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Al amparo del tiempo,
Al amparo del tiempo,
novela de Chiquita Barreto
Decía Carlos Fuentes (1928-2012), recientemente fallecido, en una de sus novelas inolvidables, que “la memoria es nuestro hogar, y así se convierte en el único deseo verdadero de nuestros corazones”. La novela de Chiquita Barreto atestigua estas palabras de Fuentes, pues se trata de una novela de sabores intensos que gira en torno a la suerte de un grupo de mujeres, hermanas todas, Marías todas, a lo largo del turbulento siglo XX que le tocó sufrir a Paraguay. La narración abarca desde las primeras décadas del siglo hasta el fin de la dictadura de Alfredo Stroessner, pasando por guerras civiles de mediados de siglo. No obstante, la historia se ciñe en realidad a la suerte de una familia fundada en el anonimato por una niña abandonada y de origen desconocido, al principio, adoptada como hija, asombrosamente, por una monja de convento. Ésta, conocida como María Pía, será a su vez la madre de cuatro hijas, alrededor de las cuales se desarrolla la historia.
Chiquita Barreto, a quien conocimos en Paraguay en el 1994 como cuentista y poeta, aporta ahora una historia extraordinaria, de esas que nos apuran y nos apresan, gracias, por una parte a un lenguaje de gran vivacidad y aliento poético, y por otra, al de una historia rica de surcos y de retoños, de cuerpo fragmentado, repleta de deseos y de heridas, cuyas articulaciones y ramas vemos vincular y desarrollar con rapidez ante nuestros ojos. La narración combina la incidencia familiar y la experiencia íntima con la historia social de un país que vivió enormes transformaciones y dolores imponderables. Este enfoque sociopolítico no amarga la lectura, pues, por una parte, los sucesos fundamentales se ventilan principalmente en provincia, en un pueblo pequeño, quizás al norte de Asunción, llamado Golondrina, y por otra parte, gracias a la manera inclusiva o trabada como se narra la vida personal y la vida social.
La narradora es una de las hijas de María Pía, llamada María Laura. Ella evoca la historia desde los orígenes privilegiando un enfoque femenino de la realidad, pero sin encajonarlo en el feminismo. De allí brota la fuerza de una narración que se enfoca inicialmente en los olores y sabores de la cocina, luego en la avidez del sexo, y finalmente en esa red de relaciones íntimas, familiares y sociales que conforman la vida de todos. No sin razón, o a decir verdad, verdad de templo, es la aseveración hecha en el primer capítulo en el sentido de que toda gestión humana de importancia entrañable se efectúa alrededor de la mesa de comer o sostenido por el armazón suculento de la comida.
Cada una de las Marías vivió su vida de manera distinta --el amor, la maternidad, el sexo, la desilusión y la ilusión, la vida profesional, la muerte, la solidaridad y los conflictos, tanto familiares como políticos--, y a pesar de los deseos y los placeres cumplidos, cada una tuvo que pagar una larga deuda de desilusiones, pesares y tragedias. Este aluvión múltiple y pleno de contrastes, enriquece no sólo la narración de Barreto, sino la apreciación del lector de un país sumergido gracias a la dictadura en el ahogo de sus propias penurias.
Aquí, el consabido contrapunto irreconciliable en la estructura de clases sociales, los conflictos morales dentro del convento y de la iglesia, la insalvable lucha política dirigida por los intereses de clase, la oprobiosa ley anticomunista que penalizó y ensangrentó las aguas del Paraná y los desaparecidos, las urgencias afectivas de los homosexuales rechazadas por la familia, entre tantos otros elementos, nutren nuestra cosmovisión de un país dulce de guaranías y aguas, pero aquejado de encerramientos insulares y violencia ancestral. Este ascenso y esta caída, experimentada de manera muy diferente por cada una de ellas, dentro del marco amplio de un país grato y amargo, es el núcleo esencial de la novela intensamente evocadora y nostálgica. De modo que, si bien como decía Carlos Fuentes, "la memoria es nuestro hogar", debemos decir con Barreto, que vivimos, en efecto, "al amparo del tiempo".
