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JOSÉ DE DIEGO,
plenitud, infausto*
Por Marcos Reyes Dávila
“Nacido en un país infausto...” J. de Diego
Habida cuenta tengo --y debo-- de la torcida coherencia del título de estas líneas. Pero al intentar calibrar la obra poética de José de Diego se impone sobre el espíritu del lector la plenitud de su vida, de intensidad difícilmente abarcable, y la gravedad de su destino infausto.
La más justa valoración del sentido general de la obra poética de José de Diego (1867-1918) debería colocarlo en un diagrama diacrónico del desarrollo de la poesía puertorriqueña concebido de manera independiente de los ismos de la literatura española, cuanto menos como uno de los iniciadores de ese periodo que Francisco Manrique Cabrera llamara “generación del tránsito y del trauma”. En esta idea seguimos la periodización que publicamos en nuestra “Antología crítica de literatura puertorriqueña: 1493-1898", subtítulo éste de la obra que bajo el título general de La tierra prometida, publicamos en el 1986 (Reyes Dávila y María del C. Currás, Hato Rey, Puerto Rico: Borikén Libros), pues así lo dispusimos en el plan del segundo tomo de esta obra que nunca se publicó. Josemilio González (La poesía contemporánea en Puerto Rico, San Juan, Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1972) lo considera, a la vez, poeta de transición y primer poeta modernista de Puerto Rico.
La crítica puertorriqueña en general (Josefina Rivera de Álvarez, Margot Arce de Vázquez, Concha Meléndez, Josemilio González, et. al.) no duda en subrayar la esencial vena modernista de la poesía de José de Diego, aunque la matice con otros ismos finiseculares y destaque los rechazos explícitos que contra el modernismo De Diego formula incluso en los prólogos de algunos de sus libros. El modernismo, que estaba vivo y pujante en Puerto Rico desde la década de 1880 (Reyes y Currás, op. cit., Edgar Martínez Maesdu, Rubén Alejandro Moreira, et. al.), atraca para no desprenderse ya en la poesía incipiente del joven De Diego --iconoclasta, anárquico, rebelde, romántico y herético-- que publica los versos primerizos de su época de estudiante en Madrid Cómico y en La Semana Cómica, periódicos que elogia Rubén Darío en el prólogo de sus Cantos de vida y esperanza, por publicar a su juicio las mejores innovaciones formales de la península.
Carente Puerto Rico de universidades por disposición estratégica de la corona española que temía sus frutos desobedientes, el joven De Diego acudió a la península en busca de carrera como la mayor parte de la elite intelectual puertorriqueña. Estudió en Logroño y en las universidades de Barcelona y de La Habana la carrera de Derecho. En Logroño despertó su apetencia por la política al unirse al Comité Republicano Progresista de la localidad, apetencia que bautizó en el 1885 con una “gira” por las cárceles de Barcelona, Tarragona, Valencia y Madrid a la que fue condenado por publicar unas poesías de política radical en El Progreso de Madrid. Endosó al Gobierno Autonómico de 1897, al que sirvió como Subsecretario de Gracia, Justica y Gobernación. En 1903 fue electo a la Cámara de Delegados que presidió desde el 1907. Luego presidió la nueva Camara de Representantes que creó la Ley Jones. A su gestión se debió la creación del Colegio de Agricultura y Artes Mecánicas de Mayagüez --hoy Recinto de Mayagüez de la Universidad de Puerto Rico–. Abogó toda su vida por la defensa del vernáculo, fundó la Academia Antillana de la Lengua y demandó la enseñanza pública en nuestro idioma. Presidió el Partido Unionista, desempeñó la Cátedra de Derecho Romano en el Instituto Universitario de San Juan y presidió el Ateneo Puertorriqueño. Esa intensa y extensa vida pública determinó su vida literaria.
