Carmelo Delgado Cintrón
vs
“El diez de octubre no se discute, se bendice.” Hostos (1876).
“Hijo, te levantaste muy temprano”. Hostos
“Tengo de la opinión de los hombres una idea definitiva: jamás es justa” Hostos
“¿Está bien hecho que haya irreflexivos ingeniosos –“eruditos”, dice en otra parte– que tengan ingenio
para sacar partido de una falta de memoria que un crítico pensador se avergonzaría de señalar?” Hostos
"Los hombres no pueden ser más perfectos que el sol." Martí
Carmelo Delgado Cintrón es un ser humano exquisito. Catedrático de la Facultad de Derecho del Recinto de Río Piedras y hostosiano de prolongada trayectoria, fue electo miembro del Comité del Sesquicentenario de Eugenio María de Hostos (1989).
Hace varios meses se comunicó conmigo para anunciarme la inminente publicación de su “Biografía jurídica de Eugenio María de Hostos” (DERECOOP, 2012, 3 vols.), y para preguntarme si tenía inconveniente en que me dedicara el segundo tomo de esa obra junto a Argimiro Ruano, profesor de Humanidades jubilado del RUM, de nacionalidad española, y autor de otra biografía de Hostos, publicada en siete tomos. Le informé que no tenía inconveniente. Sentí una emoción de honor por venir de un estudioso como él, mas quedó sembrada en mi ánimo alguna sombra inquieta, pues Ruano y este servidor hemos estado enfrentados al menos desde 1992 ó 93 por diversas razones, la más importante, su enigmática fijación con desmitificar el mito biensonante de Hostos. Contra las desmitificaciones no tengo nada, a menos que no estén basadas en un proyecto de destrucción que utilice como arma lecturas y razonamientos torcidos, falacias y mentiras. Sostuvimos, ambos y otros más, algunas controversias que casi olvidé... hasta ahora.
Pienso en Carmelo Delgado y en la dedicatoria, y se me hace difícil decir lo que tengo que decir, pero no tengo modo de eludirlo, pues de otro modo, aunque Delgado haya anotado que las dedicatorias no significan endosos a sus interpretaciones, de algún modo sí lo sugieren. Y además, me resulta muy difícil abstenerme como ex director del Instituto de Estudios Hostosianos, cuando se me cita para probar algo con lo que no concurro del todo y para apoyar interpretaciones que se distancian de las que he expuesto durante cerca de treinta años como producto de un amor ininterrumpido por Hostos. Antes de hacerlo consulté en una conversación de pasillo en UPR-Humacao con colegas que concurrieron conmigo en que la obra de Delgado sigue demasiado a Ruano, es muy reiterativa, y pudo configurarla de una manera mucho menos extensa.
Debo señalar, en primer lugar, que leí los tres tomos de cerca de 650 páginas cada uno (706, 616, y 669) , en dos días apasionados. Delgado ha recopilado una impresionante cantidad de materiales para producir una obra, inopinadamente erudita, que abarca prácticamente toda la producción intelectual de Hostos. (Ruano se limitó fundamentalmente a la época española del que llamo “joven Hostos”.) En efecto, Delgado hace hincapié en los aspectos “jurídicos” de Hostos, que incluyen, particularmente, la labor política de su juventud, la obra académica y docente del catedrático constitucional y las luchas que libró a su regreso a Puerto Rico en el 1898. Hay en la obra muchos aspectos novedosos, o vistos, antes, muy a la ligera. Estudia y compara la tesis de Pedreira con su famosa biografía de Hostos, el legado de Hostos y las controversias suscitadas después de su muerte y durante el centenario de 1939. Delgado anuncia desde el principio que su propósito principal es corregir errores que se repiten en las biografías y estudios sobre Hostos, errores que se basan en afirmaciones antiguas, nunca corroboradas, de Pedreira, por ejemplo, o de la propia familia de Hostos.
Pero el texto de Delgado muestra serios defectos. Uno de diseño: la obra es muy reiterativa. Delgado vuelve, una y otra vez sobre asuntos ya tratados. Ello convierte la obra, por otra parte, en un laberinto muy confuso. Es además muy extensa y prolija.
