. “A Julia sin lágrimas”
de Pedro Mir:
Del agua y de la piedra
(Ponencia presentada dentro del marco del “Gran Homenaje de la UASD a Pedro Mir en sus 100 años”, en la II Semana de la Poesía. Anfiteatro Manuel del Cabral de la Biblioteca Pedro Mir, la noche del viernes 18 de octubre de 2013, en compañía de Roberto Fernández Retamar. Publicado en 80 GRADOS, 15 de noviembre de 2013.)
1. Guajana en la historia dominicana:
unos apuntes
Me parece perentorio señalar, antes de decir otra cosa, que padeceríamos de extrema soberbia si se nos ocurriera pensar que podemos explicar nada sobre Pedro Mir al pueblo dominicano. En este trayecto antillano del sol nació, aquí creció alimentado con los dolores y los amores de este pueblo, y, rodeado de amores, entregó aquí su alma al viento.
Sin embargo, la historia oficial y la historia vivida por nuestros pueblos se han cruzado de manera incesante durante milenios, más que siglos, con hambre de eternidad. El mismo pueblo taíno, el mismo colonizador español, los mismos africanos esclavizados, el mismo dolor, la misma sangre, la misma esperanza, la lucha compartida por la libertad, el pan y la luz. No es extraño que nuestro Hostos sea asimismo suyo y repose de sus afanes en el panteón de los héroes de la república dominicana. Ni es extraño que hace 46 años, a ley de muy poco para el cincuentenario, Vicente Rodríguez Nietzsche, capitán del Grupo Guajana, conozca a Mateo Morrison, y establezca con él una fecundísima relación de amistad cómplice, de la que saldrán numerosas colaboraciones mutuas por más de cuatro décadas. Entre ellas, la primera visita a la casa de Pedro Mir, en el 1969, hace 44 años.
Para escribir estas líneas repasé, entre otras cosas, un artículo publicado por Wenceslao Serra Deliz en su libro La memoria que no cesa, y que bajo el título alegre “Visión de un amistoso ente a través de Guajana” (379-386), refiere los diferentes encuentros entre los poetas de Guajana y poetas dominicanos, gracias, particularmente, al auspicio infatigable del poeta Mateo Morrison, Premio Nacional de Literatura. Conforme al relato de Wence, además de 1967 y 1969, los poetas de Guajana visitaron oficialmente la República Dominicana en el 1979, 1982, 1991, 1992, 1993 –ocasión este año de los 80 años de Mir, en la que estuve presente–, y, además, en el 1998, 2004, y 2007. También en el 2012, ocasión que me consta porque estuve presente, y en la que fuimos hasta la última morada de Mir a rendirle un homenaje poético. Del grupo Guajana, según Serra Deliz, han estado presentes aquí Vicente Rodríguez Nietzsche, José Manuel Torres Santiago, Edgardo López Ferrer, Ángela María Dávila, Andrés Castro Ríos, Juan Sáez Burgos, Carlos Noriega, Reynaldo Marcos Padua, Antonio Cabán Vale, el Topo, Marcos Rodríguez Frese, además de Wenceslao y mi persona. Vicente me cuenta que en el 1977 llegó acompañado de decenas de grabados y pinturas que enviaron artistas plásticos de Puerto Rico como obsequios a don Pedro.
La amistad y colaboración entre el grupo Guajana y varios grupos y poetas dominicanos echó lumbre. Asimismo la solidaridad atizada por los acontecimientos históricos de estas décadas ardiantes, entre las que destacan la invasión norteamericana que depuso a Juan Bosch, suceso que ayudó a torcer el rumbo, y también a fraguar la identidad, del grupo Guajana.
Cabe mencionar, que la revista Guajana, fundada en el 1962, dedicó un número de su revista en el 1970 a la República Dominicana. Y que el grupo Guajana invitó a Pedro Mir a “participar como conferenciante principal en las actividades que el Departamento de Estudios Hispánicos (UPR - Río Piedras) le dedicó a Guajana en abril de 1992 durante la Fiesta de la Lengua” (385). De tal modo estamos entrelazados dominicanos, cubanos y puertorriqueños, que don Pedro echó a volar sus pájaros justo al día siguiente de la muerte de don Francisco Matos Paoli, amigo suyo, y uno de los grandes poetas puertorriqueños del siglo XX. Es aquí que entra en la ecuación Julia de Burgos. Las convergencias, los espacios de encuentro, son innumerables.