Amén de una “prosa periodística de combate” (Rivera de Álvarez) de gran importancia, pero al margen del alcance de estos comentarios, De Diego escribió cuatro libros de versos: Pomarrosas (1904) y Jovillos (1916), escritos en su mayor parte durante su época estudiantil, simultáneamente, y publicados a destiempo; Cantos de rebeldía (1916) y Cantos de pitirre, libro este último publicado de manera póstuma en el 1950. La edición de Obras completas (1966) preparada por el Instituto de Cultura Puertorriqueña, acertadamente coloca en primer término a Jovillos. Acertadamente, decimos, porque este libro, contemporáneo como se ha dicho a Pomarrosas, trae como subtítulo la clasificación “Coplas de estudiante” que no anotó De Diego en su primer libro publicado. La razón es que la disonancia de timbre y tono entre un libro y el otro justifican la bifurcación que su autor hiciera de poemas escritos en la misma época de su vida. Además, el tono y timbre de Pomarrosas es mucho más próximo al de su obra posterior. Muchos de los poemas de ambos libros se publicaron en la prensa periódica española, y alientan un espíritu posromántico retador y expansivo que se expresa y experimenta en moldes parnasianos mientras toma notas del impresionismo (francés, según Concha Meléndez) y del simbolismo. La voz festiva, satírica o mordaz de Jovillos, se alterna con la gravedad de los asuntos de Pomarrosas, pero se diferencia de la obra posterior en que Pomarrosas asume una irreverencia política y religiosa que se convertirá en reto ideológico y moral en el caso político y alianza de reconvertido en el caso religioso.
Acaso el poder de convocatoria de Jovillos resida en la autenticidad de su voz de juventud a la vez ejemplar y típica, voz de quien se sitúa en posición ideal, soñada, y que sugiere espontáneamente y sin reservas la evocación nostálgica de la felicidad. Es un libro poblado de personajes de otro tiempo, y no obstante resalta su vivacidad y enorme colorido. En las primeras composiciones alterna los poemas escritos en versos decasílabos con pie pentasílabos, con poemas escritos en dodecasílabos, endecasílabos y octosílabos. El ludismo franco y abierto remeda una reunión de tuna estudiantina, y ya con bufa y sátira o ya con gracia y alegría, recrea personajes inolvidables como la Catalina, Chatilla, Lola o Juana o narra historias o envía madrigales dirigidos a los pies de la pretendida. Curiosa la presencia de un temprano darwinismo, así como la tesis de que el alma, aun la del hombre, es femenina. Conmovedor el homenaje al amigo fallecido que coloca a mitad del libro propio un poema suyo, “como está a mitad de mi corazón su recuerdo encendido”. Desde este libro estamos ante la presencia de un sonetista persistente y virtuoso.
Pomarrosas tiene, por su parte, como cada libro de nuestro poeta, sus propios generadores magnéticos. En este caso, la leyenda rosa de “Laura” --la “elegía”--, de su “Póstuma”, de las “Notas carcelarias” y los primeros poemas patrióticos y “de combate”, los versos regionalistas y, la muestra de una obra ateísta provocadora que se autoproscribe De Diego, en su “Sor Ana” --única muestra de su colección titulada “Los grandes infames” que se permite ahora publicar--, entre otras cosas. Desde el prólogo encontramos a un continuador de la obra antillanista de Martí que reniega del modernismo evasivo y esteticista que Marinello consideró una “grieta desnutridora”. La brújula de estos poemas apunta ya hacia la reincorporación del fabular mítico del cristianismo que alcanzará notas inmarginables en los libros posteriores, ya enlazado con el derrotero de la patria puertorriqueña que se analoga a la población israelita errante de principios de siglo, antes de la creación en Palestina del estado de Israel. Es compleja la situación de flujo y reflujo de la conocida hispanofilia de José de Diego que acaso anacrónicamente se ha considerado reaccionaria. El poema “¡Patria!”, por ejemplo, de 1888, alberga un canto de libertad que mucho tendrá que ver con el temprano republicanismo de su autor. La anécdota de la elegía de un amor perdido que es “A Laura”, y su secuela , ha sido referida por Concha Meléndez. Pero conviene recordar que además de la fuerza de la ternura y el galante requiebro del amante despechado, ya se entrelaza con éste, como omnipresente tema que caracterizará la poesía De Diego, el tópico de la lucha por la patria irredenta. Los poemas regionalistas, como Aguadilla y Sueños y volantines, se distinguen por el amor al terruño vivo, familiar e íntimo, poderosamente evocador, muy lejos del tópico repetido. Muchos poemas del libro inspiraron o dieron pie a una rica literatura que se deriva de ellos, y en algunos casos sorprende encontrar la presencia del Palés Matos del ciclo de Filí-Melé (”Ante la muerte”) o la imagen de los “soles truncos” de René Marqués (“Sol poniente”).
