miércoles, 30 de mayo de 2012


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Al amparo del tiempo, 
novela de Chiquita Barreto


Decía Carlos Fuentes (1928-2012), recientemente fallecido, en una de sus
novelas inolvidables, que “la memoria es nuestro hogar, y así se convierte en el único deseo verdadero de nuestros corazones”. La novela de Chiquita Barreto atestigua estas palabras de Fuentes, pues se trata de una novela de sabores intensos que gira en torno a la suerte de un grupo de mujeres, hermanas todas, Marías todas, a lo largo del turbulento siglo XX que le tocó sufrir a Paraguay. La narración abarca desde las primeras décadas del siglo hasta el fin de la dictadura de Alfredo Stroessner, pasando por guerras civiles de mediados de siglo. No obstante, la historia se ciñe en realidad a la suerte de una familia fundada en el anonimato por una niña abandonada y de origen desconocido, al principio, adoptada como hija, asombrosamente, por una monja de convento. Ésta, conocida como María Pía, será a su vez la madre de cuatro hijas, alrededor de las cuales se desarrolla la historia.
    Chiquita Barreto, a quien conocimos en Paraguay en el 1994 como cuentista y poeta, aporta ahora una historia extraordinaria, de esas que nos apuran y nos apresan, gracias, por una parte a un lenguaje de gran vivacidad y aliento poético, y por otra, al de una historia rica de surcos y de retoños, de cuerpo fragmentado, repleta de deseos y de heridas, cuyas articulaciones y ramas vemos vincular y desarrollar con rapidez ante nuestros ojos. La narración combina la incidencia familiar y la experiencia íntima con la historia social de un país que vivió enormes transformaciones y dolores imponderables. Este enfoque sociopolítico no amarga la lectura, pues, por una parte, los sucesos fundamentales se ventilan principalmente en provincia, en un pueblo pequeño, quizás al norte de Asunción, llamado Golondrina, y por otra parte, gracias a la manera inclusiva o trabada como se narra la vida personal y la vida social.
    La narradora es una de las hijas de María Pía, llamada María Laura. Ella evoca la historia desde los orígenes privilegiando un enfoque femenino de la realidad, pero sin encajonarlo en el feminismo. De allí brota la fuerza de una narración que se enfoca inicialmente en los olores y sabores de la cocina,  luego en la avidez del sexo, y finalmente en esa red de relaciones íntimas, familiares y sociales que conforman la vida de todos.
No sin razón, o a decir verdad, verdad de templo, es la aseveración hecha en el primer capítulo en el sentido de que toda gestión humana de importancia entrañable se efectúa  alrededor de la mesa de comer o sostenido por el armazón suculento de la comida. 
    Cada una de las Marías vivió su vida de manera distinta --el amor, la maternidad, el sexo, la desilusión y la ilusión, la vida profesional, la muerte, la solidaridad y los conflictos, tanto familiares como políticos--, y a pesar de los deseos y los placeres cumplidos, cada una tuvo que pagar una larga deuda de desilusiones, pesares y tragedias. Este aluvión múltiple y pleno de contrastes, enriquece no sólo la narración de Barreto, sino la apreciación del lector de un país sumergido gracias a la dictadura en el ahogo de sus propias penurias.
    Aquí, el consabido contrapunto irreconciliable en la estructura de clases sociales, los conflictos morales dentro del convento y de la iglesia, la insalvable lucha política dirigida por los intereses de clase, la oprobiosa ley anticomunista que penalizó y ensangrentó las aguas del Paraná y los desaparecidos, las urgencias afectivas de los homosexuales rechazadas por la familia, entre tantos otros elementos, nutren nuestra cosmovisión de un país dulce de guaranías y aguas, pero aquejado de encerramientos insulares y violencia ancestral. Este ascenso y esta caída, experimentada de manera muy diferente por cada una de ellas, dentro del marco amplio de un país grato y amargo, es el núcleo esencial de la novela intensamente evocadora y nostálgica. De modo que, si bien como decía Carlos Fuentes, "la memoria es nuestro hogar", debemos decir con Barreto, que vivimos, en efecto, "al amparo del tiempo". 

Marcos 
Reyes Dávila
¡Albizu seas!

jueves, 24 de mayo de 2012

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Puerto Rico
De la nación latinoamericana 
al Estado “Latino”*
 
1. Prontuario histórico 
En unos villancicos de 1676, Sor Juana Inés de la Cruz, la egregia mexicana que despunta señera, allende los mares, en el Siglo de Oro de las letras españolas, introduce la voz de un negro, tal como lo hizo en años anteriores. Esta vez, para nosotros, se destaca un detalle de identidad: trátase de un negro puertorriqueño. La introducción de un negro carece de novedad en la obra de Sor Juana. Sabido es la postura ampliamente inclusiva y sincrética de la cultura y de la obra de la monja en la que abundan negros, campesinos e, incluso, indios que hablan en versos en náhuatl. No obstante, no dejan de asombrar los primeros versos de un negro puertorriqueño*, seguidos luego por algunas coplas:
        ¡Tumba, la-lá-la; tumba, la-.lé-le;
        que donde ya Pilico, escrava no quede!
        ¡Tumba, tumba, la.lé-le; tumba, la-lá-la
        que donde ya Pilico, no quede escrava!

