Ian Gibson:
Cuatro poetas en guerra
(Barcelona: Editorial Planeta, 2007, 334 págs.)
Desde muchacho fui asiduo lector de los poetas de las primeras generaciones
del siglo XX de España. De Machado para acá, hasta la generación de 27 y de la guerra civil, y algunos posteriores como José Hierro. Mis padres tenían muchos libros en la casa. Juan Ramón Jiménez me sacudió intensamente cuando leí ya en mis primeros años de universidad su “Dios deseado y deseante”, y luego, sobre todo, esa obra incalificable e imperecedera titulada “Espacio”, tanto la versión en prosa como la versión en verso. Lorca, siempre. En mis estudios graduados en la universidad de México tomé cuatro cursos: sobre León Felipe, Machado, Miguel Hernández y Alberti. Mi tesis fue sobre León Felipe. De modo que la poesía española de esas primeras décadas del siglo pasado son una parte que gruñe y gime continuamente en mis venas con una agonía que pareciera que la viví.
Tengo las obras completas y las biografías de muchos de ellos. De ahí que no fuera extraño que cuando supe de este libro de Ian Gibson, el imprescindible biógrafo de Lorca y Machado, titulado “Cuatro poetas en guerra”, sintiera el irresistible impulso de adquirirlo. Algo me costó conseguirlo, tanto en dificultades como monetariamente. Pero bien valió disfrutar la dulce agonía de leerlo.
El libro nos refiere, loor de biografías, el acontecer de cuatro poetas involucrados hasta el tuétano en la Guerra Civil Española (1936-1939), en este orden: Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca y Miguel Hernández. Cado uno vivió la guerra desde muy diferentes circunstancias, mas la suma de ellas nos impregna con un aroma de balance y plenitud. No se trata de biografías completas. Gibson se limita en cada caso a la experiencia de cada uno en el periodo concreto de la guerra, aunque expandiera la mira hasta la muerte, muchos años después, de Juan Ramón. De ahí el título del libro.
El autor se ocupa inteligentemente del abrir y del cerrar. Es decir, un prólogo, “Epifanía del Frente Popular” (9-43), llevado de la mano, principalmente del periodista y dramaturgo argentino Pablo Suero, ayuda al lector a ubicarse en el terreno incierto de la víspera, es decir, desde finales de 1935 hasta el inicio de la guerra. Suero, que había conocido a Lorca en Buenos Aires, ha llegado a Palmas, y luego entra por Cádiz, y da buena cuenta del ambiente hostil y de presagio “escalofriante” que se respira en todas partes. Hace sus observaciones sobre el liderato político y las controversias insalvables entre las partes, así como da cuenta de muchos de los grandes escritores: Alberti, los Machado, Juan Ramón, Neruda, Lorca, Hernández, Altolaguirre y otros.
El primer poeta cuya suerte escudriña Gibson es Machado. A pesar de haber leído ha pocos años su biografía, todavía me asombra la intensidad de su lucha y compromiso con la República, así como su identificación con socialistas y comunistas. De estos, solo lo separaba su falta de simpatía para con el principio marxista de que el factor económico es “el más esencial de la vida humana y el gran motor de la historia” (74). Me asombra su sencillez, su honestidad y humanidad demostrada en momentos de angustia y dolor. No deja Machado de culpar a las democracias occidentales cobardes que abandonaron a la República a su suerte a pesar de conocer las enormes dimensiones de la intervención del fascismo en España. De ello, particularmente de la actitud de Estados Unidos, culpa concretamente a la cadena de medios de Randolph Hearst, el fiero instigador de la intervención de Estados Unidos en Cuba, que no dejó de abonar de su propio bolsillo enormes recursos en armas cuando la guerra del 1898, y que ahora apoya con todo lo que tiene a Franco, Hitler y Mussolini. Vemos de cerca cómo sufre Antonio el tener en el lado enemigo a su hermano Manuel y la separación forzada de su querida Guiomar, también en el bando contrario. La relación del tránsito al exilio es seguida por Gibson con detallados pormenores, para decirlo con énfasis, y por ella conocemos el enorme caos de la huida de miles de españoles y los campos de concentración que los esperaban en Francia.
