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Recuerdos de un revolucionario,
a propósito de la
a propósito de la
alegada rivalidad
entre Betances y Hostos
Para Carlos Gallisá
I. Una sombra efímera
Eugenio María de Hostos murió un once de agosto, hace 105 años. [Este trabajo se publicó en CLARIDAD en el 2008.] Así como esta ocasión nos permite recordar que la Universidad de Puerto Rico aún no restaura la integridad de la obra escultórica de Victorino Macho –instalada en homenaje a Hostos en el Recinto Río Piedras– a la cual se le amputaron las partes que contenían las palabras “Patria” y “Sociología”, recordamos también que uno de los fenómenos nuestros que más nos asombran, desde hace muchos años, es el persistente empeño por enemistar, rivalizar, o enfrentar a Ramón Emeterio Betances y a Eugenio María de Hostos. Aquí y allá hemos tenido la desventura de oír durante décadas, incluso en el seno de organizaciones patrióticas, las voces que alegan con celo destemplado e irracional que uno de ellos es primero o superior al otro. Sabemos, porque lo señala el propio Federico Henríquez y Carvajal, que Manuel Guzmán Rodríguez –editor de Betances– andaba ya en ésas en 1926, cuando aquél –Henríquez y Carvajal– le sale al paso con la autoridad indiscutible de su conocimiento extenso, cercano e íntimo de ambos próceres.
Para Carlos Gallisá
I. Una sombra efímera
Eugenio María de Hostos murió un once de agosto, hace 105 años. [Este trabajo se publicó en CLARIDAD en el 2008.] Así como esta ocasión nos permite recordar que la Universidad de Puerto Rico aún no restaura la integridad de la obra escultórica de Victorino Macho –instalada en homenaje a Hostos en el Recinto Río Piedras– a la cual se le amputaron las partes que contenían las palabras “Patria” y “Sociología”, recordamos también que uno de los fenómenos nuestros que más nos asombran, desde hace muchos años, es el persistente empeño por enemistar, rivalizar, o enfrentar a Ramón Emeterio Betances y a Eugenio María de Hostos. Aquí y allá hemos tenido la desventura de oír durante décadas, incluso en el seno de organizaciones patrióticas, las voces que alegan con celo destemplado e irracional que uno de ellos es primero o superior al otro. Sabemos, porque lo señala el propio Federico Henríquez y Carvajal, que Manuel Guzmán Rodríguez –editor de Betances– andaba ya en ésas en 1926, cuando aquél –Henríquez y Carvajal– le sale al paso con la autoridad indiscutible de su conocimiento extenso, cercano e íntimo de ambos próceres.
La controversia, sin embargo, tiene una raíz mucho más larga. El propio Hostos alega que en la emigración neoyorkina los enemistaron innecesariamente cuando se encontró con Betances en el 1869. Tal parece que los chismes malintencionados que brotaron hace casi 140 años reproducen sus ecos con persistencia insana hasta el día de hoy.
Carlos Rama (1972) desecha el tema de la alegada “rivalidad” entre Hostos y Betances en el estudio preliminar a la recopilación de los textos de Betances que titula Las antillas para los antillanos (Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1975, XLIX-LIII). Allí observa que la discrepancia entre ellos ocurrió en esa sola ocasión, a la llegada de Hostos a Nueva York en 1869, y en torno a un “tema preciso”: el modo de libertar a las Antillas (pág. XLIX). Recuerda Rama que Hostos le cede el espacio a Betances al emprender su viaje al sur ya en el 1870, y que a su regreso en 1874 culmina, junto a Betances, lo que Andrés Ramos Mattei llamó el “ciclo revolucionario antillano”, ciclo que completa en el 1875. Recuerda Rama, además, como, en 1898, Betances confía en Hostos más que en el Directorio de Nueva York, y le traspasa a Hostos, en vísperas de su muerte, su “legado” y su “bandera”. Recuerda Rama, finalmente, que sus contemporáneos, no sólo Henríquez y Carvajal, sino Sotero Figueroa, y el mismo Martí, unieron los nombres de ambos sin vacilar (pág. L).