    Los versos de Sor Juana evocan entrañablemente la obra señera de Luis Palés Matos. Palés, poeta nacido en el 1898, es quizás el más reconocido poeta del siglo XX en Puerto Rico en virtud de méritos varios, mas de manera prominente, por la creación de un arte poético sincrético de raíces afrocaribeñas que le recordó a la élite intelectual nacional hispanófila la indiscutible aportación de los diversos grupos africanos a la formación de la nacionalidad puertorriqueña y de la cultura caribeña toda.
    Puerto Rico, una de las cuatro Antillas Mayores del Caribe, fue capturada para la cultura de Occidente en el segundo viaje de Colón (1493). En ese sentido, fue parte de la plaza primera de la conquista y colonización europea de las Américas. Su posición oriental determinó, entre otras cosas, que se le convirtiera en puerto de transbordo y en plaza fuerte del régimen colonial, hecho que repercutió en el siglo de la emancipación cuyo bicentenario celebran los demás países de Nuestra América, pues, aunque Simón Bolívar contemplara incluir a Cuba y Puerto Rico en sus proyectos de liberación, otros intereses frenaron sus deseos, entre ellos, las ambiciones de expansión del nuevo gobierno norteamericano plasmadas de manera soberbia en la doctrina del “destino manifiesto”. De esta suerte, ambas Antillas quedaron fuera del alcance de las iniciativas emancipatorias latinoamericanas, aunque quedaron, sin embargo, atrapadas muy pronto en las redes comerciales de los Estados Unidos. A pesar de que en las Antillas se gestó un movimiento de liberación coordinado desde el exilio que forjó la utopía de una confederación antillana, la historia no pudo evitar la intervención en la contienda de Estados Unidos en el 1898. El 1898 es el año que cifra la realidad puertorriqueña desde entonces y que determina las características fundamentales del siglo XX en Puerto Rico.
    La economía de Puerto Rico dependía de la norteamericana aún bajo el régimen colonial español, y desde varias décadas antes de su conquista y ocupación. El Tratado de París (1898) solo certificó lo que era desde mucho antes un hecho. Es innegable que el movimiento autonomista, que a duras penas logró sobrevivir a los ahogos del régimen monárquico español, quedó deslumbrado ante la ilusión de que Puerto Rico llegase a ser anexado como un nuevo estado del país “más libre y próspero” del planeta. Para toda la América Latina, pero de manera más acuciante en Centroamérica y las Antillas, la nordomanía fue un factor inmarginable en el desarrollo de los procesos políticos y los desarrollos económicos. Desde el exilio, Ramón Emeterio Betances y, en suelo patrio, Eugenio María de Hostos, advirtieron que Estados Unidos se convertía en un imperio, negando con ello los principios de su propia constitución. Tras el régimen militar inicial, la Ley Foraker de 1900 estableció los parámetros infranqueables establecidos por el Congreso: “Puerto Rico pertenece a, pero NO es parte de, Estados Unidos”. Esa ley creó, no obstante, la Ciudadanía de Puerto Rico. En el 1917, justo a tiempo para llamar a los puertorriqueños a servir en sus fuerzas armadas en la Primera Guerra Mundial, el Congreso “impuso” a los ciudadanos puertorriqueños la ciudadanía estadounidense.
    Durante las primeras décadas del siglo, Estados Unidos gobernó directamente a la nación nombrando un gobernador norteamericano y una cámara alta. Este gobierno estableció los cauces de la incorporación de los recursos Puerto Rico dentro de los parámetros de los intereses norteamericanos y de una progresiva asimilación que no excluyó la enseñanza obligatoria del inglés ni el establecimiento de dicho idioma como idioma oficial. Algunos llamaron a este proceso en, los años setentas, “transculturación”. Otros, prefirieron los términos de americanización y de modernización.   
    No obstante, en el país se fue gestando la protesta. Aún muchos de aquellos que dieron vítores a la bandera que entraba a tierra al frente de las tropas, tras el cañoneo de San Juan, soñando con que Puerto Rico se convertiría en un nuevo estado de la federación, pronto tomaron conciencia de la realidad de los hechos arropados por el desahucio colonial de sus ilusiones. 