2. Julia del agua y Julia sin lágrimas
en la voz de Pedro Mir
Con el caso de Julia de Burgos, poeta puertorriqueña de inmensa trascendencia, cuya vida y obra está también repartida entre las islas del Mar de las Antillas, ocurre otro tanto. El grupo Guajana le dedicó el número cinco de la revista en el año 1964. El año próximo, justamente, celebramos el centenario de su natalicio. Don Pedro, desde allá, colabora con el centenario de Julia con al menos dos trabajos vinculados entre sí, y aunque medie un cuarto de siglo entre uno y otro, son inolvidables y están muy presentes entre nosotros.
Señalemos, de entrada, que difícilmente hallamos en la historia de la poesía de la América Nuestra poetas en los que abunden versos tan entrañablemente inolvidables como en la poesía de Pedro Mir (1913-2000). Le hubiera bastado a don Pedro con el eco sublime de Hay un país en el mundo para merecer la eternidad. Un gran poema es un espacio habitable donde nos encontramos muchos, sino todos, porque la capacidad creadora del verdadero poeta expande los horizontes del ser humano y también el horizonte de los pueblos. Mir crea patria a la vez que crea humanidad. Federico Jóvine dice con razón que “si desapareciera la historia y la geografía de nuestra nación, podría reconstruirse a partir de sus versos” (“A lomo de Rocinante” 274). Y es que ese poema es un espacio entrañable creado por el poeta Pedro Mir, como una plaza pública, un lugar de reunión que permite no sólo al pueblo dominicano, sino también al pueblo latinoamericano, y de paso, un poco de sesgo, al mundo entero, descubrirse mayor de lo que era. ¿Cómo podría ser más inmenso un poeta en cualquier parte del universo?
Pero en la poesía de don Pedro la luz de los relámpagos inauditos caen, una y otra vez, desde su corazón hasta sus páginas. Así se suceden, como por encanto inverosímil, Si alguien quiere saber cuál es mi patria, Contracanto a Walt Whitman, Amén de mariposas, Viaje a la muchedumbre, Concierto de esperanza para la mano izquierda, El huracán Neruda, y A Julia sin lágrimas, por no citar todos sus títulos. Este último opúsculo de Mir, de 1998, está dedicado al tema de Julia de Burgos.
Es muy difícil ignorar, al ponderar el valor de la obra de un autor, el trazo trágico que fractura la vida de algunos autores. ¿No ocurre eso incluso con figuras tan notables como Miguel Hernández o Federico García Lorca? ¿No lastima la suerte heroica del Martí caído en Dos Ríos y levantado de inmediato a la vanguardia del porvenir? Y que no decir de Roque Dalton, de Adolfina Storni, e incluso de la apacible, mas sufrida muerte de Hostos? ¿Cómo poner de lado la trágica muerte de Julia de Burgos al juzgar el carácter y el valor de su obra ?
Mir se ocupó primero del tema de esta poeta puertorriqueña en un artículo breve que tituló, sublimemente, “Julia del agua” (Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña, 16.59: 42-43) de 1973, 25 años antes del poema citado. En el artículo Mir se pregunta, a propósito de Julia, por la relación entre poesía y sufrimiento. Como discípulo de Hostos que soy, me afinqué en la idea expresada por él en su biografía crítica de Plácido donde afirma que “las edades más tristes son los más poéticas”. Pero Mir se resiste en este artículo a aceptar que “ese milagro” que llamamos poesía “sea producto del dolor sostenido”. Según Mir, el poema no es canción por sonoro, “sino por alegre, por sano, por limpio”, o así “debería serlo”, añade, admitiendo, no obstante, acto seguido, “que el canto no sale verdadero, auténtico, genuino, si las espinas no viajan en la sangre”.
Mir se plantea la interrogante que le formula Julia al vincularla con otras voces gigantes de la América nuestra como Gabriela y Alfonsina. Ellas, dice, “no pudieron alcanzar el timbre de la palabra poética sin ser mujeres torturadas”.
Pero Mir, como quien se plantea para sí mismo una incógnita que le urgiera resolver, soluciona el enigma arguyendo que en estas poetas la poesía y el dolor se fueron forjando mutuamente. No obstante, don Pedro niega, “rotundamente”, “que en la condición humana esté definida ya la condición dolorosa”.