En los Cantos de rebeldía nos encontramos de frente con el prócer y su verdad histórica. El prólogo anticipa la lucha entre poesía pura y poesía impura que será nota distintiva de la poesía española del periodo de la república y de la Guerra Civil, y que involucró a toda la generación del 27, sin dejar de intervenir con Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado y Pablo Neruda. Aquí, la frase de epígrafe de estas líneas: “Nacido en un país infausto, siervo, en peligro de muerte, debo...”. La vena de experimentador que traspasa la obra toda de José de Diego, lo mueve a adoptar el verso polimétrico en el poema de apertura del libro, “Ultima cuerda”, poema éste emblemático porque resume la estética de todo el libro: la profundidad de voz dramática, el movimiento oscilante antitético, expansivo e intenso a la vez, épico y lírico. Pronto apuntalarán su poética, además, la hispanofilia de resguardo, así como los pilares de un cristianismo que se actualiza entre referentes patrióticos y una latinidad que se evoca como raíz ennoblecedora. La lengua castellana y los símbolos patrios completan los generadores temáticos del libro. De Diego acostumbra a incurrir en una transubstanciación de las agonías de sus luchas políticas anticoloniales concretas y reales en los términos de anécdotas bíblicas, particularmente del martirio y crucifixión de Jesús. De ahí, tal vez, la predilección por el poema que se conforma a modo de parábola. Pero De Diego se sirve además de la fuerza de la naturaleza y del apoyo de todo el bagaje de la historia nacional y antillana. Un largo poema premiado en la República Dominicana, por ejemplo, reproduce en su mitad tres párrafos de un discurso –en prosa– de Woodrow Wilson. El excelente sonetista que se extrena en sus primeros libros, le ofrece al lector en éste el justamente famoso soneto “a un perseguido” titulado “En la brecha”, soneto enladrillado de principio a fin con verbos imperativos. El libro termina con “Ultima actio”, poema que recoge ya la disposición testamentaria de un José de Diego aquejado por dolencias que le provocarán pronto la muerte y cuya conclusión no se comprende cabalmente sin conocer la tesis expuesta en “Geografía de Puerto Rico”, poema incluído en la colección póstuma.
Las circunstancias de la enfermedad y las luchas titánicas de De Diego tiñen de manera muy especial su última colección. En los Cantos de pitirre, como dicen Margot Arce, Laura Gallego y Luis de Arrigoitia, el sentido ético-religioso-patriótico de su poesía se hace evidente en todo momento, ya exhorte, ya impreque, ya contemple, o ya profetice (Lecturas puertorriqueñas: Poesía. Conn.: Troutman Press, 1968). La sección inicial se titula “Parábolas de vida y muerte”, y en ella se recogen los poemas del ciclo del pitirre, ese pajarillo que De Diego convirtió en un símbolo ya muy conocido entre nosotros de la lucha anticolonial y de la resistencia.nacional. Pero este libro ofrece además la sugerente y misteriosa “Canción del múcaro”, varias “Glosas jíbaras” criollistas, y el anticipado poema “Geografía de Puerto Rico”, en la sección que cierra el libro: “Derecho astral”. Con este poema De Diego refuta la tesis de nuestra pequeñez territorial como determinante de nuestra impotencia y dependencia colonial.
Un recorrido por la poesía completa de José de Diego nos enfrenta ante uno de los poetas nacionales de obra más sólida y perdurable. Innovador, por facturar una poesía plena de las conquistas versales del modernismo, pero ardorosamente distanciado de su espíritu evasivo inicial, y vigoroso anticipador del giro políticamente comprometido y atrincheradamente ético que el modernismo tomará tras los Cantos de vida y esperanza. El temple fervoroso, apasionado, la autenticidad de la voz, la altura de perspectivas, la raíz latinizante y cristiana, la total inmersión en una causa que asume hasta la angustia y de la cual se erigió como caudillo popular, le singularizan la palabra. Se le ha calificado como poeta civil, de poesía cívica. Más justo, en mi opinión, es llamarle patriota.
