sábado, 22 de noviembre de 2014

Julia de Burgos: La Guerra Interminable


“Me llamarán poeta”: Julia de Burgos (El Simposio)

Julia de Burgos: 

la Guerra Interminable

El centenario del natalicio de Julia de Burgos ha vuelto a tirar sobre la mesa las contrapuestas interpretaciones que desde hace cerca de 80 años pugnan en torno a la visión que en torno a la vida de Julia, más que de la obra, habrá de prevalecer. Por un lado el mito de la lágrima y la fatalidad; del otro, la Julia creadora y militante. Quizás las aportaciones de este centenario ayuden a dislindar los caminos. Esa es una de las aspiraciones del Simposio Internacional, “Me llamarán poeta: Julia de Burgos” que se celebrará en la Universidad de Puerto Rico en Humacao en la primera semana de febrero de 2015 bajo el coauspicio de la Comisión Nacional del Centenario de Julia de Burgos y la Fundación Puertorriqueña de las Humanidades.
    Cuando Julia de Burgos salió de Puerto Rico en enero de 1940 llevaba consigo, victoriosamente, el aplauso de los más reconocidos poetas y críticos puertorriqueños, así como de un pueblo que cariñosamente la bautizó como “novia del nacionalismo”. Ese mismo año, ya en Cuba, recibe la noticia de que su segundo libro, “Canción de la verdad sencilla”, recibió el Premio del Instituto de Literatura de Puertorriqueña. Si bien puede observarse claramente el aplauso acumulado, también puede observarse sin dificultad la persecución constante. Julia de Burgos no sólo salió de Puerto Rico en pos de un amor que la deslumbró: también pretendió alejarse –no esconderse– del acoso constante de aquellos que la censuraban. Ese acoso le impidió, aun enferma, regresar a Puerto Rico, y la sigue persiguiendo en este año del centenario de su natalicio en la forma de unas biografías que podemos considerar con sazón amarillista. Entre el aplauso y la injuria se dio su vida y se da su muerte. Una guerra interminable que sólo terminará cuando la vergüenza sexista del que injuria sea más grande que sus afanes.
    En febrero de este año el Municipio de Carolina publicó una biografía escrita por Mayra Santos Febres titulada “Yo misma fui mi ruta”. En esa biografía se reproducen noticias no comprobadas que tienen su origen en chismes de pasillo. Pero la biografía no es un género de ficción. No basta con reunir a Minga con Petraca: exige disciplina científica y comprobación, discreción y altura. En días recientes, José Manuel Torres Santiago publicó otra biografía –“Julia de Burgos, poeta maldita”–  en la que los chismes de pasillo se magnifican y se expresan en términos de una certeza de la que carecen. Pero esta obra adolece además de dislates lógicos e inferencias infundadas que la desacreditan. Lástima que provenga de uno de los poetas del grupo Guajana que hace 50 años la exaltó en su revista. ¿De cuál lado estaría hoy Anjelamaría Dávila? ¿De cuál lado el sobrino y poeta guajano Juan Sáez Burgos?
    ¿Cuál es el origen de esta guerra?
    La propia Julia de Burgos estuvo consciente desde su juventud del carácter polémico de su naturaleza humana. Ello nada tenía que ver entonces con la propensión al alcoholismo que según parece la acosó más tarde, aunque Torres Santiago sostenga que Julia era dipsómana desde la primera adolescencia (42). Su primer libro de versos, “Poema en 20 surcos”, publicado en el 1938, cuando contaba con sólo 24 años, abre y cierra con dos poemas famosos que serán proféticos: “A Julia de Burgos” y “Yo misma fui mi ruta”. En el primero de ellos expresa una dicotomía entre la Julia doméstica, la que tenía amo y dueño, la “muñeca de la mentira social”, la “grave señora señorona”, la dama casera y “sumisa” atada a los “prejuicios de los hombres”, y la otra Julia, la verdadera, la de la humana verdad, la “Rocinante desbocada que olfatea horizontes de justicia”. El poema abre aludiendo precisamente a las murmuraciones que la acusan de ser su propia enemiga, por insumisa, por digna, por contestataria, por verdadera. Como mujer divorciada que persiguió las sinfonías del amor a la luz del sol y sobre las aguas, fue denostada. Por esa conciencia suya de ser su propia ruta, dice en el segundo poema, “el homenaje –de los que la querían vencida– se quedó esperándome”.
    Quizás sea Julia de Burgos el caso más claro de reivindicación de la mujer en la historia de la cultura puertorriqueña. Mujer de dos trincheras y “en la brecha”, como decía José de Diego. Mujer en la tradición de Luisa Capetillo, sufrió su propio martirio como Sor Juana Inés de la Cruz, aquella monja del siglo XVII que se atrevió defender a la mujer en sus famosas redondillas, y nos enseñó que no peca menos la que “peca por la paga” que el “que paga por pecar”.  Cayó, no precisamente como “poeta maldita”, según alega Torres Santiago. 