Las cartas de Betances publicadas por Rama ponen a descubierto la
colaboración franca que existía entre ambos antillanos desde el 1870
(249), y cómo crece la admiración de Betances hacia Hostos con el paso
de los años. Que la “sombra de verano”, “leve y efímera”, de esa
rivalidad, que a juicio de Henríquez y Carvajal parece que nunca
existió, desapareció pronto, lo constata éste en el tratamiento efusivo y mutuo entre ellos que
tuvo ocasión de ver tanto en su encuentro de Puerto Plata en 1875, como
durante la estancia de Betances en Santo Domingo de 1881 a 1883, época
de la Escuela Normal de Hostos (265-268).
II. Hostos, apóstol de la libertad
II. Hostos, apóstol de la libertad
Es un hecho histórico que el joven Hostos vivía y estudiaba en España en el momento de su despertar político. Fue por lo tanto desde España, y de frente a los españoles, que Hostos fraguó las premisas y maneras de sus primeras urgencias políticas. En primer término, intentó persuadir a los españoles con su novela, La peregrinación de Bayoán, de 1863. Es ésta una novela de denuncia política que contempla ya la hermandad antillana que predicará Hostos toda su vida. Luego buscó cómo denunciar ante los españoles la mala política española en las Antillas y cómo hacerles comprender las inequidades de su política a través de una avalancha de artículos publicados en numerosos medios. Ideó, además, una forma de soberanía para “sus islas” a través de una confederación entre las provincias peninsulares y las Antillas, soberanía que requería antes de una revolución en la península que diera al traste con su régimen monárquico e instaurara una república federal, de modo que vemos a Hostos integrándose en las organizaciones políticas españolas y conspirando contra la monarquía. Finalmente, defendió a brazo partido los derechos de las Antillas, incluso tras los gritos de Lares y de Yara de 1868, alegando con todo valor que en las islas se prohibía celebrar la victoria del nuevo régimen español republicano encerrando las islas en el antiguo régimen monárquico depuesto en septiembre de ese año. Cuando constató que la nueva república española no reconocería la soberanía ni la libertad de Cuba ni de Puerto Rico, optó por buscarlas desde 1869 a través de las armas.
En Nueva York, Hostos intentó acoplarse con la emigración antillana organizada en clubes, pero desistió cuando vio que ésta estaba dominada por el afán de buscar la anexión a Estados Unidos, tras la independencia de España. Hostos siempre ambicionó la Confederación de las Antillas: ésa es su idea matriz, la médula solar de su lucha y su pensamiento. Para contrarrestar el peso de esa emigración anexionista, y atajar el peligro de la anexión, viaja a buscar apoyo por los países de la América nuestra reclamando en cada parada la necesidad apremiante de completar la tarea del Libertador, la obra de Ayacucho. De paso, en Panamá (1870), Hostos advierte sobre la tendencia expansionista de los Estados Unidos y el peligro que corre Panamá con las inclinaciones “imperialistas” norteamericanas.
Ya en 1898, Hostos, al igual que Betances, se percata de que es inútil pretender resistir por las armas en Puerto Rico a las tropas norteamericanas, de modo que idea, como Catedrático de Derecho que era, una nueva forma de lucha política, despertando el poder de la “sociedad civil” y reclamando el derecho a plebiscito que nos garantizaba no sólo la Constitución de Estados Unidos, sino el derecho natural y el derecho internacional. El presidente Mackinley, en persona, había acordado con Julio Henna realizar este plebiscito, a cambio de la cooperación del Directorio y de sus planes de invasión de Puerto Rico, mas, sin embargo, faltó a su compromiso. Hostos, por su parte, vio que no podía depender tampoco de los partidos políticos puertorriqueños cegados por el colonialismo servil, incluyendo a Muñoz Rivera, y apeló directamente al pueblo.
