Contra los Cien Escritores
Contra Correa:
la gran tarea
la gran tarea
del verdadero periodismo
Cuando asistí al Congreso de la Lengua Española celebrado en Cartagena, argumenté que era periodista dado el hecho de dirigir por casi veinte años la revista académica de la Universidad de Puerto Rico en Humacao –EXÉGESIS–, y se me concedió ese reconocimiento. Quizás fuera atrevimiento de mi parte, pero es un hecho además que he publicado centenares de artículos en revistas y en periódicos, muchas veces sobre temas que van más allá de lo meramente literario.
Leo hoy con sorpresa que se publica una carta pública de “más de cien” supuestos escritores que ultrajan al presidente de Ecuador, Rafael Correa, acusándolo de “abuso de poder” para defender a los directores del períodico El Universo y al señor Emilio Pacheco en particular. El País, medio de derecha, publica la carta de los cien y publica aparte una nota periodística. El Nuevo Día, medio puertorriqueño también de derecha, publicó el pasado viernes 24 de febrero de 2012 el artículo de Pacheco que dio origen a una larga controversia que derivó en los tribunales y que tras las apelaciones culminó en el Tribunal Supremo con la condena a El Universo por libelo.
Los supuestos cien escritores, entre los cuales sólo hallo un manojo de nombres que me causen tristeza, califican de entrada el proceso judicial de la Corte Suprema de Ecuador como “persecución”. [La nota de Vargas Llosa, que es posterior a estas líneas, no me da tristeza, claro está. Gusto me da estar en la otra orilla de la disputa pues me confirma que estoy en la posición correcta.] Alegan que el presidente Correa intervino en las sentencias y adjudicaciones de la corte, lo que constituye un nuevo libelo. Asume que Correa busca con ello “un rápido enriquecimiento personal” que no creo que necesite el presidente más votado y más prestigioso de Ecuador desde Eloy Alfaro, y confunden la tarea periodística honesta y libre con las acciones de esos dueños de periódicos.
Repudian, además, la concentración de poderes en el jefe de Estado como si ésta, de ser cierta, no fuera producto de votaciones masivas y ampliamente mayoritarias, por lo tanto, producto del proceso democrático y determinación válida del pueblo de Ecuador. Aquí , si no nos llamamos a engaño, se trata de socavar la imagen de uno de los presidentes latinoamericanos que han realizado en la historia los deseos de José Martí cuando soñó, utópicamente, con presidentes en los países de Nuestra América que se recogieran las mangas, que hablaran las lenguas de los indios y fueran servidores verdaderos de sus pueblos. Aquí, si no queremos llamarnos a engaño, se trata de socavar a una de las columnas que apuntaló al ALBA, a la CELAC, a la integración bolivariana de los pueblos de Nuestra América contra las fuerzas seculares que los han oprimido y explotado.
Eugenio María de Hostos fue, antes que otra cosa, un “propagandista revolucionario” que publicó o dirigió numerosos medios de prensa con su campaña irrenunciable de independencia y de libertad, para las Antillas primero, pero luego, y casi igual de cerca que sus islas, para todos los países de la América Latina, para el pueblo español, y para todos los países acosados por la opresión y el coloniaje del planeta entero. Por eso Hostos no dejó de reflexionar tampoco acerca del periodismo (Obras completas, VI, 249-254). En un artículo titulado concretamente “El periodismo”, publicado según parece en Argentina, Hostos señala que el periodismo es un “sacerdocio”, un “magisterio” y un “poder” que “no puede sustraerse a la influencia latente que sobre ella [la conciencia] ejercen la verdad, el bien y la armonía” (249) y que no debe producir otra cosa que “la verdad y la justicia”. Si el periodismo no conoce en su principio lo que es bueno, lo justo y lo equitativo, añade Hostos –uno de los grandes moralistas de la América Nuestra–, entonces no hay periodismo, sino oficio de “mercader”. Una cosa es el derecho a informar, y, otra, la calumnia y la desinformación. Una cosa es el periodismo como oficio verdadero, y otra, la empresa comercial mediática de los dueños capitalistas. Hay medios que adelantan las causas justas, y por cada uno de éstos hay muchísimos más cuya función es crear una opinión que mantenga en el poder a las clases que abusan de los pueblos. Estos medios son enemigos de los pueblos. Y se han erigido en los acorazados más temible de los poderes imperiales.
La lectura del artículo de Palacio asquea, primero porque con el mayor tono cínico llama “dictador” repetidamente a Correa –el presidente más votado y popular de la historia de Ecuador desde Alfaro– y segundo, porque asegura que el atentado contra la vida del presidente y el abortado golpe de estado que se trasmitió en vivo por televisión y que yo vi como tantos otros millones, fue, según dice Palacio un “guión improvisado” que en lugar de tener como víctima a un Correa recién operado de las piernas y asfixiado por los gases, lo fueron los policías que intentaron derrocarlo, pues, según sostiene, repito, Palacio, Correa ordenó “fuego a discreción” contra un hospital lleno de civiles. Yo vi los gases lacrimógenos, la huida del presidente hacia el hospital, escuché los disparos, cómo distintos grupos intentaron el control de servicios claves, incluido el parlamento y cadenas de comunicación, y vi los impactos de bala. Negar el intento de golpe de estado es absurdo. Telesur y muchísimos medios son testigos. Creo que ni siquiera CNN en Español se atrevería a negarlo.
Toda revolución es una lucha de fuerzas. Con estas personas se alinean, para mi sorpresa, los cien “escritores”. Yo me alineo con los países del ALBA y de la CELAC, con el periodismo definido a lo Hostos, con los tribunales injuriados por esta gente, con Telesur, con la revolución ecuatoriana y con Correa. Claramente.
