Presentación de
EXÉGESIS,
Segunda época
26 de
febrero de 2019
Queridos
amigos:
Yo no sé si
Carlos Roberto Gómez estaba consciente de lo que hacía al invitarme para hablar hoy
aquí. Sé que él sabe que tengo algunas ideas y costumbres que pueden
considerarse atávicas por aquello de ser fiel a los principios. Por otra parte, quiero
advertirles de entrada: En presencia de lo amado muchos vivimos el temor de
vernos cursi.
Vamos a lo
que nos ocupa que es lo que… queremos.
A fines de
1993, don José Ferrer Canales me pidió que lo acompañara a ver al rector de Río
Piedras, Efraín González Tejera. En el punto de encuentro estaba también Julio
César López, fundador paradigmático del Instituto de Estudios Hostosianos, que
había renunciado recientemente como director por motivos de salud. Como Pedro
por su casa, Ferrer Canales llegó a la oficina del rector, y tras constatar que
no estaba reunido con nadie, pasó sin más a su oficina haciéndome acompañarlo
junto a Julio César. Ferrer Canales le hizo a rajatabla al rector una
proposición de esas que nadie puede renunciar. Como aprendimos muchos de
nosotros en “El Padrino”, la película, la propuesta que se hace no es
irrenunciable solo por ella, en sí misma, sino por quién o quiénes la proponen.
De modo que, acompañado de Julio César, le dice Ferrer Canales al rector: Aquí
está el nuevo director del Instituto de Estudios Hostosianos. El rector, tras
titubear solo por un segundo con evidente desconcierto, respondió que sí, que
cómo no, y que… cómo se llama este joven. De eso hace veinticinco años.
La anécdota
para mí es buena en sí misma, pero la traigo a colación porque pocas semanas después
determiné, ya director, reiniciar las publicaciones de la revista Bayoán, que había publicado y
rápidamente suspendido el Instituto. La transición entre Julio César y este
pobre servidor era de tal magnitud que había que dar la mala nueva con cuidado
y comenzar a pavimentar el nuevo rumbo. Al lado de Julio César López a todos
nos quedaban grandes no solo sus zapatos, sino su chaqueta y otras cosas. Le
añadí al nombre Bayoán, un sobrenombre
que estimé necesario: “Nueva época”. Ni en Bayoán
ni en Exégesis el calificativo
“nueva época” tiene el sentido de ruptura. Todo lo contrario. Lo que sugiere es
renovación, pero afincada y afirmada en una raíz en la que pervive su
identidad. Por eso me da tanto gusto aparecer como autor en este número
inaugural.
Carlos
Roberto Gómez, de todos conocidos, y a quien intenté reclutar en una ocasión
para la Junta Editora de Exégesis,
pero no aceptó, me ha pedido, en cuanto nuevo director de Exégesis, que presente, en cuanto viejo director, el primer número
de esta nueva época. Y yo no puedo estarle más agradecido.
Exégesis fue la cúspide de mi vida académica. En toda
la vida productiva que dediqué a esta universidad Exégesis estuvo presente. Aun cuando fui destacado al Recinto de
Río Piedras para dirigir el Instituto de Estudios Hostosianos, separé en los
martes y jueves algunas horas de la tarde para dar un curso ad honorem en Humacao y seguir
asistiendo a las reuniones de la revista y diseñando los tres números que se
publicaron.