Aunque se mostró dispuesto a aceptar el resultado del plebiscito, cualquiera que éste fuera, Hostos sabía que el derecho a la independencia era el destino final, inevitable e irrenunciable de los puertorriqueños. Y aunque habló de “americanizar” a los puertorriqueños, no quiso decir con esa palabra que buscaba la asimiliación y la entrega a los conquistadores, cosa que censuró siempre, y de lo cual habló con toda transparencia en su Moral social. Lo que quiso significar con eso de “americanizar” –y lo dice en blanco y negro– era que había que educar al pueblo de Puerto Rico en los modos de vida republicana, educarlo para la vida independiente y soberana. Ése era el propósito, justamente, de la Liga de Patriotas, proyecto suyo completamente acorde con El programa de los independientes de 1875 que elogió José Martí. Sobre antillanismo y política de la libertad, Hostos se le adelantó a Martí por décadas.
III. Recuerdos de Betances: la ofrenda
En las Obras completas de Hostos encontramos un texto que, a modo de
ofrenda fúnebre, escribió en fecha incierta para Ramón Emeterio
Betances. Se titula “Recuerdos de Betances”, y parece estar íntegro y
sin errores en la edición de 1969, tomo XIV, páginas 69-72. (En la
edición crítica del 2001, páginas 283-285, hay frases omitidas que hacen
incomprensibles algunos pasajes.)
El homenaje fúnebre de Hostos comienza desde el título mismo. “Recuerdos de Betances” alude sin decirlo a un texto de Betances escrito en febrero de 1898, con el título de “Recuerdos de un revolucionario” (Rama, Op. cit., 150-155). Este texto es un homenaje a José Martí, muerto en combate hacía, en ese entonces, tres años. En el mismo, Betances resume en tres fragmentos toda su lucha anticolonial, y lo que llama sus “bodas de diamante con la revolución”. Esto es, según puede inferirse, un largo trajinar de 50 años, los que van desde el 24 de febrero de 1848, día de la “revuelta” de París, en la que participó Betances [que, como se ve, también se involucró en las luchas políticas de la metrópoli donde estudiaba], que depuso la monarquía borbónica e instauró la Segunda República Francesa, hasta el 24 de febrero de 1898. En 1895, un 24 de febrero, se dio el Grito de Baire, grito que reinició la guerra de independencia en Cuba a cargo del Partido Revolucionario Cubano fundado por José Martí.
Hostos evoca, por su parte, a Betances, con evidente emoción, en algún momento cercano a su muerte ocurrida el 18 de septiembre de 1898, a sólo cinco días del trigésimo aniversario del Grito de Lares, y casi dos meses después de la invasión norteamericana de Puerto Rico. Recuerda que conoció a Betances a los 23 años, cuando ambos coincidieron en Puerto Rico. Anota la “atracción” que ejercía la figura de Betances entre los enemigos de la esclavitud y los del coloniaje. Revela que recibió con sorpresa en Madrid, un año después –esto debe ser en 1863–, una carta de Betances desde París, escrita a propósito del más antiguo texto de Hostos que conocemos: su novela La peregrinación de Bayóan. Hostos confiesa que su novela fue “un grito sofocado de independencia” pues creía entonces posible, según lo señalamos antes, alcanzar la soberanía antillana a través de la constitución de una república federal en España. Recuerda no volver a saber de Betances hasta encontrarlo en Nueva York en el 1869. Entonces se refiere al famoso episodio de esa desavenencia entre ambos que atribuye a su desesperación por apurar el inicio de la lucha armada en Puerto Rico. En ese momento, intentó hacer de “jefe de bando”, cosa que lamentó más tarde.
En defensa de Hostos hay que señalar que Betances admite haber recelado de él pues al que conocía era al joven Hostos de la época española, de modo que, en su recelo, ocultó a Hostos sus planes y lo dejó al margen. La emigración trabajaba mano a mano con los cubanos, que eran más, y entre los cuales dominaba la ambición de buscar la anexión a Estados Unidos. Hostos rechazaba esta pretensión entre los cubanos y no pudo articular su lucha y prédica con ellos en ese entonces. Es por eso que opta, como ya señalamos, por intentar otro camino con su viaje al sur.
Finalmente, se refiere Hostos a la época siguiente, que se inicia a su regreso del viaje en el 1974, y a partir de la cual fueron por completo hermanos del “ideal”. “Recuerdos de Betances” es, de esta suerte, un réquiem estremecedor inolvidable.
No los enemistemos más. Unámonos.
Marcos
Reyes Dávila
¡Albizu seas!
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