De Jiménez me asombra hallarme ante una figura que se mantuvo constante en su lealtad a la república y en su rechazo del fascismo. A pesar de su famoso tema de “con la minoría siempre” y de su aparente desinterés por la política, Juan Ramón, tras acoger durante un breve tiempo en su casa a niños huérfanos, abogó luego desde el exilio en EstadosUnidos,, en su carácter de agregado cultural de la república, por esta. Lamentablemente, también en Estados Unidos tenía auge el fascismo, y además predominaba entonces un fuerte aislacionismo. No obstante, había llegado hasta expresarle a Suero que se consideraba un “comunista individualista” (?) (135), seguidor de un “comunismo ideal” que, a su juicio, era el “comunismo poético”: aquel en el que todos pudieran hacer un “trabajo gustoso”, el de su propia vocación (137), incluyendo la “ganancia justa”. Admiró el ejemplo heroico que dio la república en los campos de batalla, firmó proclamas y manifiestos de adhesión a la república y de repudio al fascismo, y previó la segunda guerra mundial.
Su repudio a Franco no admitió nunca contemplaciones ni sosiegos, y su agonía ante la muerte de Lorca, Machado y luego, Miguel Hernández fue intenso y manifiesto. El dolor ante la muerte de Machado lo unió a Pablo Neruda.
La relación del viacrucis de Federico García Lorca es demasiado vívido y casi insufrible. Gibson revela con lujo de detalles cuánto se vinculó el alegadamente apolítico Lorca con la república, su manifiesta y constante simpatía hacia los jornaleros y campesinos, y su repudio del fascismo. Sin embargo, Lorca se cuidó de firmar manifiestos comunistas y resintió la presión a que fue sometido para que se comprometiera más (177). Sorprende la cadena de errores de juicio que lo fue llevando a entrar en la jaula de las fieras. Lorca pudo escapar a su suerte varias veces, pero tomó la acción equivocada. Como le ocurrió a Miguel Hernández, llegó a creer que estaría a salvo entre la gente de su pueblo. El cerco se cerraba en torno suyo, hubo quien le suplicó que huyera en su compañía cuando aun era posible, pero creyó hallarse a salvo en casa de los Rosales, amigos y escritores, pero colaboradores destacados de la falange fascista. Uno de ellos consiguió una orden para su liberación de gobernador militar de la provincia, que el comandante Valdés desobedeció al mentirle alegando que ya se habían llevado al poeta. Valdés apeló al general Queipo de Llano, máxima autoridad rebelde de Andalucía, y este ordenó la muerte.
Gibson maneja innumerables testimonios y documentos sobre las últimas horas de Lorca. Y el lector lo sufre, miserablemente. Ya no había luna, estaba cerca la célebre Fuente Grande que los árabes llamaban “Ainadamar”, es decir, la fuente de las lágrimas (226).
La suerte de Miguel Hernández no será menos penosa. Solo que su ruta hacia la muerte fue más lenta. Miguel tenía la juventud que le faltó a Machado para luchar por la república desde la trinchera. Los años de la república fueron los años de su ascenso a la república de la poesía. Todo coincidió ajustadamente. Miguel venía del catolicismo asfixiante del campo de Orihuela. El “poeta-pastor”, como lo conocían y se presentaba él mismo, pronto se convirtió en el poeta de la guerra. Atrás quedaron los versos gongorinos de su “Perito en lunas” y los apasionados de amores por la pintora Maruja Mallo. Miguel sí se afilió tempranamente al Partido Comunista, influido por Alberti y Neruda. Miguel gozó de una rápida aceptación entre los escritores de Madrid, muchos de la talla de Lorca –con quien tuvo luego una fugaz desavenencia–, Alberti, Altolaguirre, Bergamín, Serrano Plaja, Sender, Cernuda, Jorge y Nicolás Guillén, así como los nuestroamericanos Pablo Neruda, Octavio Paz, Carpentier. Juan Ramón encabezó los elogios, y Vicente Aleixandre fue de los amigos más fieles.