    En el 1930 fue electo presidente del Partido Nacionalista Pedro Albizu Campos. Albizu se convertiría en una figura heroica y legendaria que retaría, incluso con el uso de las armas, el dominio norteamericano. Sufrió por ello la más feroz represión del régimen colonial y tuvo que vivir la mayor parte de su vida tras las rejas. Sin embargo, ante el empuje de un pueblo que canalizaba de muy diversas maneras su reclamo de reivindicaciones proclamando su identidad nacional, el gobierno norteamericano dio marcha atrás a la imposición del inglés y, eventualmente, impuso un modelo autonomista cuya figura protagónica fue Luis Muñoz Marín. En el 1952 se creó la imagen ilusoria de un estatus que llamaron “Estado Libre Asociado” (ELA), con una constitución, refrendada por el Congreso norteamericano, un gobernador y cámaras legislativas puertorriqueños, y una bandera finalmente descriminalizada. El régimen mantuvo tras bastidores, no obstante, todos los poderes plenarios del Congreso sobre Puerto Rico en lo que se dio en llamar la jurisdicción de la “esfera federal”, esto es, el control colonial de todos los factores de importancia estratégica, incluidos los tribunales “federales”, las leyes de cabotaje, el control de aduanas, las instalaciones militares, la economía, moneda, ciudadanía, industria, las comunicaciones, entre otras cosas, y todo aquello que el Congreso determinara, unilateralmente, de interés nacional norteamericano. A pesar de ello, el gobierno de Estados Unidos convenció al Comité de Descolonización de la ONU en el 1953 de que Puerto Rico se había autodeterminado libremente. Eran los años del triunfo en la Segunda Guerra Mundial.       Estados Unidos no mostró vergüenza alguna al utilizar, frente al desarrollo del nacionalismo en Puerto Rico, todo el poder del estado imperial a través de todas sus agencias de seguridad, civiles y militares, el asesinato, la represión judicial e, incluso el uso de las fuerzas armadas. Sin embargo, tuvo más éxito con el patrocinio del exilio, las subvenciones económicas para una enorme porción de la población, el control de los medios de comunicación y de la enseñanza, la militarización del país y la drogadicción.    
    El gobierno de Roosevelt y la Segunda Guerra Mundial impulsaron profundos cambios en la sociedad puertorriqueña. Del monocultivo de la caña de azúcar de las primeras décadas, se pasó a un proceso de industrialización que arruinó la agricultura y la emigración masiva del campo y la montaña a la costa y la capital, y desde allí a los Estados Unidos. La Revolución Cubana benefició durante un tiempo a la isla pues Estados Unidos quiso proponer a Puerto Rico, ante Nuestra América, como “vitrina de la democracia” al estilo norteamericano. Sin embargo, tan solo unos lustros más tarde, los cambios profundos operados en un mundo descolonizado, la crisis del mundo socialista y la caída de la Unión Soviética, la expansión del tráfico de drogas, la militarización, y el auge del modelo neoliberal de fin de siglo trajeron consigo la quiebra y la ruina de un país descapitalizado, inflado artificialmente por una economía sin raíces propias, subvencionada por los programas de asistencia social del imperio.
    Desde el 1968 reina en el país un bipartidismo práctico. Ese año triunfó en las elecciones un partido que aboga por la estadidad, hecho que ha ocurrido con regular intermitencia desde entonces, y que ha desgastado la fuerza electoral que creó el ilusorio “estatus” del ELA colonial. El independentismo, que no ha desaparecido, sucumbió ante la intensa represión del segundo medio siglo a manos de operativos de inteligencia, y con la ayuda del amplio consumo de drogas, de los programas de asistencia social y de la propaganda omnipresente, mas no sin dejar de articular respuestas heroicas como la de los “Macheteros” –el Ejército Popular Boricua– que protagonizó golpes espectaculares como la destrucción de los aviones de combate de la “National Guard”, el robo de mayor envergadura en la historia norteamericana, y el ataque con bazuca al edificio que alberga las instalaciones del FBI y la Corte imperial. 
    La bancarrota del país en el espacio de entresiglos ha sido un hecho inexorable de la fatalidad. Tras la caída de la Unión Soviética y el abandono de la política que ofrecía a Puerto Rico como vitrina del éxito norteamericano, Estados Unidos, encauzado desde Reagan por una política derechista neoliberal, recortó los créditos contributivos que sostuvieron el financiamiento del ELA –la llamada sección 936 del código de Rentas Internas norteamericano–, desalentando de ese modo la instalación de nuevas industrias. Las leyes de cabotaje que encadenan el comercio de Puerto Rico a la marina más cara del planeta hicieron imposible el desarrollo de un megapuerto de transbordo que se planteó como sustitución de las empresas 936. La privatización de todo se propuso como la solución ideal ante un gobierno incapaz de resolver las dificultades crecientes. De la mano de la privatización, en un dualismo inalterable, vino la corrupción.