Apenas
obtuve en el 1986 una plaza probatoria, la nueva rectora, Elsa Berríos me
nombraba a la Junta Editora de una revista que no existía, y que solo era un
sueño sin nombre. La Junta Editora, dirigida entonces por Andrés Candelario,
dedicó numerosas semanas a concebir, inventar, crear, una revista que, siendo
académica, fuera distinta a las otras. Para el tamaño trajo consigo la revista
“Plural” de México y la de “Vanidades”, y preguntó si nos gustaba. Para ello
redactamos incluso un Reglamento al que nos acogimos siempre con calculada liberalidad. Esa Junta
Editora fue el cimiento fundamental. El nombre, elegido en votación, nunca me
gustó: tantas veces tuve que explicar qué significa y cómo se escribe. De modo
que Exégesis no fue la revista de
fulano o sutano: fue la creación colectiva de un grupo de profesores de los más
diversos departamentos, determinados a crear una publicación a imagen y
semejanza de nosotros mismos. Una revista de, para, y por, la facultad de la
Universidad de Puerto Rico en Humacao. De ahí la muy ardua tarea de compilar
trabajos provenientes de todas las disciplinas.
La revista
tuvo un éxito inmediato porque se abrió a todas las comunidades académicas del
país y del extranjero, y porque tuvo el acierto de constituir su listado de
envíos del de la Revista Sin Nombre
de Nilita Vientós Gastón. La revista se distribuyó, gratuitamente, y a lo largo
de toda su vida, a más de un millar de destinos en todo el país[1],
y también en numerosas bibliotecas, centros de estudios y estudiosos de Estados
Unidos, Europa y la América Latina, sin dejar de llegar a África, el Medio
Oriente e incluso Japón. Más de un millar de ejemplares por número, suma
alrededor de 100,000 que llevan impresas, orgullosamente, por todo el mundo el
nombre de Universidad de Puerto Rico en Humacao.
Pero se me
pidió presentar el número. Tomémosle el pulso. Estamos indudablemente ante un
nuevo concepto de revista. Cambiaron sus tamaños, largo por ancho, pero sobre
todo el espesor. (La vieja Exégesis
se diseñó para el envío postal, esta no.) Abrimos sus páginas y nos encontramos
con un diseño más uniforme, y una presencia más acorde con la elegancia y el buen
gusto que cada vez acompaña más los proyectos editoriales. Téngase en cuenta
que en aquel entonces no contábamos al principio ni con Page Maker, Photoshop o In Design. Eso vino después. Las
columnas e ilustraciones se cortaban con cuchilla, literalmente, y se pegaban
sobre hojas que luego se fotografiaban. Era la magia de las manos de Ángel Vega,
artista gráfico del recinto. En esta nueva época, todo el proceso está
digitalizado. La intercalación de imágenes contrasta entre aquellas en las que
luce una obra a página completa del artista argentino Pablo Santin, la serie “Tango”,
y otras que muestran imágenes que responden a las necesidades del texto en las
que se incluyen. Es una revista que muestra un formato uniforme de espacios más
abiertos, siempre a dos columnas, y un tipo de letra mayor, que resulta en menos
economía de espacios, y por eso mismo, una apariencia más cómoda a los ojos.
El
contenido está dispuesto en cinco secciones que parecen pretender abarcar el
universo cultural con un afán totalizador que va más allá del que aspiramos en
la primera época definida en conformidad con los materiales que recibíamos. Inicialmente
pretendíamos publicar ensayos, artículos de opinión, investigaciones, creación,
reseñas y bibliografías. Luego, distinguimos los trabajos por materias. En este
primer número de la segunda época nos encontramos con 36 títulos, número
comparable a aquellos que publicamos en la primera época como monográficos “extraordinarios”.
En todos los casos, estos números extraordinarios respondieron a los materiales
recopilados en cada uno de los cinco simposios que organizamos. El número tiene
alrededor de 275 páginas, y el tamaño promedio de los artículos es de poco más
de siete páginas. Aquí y ahora, es imposible reseñar estos 36 trabajos uno a
uno, y menos con ojo crítico. Tomamos nota tan solo de la variedad de redacciones
y enfoques.