Miguel, que se había adscrito a la Alianza de Intelectuales Antifascistas, se enlistó pronto, y pronto se convirtió en “comisario político”. Desde esa posición gozó de gran movilidad, y produjo una obra numerosa de combate, tanto en verso como en prosa y teatro. Como es sabido, la paternidad cambió su vida. Y aunque murió a los pocos meses su primer hijo, Manuel Ramón, no ocurrió lo mismo con el segundo, Manuel Miguel. A diferencia de los demás escritores, Miguel vivió de cerca el combate de sangre y muerte. A la hora de la huida, sin embargo, lo abandonaron a su suerte en Madrid, según parece. Por más que intenta ingresar en la embajada de Chile, su nombre no aparece en la lista de recomendados por Alberti, y Alberti tampoco provee para él en la huida en coche que este hace a un pueblo cercano donde está su mujer y desde donde saldrán en avión. Tras una amnistía, y a pesar de hacer inicialmente esfuerzos por buscar cómo salir de España, entre ellos, otro fracasado intento con la embajada de Chjile, Miguel va a su pueblo, a su mujer y su hijo, y sueña y cree que podrá rehacer su vida campesina a pesar de que muchos le advierten del enorme peligro.
Como Lorca, los pasos de Miguel se agravan con sus desaciertos y malas decisiones. Además, se niega a declararse arrepentido a cambio de la libertad y el perdón, aun cuando está enfermo gravemente y en tránsito de muerte. El obispo Almarcha que en su niñez y juventud lo apadrinó se negó a socorrerlo hasta que fue demasiado tarde. Incluso su propia mujer se negó a visitarlo y a llevar consigo al niño de sus desvelos, y tampoco su padre. La tuberculosis, sin verdadera asistencia médica, lo pudrió, literalmente. Era política oficial evitar aumentar innecesariamente el número de fusilados si se podía contar con el auxilio de una “muerte natural” instigada.
Juan Ramón Jiménez llegó a declarar en el 1948 lo siguiente:
“De los poetas españoles muertos durante la guerra, los más señalados fueron Miguel de Unamuno, Antonio Machado, Federico García Lorca y Miguel Hernández. De ellos, el que peleó en los frentes y no quiso salir de la cárcel, donde se extinguía tísico y cantando sus amores, mientras otros compañeros siguieron detenidos, fue Miguel Hernández, héroe de la guerra. Decir esto que yo digo es justo y es exacto” (283).
“El autor se ocupa inteligentemente del abrir y del cerrar”, estipulamos al principio. Y es que, además del prólogo, un “Epílogo” hace el balance parcial, somero, de algunos derroteros. Por ese epílogo sabemos que “por lo menos 50,000 presos republicanos fueron fusilados entre 1939 y 1944", sin tener en cuenta los instigados a “muerte natural” como Miguel Hernández (288).
El libro de Gibson, quien ha estudiado intensamente esta época y a estos autores, goza de una notable cantidad de notas y referencias: 28 páginas. Incluye una amplia bibliografía de siete páginas y un índice onomástico. Qué más se puede pedir de una obra encuadernada en una blanca pasta dura, como una decantada lápida, pura y pura.
Marcos
Reyes Dávila
¡Albizu seas!
Marcos Reyes Dávila
¡Albizu seas!
Nueva biografía de
José Martí
“Cesto de llamas” de Luis Toledo Sande
Escribo estas líneas con la desventaja de hacerlo varias semanas después de haber leído el libro. (A veces no contamos con la oportunidad presta.) Sin embargo, no quería dejar de mencionarlo, por tratarse del amigo Toledo Sande (LTS), por tratarse de un libro excelente, y, naturalmente, por tratarse de Martí, altar preferido de nuestras devociones y querencias.
Quizás la mejor biografía de Martí que conozco, con perdón de Luis, sea la de Jorge Mañach: “Martí, el Apóstol”. Esto por su gran extensión y minuciosidad, y porque cuenta su vida, hasta donde recuerdo, como si fuera una historia novelada. Tiene la ventaja de que fue la primera biografía que leí de Martí, y por eso la información --la vida misma de Martí-- me dejó en el alma una impronta imborrable.