    El estado, dicho a modo de ejemplo, poseía una red de unidades de salud pública en casi todos los municipios del país, reforzados por otra red de hospitales regionales y un extraordinario centro médico en la capital. Todas las unidades de salud pública gratuita fueron vendidas para sustuirlas por tarjetas de plástico y un sistema privado de proveedores de salud inoperable. Del mismo modo, el gobierno vendió –privatizó–  una de las empresas del estado más productivas: la compañía de teléfonos y comunicaciones. 
    Por lo demás, Puerto Rico es un país sometido a un régimen de comercio imperial que le impide protegerse. ¿Quién puede cultivar café o arroz si estos productos no se pueden proteger de forma alguna de las importaciones norteamericanas? No podemos producir ni yautía, plátanos, carne, naranjas, legumbres sin competir con las importaciones de Florida, la República Dominicana, Costa Rica, Ecuador. ¿Qué industria del libro puede sostenerse si entran aquí con privilegios las cadenas multinacionales norteamericanas de la industria? ¿Qué comercio nacional de ropa, de zapatos o de muebles, qué farmacia que compita con las cadenas monopolísticas multinacionales? Puerto Rico es un país con un Burger King y un Kentucky en cada esquina, en cada calle una farmacia Walgreens o un supermercado Walmart. La corte federal fija hasta el precio de la leche y de los huevos a conveniencia de los productores e importadores norteamericanos.
    El Puerto Rico del siglo XXI es un país a la deriva, desterritorializado y nómada, descapitalizado y quebrado, cuya población vive en el exilio. Desde principios de 2010 se comenzó a fraguar una crisis institucional producida por una merma sustancial en el presupuesto que consignó el nuevo gobierno de Puerto Rico, resultado a su vez de la crisis fiscal que afronta un país que ha visto reducir en los últimos lustros su tasa de empleo a un 40 %, su población en un 2.2%, su economía en un 10%, y su riqueza nacional en alrededor de 50 mil millones de dólares.
    El gobierno electo a fines del 2008, asumió con vigor la fórmula neoliberal que ha estado prevaleciendo en gran parte del mundo capitalista occidental. Sus primeras acciones estuvieron dirigidas a poner en suspenso el estado de derecho prevaleciente en Puerto Rico, con el pretexto de esa crisis fiscal, y bajo el amparo de una ley que derogó convenios y leyes laborales, retrocedió las conquistas laborales y las condiciones de empleo en el país, a la vez que decretó el despido de cerca de 40,000 empleados públicos. Simultáneamente orquestó, por vía legislativa, la eliminación de numerosas instituciones que articularon durante más de medio siglo la participación democrática en los asuntos del país como el Colegio de Abogados, a la vez que alteraban la constitución de otros instrumentos del poder para garantizar de ese modo el control directo e inmediato de los mismos. Entre estos, se destaca de manera prominente el Tribunal Supremo de Puerto Rico y la Universidad de Puerto Rico (UPR).
    Como ya se conoce, el proyecto neoliberal alega que sus medidas son la “medicina amarga” que es necesaria para enfrentar una crisis que es falsa. Esas medicinas son en realidad un proyecto dirigido a la apropiación de la riqueza pública y el desmantelamiento del estado benefactor. El proyecto sabe que enfrentará protestas. Por eso opta con soberbia por una represión policiaca y un uso de violencia institucional que desarticulan el estado democrático, erosionan los derechos humanos y se aproxima al estado fascista. El gobierno se convierte de esta manera en una especie de enfermedad social autoinmune como la artritis reumatoide, el lupus o la esclerosis múltiple, pues el gobierno ataca y destruye el país propio.
    En Puerto Rico, ese proyecto contempla la destrucción de la identidad nacional puertorriqueña enmascarada con la vestimenta de un estado “latino”, una especie de producto “transgénico” que no es ni puertorriqueño ni mexicano ni colombiano ni cubano. Súmele a eso el hecho de que hoy por hoy más de la mitad de la nación puertorriqueña vive en exilio, con lo que esa diáspora implica en términos de hibridez cultural. 113 años después de la invasión, Estados Unidos no ha celebrado en Puerto Rico un solo plebiscito, ni ha desarrollado nunca un proceso libre de autodeterminación.