Bailemos el
tango juntos: ensayos autobiográficos referidos a la experiencia estética,
ficción narrativa, crítica de artes y crítica literaria, memorias, metapoesía,
economía política, administración de empresas, historia política e historia
deportiva, antropología, crónica periodística y de viajes, sicología, música,
teatro, matemática, sociología de la literatura, antillanismo, Hostos –a dios
gracias–, literatura comparada, artes plásticas, y tanatología. La nuestra era
una revista multidisciplinaria. Carlos Roberto propone hacer ahora una revista
transdisciplinaria. Probablemente a eso responde la clasificación intrincada de
cada trabajo con tres y hasta cuatro etiquetas. Por ejemplo: “memoria-antropología-artes”;
o “biografía-música-historia-religión”. Eso sí es bailar tango, no se confundan,
pero responde a una realidad en el quehacer cultural de nuestro tiempo que a
devenido desde aquello que en mis mejores años era el producto de una entonces
llamada, “educación general”, que fue el bachillerato donde me formé.
Exégesis marcó pauta en el desarrollo de las revistas
académicas de Puerto Rico. Recibimos en nuestra oficina a profesores de otros
recintos y universidades que querían saber cómo lo hacíamos. La vicepresidenta
de la Universidad de Puerto Rico, más tarde presidenta interina, nos citó en
una ocasión para discutir qué tipo de revistas académicas debía patrocinar la
universidad. Exégesis era novedosa de
formato, quizás desconcertante entre las revistas académicas, acaso un tanto “zarzuelera”,
nueva en contenido, con una presencia de distribución retadora amplia. Fue la
primera revista académica de la Universidad de Puerto Rico que tuvo una versión
digital interactiva. Más o menos así: Usted le hacía click a campaña del PNP y le respondían “me gusta, me gusta Ferré”.
O le hacía click a campaña PPD, y
decía “jalda arriba va cantando el popular”. Exégesis publicó libros, distribuyó discos compactos, publicó en
dos ocasiones su propio índice general, publicó números especiales en edición
combinada con instituciones de otros países como Paraguay (con el Primer
Encuentro Hispanoamericano de Escritores), Cuba (la Unión Nacional de
Escritores y Artistas de Cuba), Chile (la Sociedad de Escritores de chile),
incluso España (Consorcio de Comunicación Social de las Ciencias). Y, además de
organizar simposios dedicados a don Francisco Matos Paoli, a la Generación de
poetas del Sesenta, o a Julia de Burgos, celebró a nivel nacional, pero con un
simposio internacional, el centenario de la muerte de Eugenio María de Hostos,
e invitó a su casa, nuestra casa, a todas las revistas académicas y culturales
de Puerto Rico en otro simposio internacional dedicado a la memoria de Nilita
Vientós Gastón.
Exégesis tuvo además la osadía, en un gesto seguramente
impropio en revistas académicas, de defender unas pocas causas, quizás meta
académicas, como la del español vernáculo como lengua oficial del gobierno de
Puerto Rico, la causa de Vieques contra la Marina de Guerra Norteamericana, la
excarcelación de Oscar López y la defensa del Instituto de Estudios
Hostosianos. Esta política, sin duda agresiva para algunos desafectos, tuvo sus
consecuencias, como los tiene todo acto de afirmación. Hubo querellas
presentadas hasta al gobernador Carlos Romero Barceló, y un rector llegó a presentar
una querella formal contra su propia Junta Editora que fue evaluada por un agente
legal externo. Triunfamos. Aquí estamos, sin arrepentimiento alguno. En un país
devaluado, tan en precario, tan acorralado por poderes que le amputan a la
universidad sus brazos, la defensa del quehacer y de la naturaleza misma de la
universidad es un deber ineludible e impostergable con el país.
