sábado, 27 de septiembre de 2014
JULIA en el Partenón de Puerto Rico, la malquerida y la teoría de la conspiración
Peregrinando al Simposio
“Me llamarán poeta” - II
JULIA en el PARTENÓN VIVO
del Corazón de Puerto Rico,
la malquerida
y la teoría de la conspiración federal
Recientemente, y a propósito del más reciente Baquinoquio, expresamos lo siguiente:
“El Boquio y Julia de Burgos murieron jóvenes, pero dejaron como legado un recuerdo sembrado en veinte surcos que se levanta en la memoria, como un Partenón imperecedero, construido paradójicamente con materiales aparentemente volátiles y efímeros, como lo son el verso cadencioso en un suspiro y el color pincelado en ala de colibrí. La obra recia, aquella que resiste los golpes tan fuertes del vivir, del temporal furioso del tiempo inapelable, de la mano ahogada y apagada de la muerte que sofoca tan callada, en cualquier calle o esquina del planeta, la obra que resiste la fecha de caducidad de nuestros pasos, esa obra recia sólo pueden producirla almas también recias, de ausubo, acaso estradivarius. Es muy curioso que la sensibilidad capaz de percibir las esencias del aire, de la piel, del corazón, de los encuentros, de lo que se silencia, tenga, o sea capaz de producir, efectos tan resistentes e imperecederos con un si, un do re mi en bemol.” ¿O es que recordamos al Partenón sólo por las columnas aun levantadas y no como el símbolo de un apogeo cultural quemado entre asombros?
Al hablar de JULIA como un Partenón Vivo sembrado en el corazón de Puerto Rico, no puedo evitar recordar la obra, y el Centenario próximo, de Francisco Matos Paoli. Salas prominentes en ese Partenón merecen también, indudablemente, Luis Palés Matos y Juan Antonio Corretjer. Pero JULIA tiene un matiz de seducción profunda que no es posible apagar nunca ni arriarla de los cielos. Releyendo a JULIA, releyendo la extraordinaria biografía de Yvette Jiménez de Báez, las Actas del extraordinario Simposio del Ateneo de 1992, el libro de Juan Antonio Rodríguez Pagán “La Hora Tricolor: cantos revolucionarios y proletarios de Julia de Burgos”, las entrevistas –que conservo– hechas por Chiqui Vicioso a Juan Isidro Jiménez y a Juan Bosch publicadas en CLARIDAD en el 1988, le tomo nuevamente el pulso a la JULIA viva de esas páginas y me asombro de cómo las biografías dejan escapar la esencia de sus desvelos, que aunque envueltos en el tul de un silencio elusivo, no por eso no dejan de tener un sentido, lo suficientemente transparente, como para descartar esas visiones equivocadas cuyo eco se repite inexplicablemente.
JULIA, en efecto, tuvo un problema con la bebida que quiso superar con tenacidad sometiéndose a toda clase de tratamientos, incluyendo la asistencia a la recién fundada organización Alcohólicos Anónimos. Pero una cosa es eso y otra la imagen inverosímil de una JULIA ebria en calles y sótanos. Los hechos pintan un cuadro muy diferente del que narran biógrafos... y biógrafas.
La información existente narra que Julia, el día de su muerte (1953), salía de participar de una actividad cultural. El dato no es inverosímil pues hasta el final de sus días JULIA participó, incluso, en programas de Radio (1951) y en homenaje póstumo a Luis Llorens Torres, poeta al que acompañó en su agonía (1944), y escribió poemas extraordinarios, incluso en inglés, días antes de su muerte. Sin embargo, fue encontrada inconsciente y sin identificación. ¿Sufrió un asalto, un ataque cualquiera? ¿O fue la recaída en la condición médica tratada en numerosos hospitales durante años, y luego despojada de sus papeles?
Es cierto que, según algunos biógrafos, Juan Isidro se quejó en alguna ocasión de la propensión de JULIA a la bebida, pero en las entrevistas de aquellos que la conocieron más íntimamente y que vivieron con ella, como el mismo Juan Isidro y Juan Bosch, el cuadro es muy diferente. De hecho, Juan Isidro declara que había logrado que JULIA no bebiera una gota de alcohol en Cuba.
Los hechos que desembocaron en el rompimiento no son del todo claros, como nunca lo son, pero también apuntan en una dirección muy diferente a la lectura que aparece en las biografías. En varias oportunidades Juan Isidro sugiere un comportamiento no esperado en JULIA, que se agudiza en la época en que ella intenta hacer cuatro doctorados simultáneamente en la Universidad de La Habana, y toma hasta doce asignaturas a un tiempo, entre ellas: griego, latín, francés, biología, antropología, sociología, higiene mental didáctica (Yvette Jiménez, Julia de Burgos: vida y poesía, 1966, 56). Y aún eso no la colma, pues se hace miembro de la Universidad Espiritual de Artes Dramáticas y participa en seminarios por la independencia de Puerto Rico y la redención del mundo. Aun entonces sigue siendo premiada JULIA, en Puerto Rico y en La Habana, como lo sería más tarde, en el1946, por el Instituto de Literatura de Puerto Rico por su labor periodística en Pueblos Hispanos.