Mir termina su artículo haciendo referencia a una edición en formato grande, ilustrado por Torres Martinó, de la poesía de Julia de Burgos, su “Julia en el agua”, y no deja de anticipar lo que el tiempo forjará con esa “obsesión amorosa que es Julia de Burgos en nosotros”. Así, en efecto, ocurrió con el opúsculo “A Julia sin lágrimas” de 1998. Esa es su génesis.
3. “A Julia sin lágrimas”
El libro de versos está compuesto por diez poemas de aliento sinfónico y diferentes movimientos, cada una con su tempo y estructura. El epígrafe de Julia de Burgos, tomado del poema en el que ella se desdobla en dos Julias diferentes (titulado “A Julia de Burgos”) anticipa ya el choque entre la Julia “que era la esperanza” y la Julia “que era la desesperación”.
Mucho nos llama la atención la apertura. El poema a Julia evoca el que quizás sea su poema más celebrado: Hay un país en el mundo, pues abre, como éste, con un afán de ubicación del motivo de su objeto que es, como en éste, el mismo, por fuerza, es decir, las Antillas del Mar Caribe. Si en el primer libro-poema se trataba de “un país –que hay– en el mundo colocado en el mismo trayecto del sol”, ahora se ubica “por un camino de sal que tiene el sol”, pues por ese camino, dice textualmente, se llega al Mar Caribe. La sal es, como sabemos, una imagen gustativa llena de sugerencias relativas tanto a la evocación como a la amargura más triste.
Uno podría pensar que el afán de ubicación en varios poemas de Mir, más que geológico o de telurismo entrañable, sugiriera una búsqueda en el espacio astronómico, pues eso de estar “colocado en el mismo trayecto del sol” parece referirse a los astros del cosmos. De esta manera, la imagen engrandece con notas de ternura, desde su inicio, el motivo a desarrollar. Lo mismo las aliteraciones consonánticas entre sol y sal, y el sabor tan clásico de la combinación de endecasílabos con heptasílabos. Mir, como sabemos todos, es maestro de un ritmo variable, a veces sujeto a formas clásicas, como en la parte tercera compuesto por alejandrinos en pareados rimados, y a veces la forma espaciosa del versículo repentinamente recogido. Mas lo que de veras cautiva, amén de las mariposas cadenciosas de su ritmo, es el tono entrañable, apelador, saturado de querencias que lo acercan inmediatamente a Santo Domingo.
El acercamiento cinemático, no obstante, se dirige en realidad al cementerio de Carolina donde reposan las dos Julias. Esta idea de Mir rescata el desdoblamiento de sí misma que hace la propia Julia en el conocido poema “A Julia de Burgos” ya citado. Quizás, más que “rescata”, deberíamos decir que parte, pues la naturaleza del desdoblamiento no es la misma en los versos de Julia y en los versos de Mir. La Julia del poema incluido en su primer libro, Poema en veinte surcos, enfrenta a un yo atado por los convencionalismos de clase y de género con la Julia en la que alienta una rebeldía que desde joven se identificaba ya con la rebeldía albizuista de carácter nacionalista, con el antiimperialismo, con la república española y contra los dictadores latinoamericanos como Trujillo. Es la rebeldía de quien no se siente inferior al hombre. Menos aún, sumisa. Mas en el poema de Mir se toma, en cambio, a la Julia con toda su vida a cuestas, no sólo su juventud, también sus grandes pasiones y las desgracias que vendrán más tarde.
En las partes que siguen el poema toma un desarrollo aún más interesante, pues Mir identifica a Julia con las islas del Caribe. No es sólo la identificación de Julia con la colonia puertorriqueña, pues literalmente, en el poema, Mir se refiere a Julia como “Julia de Santo Domingo”. No hay en ello una sinécdoque: este “Santo Domingo” no es su amante Juan Isidro Jiménez Grullón. Es que para Mir, cito, “la cuestión de Santo Domingo /(...) es la misma cuestión de Puerto Rico” y de todo el Mar Caribe, según dice Mir, siguiendo con ello un procedimiento analógico frecuente en la poesía. Pero es, además, la cuestión de Wall Street y la Quinta Avenida donde halló –tan simbólicamente– la muerte Julia. Mas para Mir, este desembarco trágico de Julia que Mir hace convergir, analógicamente, no solo con el de Puerto Rico y Dominicana, sino con el de la América Latina toda, no puede tomarse en términos lastimeros, el de una desgracia personal que se imagina con el destino fatal de una predeterminación, como suelen hacer críticos y biógrafos de Julia que ven las señas del fin desde el principio e interpretan el tránsito de lucha por el resultado final, reducido a la cuneta de una calle, y olvidando de paso lo sustantivo, esto es: la gesta luchada y la obra lograda. Amén de ser ello absolutamente falaz e inexacto, es indigno. No hay dignidad en la lástima, y don Pedro Mir tiene la entereza suficiente para decirle a esta impostura que “no –cito– definitivamente no / verdaderamente porque no”. Entrego por ello, otra vez, mi aplauso entero a don Pedro. Pues solo así, y de esta manera, Julia puede conviertese, con su muerte, en una lección para toda la América Latina.