Marcos Reyes Dávila
Cuando asistí al Congreso de la Lengua Española celebrado en Cartagena, argumenté que era periodista dado el hecho de dirigir por casi veinte años la revista académica de la Universidad de Puerto Rico en Humacao –EXÉGESIS–, y se me concedió ese reconocimiento. Quizás fuera atrevimiento de mi parte, pero es un hecho además que he publicado centenares de artículos en revistas y en periódicos, muchas veces sobre temas que van más allá de lo meramente literario.
Leo hoy con sorpresa que se publica una carta pública de “más de cien” supuestos escritores que ultrajan al presidente de Ecuador, Rafael Correa, acusándolo de “abuso de poder” para defender a los directores del períodico El Universo y al señor Emilio Pacheco en particular. El País, medio de derecha, publica la carta de los cien y publica aparte una nota periodística. El Nuevo Día, medio puertorriqueño también de derecha, publicó el pasado viernes 24 de febrero de 2012 el artículo de Pacheco que dio origen a una larga controversia que derivó en los tribunales y que tras las apelaciones culminó en el Tribunal Supremo con la condena a El Universo por libelo.
Los supuestos cien escritores, entre los cuales sólo hallo un manojo de nombres que me causen tristeza, califican de entrada el proceso judicial de la Corte Suprema de Ecuador como “persecución”. [La nota de Vargas Llosa, que es posterior a estas líneas, no me da tristeza, claro está. Gusto me da estar en la otra orilla de la disputa pues me confirma que estoy en la posición correcta.] Alegan que el presidente Correa intervino en las sentencias y adjudicaciones de la corte, lo que constituye un nuevo libelo. Asume que Correa busca con ello “un rápido enriquecimiento personal” que no creo que necesite el presidente más votado y más prestigioso de Ecuador desde Eloy Alfaro, y confunden la tarea periodística honesta y libre con las acciones de esos dueños de periódicos.
Repudian, además, la concentración de poderes en el jefe de Estado como si ésta, de ser cierta, no fuera producto de votaciones masivas y ampliamente mayoritarias, por lo tanto, producto del proceso democrático y determinación válida del pueblo de Ecuador. Aquí , si no nos llamamos a engaño, se trata de socavar la imagen de uno de los presidentes latinoamericanos que han realizado en la historia los deseos de José Martí cuando soñó, utópicamente, con presidentes en los países de Nuestra América que se recogieran las mangas, que hablaran las lenguas de los indios y fueran servidores verdaderos de sus pueblos. Aquí, si no queremos llamarnos a engaño, se trata de socavar a una de las columnas que apuntaló al ALBA, a la CELAC, a la integración bolivariana de los pueblos de Nuestra América contra las fuerzas seculares que los han oprimido y explotado.
Eugenio María de Hostos fue, antes que otra cosa, un “propagandista revolucionario” que publicó o dirigió numerosos medios de prensa con su campaña irrenunciable de independencia y de libertad, para las Antillas primero, pero luego, y casi igual de cerca que sus islas, para todos los países de la América Latina, para el pueblo español, y para todos los países acosados por la opresión y el coloniaje del planeta entero. Por eso Hostos no dejó de reflexionar tampoco acerca del periodismo (Obras completas, VI, 249-254). En un artículo titulado concretamente “El periodismo”, publicado según parece en Argentina, Hostos señala que el periodismo es un “sacerdocio”, un “magisterio” y un “poder” que “no puede sustraerse a la influencia latente que sobre ella [la conciencia] ejercen la verdad, el bien y la armonía” (249) y que no debe producir otra cosa que “la verdad y la justicia”. Si el periodismo no conoce en su principio lo que es bueno, lo justo y lo equitativo, añade Hostos –uno de los grandes moralistas de la América Nuestra–, entonces no hay periodismo, sino oficio de “mercader”. Una cosa es el derecho a informar, y, otra, la calumnia y la desinformación. Una cosa es el periodismo como oficio verdadero, y otra, la empresa comercial mediática de los dueños capitalistas. Hay medios que adelantan las causas justas, y por cada uno de éstos hay muchísimos más cuya función es crear una opinión que mantenga en el poder a las clases que abusan de los pueblos. Estos medios son enemigos de los pueblos. Y se han erigido en los acorazados más temible de los poderes imperiales.
La lectura del artículo de Palacio asquea, primero porque con el mayor tono cínico llama “dictador” repetidamente a Correa –el presidente más votado y popular de la historia de Ecuador desde Alfaro– y segundo, porque asegura que el atentado contra la vida del presidente y el abortado golpe de estado que se trasmitió en vivo por televisión y que yo vi como tantos otros millones, fue, según dice Palacio un “guión improvisado” que en lugar de tener como víctima a un Correa recién operado de las piernas y asfixiado por los gases, lo fueron los policías que intentaron derrocarlo, pues, según sostiene, repito, Palacio, Correa ordenó “fuego a discreción” contra un hospital lleno de civiles. Yo vi los gases lacrimógenos, la huida del presidente hacia el hospital, escuché los disparos, cómo distintos grupos intentaron el control de servicios claves, incluido el parlamento y cadenas de comunicación, y vi los impactos de bala. Negar el intento de golpe de estado es absurdo. Telesur y muchísimos medios son testigos. Creo que ni siquiera CNN en Español se atrevería a negarlo.
Toda revolución es una lucha de fuerzas. Con estas personas se alinean, para mi sorpresa, los cien “escritores”. Yo me alineo con los países del ALBA y de la CELAC, con el periodismo definido a lo Hostos, con los tribunales injuriados por esta gente, con Telesur, con la revolución ecuatoriana y con Correa. Claramente.
Marcos Reyes Dávila
-Puerto Rico
- Catedrático y poeta