“Nacido en un país infausto...” J. de Diego
Habida cuenta tengo --y debo-- de la torcida coherencia del título de estas líneas. Pero al intentar calibrar la obra poética de José de Diego se impone sobre el espíritu del lector la plenitud de su vida, de intensidad difícilmente abarcable, y la gravedad de su destino infausto.
La más justa valoración del sentido general de la obra poética de José de Diego (1867-1918) debería colocarlo en un diagrama diacrónico del desarrollo de la poesía puertorriqueña concebido de manera independiente de los ismos de la literatura española, cuanto menos como uno de los iniciadores de ese periodo que Francisco Manrique Cabrera llamara “generación del tránsito y del trauma”. En esta idea seguimos la periodización que publicamos en nuestra “Antología crítica de literatura puertorriqueña: 1493-1898", subtítulo éste de la obra que bajo el título general de La tierra prometida, publicamos en el 1986 (Reyes Dávila y María del C. Currás, Hato Rey, Puerto Rico: Borikén Libros), pues así lo dispusimos en el plan del segundo tomo de esta obra que nunca se publicó. Josemilio González (La poesía contemporánea en Puerto Rico, San Juan, Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1972) lo considera, a la vez, poeta de transición y primer poeta modernista de Puerto Rico.
La crítica puertorriqueña en general (Josefina Rivera de Álvarez, Margot Arce de Vázquez, Concha Meléndez, Josemilio González, et. al.) no duda en subrayar la esencial vena modernista de la poesía de José de Diego, aunque la matice con otros ismos finiseculares y destaque los rechazos explícitos que contra el modernismo De Diego formula incluso en los prólogos de algunos de sus libros. El modernismo, que estaba vivo y pujante en Puerto Rico desde la década de 1880 (Reyes y Currás, op. cit., Edgar Martínez Maesdu, Rubén Alejandro Moreira, et. al.), atraca para no desprenderse ya en la poesía incipiente del joven De Diego --iconoclasta, anárquico, rebelde, romántico y herético-- que publica los versos primerizos de su época de estudiante en Madrid Cómico y en La Semana Cómica, periódicos que elogia Rubén Darío en el prólogo de sus Cantos de vida y esperanza, por publicar a su juicio las mejores innovaciones formales de la península.
Carente Puerto Rico de universidades por disposición estratégica de la corona española que temía sus frutos desobedientes, el joven De Diego acudió a la península en busca de carrera como la mayor parte de la elite intelectual puertorriqueña. Estudió en Logroño y en las universidades de Barcelona y de La Habana la carrera de Derecho. En Logroño despertó su apetencia por la política al unirse al Comité Republicano Progresista de la localidad, apetencia que bautizó en el 1885 con una “gira” por las cárceles de Barcelona, Tarragona, Valencia y Madrid a la que fue condenado por publicar unas poesías de política radical en El Progreso de Madrid. Endosó al Gobierno Autonómico de 1897, al que sirvió como Subsecretario de Gracia, Justica y Gobernación. En 1903 fue electo a la Cámara de Delegados que presidió desde el 1907. Luego presidió la nueva Camara de Representantes que creó la Ley Jones. A su gestión se debió la creación del Colegio de Agricultura y Artes Mecánicas de Mayagüez --hoy Recinto de Mayagüez de la Universidad de Puerto Rico–. Abogó toda su vida por la defensa del vernáculo, fundó la Academia Antillana de la Lengua y demandó la enseñanza pública en nuestro idioma. Presidió el Partido Unionista, desempeñó la Cátedra de Derecho Romano en el Instituto Universitario de San Juan y presidió el Ateneo Puertorriqueño. Esa intensa y extensa vida pública determinó su vida literaria.
