Sinfonía de la sal*
de Denisse Español
Decía Martí que la poesía era capaz de darle alas a la
ostra. Su misterio es la capacidad para transformar no solo la realidad que
vivimos, sino también nuestra percepción, nuestra actitud, nuestro sentir,
sobre la realidad. Solo cuando está tocado por la poesía el poema es en verdad
un poema. A veces la poesía se cuela inadvertidamente como un soplo en la
cadencia o en el tono que cosas ordinarias que ella logra levantar como el
flautista a la serpiente en el sombrero. A veces la poesía está incluso en solo
una idea, capaz de hacer que el lector se sienta habitado en ella. Sin embargo, quien pretende reseñar una obra poética, debe atenerse siempre aclarar que
precisamente por lo antes observado, toda reseña o crítica no es sino una
lectura particular posible, de muchas otras posibles. Es decir, el puente que
se logra establecer o el diálogo que aflora entre un lector concreto y una
obra.
En esta ocasión hablamos con un libro, Sinfonía de la sal, de
nuestra amiga, Denisse Español, antillana nacida en la República Dominicana, que es como
describimos mejor nuestra relación, muy especial también, con cubanos y
dominicanos.
Denisse, para los pocos que no la conocen, es una compañera de la poesía que conocimos hace un par de años, cuando acudió, prestada y con presteza a nosotros,
invitada por el Festival Internacional de Poesía en Puerto Rico. En abril
pasado, y muy feliz, con su nuevo libro en las manos, me habló de presentarlo
en Puerto Rico. Y aquí cumplimos hoy un deseo de varios siglos de amor
ininterrumpido... entre puertorriqueños y dominicanos.
En la última página del libro hay una brevísima y muy curiosa biografía
de Denisse en la que se nos informa que nació de solo 5 libras y que cabía en
la mano de su abuela. Nos dice además, que sin embargo nació adulta, y que es
arquitecta, madre y esposa, y que, como la poesía suele invadir sus aposentos,
ha publicado ya algunos libros.
El libro que
Denisse nos mostró en nuestra tierra hermana, como un bebé acunado entre sus
brazos, se llama Sinfonía de la sal, y, en efecto, no es su primer bebé.
En el extremo de sus brazos se ensueñan sus dedos como las pencas de una palma.
Y así, Una casa en la palma de tu mano, se titula uno de sus libros
previos. No conozco el cartero, es otro de sus libros de poemas. A su
modo, un título y otro nos evocan, extremando seguramente las cosas, su
profesión de arquitecta, es decir, de soZadora de espacios -ajenos- que brotan de los
espacios -propios- de sus propios deseos… habitados.
El libro de
Denisse Español es una primera edición de un conjunto de 82 páginas en las que habitan,
con unidad de tono, técnica y lenguaje, 30 poemas. Además de esos 30, hay otros dos textos muy breves, que, como los
apartes en el teatro, parecen grafitis en el muro de una pared, escritos
con el dejo gustoso de una poesía disfrazada de prosa, o como se escriben las confesiones
en un diario imaginado. Ambos textos se confunden dentro de la red que
configura una bandada de mariposas que se elevan, tal como lo presenta esa
portada que de manera tan sugerente representa varios contenidos del cuaderno.
Una mujer,
colocada en cuclillas, y con la cabeza baja, más que reverente nos parece recogida
en sí misma. De su espalda brotan mariposas y ramas con hojas. Las mariposas pudieran
representar lo mismo la insoportable levedad del ser, que unos
pasos de ballet huidizos. Aunque se diga sinfónica, el verso de Denisse
se acoge a los modos contemporáneos que huyen del metro y la rima. Pero, aún breves
como son, los versos de Denisse buscan con la tenuidad de sus alas, su propio
ritmo, con instrumentos que tienden al arte menor. Mucho menos que al discurso
pregonado, su verso se desenvuelve en un decir más acogido a la exhalación, al
balbuceo y el susurro. O lo que vale decir: que esta poesía se encarrila con
una dicción recogida, porque no se aventura al salto ni se predispone a la
salida.
