Mapa al corazón del hombre - Reseña
Por Marcos Reyes Dávila
Mapa al corazón del hombre es un volumen sólido, amplio, de 215 páginas y siete partes, cuidadosa y hermosamente editado. Concentrado en el artilugio de la palabra, prescinde de las distracciones de las ilustraciones, mas nos ofrece, a cambio, una portada bellísima producto del retoque de una fotografía de Pascal Fallot, francés. Abarca la obra en verso producida entre el 2008 y el 2012, obra por lo tanto reciente, que ha de reflejar derroteros de esta segunda década del siglo XXI. La dedicatoria –“para Todas / de Nadie”– nos introduce en un primer enigma cuyo sentido se vislumbra tras la lectura del libro. Toda obra poética es un enigma.
No obstante, recuerdo haberle dicho a Carlos Roberto que tras la lectura del libro pensé haber hallado al autor guiado por su “mapa”. Lo primero que es pertinente tener aclarado es que el libro no pretende ser un mapa del corazón del hombre, entendido en abstracto, sino “al” corazón del hombre. No es un mapa del hombre, sino un mapa dirigido al “hombre”, entendido, quizás, de manera genérica, no por reincidir culpable en una transgresión a la actual dicotomía de género que reivindica los espacios de la mujer, sino porque el “hombre” de Carlos Roberto contiene en sí mismo la costilla de Adán, y mantiene con esa Eva incorporada a su ser una relación diversa y compleja, ceñida y cernida por el misterio y la ambigüedad. (Sostengo lo anterior como una conjetura provisional.)
Empero, menos perentorio e indudable es que el “mapa” refleja una voluntad de búsqueda de sentido, una orientación, un afán de comprender mucho más que de entender, acaso porque Carlos Roberto tenga la sospecha de que exista lo que algunos, como María Zambrano, llamaban alguna vez, la “razón poética”, razón al margen de la griega, armada con otros instrumentos y fines –entre los que destaca, según Zambrano, la “creación del hombre”–, y figura que es, sin duda, mucho más, e irreductible a, la razón racional, o sencillamente lógica.
El libro de Carlos Roberto es una pequeña odisea, es decir, un viaje y una aventura que prefiguran un destino en la niebla y que se trazan de manera aparentemente aleatoria con paradas en diversas islas. No obstante, abre con “Las coordenadas del beso”, se detiene en “Seis postcards” y desemboca, pasando por Yemayá en La Habana, varias traiciones, epitafios y notas de viajero en la última parte, titulada igual que el libro.
Una lectura a vuelo de pájaro nos permite ir recogiendo las señas. Abre con “La extranjera”, poema que, aunque nos recuerda al comenzar el insuperable poema de Pedro Mir, –cuyo centenario celebramos este año– Hay un país en el mundo, se dedica a la indagación de un primer misterio: una mujer, con un verso cargado de atributos que intentan comprender un fenómeno inefable, cargado de complejas oposiciones. De ahí las “falsas señales”, que más que falsas parecen serlo, por fantásticas. En ese sentido, este afán por leer el universo muestra un trasunto del simbolismo francés, y acorde con ello nos recuerda a veces las famosas “correspondencias” de Baudelaire. En “La cartógrafa” se transita en un proceso oscilante de construcción y deconstrucción, que desembocan, con “Entrando a la materia”, en un laberinto de sueños y devaneos del misterio que culmina, como todos los poemas, en remates extraordinarios. Pues Carlos Roberto se muestra como un cuidadoso poeta que sabe prescindir de lo accesorio y concentrar la energía del verso con una dicción transparente a pesar de las ambigüedades y de transitar, deambulando quizás, por los límites indefinidos de las cosas, e incluso de las personas. De esta suerte hay siempre una sorpresa en cada desembarco.
El verso de Carlos Roberto tiende al arte mayor, al verso libre, al tono sobrio, a veces prosaico, y otras veces de un lirismo cuajado entre la conjetura y la sorpresa, como ocurre en la poesía de Borges. La indagación se desliza sobre un espíritu que tiende a la contemplación, pero sin entregarse de lleno a ella, puesto que participa, con más respeto que timidez, mientras descubre una realidad preñada de dicotomías, dualidades y contrastes en los que aflora siempre, más allá de cierta expresión de vulnerabilidad, una ternura de fondo. El cuerpo de la mujer, por ejemplo, es más continente que contenido, significante que significado. De ahí la necesidad constante de aprehender el signo, de buscar la seña. A veces se vislumbran sólo desencuentros, con saldos de olvido. En otras ocasiones se vislumbra la extraña conexión entre los fenómenos del universo que se resuelven en el fenómeno elemental e inmediato que “despierta en las uvas”.