Al iniciar la redacción de estas líneas busco el libro de Mañach y no lo hallo. En su lugar me topo con otra edición anterior del libro, que tiene la firma de mi padre y que corresponde a una edición de 1942. Encuentro aún otra edición de 1990. Junto a ella hallo, justo al lado de “José Martí, con el remo de proa”, libro también de 1990 de LTS, la edición de 1996 del libro que reseño ahora. Parece que somos repetitivos y constantes en nuestras preferencias e intereses. Olvidadizos también.
La biografía de LTS tiene, sobre la de Mañach, numerosas ventajas también. Entre estas, la de ser una versión revisada y actualizada en el 2012, de la escritura de 1996. Tiene 293 páginas. Dividida en ocho capítulos, esta biografía aprovecha el fruto de las amplias investigaciones realizadas principalmente desde el Centro de Estudios Martianos, que completó hace un tiempo una edición crítica de sus obras completas en las que se incorporó mucho material nuevo. Además, usufructuó del material crítico, abundante e intenso, generado principalmente desde el CEM durante la época pos revolucionaria.
En lo que toca a la infancia y los primeros años de Martí, antes de establecerse en Nueva York para iniciar su insólita gestión revolucionaria y literaria, LTS es prolijo. Sus traslados me han llamado la atención, particularmente su desembarco en Nueva York el 14 de enero de 1875, donde permanece doce días. Creo que Hostos estaba entonces en la ciudad y era ya una figura muy conocida. Espacio le dedica LTS a exponer las actividades revolucionarias del joven apóstol. También nos detalla las dificultades de su matrimonio y sus repetidas separaciones. LTS le dedica bastante espacio a desacreditar las afirmaciones en torno a su relación con Carmen Miyares y a descreer de su paternidad de María Mantilla.
La parte más sustantiva es la de su ejercicio como escritor, y la de su compromiso político con la causa de libertad de Cuba. En esta parte expone minuciosamente su relación compleja con las figuras principales de la lucha por la independencia, particularmente, con Maceo y con Máximo Gómez. Naturalmente, los asuntos personales están referidos a un plano inferior de aquel en que considera las avenencias y desavenencias de política y de estrategia. En la página 240 –en la edición de la Editorial Patria de 2014–, LTS menciona la fundación del club Los Independientes a mediados de 1888, en Nueva York, en la que participó Martí. No tengo claro el asunto de este club al cual Hostos le redactó los principios y el programa en el 1876. Aunque en el libro “José Martí, con el remo en la proa”, LTS incluye un ensayo titulado “José Martí, puertorriqueño”, suele observarse en las obras cubanas, que el mundo exterior, no cubano, tiene un espacio y un valor reducido. La parte pertinente al desembarco en Cuba en el 1875, y a las pocas semanas que sobrevive Martí en la manigua cubana levantada en armas por el Partido Revolucionario Cubano y por él, están escritas con gran intensidad.
LTS nos ofrece una biografía redactada entre la pasión del poeta y el ojo crítico de los académicos. Naturalmente, el autor está formado al calor de las ideas revolucionarias, cosa que no se oculta y que determina rumbos y juicios. Abundan las citas de la obra del poeta, ya sea para informar o para, simplemente, para darle calor y luz a la expresión. El libro posee un utilísimo índice onomástico, temático y toponímico.
Marcos
Reyes Dávila
¡Albizu seas!
Relectura de
El Quijote
En su 400 aniversario
El Quijote cumple 400 años. En la novela, el Quijote dice repetidamente que sus hazañas serán recordadas en los siglos venideros. ¡Cuánta razón tuvo! Tengo muy claro en el recuerdo la primera vez que se me murió en los brazos en el 1974, hace poco más de 40 años. Tomé un curso graduado sobre él en la UNAM, México. No había vuelto a leerlo completo, íntegro, del principio al final, hasta estos días, y con la fortuna de contar esta vez con la edición del IV Centenario de Alfaguara y la Real Academia Española de la Lengua.
Al principio no me impresionó el lenguaje. Los sucesos, muy conocidos, revisitados tantas veces, tampoco. Excepto que esta vez lo leí siguiendo el hilo, atento al desarrollo de sus caminos. Esta vez disfrute más de las novelas intercaladas. Tenía más conocimiento de lo que eran, de su vínculo con las novelas ejemplares, del cautiverio de Cervantes, de la estética de la época que aconsejaba esas distracciones, de la magistral redacción de cada una de ellas.