La muerte de Julia, como una Jane Doe, no fue un suicidio, pero sí fue el resultado fatal de grandes acosos y agonías. Y hay que decirlo de espalda a todo fatalismo: esos percances pudieron tener otros desarrollos, pero fueron mal manejados por Julia. Dice Mir en el poema final:
“Julia de Burgos cuidado con el suicidio
la humanidad no se suicida
la humanidad es una enredadera
sólo trepa y se agarra a las paredes
muertas y las llena de flores sobreentendidas”
Esa “Julia victimaria”, que toma a la “Julia su víctima”, tiene, en el poema de Mir, como hemos dicho, las puertas cerradas con un NO rotundo y repetido. Y ello es así porque, para Mir, nunca debemos atizar el fatalismo enfocando la mirada sólo en el desenlace particular, accidental, de Julia. A Julia hay que tomarla entera, con todas esas pasiones y rebeldías que muy bien pudieron tener otros derroteros. Hay que tomar a la Julia, enfrentada con ella misma, como dice Mir, en lucha tenaz, y atizar ese fuego necesario.
A Julia no hay que llorarla. “Definitivamente no”, dice Mir. Y añade, acto seguido: “por las razones del inconmovible no”. A Julia hay que comprenderla y celebrarla. Por eso, críticos y biógrafos, el título del poema: “sin lágrimas”. Será Julia del agua por su río de Loíza y su mar, pero no, nunca, por las lágrimas. De esta suerte, Pedro Mir se reafirma en la idea expresada en el artículo, 25 años antes, que afirmaba que la poesía es más esperanza que dolor.
Regreso para terminar a la idea de Hostos expresada al comenzar. Tras anotar en su biografía sbre Plácido lo expresado antes, Hostos añade acto seguido que “los pueblos tiranizados –son– los más líricos”.
A Julia hay que verla como a Plácido, o como a Martí cayendo en Dos Ríos, con toda esa cola de angustias y de luchas que tienen dimensiones personales y dimensiones políticas, pues no es por casualidad que la Julia que se resiste a la sumisión doméstica y urbana es también la Julia que enarbola la bandera de las rebeliones políticas contra el imperio norteamericano. El ostracismo vivo que vivió Julia es el mismo ostracismo que vivimos los escritores de Puerto Rico, pues el dolor de vivir en el vacío, y de carecer incluso del apoyo de una tierra que sea nuestra, nos separa del resto del mundo literario de la América Nuestra.
Pero Julia misma responde con toda claridad a esta incomprensión, al publicar en la revista Pueblos Hispanos lo siguiente: “La verdadera biografía de un artista está en su obra”. Es esa biografía la que le permite a Jóvine decir que Pedro Mir –como también Julia de Burgos– “se fue repartiendo entre nosotros”.
“La vida manda que pueble estos caminos”, escribió don Pedro. Y don Juan Antonio Corretjer, por su parte, acotó en su “Poema para otro aniversario” esto que viene aquí como anillo al dedo:
“pasado por desazones y traiciones,
penalidades y combates y
retrocesos y hambres,
–pero– jamás humillado, jamás herido ni aplazado,
atreviéndome siempre sencillamente a ser quien soy”.
Es de esta suerte y de este modo, que el grupo Guajana ha venido aquí, con esta Julia de todos nosotros, esta Julia del agua, como la llamó don Pedro, a bautizar con sus amores a Pedro, la piedra fundadora que nos puebla.
Que Albizu, Julia o Pedro, seamos todos nosotros. (MRD, oct-2013)
Marcos
Reyes Dávila
¡Albizu seas!