Amén de una “prosa periodística de combate” (Rivera de Álvarez) de gran importancia, pero al margen del alcance de estos comentarios, De Diego escribió cuatro libros de versos: Pomarrosas (1904) y Jovillos (1916), escritos en su mayor parte durante su época estudiantil, simultáneamente, y publicados a destiempo; Cantos de rebeldía (1916) y Cantos de pitirre, libro este último publicado de manera póstuma en el 1950. La edición de Obras completas (1966) preparada por el Instituto de Cultura Puertorriqueña, acertadamente coloca en primer término a Jovillos. Acertadamente, decimos, porque este libro, contemporáneo como se ha dicho a Pomarrosas, trae como subtítulo la clasificación “Coplas de estudiante” que no anotó De Diego en su primer libro publicado. La razón es que la disonancia de timbre y tono entre un libro y el otro justifican la bifurcación que su autor hiciera de poemas escritos en la misma época de su vida. Además, el tono y timbre de Pomarrosas es mucho más próximo al de su obra posterior. Muchos de los poemas de ambos libros se publicaron en la prensa periódica española, y alientan un espíritu posromántico retador y expansivo que se expresa y experimenta en moldes parnasianos mientras toma notas del impresionismo (francés, según Concha Meléndez) y del simbolismo. La voz festiva, satírica o mordaz de Jovillos, se alterna con la gravedad de los asuntos de Pomarrosas, pero se diferencia de la obra posterior en que Pomarrosas asume una irreverencia política y religiosa que se convertirá en reto ideológico y moral en el caso político y alianza de reconvertido en el caso religioso.
Acaso el poder de convocatoria de Jovillos resida en la autenticidad de su voz de juventud a la vez ejemplar y típica, voz de quien se sitúa en posición ideal, soñada, y que sugiere espontáneamente y sin reservas la evocación nostálgica de la felicidad. Es un libro poblado de personajes de otro tiempo, y no obstante resalta su vivacidad y enorme colorido. En las primeras composiciones alterna los poemas escritos en versos decasílabos con pie pentasílabos, con poemas escritos en dodecasílabos, endecasílabos y octosílabos. El ludismo franco y abierto remeda una reunión de tuna estudiantina, y ya con bufa y sátira o ya con gracia y alegría, recrea personajes inolvidables como la Catalina, Chatilla, Lola o Juana o narra historias o envía madrigales dirigidos a los pies de la pretendida. Curiosa la presencia de un temprano darwinismo, así como la tesis de que el alma, aun la del hombre, es femenina. Conmovedor el homenaje al amigo fallecido que coloca a mitad del libro propio un poema suyo, “como está a mitad de mi corazón su recuerdo encendido”. Desde este libro estamos ante la presencia de un sonetista persistente y virtuoso.
Pomarrosas tiene, por su parte, como cada libro de nuestro poeta, sus propios generadores magnéticos. En este caso, la leyenda rosa de “Laura” --la “elegía”--, de su “Póstuma”, de las “Notas carcelarias” y los primeros poemas patrióticos y “de combate”, los versos regionalistas y, la muestra de una obra ateísta provocadora que se autoproscribe De Diego, en su “Sor Ana” --única muestra de su colección titulada “Los grandes infames” que se permite ahora publicar--, entre otras cosas. Desde el prólogo encontramos a un continuador de la obra antillanista de Martí que reniega del modernismo evasivo y esteticista que Marinello consideró una “grieta desnutridora”. La brújula de estos poemas apunta ya hacia la reincorporación del fabular mítico del cristianismo que alcanzará notas inmarginables en los libros posteriores, ya enlazado con el derrotero de la patria puertorriqueña que se analoga a la población israelita errante de principios de siglo, antes de la creación en Palestina del estado de Israel. Es compleja la situación de flujo y reflujo de la conocida hispanofilia de José de Diego que acaso anacrónicamente se ha considerado reaccionaria. El poema “¡Patria!”, por ejemplo, de 1888, alberga un canto de libertad que mucho tendrá que ver con el temprano republicanismo de su autor. La anécdota de la elegía de un amor perdido que es “A Laura”, y su secuela , ha sido referida por Concha Meléndez. Pero conviene recordar que además de la fuerza de la ternura y el galante requiebro del amante despechado, ya se entrelaza con éste, como omnipresente tema que caracterizará la poesía De Diego, el tópico de la lucha por la patria irredenta. Los poemas regionalistas, como Aguadilla y Sueños y volantines, se distinguen por el amor al terruño vivo, familiar e íntimo, poderosamente evocador, muy lejos del tópico repetido. Muchos poemas del libro inspiraron o dieron pie a una rica literatura que se deriva de ellos, y en algunos casos sorprende encontrar la presencia del Palés Matos del ciclo de Filí-Melé (”Ante la muerte”) o la imagen de los “soles truncos” de René Marqués (“Sol poniente”).