2. Breviario cultural
    A tono con el desarrollo histór
ico-social, antes esbozado, que transita desde la invasión de 1898, hasta la creación del régimen “autonómico” de 1952, y de allí al siglo XXI, la cultura y la literatura puertorriqueña ha tenido que vivir bajo un régimen de defensa propia. Hubo una generación del 98 puertorriqueña que se apropió de las conquistas del modernismo para desarraigarse de las formas caducas y arcaicas de la cultura española y mirarse en el espejo de una nacionalidad latinoamericana y caribeña ansiosa de modernidad. Los acicates de la vanguardia no tardaron en llegar en auxilio de esa cultura de resistencia. En ese tránsito al mundo del nuevo siglo se destacaron figuras como José de Diego, Luis Llorens Torres, Nemesio Canales y Clemente Soto Vélez.
    La primera década, cenital, coincidió con el auge del nacionalismo político y lo encarnó la llamada “generación del treinta”. A esta generación perteneció Luis Palés Matos, mencionado al comienzo de estas líneas. Su misión histórica fue la elaboración y la pintura de un modelo de nacionalidad cultural de raíz hispánica, mas inserta, eventualmente, en las aguas mestizas de El Caribe negro. Al lado de Palés, un grupo extraordinario de autores en todos los géneros. Entre los poetas, Juan Antonio Corretjer, Julia de Burgos, Evaristo Rivera Chevremont. Un poco después Francisco Matos Paoli. En la novela, suceden a Manuel Zeno Gandía autores como Enrique Laguerre y José de Diego Padró. El ensayo dará figuras canónicas como Antonio S. Pedreira, Tomás Blanco, Concha Meléndez y Margot Arce de Vázquez. El cuento, a Emilio S. Belaval, Abelardo Díaz Alfaro, José Luis González. El teatro, figuras como René Marqués y Francisco Arriví. Muchas de estas figuras señeras, tomadas casi al azar de un inventario basto, dominaron la escena cultural puertorriqueña de gran parte del siglo pues se constituyeron en los maestros de muchas generaciones, ya fuera dentro de la Universidad de Puerto Rico –fundada en el 1903– o desde otras instituciones culturales.
    El canon patricio fue subvertido con el crecimiento del marxismo y las proclamas de la revolución cubana. En los años sesenta, una nueva generación, imbuida de una militancia antiburguesa, cuestiona el canon nacionalista y relanza el trompo con su conciencia de clase. El país se había transformado violentamente. La pobreza y la anemia del mundo español fue suplantada por un sistema de haciendas dedicadas fundamentalmente al cultivo de la caña, abandonada a mediados de siglo por un afán industrializador y modernizante que convertirá un país ruralizado en uno urbanizado e  industrializado, con el consiguiente desplazamiento poblacional. Ese tránsito que René Marqués inmortalizó con la imagen de “la carreta” y de los “soles truncos”, se extiende hacia el exilio y el crecimiento inaudito de la población puertorriqueña en comunidades, principalmente, de la costa este norteamericana. El cambio del mundo rural al urbano, y la posterior crisis social de ese mundo industrial, es la raíz que alimenta la nueva literatura. En ella había terreno fértil para la prédica marxista.
    Los poetas del sesenta proponen una poesía “cargada de futuro”, según el decir del poeta español Gabriel Celaya, y auspician un debate cultural con el mundo canónico erigido por los autores del treinta que se adueñó, como dijimos antes de las instituciones culturales, ya fuera la universidad, el Instituto de Cultura Puertorriqueña o el Ateneo Puertorriqueño, a veces sobrecargada, en mi opinión, de mucha complacencia y occidentalismo. Al punto de vista social, colectivo, de los poetas del sesenta, y al afán de reivindicaciones nacionalistas y de clase, se le impuso un punto de vista más subjetivo, personal, y una demanda de libertades que subvertían la sociedad burguesa, militarizada, racista, machista. Al debate le siguió la propuesta de profesionalización del escritor que inundó el mundo contemporáneo. De allí, pasamos a las propuestas impuestas por los profundos cambios sociales y tecnológicos que han revolucionado nuestra manera de interactuar y de ver el mundo. En muchas partes se ha hablado de una posmodernidad que desplaza sus acentos a lo periférico, a un sujeto colocado como observador crítico o irónico al margen de los eventos, desarraigado de la hecatombe.
    Un ex gobernador de los noventas, declaró en una entrevista, recién electo, que su libro favorito era “Animal farm”. El actual gobernador bien podría decir que su autor puertorriqueño preferido es Paulo Coelho. De modo que, aunque sea indefectiblemente Puerto Rico un proyecto de estado “latino” acosado por las enfermedades autoinmunes y autodestructivas de un regimen colonial y neoliberal, bien podría decirse también que aún prevalece aquella definición funesta que articularon nuestros próceres en el siglo XIX: Puerto Rico es “el cadáver de un país que no ha nacido”. 