     La vinculación de Julia con los “poetas malditos” de Francia de fines del siglo XIX, como Verlaine, quien acuñó la expresión en el 1884, la había sugerido Josemilio González desde el 1975. Pero los poetas malditos fueron más víctimas de sus propios demonios internos que víctimas de la rebelión contra la moral burguesa. Eran rabiosos individualistas e irracionalistas. Julia, en cambio, fue mucha mujer, acosada rabiosamente por el machismo. Y, además, mujer muy consciente de su clase, de su deber social redentor, miembro de asociaciones y frentes políticos, no lobo estepario y solitario. Y llegó mucho más lejos que Verlaine, Rimbaud o Baudalaire, puesto que Julia vivió siempre, desde joven hasta sus últimos años, en abierto, coherente y constante desafío contra el poder imperial norteamericano, contra el capitalismo, y en favor del socialismo, del nacionalismo albizuista y del antiimperialismo. Esa doble militancia, de reivindicaciones de género y de reivindicaciones políticas, es una constante en la vida y en la obra de Julia de Burgos y fue parte de su destino trágico, como lo fue para Albizu Campos y muchos de sus seguidores.
     Pero lo peor de esta biografía es que se ensambla sobre el mito de la predestinación y la fatalidad. ¿Quién podría explicarnos cómo un poeta de Guajana, que se caracterizó por la militancia y el compromiso político, terminó afirmando en este libro lo contrario: una Julia anclada en esa fatalidad y predestinación, que si no niegan la grandeza poética de Julia, sí niegan su entrega inquebrantable a la doble lucha a que consagró su vida entera, en pro de la mujer y de la libertad?
    Sobre el presunto alcoholismo, Josemilio González, que la conoció muy bien y compartió con ella muchas veladas en su casa de Nueva York entre los años ¿1944?-1945 y 1948-1951, no lo menciona –el alcoholismo– sino como algo que le dice Juan Bautista Pagán en los últimos años,aunque sí menciona que la halló enferma y desmejorada (“Julia de Burgos: la mujer y la poesía”).     
    Le pregunté recientemente a mi madre, de 93 años, qué recordaba de Julia de Burgos, y me contestó que “decían que le gustaba estar con los hombres”. Le pregunté, entonces, qué sabía de Julia de Burgos, y me contestó, “que era poeta y que se hablaba mucho de Julia”. La sabia de mi madre demostró que podía distinguir entre el chisme y la certeza mejor que sus biógrafos recientes. No: la tierra no era plana después de todo, por más que decían las autoridades. Y se mueven planetas, como nos enseñó Galileo.
    José Manuel Torres Santiago edifica, en parte, su biografía a partir del “eso decían”, criterio de verdad acaso respetable cuando los que decían eran “autoridades” como Aristóteles y Santo Tomás. Pero este biógrafo llega al extremo de citar unas expresiones desafortunadas de Isabel Cuchí Coll. Según esta le dijera a él, “eminentes” poetas e intelectuales emborrachaban a Julia para pasar la noche con ella. Todavía no comprendemos cómo se le llama “eminente” a quien viola una mujer. Todavía no comprendemos por qué ese dato no aparece en las biografías de los “eminentes” delincuentes y sí en la de Julia. Cuchí Coll le decía a Chiqui Vicioso que Julia era “feísima”, que por fea la botó Juan Isidro, y que nuestros pintores la idealizaban en sus cuadros. Yolanda Ricardo me recuerda que Julia le comentó a su hermana Consuelo que Cuchí Coll no era su amiga. Vivió más del doble que Julia de Burgos, pero en la historia de la literatura puertorriqueña de Josefina Rivera de Álvarez solo alcanzó a merecer tres notas al calce.
    Todo lo anterior me recordó una película sobre Beethoven. En una escena aparece su hermano burlándose del músico, ya viejo, porque se la pasaba tatareando unos compases tontos, en su opinión. ¡Creía al hermano senil cuando tatareaba los compases de su magistral Novena Sinfonía! Me recuerda también que la crítica suele dudar de la capacidad de Eckerman, el último secretario de Goethe, para comprender el genio del poeta cuando redacta sus “Conversaciones con Goethe”. Los biógrafos deben ser muy cautelosos al hablar de gigantes y de cumbres. Quizás deberían considerar al escribir el “triple filtro” de Sócrates: ¿estás completamente seguro?, ¿es bueno?, ¿es útil?
    “Mienten, Julia de Burgos. Mienten”, escribió, proféticamente Julia, en el primer poema de su primer libro conocido. Cuidado con linchar, martirizar y empedrar la grandeza. Cuidado con dar una puñalada trapera con un beso como Brutus se la dio a César. Los que hoy la atacan, dizque para defenderla, son sus enemigos de siempre, ajenos a la vergüenza. Julia abandonó Puerto Rico acosada por los perros de la incomprensión de la moral doméstica y burguesa porque ella optó por el martirio al confrontar a los enemigos de la libertad y de la dignidad de la mujer. Julia vivió en Nueva York acosada por los mismos perros. Esos perros andan por ahí, perreando su guerra interminable, pero Julia canta mejor cada mañana. 



Marcos
Reyes Dávila
¡Albizu seas! 



Una versión breve se publicó en EL NUEVO DÍA (Flash) el 22 de noviembre de 2014, págs. 64-65.

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