Por otra parte, Delgado asimila demasiado extensamente el discurso de Ruano. Aunque anuncie de un modo distinto su propósito, no desmitificar, sino corregir, el discurso de Delgado incurre excesivamente en impugnaciones del testimonio de Hostos violando principios del análisis crítico y del análisis del historiador, pues salta el espacio del hecho para incurrir en la franca especulación. En la práctica, Delgado dice que el mayor moralista de la historia latinoamericana miente una y otra vez; que algunos de sus grandes atributos no existieron, o son falsificaciones. A veces no afirma estas cosas abiertamente. Le basta, por ejemplo, decir que a Hostos se le atribuyen méritos como feminista, pero que en su época fueron feministas una larga lista de personajes que nombra, uno por uno. Su actitud se parece a la del fiscal, y su discurso, ambiguo –pues no deja de incurrir en la franca admiración y el elogio–, es tan argumentativo como expositivo.
Es cierto que quien escribe ha señalado, desde el 1994, que en las obras completas de Hostos la escritura está alterada y editada, enmendada, con pasajes omitidos. Apuramos la tesis de que ello se hizo para suprimir expresiones en las que el espíritu fogoso de Hostos, nada matemático ni frío, podría sonar muy fuerte, pero nunca implicamos que esa edición tuviera el propósito de enmendar el carácter sustantivo de sus ideas ni decir lo que no dijo. Más podemos decir, pues en fechas recientes, al releer textos que leímos hace décadas, como la biografía de Bosch o a Pedreira, hemos tenido la certidumbre de que ambos tuvieron acceso a textos de Hostos que no se publicaron en las obras completas, pues ambos afirman cosas que no recordamos haber leído en sus obras completas. Pero quien habla nunca sería capaz de atribuirle a Juan Bosch, coeditor de esas obras, la intención de tergiversar a Hostos o de hacerlo parecer más próximo y atinado al alegado mito biensonante. No podemos afirmar que se hayan ocultado cartas y discursos, o porciones del diario, como dice Delgado, aunque varias cosas nos sugieren que eso es así. Yo tengo la convicción de que todo debe conocerse, y que ocultar, por el motivo que sea, textos de Hostos es una traición a una figura histórica que es un patrimonio nacional de un valor imponderable.
Lamento el ataque a Julio César López, el hostosiano más capaz y competente que ha existido nunca. Delgado, por ejemplo, le atribuye reproducir, con carácter oficial en las publicaciones del Instituto de Estudios Hostosianos, una cronología equivocada en las fechas y errada en su contenido (I, 71-77, y otras veces más). Delgado alega que según la cronología en internet del Instituto de Estudios Hostosianos (IEH) y el Instituto de Cultura Puertorriqueña, publicada por una auxiliar de investigación, Hostos, en enero 15 de 1868 rechaza la oferta de ser gobernador de Barcelona “después del triunfo de los republicanos españoles”. No pude constatar eso, pues las páginas referidas parecen no existir ya. Para vergüenza eterna de la Universidad de Puerto Rico, para vergüenza de la comunidad universitaria que lo ha permitido, para vergüenza del Instituto de Cultura Puertorriqueña, y para vergüenza del gobierno de Puerto Rico, el Instituto de Estudios Hostosianos fue desmantelado y sus haberes repartidos sin guardar registro alguno, según me informan, mucho antes de completar la encomienda de recopilar, editar y publicar una edición crítica de sus obras completas. Pero Delgado sostiene que esa cronología es “similar y exacta” –frase enigmática– a la que usa Julio César López y el IEH, a pesar de que al reproducir lo que dice la de López y la oficial lo que se lee es lo siguiente: “1868 - Realiza esfuerzos a favor de la República española.” En la oficial no aparece el mes y día del 15 de enero, sólo el año. Pero Delgado dedica casi un tomo a refutar esa afirmación de la republicanidad de Hostos en el 68. Según Delgado (siguiendo a Ruano), Hostos se desplaza, con toda celeridad, desde la indiferencia política, al reformismo, al autonomismo luego, luego al republicanismo español federalista, al autonomismo canadiense, a separatista-independentista y, finalmente, al separatismo independentista en la confederación antillana. Todo un ciclón. Hemos escrito muchas veces sobre este tema del carácter revolucionario del republicanismo del joven Hostos (Véase mi libro, Hostos, las luces peregrinas, o los varios ensayos publicados en mi portal www.lasletrasdelfuego.com). En mi opinión, Delgado no comprende bien el fenómeno que paso a resumir.