Vi con más perspectiva la curiosa relación entre Sancho y el Quijote. No decimos “Sancho y Quijote”, sino “Sancho y el Quijote” como quien dice, el Loco, el Santo, el Sabio, el Hermoso. Atributo apelativo. La palabra se refería entonces a una pieza de la armadura que cubría el muslo, y también al cuarto trasero de las caballerías. Es tras la novela de Cervantes que adquiere las conocidas acepciones del hombre de ideales comprometido, y del hombre flaco, alto y grave. Es decir, que la burla del sobrenombre elegido como pieza que protege el muslo y cuarto trasero de las caballerías se transforma en el significado inverso de idealidad militante.
La relación entre ambos personajes es de las más ricas y complejas que puedan verse. Ambas dinámicas, se transforman, cambian, a lo largo de la novela sin eludir con toda conciencia del autor las paradojas y las contradicciones. Son personajes tan balanceados a pesar de su evidente contrapunto que es muy difícil determinar cuál protagoniza. El título de la novela y la circunstancia que genera las acciones nos obliga a anteponer a don Quijote, pero Sancho, a la verdad, no le va a la zaga, no solo por su gracia y por sus acciones, sino por su complejidad y profundidad, por la riqueza de su lenguaje popular y por la manera como determina la manera como se desarrolla el Quijote. De alguna manera sus reflejos y juegos de perspectiva me recuerdan el cuadro de “Las Meninas” de Velázquez.
Una vez se adentra el lector en la novela, la riqueza del lenguaje nos sorprende y se nos impone. ¡Qué mezcla tan riquísima e interminable de lenguas cultas y populares!
Es muy complejo el desarrollo del punto de vista, la manera tan complicada como se mueve el narrador a lo largo de una novela en la que además, juega un papel tan preponderante el diálogo. Todo esto de Cide Hamete, la manera tan obstinada como se inmiscuye la primera parte en la segunda de modo que se novela propia novela dentro de la novela. A esto hay que añadirle la continua interpolación de la novela apócrifa de Avellaneda, con tan impetuosa entrada que seguramente es una de las razones que inclinan a Cervantes a matar al Quijote, y quizás también, a Gabriel García Márquez a borrar del mapa a Macondo. Cerrar la posibilidad de que otros autores le den continuidad a esos mundos sin la altura y sentido originales.
Me sigue sorprendiendo el papel tan central que juega la visita al castillo de los duques, papel que se extiende, como contrafigura, con el gobierno de Sancho en la Ínsula Barataria. Las burlas de los duques dejan tan mal sabor que la gracia se hace mueca, y el extraordinario desempeño del analfabeta Sancho, cargado tan solo de una sabiduría popular, sentido común, y lo aprendido con el Quijote tras los largos meses de recorrido, resultan inexplicables si no se atiene el lector a las intenciones ocultas de Cervantes.
Me refiero a que a lo largo de toda la novela Cervantes mezcla los “disparates” del Quijote con acciones cuyo rumbo luce obvio, pues siempre va dirigido en pos de los menesterosos, los pobres, y en contra de los poderosos, a pesar de su aparente respeto a lo que llama reiteradamente figuras “principales”. Aparte de su fascinación con las hermosas siempre rubias y muy blancas, cosa del gusto renacentista de Europa en general, en el Quijote los ricos y poderosos son pintados siempre como gente sin escrúpulos, prestos a la burla y al abuso. Entre estos se incluyen los religiosos. En cambio, los criados, los galeotes, los pastores, los bandoleros, los cautivos, los moriscos españoles, son representados con simpatía. El Quijote vive un mundo en el que los ideales humanistas del Renacimiento se han esfumado y se convierte en motivo de burla aspirar a hacer justicia y defender a los menesterosos y a los caídos. El heroísmo ha sido desplazado por un mundo dominado por el cinismo, la mediocridad y la injusticia. El Quijote es una novela en la que se nivela la condición humana, se aborrece la aristocracia presumida, se abandera la dignidad que nace del esfuerzo y la virtud militante, se afirma la igualdad y se venera la libertad, a siglos de la Ilustración.