La poesía de Carlos Roberto describe esa odisea y testimonia desde cada isla. De ahí que no deban extrañarnos ni las postcards ni los “14 romances imperfectos” de Yemayá. Los “romances” no aluden aquí al metro octosílabo sino a la pasión por lo extraordinario, por lo súbito, por el inesperado choque con lo mágico. Las “traiciones” son incursiones en el inglés –alguna es sólo una traducción–, o dilemas, como el que le plantea su origen dominicano y lo hace discurrir a sus años: “¿Qué pesa más / la sangre que es puente / o el agua que es distancia?” Los “epitafios para el amor insepulto” son edictos que emanan de los agobios de amores que en realidad nunca están del todo ausentes, y por eso, están “insepultos”. Y las prosas son notas de un viaje realizado más por caminos soñados, a lo Machado, que verdaderos, saturados de extrañeza y poesía.
La séptima y última parte, “Mapa al corazón del hombre”, es, en efecto, el corazón del libro, por su contenido, y por constituir los cuatro, grandes, grandes poemas. Carlos Roberto aprieta en ellos la composición de una constelación que sólo se puede ver, sólo tiene sentido, desde un punto de vista particular, único, pues el caos sólo es cosmos para quien vivió el tránsito de esa vida. Abre con la imagen de que “el río es un poema”. Entonces el río no es río, sino seña, cifra, símbolo en función humana. Es una alegoría en la que participan junto al agua, las piedras, las hojas y los peces. Más que “el río es un poema”, lo que se dice es que el poema es un río en el que viajan, en relación dinámica, ellos y ellas. El punto de vista está sexuado, pero la bodega de sentidos no se limita a lo erótico ni a los placeres del sexo. Reafloran las dualidades, alma / cuerpo, como preguntas –“¿qué es un cuerpo?”; “¿qué es un alma?”–, seguido por el afán de aprehenderlos y definirlos, por hacer un mapa de sentido. En el “corazón del hombre”, el hombre se desnuda de sus nudos, se esencia, se expande y multiplica, se funde y se confunde, y toda la teoría de los géneros se disuelve finalmente.
Varios lectores recuerdan a Neruda al comentar la poesía de Carlos Roberto, pero me parece que eso ocurre más como resultado de oír a Carlos Roberto admirar las islas negras del poeta chileno, y el nombre de su editorial, que como constatación de la presencia verdadera de Neruda en el entramado de los versos de Carlos. La enumeración de experiencias y vivencias, de sobresaltos y sorpresas, de ese enfrentar por vez primera la infinita ineditez del mundo con el alma desnuda, pudiera ser un lejano eco nerudeano, pero imbuido en una voz de tanta autenticidad que nos derrota el señalamiento. Sólo así ha podido Carlos Roberto dibujar el mapa de su propia y única constelación para que lo conduzca “al corazón del hombre”, afán y derrotero último de este nuevo Ulises.
Por su factura, este libro es de un autor postsesentista, afín con la poética de fines del siglo XX tan asociada a las corrientes de la posmodernidad, pero no creo que entregada a ella. En una reflexión sobre un libro anterior, Aún, publicado en la revista electrónica Isla negra que dirige desde Argentina Gabriel Impaglioni, bajo el título “Errancia, carencia del eros, teatro del deseo en Aún, de Carlos Roberto Gómez”, el autor ve la poesía de Gómez como “la pugna interior por superar el destino de la errancia”. La errancia es el continente posmoderno de un yo fragmentado que ha perdido su unidad, enajenado por tanto, extraño de sí mismo, extraviado. De ahí el deseo de pertenecer y de poseer lo inasible. Si el punto de partida para Carlos Roberto fue esa errancia, entonces no nos puede extrañar el esfuerzo por comprender el código cifrado que vemos en este mapa. MRD
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