El texto más antiguo que se conoce de Hostos es la novela, La peregrinación de Bayoán, de 1863. En esa novela hay ya una concepción, embrionaria si se quiere, de la nacionalidad antillana, y por ello, una prefiguración de la confederación antillana. Ignoro si la restauración del dominio español sobre la República Dominicana (1861-65) jugó algún papel en la concepción y la escritura en sí de esta novela, pero el hecho es coincidente. La novela pone en evidencia las ideas liberales de ese Hostos que coloca a las Antillas con identidad propia frente al poder, históricamente opresor, de la España monárquica. Los artículos de Hostos que comienzan a aparecer sólo después de 1865, hasta donde hasta ahora sabemos, defienden los derechos de las Antillas, las ideas liberales, y la descentralización administrativa y política para España y sus Antillas. Hemos dicho que Hostos busca tanto reparaciones como mayores poderes de soberanía para las Antillas, pues Hostos no cree en la asimilación de las Antillas, es decir, la anexión. Su pensamiento propende siempre a la idea federal. Cuando Hostos escribe sobre Canadá en el 1867 va detrás de libertades políticas que coloquen la colonia “en aptitud de ser pueblo soberano” (España y América –EyA– 314), de “un modo de independencia” (316), “de una nacionalidad separada y distinta” (318), de modo que, tras la confederación, el “débil lazo que una a la colonia y a la Madre Patria” se rompa sin esfuerzo ni dolor (320).
Delgado desarrolla una complicadísima argumentación para tratar de demostrar que la revolución española de septiembre de 1868 no fue una revolución republicana y que el Partido Progresista en el que decía militar Hostos tampoco lo era. No era una revolución republicana aunque hubiera derrocado la monarquía de Isabel II y el proceso desembocara poco después en una República. No era un partido republicano el progresista aunque estuviera constituido por sectores con inclinaciones republicanas. Iris Zavala, que no es poca cosa, Blanco Aguinaga y Julio Rodríguez explican en su Historia social de la literatura española (II, 122-123) que en septiembre estalla la “revolución” antiborbónica, y el 8 de octubre sube al poder Serrano con “medidas típicas de una revolución burguesa liberal”. Y añade que a nivel político esa revolución presentó “contradicciones entre partidarios de la República y de una monarquía no borbónica”. Entonces, ¿por qué Hostos no puede ser republicano en octubre de 1868, si desde el 1865 lo vemos defendiendo que las reformas políticas precedan a las administrativas, pronunciándose en contra de la asimilación –a la metrópoli– y a favor de “leyes especiales” que atiendan las particularidades de las islas, y rechazando la integración de las Antillas –Cuba y Puerto Rico, las dos– a las Cortes del Reino para abogar por el establecimiento de asambleas legislativas propias? ¿Por qué no puede ser republicano si escribe entonces en defensa de Cuba en armas –“La insurrección en Cuba”, EyA, 203– y de los revolucionarios de Lares, incluido el venezolano Manuel Rojas (“Al Gobierno Provisional”, EyA 258, y otro en la 259). ¿Por qué no puede ser republicano si defiende en el 1869 esa forma de gobierno en España justo antes de salir a buscar las armas, y si a Martí, ya entonces separatista, le pareció bueno para reproducirlo en La Habana?
¿Cómo puede hablar Delgadode los artículos de Hostos desde 1863 si no hay ninguno hasta el 65? ¿Cómo puede hablar Delgado de las ideas políticas de Hostos desde 1851 al 69? ¿Qué importancia puede tener que una vez diga que su vida política comenzó en una fecha y otra vez diga que en otra? ¿Por qué regatearle que diga, quizás retóricamente, que fue el primero que protestó las matanzas de San Daniel la noche del 10 de abril de 1865, si ya escribía el 12 y le publicaban el 13 de abril? ¿Cómo saber por qué Moya hizo o dijo, y por qué Sagasta otro tanto, sin leerles las mentes retrospectivamente? ¿Cómo atreverse un crítico, un historiador, un abogado, a especular por qué no hay una carta de Martí a Hostos, pero sí hay artículos escritos y artículos reproducidos por él? ¿Cómo puede nadie atreverse a decir, ni siquiera sugerir, que una figura del calibre de Juan Bosch haya removido cartas ? ¿Cómo afirmar que Hostos, el más grande teórico de la antillanidad, maestro del propio Martí, un hombre que sacrificó con la más admirable abnegación su vida entera por la libertad de Cuba, Puerto Rico y la República Dominicana, sea en el 1898 un independentista “coyuntural” ?
¿Cómo hablar de la admiración ciega de Hostos por Estados Unidos si señala desde el 1870 –¿1874?– sus tendencias absorbentes e imperialistas, el peligro que representa para Panamá y CentroAmérica y la urgencia de frenar su afán expansivo con la Confederación Antillana, si califica su política como una de “fuerza bruta”, si explica lo que es admirable y lo que es peligroso, si hablando de Estados Unidos señala el carácter corruptor de esa admiración ciega?