Decía Carlos Fuentes (1928-2012), recientemente fallecido, en una de sus novelas inolvidables, que “la memoria es nuestro hogar, y así se convierte en el único deseo verdadero de nuestros corazones”. La novela de Chiquita Barreto atestigua estas palabras de Fuentes, pues se trata de una novela de sabores intensos que gira en torno a la suerte de un grupo de mujeres, hermanas todas, Marías todas, a lo largo del turbulento siglo XX que le tocó sufrir a Paraguay. La narración abarca desde las primeras décadas del siglo hasta el fin de la dictadura de Alfredo Stroessner, pasando por guerras civiles de mediados de siglo. No obstante, la historia se ciñe en realidad a la suerte de una familia fundada en el anonimato por una niña abandonada y de origen desconocido, al principio, adoptada como hija, asombrosamente, por una monja de convento. Ésta, conocida como María Pía, será a su vez la madre de cuatro hijas, alrededor de las cuales se desarrolla la historia.
Chiquita Barreto, a quien conocimos en Paraguay en el 1994 como cuentista y poeta, aporta ahora una historia extraordinaria, de esas que nos apuran y nos apresan, gracias, por una parte a un lenguaje de gran vivacidad y aliento poético, y por otra, al de una historia rica de surcos y de retoños, de cuerpo fragmentado, repleta de deseos y de heridas, cuyas articulaciones y ramas vemos vincular y desarrollar con rapidez ante nuestros ojos. La narración combina la incidencia familiar y la experiencia íntima con la historia social de un país que vivió enormes transformaciones y dolores imponderables. Este enfoque sociopolítico no amarga la lectura, pues, por una parte, los sucesos fundamentales se ventilan principalmente en provincia, en un pueblo pequeño, quizás al norte de Asunción, llamado Golondrina, y por otra parte, gracias a la manera inclusiva o trabada como se narra la vida personal y la vida social.
La narradora es una de las hijas de María Pía, llamada María Laura. Ella evoca la historia desde los orígenes privilegiando un enfoque femenino de la realidad, pero sin encajonarlo en el feminismo. De allí brota la fuerza de una narración que se enfoca inicialmente en los olores y sabores de la cocina, luego en la avidez del sexo, y finalmente en esa red de relaciones íntimas, familiares y sociales que conforman la vida de todos. No sin razón, o a decir verdad, verdad de templo, es la aseveración hecha en el primer capítulo en el sentido de que toda gestión humana de importancia entrañable se efectúa alrededor de la mesa de comer o sostenido por el armazón suculento de la comida.
Cada una de las Marías vivió su vida de manera distinta --el amor, la maternidad, el sexo, la desilusión y la ilusión, la vida profesional, la muerte, la solidaridad y los conflictos, tanto familiares como políticos--, y a pesar de los deseos y los placeres cumplidos, cada una tuvo que pagar una larga deuda de desilusiones, pesares y tragedias. Este aluvión múltiple y pleno de contrastes, enriquece no sólo la narración de Barreto, sino la apreciación del lector de un país sumergido gracias a la dictadura en el ahogo de sus propias penurias.
Aquí, el consabido contrapunto irreconciliable en la estructura de clases sociales, los conflictos morales dentro del convento y de la iglesia, la insalvable lucha política dirigida por los intereses de clase, la oprobiosa ley anticomunista que penalizó y ensangrentó las aguas del Paraná y los desaparecidos, las urgencias afectivas de los homosexuales rechazadas por la familia, entre tantos otros elementos, nutren nuestra cosmovisión de un país dulce de guaranías y aguas, pero aquejado de encerramientos insulares y violencia ancestral. Este ascenso y esta caída, experimentada de manera muy diferente por cada una de ellas, dentro del marco amplio de un país grato y amargo, es el núcleo esencial de la novela intensamente evocadora y nostálgica. De modo que, si bien como decía Carlos Fuentes, "la memoria es nuestro hogar", debemos decir con Barreto, que vivimos, en efecto, "al amparo del tiempo".
Marcos
Reyes Dávila
¡Albizu seas!