En los Cantos de rebeldía nos encontramos de frente con el prócer y su verdad histórica. El prólogo anticipa la lucha entre poesía pura y poesía impura que será nota distintiva de la poesía española del periodo de la república y de la Guerra Civil, y que involucró a toda la generación del 27, sin dejar de intervenir con Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado y Pablo Neruda. Aquí, la frase de epígrafe de estas líneas: “Nacido en un país infausto, siervo, en peligro de muerte, debo...”. La vena de experimentador que traspasa la obra toda de José de Diego, lo mueve a adoptar el verso polimétrico en el poema de apertura del libro, “Ultima cuerda”, poema éste emblemático porque resume la estética de todo el libro: la profundidad de voz dramática, el movimiento oscilante antitético, expansivo e intenso a la vez, épico y lírico. Pronto apuntalarán su poética, además, la hispanofilia de resguardo, así como los pilares de un cristianismo que se actualiza entre referentes patrióticos y una latinidad que se evoca como raíz ennoblecedora. La lengua castellana y los símbolos patrios completan los generadores temáticos del libro. De Diego acostumbra a incurrir en una transubstanciación de las agonías de sus luchas políticas anticoloniales concretas y reales en los términos de anécdotas bíblicas, particularmente del martirio y crucifixión de Jesús. De ahí, tal vez, la predilección por el poema que se conforma a modo de parábola. Pero De Diego se sirve además de la fuerza de la naturaleza y del apoyo de todo el bagaje de la historia nacional y antillana. Un largo poema premiado en la República Dominicana, por ejemplo, reproduce en su mitad tres párrafos de un discurso –en prosa– de Woodrow Wilson. El excelente sonetista que se extrena en sus primeros libros, le ofrece al lector en éste el justamente famoso soneto “a un perseguido” titulado “En la brecha”, soneto enladrillado de principio a fin con verbos imperativos. El libro termina con “Ultima actio”, poema que recoge ya la disposición testamentaria de un José de Diego aquejado por dolencias que le provocarán pronto la muerte y cuya conclusión no se comprende cabalmente sin conocer la tesis expuesta en “Geografía de Puerto Rico”, poema incluído en la colección póstuma.
Las circunstancias de la enfermedad y las luchas titánicas de De Diego tiñen de manera muy especial su última colección. En los Cantos de pitirre, como dicen Margot Arce, Laura Gallego y Luis de Arrigoitia, el sentido ético-religioso-patriótico de su poesía se hace evidente en todo momento, ya exhorte, ya impreque, ya contemple, o ya profetice (Lecturas puertorriqueñas: Poesía. Conn.: Troutman Press, 1968). La sección inicial se titula “Parábolas de vida y muerte”, y en ella se recogen los poemas del ciclo del pitirre, ese pajarillo que De Diego convirtió en un símbolo ya muy conocido entre nosotros de la lucha anticolonial y de la resistencia.nacional. Pero este libro ofrece además la sugerente y misteriosa “Canción del múcaro”, varias “Glosas jíbaras” criollistas, y el anticipado poema “Geografía de Puerto Rico”, en la sección que cierra el libro: “Derecho astral”. Con este poema De Diego refuta la tesis de nuestra pequeñez territorial como determinante de nuestra impotencia y dependencia colonial.
Un recorrido por la poesía completa de José de Diego nos enfrenta ante uno de los poetas nacionales de obra más sólida y perdurable. Innovador, por facturar una poesía plena de las conquistas versales del modernismo, pero ardorosamente distanciado de su espíritu evasivo inicial, y vigoroso anticipador del giro políticamente comprometido y atrincheradamente ético que el modernismo tomará tras los Cantos de vida y esperanza. El temple fervoroso, apasionado, la autenticidad de la voz, la altura de perspectivas, la raíz latinizante y cristiana, la total inmersión en una causa que asume hasta la angustia y de la cual se erigió como caudillo popular, le singularizan la palabra. Se le ha calificado como poeta civil, de poesía cívica. Más justo, en mi opinión, es llamarle patriota.
Marcos
Reyes Dávila
*Publicado en MAIRENA (Puerto Rico, 1998): "Veinte poetas puertorriqueños." XX.45-46: 5-10.
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