Pero Juan Isidro le reprocha a JULIA que se arregle y se maquille, incluso en la casa. Es agobiada, según testimonia Bosch, por sus celos intensos en esos mismos años en los que además, es elogiada por poetas de la altura de Pablo Neruda y Nicolás Guillén, entre muchos otros de Argentina y República Dominicana, e incluso Jorge Mañach. No obstante, JULIA intentó convertirse, para Juan Isidro, en la mujer burguesa que, proféticamente, como una condena perpetua, vislumbró en su juventud, aquella del célebre poema “A Julia de Burgos” de su primer libro Poema en veinte surcos: la del ropaje falso, la muñeca de la mentira social, la grave señorona, la dama casera de su marido. En las cartas parecen abundar quejas como esta: “Hago la vida más puritana que la más puritana de las momias femeninas. Paso el día cosiendo, oyendo la radio y hablando con las damas, que me rodean en la casa de huéspedes” (Jiménez, 53), para mantener la posición de “esposa” que Juan Isidro nunca le reconoce públicamente, y que llegado el caso de su liberación definitiva con el divorcio, se niega a realizar arguyendo que no podrá hacerlo mientras vivan sus padres. JULIA parece ser la que rompe la relación entonces. Juan Isidro, despechado, le entrega el pasaje de regreso a Nueva York.
Mas para JULIA, “dejarse vencer por la vida es peor que dejarnos vencer por la muerte”, de modo que no claudicó y prosiguió su lucha. A JULIA le era imposible mantener esa vida reducida a la sombra porque era tea viviente que vivía en el aire como las mariposas cuando no la comía la indignación de la injusticia y el coloniaje. JULIA llega a la vida pública en el momento de crisis del nacionalismo albizuista, en los años 30. Al lado de Albizu, de Corretjer, enfrenta la represión de Winship y de Riggs, los hechos de sangre, los asesinatos, la guerra abierta del régimen colonial que usó todo el poder imperial para aplastar al nacionalismo. Lo de JULIA no fueron comunicados producidos en el mundo mullido de los estudios, sino en la calle, en la tribuna, en la protesta, en el enfrentamiento (Rodríguez Pagán, La Hora Tricolor, 1992). Esa JULIA nunca dejó de existir, aunque pretendiese inútilmente ponerse a la sombra de Juan Isidro. La luminosidad, la fuerza vital, la delataba, como a un Partenón incandescente.
¿Por qué entonces ese triste derrotero que desemboca en su muerte? JULIA estuvo enferma. La cirrosis del hígado es una enfermedad que sufren muchos propensos al alcohol, como también algunos visitadores de ocasión que nunca llegan a convertirse en ebrios de la calle. Se conoce del papiloma en las cuerdas vocales que le fue operado, pero no si era canceroso o no. El parte médico en el hospital de Harlem indica que, si no hubo negligencia, la muerte fue causada por una pulmonía lobular, hecho que quisiéramos lo corroborara una autopsia. Pero lo indudable es que su genio creador nunca la abandonó. Los “ecos del universo”, como “sinfonías en su frente”, la acompañaron hasta el final de sus días.
Durante años JULIA pasó temporadas en diferentes hospitales –Metropolitan Hospital, Mount Sinaí, San Lucas, Harlem, Lincoln, Loeb Memorial, Bellevue Hospital, New York Hospital–, finalmente en el Goldwater Memorial Hospital en Welfare Island. Las biografías hablan de crisis físicas y mentales, y del famoso tratamiento experimental. Se queja del encierro y del frío –pero regaló a una viejecita enferma su abrigo– del que a veces escapa por horas, pero testimonia su progreso, y de estar preparada para que la den de alta. En la última temporada en hospital, dice que no recibe medicamento alguno ya.
JULIA sí fue una revolucionaria nacionalista, simpatizante de la Rusia soviética y apologista del comunismo del que sí leyó algo. En La Habana era amiga de Nicolás Guillén, de Raúl Roa, de Juan Marinello, además de Juan Bosch. A su regreso a Estados Unidos desde La Habana, la CIA la despojó de sus papeles. A Albizu, sin duda aparente, se le martirizó en prisión. ¿Pero eso es suficiente para sostener la idea de que JULIA fue víctima intencional, asesinada, por el imperio? Acaso indirectamente... Sí. Igual que todos los puertorriqueños.
Al margen de “la tentativa morbosa” que a juicio de Luis Rafael Sánchez (El Nuevo Día, 16 de febrero de 2014) desembucha “cuanto mucho importa al chisme literario y nada al hecho literario”, en la Universidad de Puerto Rico en Humacao, donde la doctoramos Honoris Causa en el 1987, la llamaremos en el Simposio de febrero de 2015, tal como lo quiso y tal como lo merece, en el corazón del Partenón puertorriqueño: ¡Poeta!
Marcos Reyes Dávila
Coordinador
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