En toda la segunda parte se ve un proceso gradual de reconversión, de modo que las imaginaciones alocadas del Quijote se disipan y ceden. Es decir, que las ventas serán ventas y no castillos, de modo que los gigantes le serán creados al Quijote por los supuestos cuerdos.
Me sigue pareciendo significativo el encuentro de don Quijote con Roque y los bandoleros de Barcelona. Es inexplicable la actitud de conformidad del Quijote con unos bandoleros que son pintados como gente justa y justiciera. Se hermanan. Y en cierto modo se acoplan, es decir, Cervantes expone literalmente una convergencia entre su actuar de “bandoleros” y el ejercicio reparador de la caballería andante. El Quijote viene de esa feria de burlas que fue su estancia con los duques, y pasa unos días de paz y gracia con bandoleros que lo aprecian. Luego regresa en Barcelona con otro “don” que nuevamente se burla de él. El hecho de que Roque existió realmente, le da un sentido más grave y significativo a estos capítulos.
En un primer momento, la enfermedad y el acelerado deceso del Quijote parece abrupto. Pero, más allá de la necesidad de dejarlo muerto para que nadie continuara robándole el personaje con intenciones muy diferentes a la suya, y del hecho de saber que su vida se acababa y no podría continuar extendiendo su historia, la muerte del Quijote si estuvo finamente trabajada por Cervantes, quizás desde el inicio de la segunda parte. El cambio gradual en este personaje que se mantiene despierto durante la noche, de modo que es el señor quien vela el sueño del criado-gobernador, va desmantelando poco a poco la esencia del personaje hasta colocarlo en un callejón sin otra salida. La idea de convertirse en pastor no parece abrirle fuerza ni posibilidades a su ejercicio redentor.
En la lectura del Quijote es necesario tener en cuenta la importancia que tiene la censura y la inquisición. Hay un margen que es imposible transgredir como no sea con el equívoco y la parodia. De ello es obra maestra insuperable El Quijote.
Marcos
Reyes Dávila
¡Albizu seas!
Cuántos niños se arropan
con las olas del mar
De un niño palestino a un niño sirio
Hoy que tengo tanto que decir
no puedo hablar
Diré que la princesa está triste
Qué tendrá?
Llorará por el Trigris?
Por el seno canceroso del Sena quizás?
Llorará donde lloró Darío
en el dulce mar de Nicaragua?
O en los grandes lagos helados?
Que no
Que no la inquietan hoy
las arenas del desierto
No hay caravanas aquí
ni camellos sedientos
No se trata del faquir
ni de la esfinge
No se trata de las ruinas de Palmira
ni de los leones alados de Babilonia
ni de los frescos turbantes de Arabia
No son no
los leones de agua
de la Alhambra
Es que Abraham
ayer mató a su hijo
Y todo niño
es nuestro hijo...
***
No se trata de las arenas
ni de los oasis
Ni de ese Alá
que no disputa
y clama paz hacia La Meca
Los alminares no son misiles
–los rascacielos sí–
y los niños lloran en las mezquitas
No son las arenas del Sahara
ni las del Sinaí bramante
las que braman tormentas
en las aguas del océano
y en una columna de fuego
gimen los alminares
Pero Israel
es una cuña del imperio
sembrada solo
para robar el oro negro
Y la Europa americana
sigue siendo
una vieja raposa y avarienta
Con solo una palmera
un genio dibujó en su botella
alfombras y jardines
ciudades de sueño
sobre un mundo de arenas
Cuando solo corría
un hilo de agua
por el Nilo
y todo era apenas
un ojo de agua
en medio de la arena
Pero Moisés
tiñó de sangre
otra vez
las aguas del océano
Y Herodes
mandó de nuevo a matar
todos los niños
***
La princesa está triste
Hay un niño en la playa
Delfín quería ser
Cuánto quería!
Pero nació un día
que dios estuvo enfermo,
grave.
Acaso un segundo antes
del silencio negro
alcanzó a ver sirenitas montadas
sobre caballitos de mar
Cuántos niños se arroparán
esta noche
con las olas del mar?
Pero yo voy a encenderme
el semblante
mi hijo
con un beso de amor.
Marcos
Reyes Dávila
¡Albizu seas!