El Rafael
Aragunde que conocemos, catedrático del Recinto de Cayey, Catedrático de Honor
Eugenio María de Hostos y ex Secretario de Educación, dice en un artículo
publicado recientemente en 80 Grados,
que la crisis que vive la UPR, proviene no solo de la alegada crisis financiera que azota al país, sino de un proyecto
puesto en marcha desde antes para desarticularla, con el propósito de desinflar
la inteligencia. Coincide con las afirmaciones de la periodista canadiense Naomi
Klein que habla de la globalización, la política del shock y la batalla por el
paraíso. Si la universidad, y con ella el país entero, se avecina a un corto
circuito, que entonces estalle luminoso. Que lo estudien y lo digan los libros
y revistas. Porque estamos aquí para navegar contra esa corriente. Porque una
revista, como hemos visto, no es una muchedumbre de páginas. Porque hay que
llevar aún más decencia a la docencia. Y porque cuando en tiempos de Jaime
Benítez se hablaba de la “casa de estudios”, atributo entonces bastante denostado,
no se dirigía el atributo solo a los estudiantes, sino a una facultad que no
puede frenar la necesidad de indagar la verdad y compartirla, juntos, como en
estas páginas.
Me dirijo,
para terminar, a estas profesoras distinguidas y hermanas que tanto admiramos y
a las que tenemos tanto que agradecer.[2]
¿Sabían ustedes que ninguna de las dos es ajena a la vieja Exégesis? Apenas plantaba la revista sus primeros pasos en el mundo
nos atrevimos a reseñar –perdona, Mercedes— el libro de Luce titulado “San Juan
de la Cruz y el Islam”. Con Mercedes –perdóneme Luce—he intimado un poco más, con
su permiso desde luego, particularmente en el tiempo del simposio que dedicamos
a Julia. Ahora, cuando esta revista abre sus páginas con trabajos de ustedes,
dedicados, ambos, de manera autobiográfica a “schubertiadas”, “arrebatos”, y el
“síndrome de Stendhal” de sus propias experiencias estéticas, voló por mi
memoria como pájaro chogüí aquella misteriosa canción del Conde Arnaldos: “Yo
no digo esta canción / sino a quien conmigo va”. “En la vida todo es ir / a lo
que el tiempo deshace”, dice Corretjer, pero, de un arrebato, queda siquiera la
impronta indeleble de su olvido.
En las tres
décadas de vida de la vieja Exégesis,
vivimos también algunos momentos de luminosa transparencia. Recuerdo cómo,
durante el Simposio dedicado a Francisco Matos Paoli, en el receso para el
almuerzo, alguien se acercó a la mesa donde estábamos para ofrecerle a don Paco
unas décimas propias dedicadas al tema albizuista del valor y el sacrificio.
Oídas las décimas, don Paco se puso suavemente de pie. Allí, sin más, comenzó a
glosar unas décimas, improvisadas, sobre Albizu, y el valor y sacrificio. Y
según avanzaba hilvanando los octasílabos, don Paco comenzó a estremecerse que
parecía que iba a quebrarse ante nuestros, hasta llegar al paroxismo. No se
confundan: don Paco no había llegado al éxtasis solo como producto de sus propias
décimas, sino por el recuerdo de Albizu Campos.
Leyéndolas
ahora recordé además el deslumbramiento, enmudecido, por los misterios
inexplicables del Cusco y de Machu Pichu. Pero sobre todo, ah, La Alhambra. “Si
tú quisieras, Granada”… Yo le había escrito mucho antes a la ciudadela roja, no
sé por qué, lo siguiente:
Subo a los cerros
y contemplo la tierra de canaán.
Ya sé que moriré tras vivir todos tus espejos
y todos tus inciensos,
de cara a cara contigo
y a tus ojos
con unas pocas flores rosadas de almendro
en las ramas de mis barbas.[3]
Cuando años
después fui a Granada, apenas llegar, y antes de acomodar las maletas, subí
varios pisos del hotel para mirarla de lejos, y de soslayo, con el vivo temor
de morir al contemplarla.