Marcos 
Reyes Dávila
¡Albizu seas!
agosto de 2011

* Publicado en Blanco Móvil (México, 2011, Núm. 119.)
  

domingo, 20 de mayo de 2012


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El corazón 
    de su tormenta

                                             
Deambulando hacia la lumbre.
                                                                        Mariana Libertad   


                











                 ¿Por qué regresamos
                Por qué siempre se vuelve?

Es cierto que con el allá soñaba siempre
Lo sabe cualquiera que ve un barco
desde la orilla del puerto
Lo saben los caminos y los puentes                   
el horizonte
la nube
la pradera
el otro lado del monte
Lo saben las ruinas de las ciudades viejas
los trenes y las almohadas
los ojos que se cierran
las ventanas y las puertas
el telón de la lluvia que aguarda
y el punto de partida
la iglesia en la mezquita
los pasos perdidos
los sueños del espejo
la prisa del río
la escena que aún no llega
el agua que lame al sol la piedra
esa flor que ronda eternamente el colibrí...
Y la mujer de Lot...

En el torno del retorno
se pule el oro, amor.
La órbita que gira en círculos alrededor de sus imanes
sabe hasta dónde da la cuerda
y cuánto se ama ese punto que queda
en el apacible corazón
de su tormenta.

No somos lo que fuimos
ni lo que seremos tampoco
pero somos un anillo de oro
que rodando se pule
que muere en su rumbo
como la polilla
cegada por su lumbre
o como cegado por capota roja
muere en la estocada el toro.
Marcos
Reyes Dávila
¡Albizu seas!

sábado, 19 de mayo de 2012



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La querida” 
de Renée Ferrer

  
Conocí a Renée Ferrer en Paraguay, en el 1994, en el contexto del primer congreso –o encuentro– de escritores hispanoamericanos que se celebró en el país tras la caída de la dictadura perpetua –para tantos que no vieron su fin–  de Alfredo Stroessner. Entonces la conocí como poeta, aunque poco después conocí de su interés por otros géneros. “La querida”, por ejemplo, es su tercera novela.

Es ésta una novela larga –de 475 páginas– que sería más exitosa si se hubiera acogido al concepto del Arcipreste de la brevedad. Digo esta dureza porque la característica primera que cabe señalar es la apoteosis de un discurso ralentí que se regodea de manera obsesiva en la caracterización de la figura del dictador, en primer lugar, y de la protagonista, de nombre Dalila, en segundo lugar, que es su “querida”. La historia dura lo que la búsqueda de una tumba, ya en el cementerio, de un amante infeliz que se atrevió a desear lo que era del dictador. O quizás, decirse pueda, lo que dura la rebelión armada que da fin, en sólo un día aparentemente, a una dictadura que parecía eco de la eternidad.

Desde estos puntos de partida, el narrador omnisciente evoca de manera espiral, sencillamente circular muchas veces, la relación entre la querida y el dictador, y ello casi exclusivamente, pues la introducción de otros personajes lo que hace, principalmente, es divertir la naturaleza de esa relación, ya se trate del padre de Dalila, o de su hermano, o de la nueva amante del dictador, o del general Gutiérrez.

Si bien la narración vuelve, una y otra vez, a los elementos obsesivos que la configuran, y que son, antes que otros, la naturaleza corrupta y bestial del poder absoluto y la justificación del conflicto moral de una protagonista seducida por el poder a pesar de todos los pesares –esto es, la victimización de su propia familia, de sus amores, e, incluso, de sí misma, sin adelantar casi nada los incidentes de una trama cuyo destino fatal se anticipa muy pronto– lo cierto es –y vaya esto como reparación del juicio duro primero– que Ferrer posee una capacidad infinita, e inmensamente creadora, de verbalizar una y otra vez, de manera diferente, esa detallada pintura del carácter de estos personajes con innovadoras técnicas excelentemente logradas. Esa es su obsesión. Obsesión que no puede ser culpable para quien haya vivido ese mundo oscuro y terrible, inimaginable quizás, hasta ahora.

A diferencia de otras pinturas de las dictaduras latinoamericanas, la de Ferrer se centra, sin excluir otros aspectos, en el abuso criminal de la mujer, más allá de Dalila, pero no cae en moralidades pueriles de iglesia. Su enfoque privilegia el lado introspectivo frente al sociopolítico, no ausente, sin embargo, pues personajes como Marco, su hermano rebelde, representan esa resistencia al sometimiento ante la brutalidad. Si hay un clímax, un punto culminante, éste está en esa atrocidad ilimitada que se ve a través de una pluralidad incontable de ojos. El final de la novela, para el lector, está en el despertar, el descanso frente a una pesadilla. 

Es increíble que en nuestros pueblos se hayan vivido experiencias tan terribles como ésta, más no peores que el coloniaje nuestro en Puerto Rico. 

Gracias, Renée.

(La querida. Asunción, Paraguay:  Fausto Ediciones, 2008.)
Marcos
Reyes Dávila
¡Albizu seas!

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Las Democracias 
en el CAPITALISMO


Lo mejor que puede decirse de las Democracias bajo el Capitalismo, en general, es que permite que muchos grupos se reúnan en las plazas con pancartas alusivas a la Indignación. Si intentan eso del Occupy Wall Street, ocupar los asientos del poder, serán desalojados utilizando la fuerza represiva que sea necesaria utilizar. Nada más puede decirse.