Delgado incurre en errores importantes, a mi juicio. En la página 117 del tomo primero cita una carta de Hostos del 29 de febrero de 1868 en la que según Delgado, Hostos “se declara enfáticamente contrario a la independencia de Cuba y Puerto Rico”. Y lo que dice la carta es, "enfáticamente", lo contrario... si se completa la cita. Delgado cita a Hostos diciendo lo siguiente: “La mala fe secundada por el patriotismo ciego, ha dicho que queríamos la independencia de las Islas, es decir, lo contrartio de lo que dice la declaración”. Pero Delgado no cita lo que sigue, punto seguido: “Deseo saber si usted como yo, opina que las Antillas no pueden seguir regidas como lo están; si opina usted como yo, que el régimen actual nos lleva inevitablemente a la anexión; si usted como yo, desea la pronta independencia de Cuba y Puerto Rico; pero de tal modo, que independencia no sea rompimiento de relaciones, sino creación de las que no existen hoy; de las relaciones del afecto y del interés material, moral y etnolólogico” (Epistolario, Edición Crítica, III.I: 26).
Delgado se dejó engañar, ampliamente, por los errores de Ruano. Un párrafo más adelante, Delgado se refiere, en la parte no citada por él, a la “anexión”, y cree, erróneamente, que Hostos habla de Estados Unidos, cuando lo evidente es que habla de la anexión a España, pues lleva años defendiendo a las Antillas de la asimilación a la metrópoli. Es de las relaciones de afecto e interés material de las Antillas con España, que no existían entonces, de lo que habla Hostos. ¿Cómo podría ser Estados Unidos?
Muchas otras novedades hay, “repito”, como hace reiteradamente Delgado en su libro. Es una novedad la información que ofrece el rector Riveros, de la Universidad de Chile, en el 2003, respecto a que a Hostos, el Consejo de Instrucción Pública, le pidió la renuncia al rectorado del liceo. La relación de Riveros hace omisión absoluta de un aspecto ligado a este asunto, y esto es la campaña a favor de Cuba en armas a partir del 1895, campaña que puso en tensión al gobierno por las protestas oficiales del gobierno de España. Delgado trata este asunto, pero aparte. De modo que la extensa relación de Riveros deja en el lector la sensación de que esta petición de renuncia que se le hace a Hostos tiene que ver o con defectos en la certificación de exámenes de dos alumnos (III, 588) o con la insatisfacción de Hostos con la implementación de planes educativos de un grupo de alemanes. Es curioso que los estudios hechos por chilenos como la Dra. Sonia Ruiz no mencionaran o encontraran este dato de la renuncia solicitada. Hasta leer esta información suponíamos que, como se ha dicho en infinidad de ocasiones, la renuncia de Hostos obedeció a la urgencia de estar presente en las Antillas ante la inminente intervención militar de Estados Unidos, e incluso se relata que la esposa de Hostos, se opuso hasta constatar cuánto abrumaba a Hostos esa urgencia. Se decía también que el gobierno intentó retenerlo y que inventó la excusa de comisionarle una investigación en Estados Unidos para hacerlo regresar. Además, se decía que en ningún lugar estuvo tan bien colocado como en Chile, hasta ahora, que se nos dice que nunca se sintió verdaderamente a gusto en el Chile muy cambiado con el que se encontró en esta segunda visita. Es necesario investigar esto más. No obstante, no me parece que deba comprar la tesis de Riveros, no si sabemos que Hostos, en efecto, se puso completamente al servicio de la revolución martiana en Cuba y que esta campaña, que fue más allá de la prensa y los discursos, le causó dificultades con los ministros de gobierno.
Con Hostos, y también lo he señalado, hay que tener cuidado, pues en sus escritos hay voces diversas. A veces escribe como español desde un medio español y para españoles; a veces como antillano y para españoles; a veces como antillano revolucionario para antillanos revolucionario; a veces como antillano o como latinoamericano para otros públicos; y a veces como padre o familia. A veces escribe a nombre de un medio, un medio que es español, y a veces en su carácter personal, como Hostos. En el 1898, por ejemplo, hay un contraste muy marcado entre lo que se confiesa a sí mismo o escribe a sus correligionarios de ideas, y lo que escribe a sus hijos. Toda persona modifica el discurso dependiendo de la ocasión, del momento, el interlocutor, y eso no significa que se entre en contradicción ni que se mienta en nigún caso. Pero pongo mi nombre detrás de esta afirmación que digo de manera rotunda, como a veces lo hace Hostos: Hostos nunca se sintió ni se pensó español a secas.