Mas al leer
ahora sus ensayos comprendí rápidamente que esa fruición que ustedes llaman
“éxtasis” no se refiere en realidad ni a Schubert ni a Casals sino a la propia
revista Exégesis. No puedo estar más
embromado, como dicen los dominicanos, con este juego de máscaras. Y es que una
revista es el espacio sagrado para un diálogo interminable entre experiencias y
verdades, intuidas o conquistadas, que se buscan en la “noche oscura”. Pocas
cosas causan un arrebato más grande que el abrazo entre amantes que no se
habían visto. Y el éxtasis: “amada en el Amado transformada!” Al mirar ahora la
revista, levantada de lo que creí sepulcro, y donde tantas ideas y experiencias
comparten el calor de su sangre, comprendo y experimento ese mismo arrebato,
vuestro.
Y es que la
verdad tiene su belleza, tiene tangibilidad porque es capaz de estremecerse
como si tuviera luz y cuerpo, aroma. “El amor se da y se tiene”, decía nuestro Luis
Palés Matos, porque como el amor, la belleza está en nosotros, los ojos que
miran. Para el poeta, en la palabra, suele decirse. Pero la palabra evoca y
convoca realidades y verdades que dejan el rostro y el corazón tocado por
ellas, iluminado. ¿No llena la palabra en árabe, de cantos y belleza, los ojos
de los que contemplan La Alhambra?
Y es que, cuando
hace años –durante el fortuñato– se me anunció el cierre de la revista, se me cayó
el cielo. Durante cinco años luché por sacarla a flote, con toda la
impertinencia de que fui capaz. Durante todo un año la rectora Carmen Hernández
me preguntaba que cuándo me mudaba de oficina, y yo le respondía como Miguel
Ángel al Papa cuando este le preguntaba cuándo terminaría de pintar la Capilla
Sixtina: cuando termine. Un día, al
regresar de las vacaciones de verano, todo se había ido en cajas con su música
a otra parte. Yo me fui detrás. Y a pesar de ello, sin recursos y casi sin
apoyo institucional, celebramos el simposio dedicado a Julia de Burgos, que fue
todo un canto de cisne.
Pero yo ya
le cantaba a la revista desde el 2010 un réquiem enamorado que titulé “Como el
mar de El contemplado”:
Si a tu mañana le quiebran
los huesos de su sueño
--puro cristal de cielos
y es echada al fuego
dará luz.
Mucha luz.
No cabe duda…
Si a tu cristal de cielo
le quiebran su mañana en la víspera
allí estará la plaza abierta a los colores
como el mar de El contemplado…
Página en blanco eras,
como un vientre de cera.
Y en cada letra dibujé o teñí
un trozo de la huella que urga
la impronta indeleble que ama
y la leyenda absorta de un lienzo
ungido de una luz extraña.
Aunado a un soviet de hermanos
alma te di
en suma
del puro cristal del cielo
que transita en mi mirada.[4]
…
Envío.
Carlos
Roberto:
Confieso
que yo no creí posible este renacer, de modo que desde que lo supe cierto
habito en el arrebato de mi asombro. Y es que, repito, una revista no es una
muchedumbre de páginas.
Como un
padre, te entrego la novia. Detrás de su faz colorida está, como bien lo sabes,
la tramoya de una red de cuerdas que
la sostiene. Exégesis fue, porque así
lo quiso, un retrato vivo de la facultad de la Universidad de Puerto Rico en
Humacao: realidad y ansias. Ese retrato renace hoy gracias a tu creatividad y
tu perseverancia, y a una administración que parece saber lo que debe ser una
universidad. Observé que no anotaste tu nombre como director, sino como miembro
de la Junta Editorial, editor y responsable del “diseño general”. Te recuerdo
que Exégesis siempre mantuvo su
independencia y libertad de cátedra, y nunca fue un vocero de la administración
universitaria, pues su compromiso primario fue con la facultad de la
Universidad de Puerto Rico en Humacao, como debe y solo puede ser. Defiéndela
así.
Hecho el
convite, los invito a bailar, con júbilo, su tango. Y reciban mi aplauso.
Marcos Reyes Dávila