La Democracia bajo el Capitalismo es un fraude porque descansa, precisamente, sobre el principio de IGUALDAD proclamado por las revoluciones liberales de Estados Unidos y Francia a fines del siglo XVIII. Esas revoluciones lograron guillotinar a la aristocracia de sangre azul, y muy poco más. Tras un largo tiempo de luchas intensas, el reconocimiento de la igualdad racial y de género, y con ellas el fin de la esclavitud, pero erigió en su lugar una DESIGUALDAD no menos infranqueable: la económica-social, y con ella el dominio político y social de la burguesía.

Nuestros pueblos son gobernados por un grupo minúsculo de EmpreSaurios que roba día a día la riqueza del estado y que establece las reglas de su dominio en la forma de leyes y reglamentos. Mientras existió la Unión Soviética rugió bajito, pues tras la caída de ésta se ha dado a la reconquista del mundo y a la eliminación de la clase media. La polarización del mundo ha quebrado hasta el delirio toda ilusión de igualdad social con la consabida ilusión derivada de una-persona-un-voto. No hay margen alguno, ninguno, para establecer gobiernos de equidad y justicia social. Todo está dirigido por el concepto neoliberal de que el bienestar de las grandes empresas, los bancos y la privatización producirá un aserrín, un menudeo, un desecho, con el que se alimentarán las grandes muchedumbres. "Bagazo de caña", lo llamó Abelardo Díaz Alfaro. La "aldea global" es un suburbio fuera de las grandes ciudades burguesas donde se reconstruye un nuevo Feudalismo.

En conclusión: 
      No hay bajo el Capitalismo oportunidad alguna de justicia social ni de democracia verdadera. Sólo en el Socialismo verdadero. Y el Socialismo verdadero sólo se consigue con una Revolución.

Marcos
Reyes
Dávila
¡Albizu seas!



miércoles, 16 de mayo de 2012

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Más Derechos Civiles;
no menos.


La Democracia crece bajo el amparo de los Derechos Civiles y Humanos. No lo olvidemos.

En Puerto Rico el gobierno celebrará un Referéndum para votar por eliminar el Derecho Absoluto a la Fianza a acusados de crímenes mayores. Tanto el gobernador como el presidente del principal partido de oposición favorecen esa medida, derrotada en consultas celebradas hace años.

Lo que ocurre en Puerto Rico ocurre y ocurrirá en otras jurisdicciones del mundo controladas por los Empresaurios Neoliberales. La política de derecha se opone a las libertades y a la democracia mientras arma y erige instrumentos de represión.

En su último mensaje al Congreso de Estados Unidos,
antes de morir, Frankyn Delano Roosevelt propuso una  
Segunda Carta de Derechos Civiles
que incluía los siguientes:


-El Derecho a un trabajo útil
-El Derecho a ganar lo suficiente 
    para proporcionar un nivel de vida digno
-El Derecho de todo hombre de negocios a un ambiente  
    libre de competencia desleal y monopolios
-El Derecho de toda familia a una vivienda digna
-El Derecho a una atención médica adecuada
-El Derecho a protección en la vejez
-El Derecho a una buena educación

Ésa, y no la eliminación de DERECHOS, debería ser la tónica en Puerto Rico.
Bien nos vendría, después de la experiencia de este cuatrenio, reclamar el

-DERECHO A UN REFERÉNDUM REVOCATORIO para quitar gobernadores que hacen lo contrario a lo que prometen hacer,  para quitar senadores que sacan a patadas al pueblo del Capitolio y celebra las sesiones a puertas cerradas, y alcaldes que conspiran para hacer elecciones fraudulentas.

-Derecho a reclamar que el gobierno haga lo que el pueblo quiere, y aumentar la democracia y no reducirla.

-Derecho a Juicio Justo e Imparcial y a despolitizar la Judicatura.

La DEMOCRACIA Crece con los Derechos. No lo olvidemos.

Marcos 
Reyes Dávila
¡Albizu seas!

martes, 15 de mayo de 2012

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El Derecho a la FIANZA


Oigo en la radio declaraciones extrañas de una periodista.

No sé si tenía en mente nuestras expresiones de ayer, que más que defender el Derecho a la Fianza expresaban desilusión ante el razonamiento mediocre y pobrísimo de Alejandro García Padilla.

No es cuestión de sí hay o no hay una constitución puertorriqueña. La periodista debía saber que las cosas en la vida de los pueblos no son en blanco y negro, sí o no.


En parte, SÍ, hay una constitución que tiene efecto sobre los procesos políticos y judiciales EN PUERTO RICO.
Pero esa constitución, por otra parte, NO ES en verdad una ley suprema en Puerto Rico puesto que cualquier reglamento y ley del imperio están por encima de ella.

La limitación del Derecho a Fianza es un DERECHO CIVIL atado con la PRESUNCIÓN DE INOCENCIA y el Habeas Corpus.

