que es el yo propio, y luego, el núcleo familiar inmediato. Cualquiera sabe que en Puerto Rico el sistema niega, rechaza y repugna de la propia identidad y que la educación huye del reflejo de su propio rostro en un espejo. La colonia corroe, mina, carcome, desarticula la identidad propia porque la identidad individual ampara sus columnas en la zapata o zócalo de la nacionalidad. La vida política en una colonia es colonial, invariablemente, del mismo modo que lo es la vida cultural. Lo que se levanta en el país es un garabato, una parodia, un remedo.  Es por eso –aparte de la horca y el componte– que Hostos no pudo vivir en Puerto Rico ni pudo levantar exitosamente la Liga de Patriotas y el Instituto Municipal.  La vida colonial hay que romperla: nada se construye con ella.

Sus restos, que descansan con fuego eterno en el Panteón de los Héroes de la República Dominicana, viven un exilio que seguramente él supo que sería permanente.

Marcos 
Reyes 
Dávila

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