Negarle altura es una mezquindad a quien se carteó y se entrevistó con algunas de las figuras políticas más importantes del momento, y publicó en innumerables medios. ¿O negaremos la entrevista con Serrano en las que defendió al venezolano Manuel Rojas y las cartas de Castelar, por ejemplo? Negaremos el protagonismo en Nueva York, 1870, o sus encuentros con Mitre, su amistad con el presidente Pardo de Perú, sus reuniones con Balmaceda, con Luperón, con McKinley? ¿O negaremos la admiración de un testigo privilegiado e irrefutable como José Martí, o los Henríquez Ureña de Dominicana? ¿Por qué sugerir, casi hasta la burla y siguiendo, desde luego, a Ruano, que al ofrecérsele a Hostos cátedras en universidades de Argentina, eso, o fue una ficción suya, o lo descartó por saber que carecía de títulos universitarios, y no por lo que dice entonces, dijo muchas veces antes en otras ocasiones, y también muchas veces después, hasta encontrarse con Belinda, esto es, que no podía atarse por estar comprometido con la Guerra cubana y las Antillas? (II, 170) ¿No fue, en efecto, eso lo que hizo? ¿No llegó a embarcarse con Aguilera en Nueva York para ir a luchar con las armas a Cuba? ¿Cuál es el propósito de señalarle los zapatos sucios a Hostos? ¿Fue Hostos el gran Maestro de América como dicen tantos, o no lo fue y vamos a señalarle que no terminó la carrera de derecho porque no podía?
Hay, como señalamos al principio, muchas aportaciones en esta obra inmensa de Delgado. No paso a evaluar todo el material jurídico, contenido principalmente en el segundo tomo, porque como no es esa mi formación sería para mí un trabajo arduo que no puedo emprender en este momento. No coincido con muchas apreciaciones hechas en el tercero, pues creo que la política que sigue Hostos frente a Estados Unidos, y ante el hecho consumado por una potencia frente a la cual no es pensable recurrir a las armas, es una estrategia que él formula, nadie se la impone ni lo amarra. Es decir, Hostos no ve otra opción que recurrir al argumento legal y constitucional, ese Derecho Internacional que entonces sólo existía en su cabeza con una anticipación de un siglo, igual que ocurre con los poderes de la “sociedad civil” que intentó despertar entonces, y que han generado transformaciones importantes en fechas recientes, un siglo después de Hostos. El hecho era que, como decía él, la Constitución NO LE PERMITÍA A EEUU poseer colonias, porque UNA COLONIA ES LA NEGACIÓN DEL PRINCIPIO REPUBLICANO. Otra cosa es que el PODER todo lo decida, y Hostos no ignoraba eso tampoco. Cuando habla de la conveniencia de “americanizar” a Puerto Rico, esa palabra no significa para él lo que ha venido a significar mucho después. Hostos se refiere a la formación de una sociedad civil y a los modos de vida de una república. Por eso “americanizar” a Puerto Rico le ayudaría a lograr una independencia viable.
Me permito recordar que Hostos cree en las federaciones y las confederaciones como un medio para hacer viable sociedades débiles como las antillanas. Hostos dice explícitamente en el Programa de los Independientes que su preocupación más grande es la construcción de sociedades libres después de la independencia. De sociedades libres de los lastres coloniales que muestran los países latinoamericanos que estudió sociológicamente en su peregrinación, y que necesitan, en su opinión, de gestar una “segunda independencia”. Y, además, ve esas federaciones y confederaciones, que quiere no sólo para las Antillas, sino para toda la América Latina, como un medio de enfrentar los grandes y peligrosos poderes del hemisferio, particularmente, Estados Unidos, y también los imperios europeos que la amenazan y la atacan a cada rato. Independizar a Puerto Rico para lanzar al pueblo a una tiranía no está jamás en sus cálculos.
Hostos es un universo inmenso, difícilmente abarcable. Torrencial. La obra de Carmelo Delgado Cintrón, que en cuanto a dedicación es un monumento, lo demuestra. Lo agrava al citar, a veces por duplicado, textos extensos, demasiado extensos para el lector común. Pero ese universo sólo puede compartirlo con apasionados sinceros, como quien escribe estas líneas, o como quien ha escrito este libro. En esa pasión, Carmelo Delgado, somos hermanos.
Marcos Reyes Dávila
¡Albizu --u Hostos-- seas!
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