No es cuestión de ofrecer un instrumento a discreción de los jueces para bregar con la criminalidad
porque, por una parte, no tendrá ningún efecto verdadero ni bajará un ápice la criminalidad,
y por otra parte, se trata de la aplicación de un principio que no puede estar sujeto a discreción.

No es correcto decir que en Puerto Rico, por otra parte, hay pena de muerte.

La pena de muerte ordenada y dispuesta por el Estado es una cosa muy diferente a, e infinitamente más peligrosa que, lo que hacen los criminales en la calle.

Los DERECHOS HUMANOS y los DERECHOS CIVILES se crearon para proteger a los ciudadanos de los abusos del gobierno.

Y en Puerto Rico, el gobierno abusa y abusa y no puede abusar más.

Renunciar a un derecho es un disparate. Máxime cuando se sabe que en la práctica un juez puede imponer una fianza por un monto tan alto que en la práctica la niega.

Aquí se trata de negar y rechazar UN PRINCIPIO que se usará contra los pobres y no contra el alcalde de Guaynabo, Roger Iglesias ni contra Ángel Cintrón.

No se le negará la Fianza a un Asesino: se trata de negarle la Fianza a un INOCENTE, que mañana podrá ser usted, su hijo o hija, su sobrino o su nieta.


Yo quiero ofrecerle a mis hijos y nietos el Derecho a la Fianza.

sábado, 12 de mayo de 2012

INVITAMOS A LA PRESENTACIÓN DE
BLANCO MÓVIL 119
   REVISTA DE MÉXICO.  DIRECTOR EDUARDO MOSCHES
                                         

           ETNAIRIS RIVERA  COMPILADORA
              ANNA NICHOLSON  PORTADA E ILUSTRACIONES

          Con
               Kattia Chico, Yolanda Arroyo Pizarro, Ángela Borrero, Mayda Colón, Pedro López Adorno,  Félix Córdova Iturregui,     
               Mayrim Cruz-Bernal, Vanessa Droz, Rosario Ferré, Hjalmar Flax,  Ana María Fuster, Zoé Jiménez Corretjer, Pepe Liboy,
Luis López Nieves, Alberto Martínez Márquez, Jan Martínez, Ángel Luis Méndez, Madeline Millán, Edgardo Nieves Mieles,
Myrna Nieves, Yvonne Ochart, Marcos Reyes  Dávila,  Irizelma Robles, Beatriz Mayté Santiago-Ibarra,  
Maribel Sánchez Pagán, Mayra Santos-Febres, Yván Silén, Áurea María Sotomayor,
Elidio Torres Lagares, Lourdes Vázquez, José Luis Vega

     JUEVES 17 DE MAYO DE 2012 7:00 P.M.
        CASA ABOY,
         AVE. PONCE DE LEÓN 500, SANTURCE, PUERTO RICO

jueves, 10 de mayo de 2012

¡Ay, Corretjer!


 ¡Ay, 
Corretjer!

 
Anoche soñaba con una disputa entre ricos y pobres empleados. El capitalista les dijo con desdén que no tenía tiempo que perder con sus reclamos. Los trabajadores respondieron, que comenzara entonces por hacerse la comida.
    Y es que, en efecto, los gobiernos, empresarios, banqueros, terratenientes, los del fondo monetario y cnn, nos convencen de lo contrario en Grecia, España, Puerto Rico, Estados Unidos... De que el capital financiero es necesario para sostener el mundo, cuando lo verdaderamente indispensable es el trabajo. El trabajo ha sido siempre el principal generador de la riqueza.
    En “Oubao Moin”, Juan Antonio Corretjer lo dice claramente. No me refiero ya a lo más evidente y literal, esas manos negras, indias y blancas que construyeron los caminos, sembraron, edificaron y crearon con su esfuerzo la patria. Me refiero a que el poema comienza hablando del oro de los ríos. De que la búsqueda del oro explotó las manos de indios y de negros. El oro se lo llevaron, pero para nosotros sólo sirvió para ensangrentar las aguas.
    No es, pues, el oro lo que nos construye la patria, sino el criadero inventado, el trabajo de mineros, de ganaderos, camineros, carreteros, cocheros, constructores, el trabajo con la siembra y cosecha del café, del tabaco, la caña, pastos, bosques, cabras y gallinas. No el oro, el capital de bancos: el trabajo todo lo puede. El trabajo. Incluso la libertad.
    El oro y su desempleo, nos esclaviza, pues el capitalismo crea un ejército de desempleados porque lo necesita para prevalecer. Pero, como dice Corretjer, es de las manos que trabajan, y sólo de ellas, que “saldrá la nueva patria liberada”. Quizás no la independencia, pero sí la libertad. ¡Ay, Corretjer!

Marcos
Reyes Dávila
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