Al índice o tabla
de contenido, Denisse lo llama “partitura”, para subrayar, en conformidad no
solo con el título de libro, sino con lo que en este cuaderno se ha pretendido
hacer, una sinfonía. Hay, además, una segunda sección del libro, compuesta por
solo cuatro movimientos o poemas, que titula “acordes”, y que quizás estén
separados del resto de 26 poemas porque, más que expresión de versos que manan
de vivencias muy íntimas, como estos son, los cuatro acordes son reflexiones o
metapoemas que, versan, armónicamente, sobre el conjunto total.
“Reconozco
absurdas estas frases”, dice en esos acordes. “Por qué lloras?”, se interroga.
“Rechazo la espina de tu voz”, advierte en una alusión apostrofada. “Anoche al
leer un libro / te vi regresar con calma”, balbucea quedamente a un tú con el
que tiene una relación quizás más compleja que conflictiva, y que de alguna
manera remite al perfil de una madre o quizás de un alterego, o un
desdoblamiento, o quizás ambas cosas, y ante el cual o la cual se reacciona con
una conflictiva combinación de amor y de dolor. El lector opinará mejor que nosotros.
Lo indudable es
que, dos epígrafes, colocados en la entrada, o en el recibidor, aluden a la soledad,
el vacío y el abandono. Tocado, por la divina gracia de ese bautismo, el
conjunto de poemas se encarrila por una serie “caminos impalpables”, quizás por
subrepticios o por íntimos. Por eso la voz en estos versos tiende a ser como la
voz de una serenata dolida y susurrante, seguramente esquiva y sombreada. Véase
como acuden a los ojos estas voces como un conjunto muy señalable:
grito,
amnesia, fango, hastío, emergencia, cansancio, flor macabra, fatiga, oculto,
penumbra, serpiente, insomnio, clavo, espina, ceguera, soledad, nada, amnésica,
demencia, bestia, escombro,
entre muchas otras.
Pareciera que el
libro se yergue sobre la lucha desigual entre el deseo y la realidad que acecha.
Percibimos una marginalidad, un vivir de costado, una vulnerabilidad impuesta
por un destino fatal o que pareciera imbatible, inevitable.
“Quisiera saber
quién soy” se pregunta sumida en un laberinto. “El ave que asfixio a diario”,
es un clamar por una libertad que más que impuesta es autoimpuesta. “Me quito la silla”,
dice con una voz de renuncia. Hay, dice, una… “inequívoca conexión entre la
poesía y el llanto”. Y en efecto, encontramos en este cuaderno una trilogía de ausencia,
poesía y llanto. Y un dolor oculto, o disfrazado. Es la sal.
La gran paradoja
que este libro presenta al lector está en la conjunción de la voz sinfonía
y el atributo de sal. ¿Por qué calificar como sinfonía a un
atributo como sal?
Pudiera decirse,
quizás, que el título sugiere que el libro es un concierto de la
transfiguración de la sal en arte. Pero, en definitiva, ¿qué es en este
universo poético la sal? Pues la sal no solo es aquella especia que preserva
e incrementa el sabor. La voz común de estar sala’o desenmascara una
realidad caracterizada por la desventura, lo apesadumbrado, una frustración que
no es fugaz sino constante. Crónica. Llamar a esa condición sinfonía es,
por tanto, magnificarla, una forma de hipérbole, de decir, por ejemplo, que se
está muy sala’o. Observamos entonces que en el conjunto de poemas se habla
de “recitales de sal”, es decir, no de un recital, sino de una pluralidad de recitales,
una multiplicación de recitales, una abundancia.
Por otra parte, este
libro tiene muchos diferentes granitos de sal, no es uno solo. En un poema titulado
“isla de sal”, la voz que habla, aun con las esquinas rotas, lanza botellas al
mar, que, obviamente, o contienen mensajes de auxilio. Si habláramos de una
comedia romántica, cosa que no es, en lugar de auxilio quizás diría te amo.
Pero, al menos, este mar que la aísla no es el morir del que habla Jorge
Manrique, Solo evoca aislamiento. Es decir, una isla donde nos acorrala un mar
salado. Toda botella al mar busca o anhela, lo confiese o no, un contacto.
Clama por un interlocutor o por una respuesta.
A veces algunos
poemas nos recuerdan ese tono de renunciamiento que caracterizó parte de la
obra de Julia de Burgos. Coincidiendo con ese tono, nos parece percibir en
algunos versos cierto desdoblamiento, la presencia de un alterego, una otredad,
un ser opuesto al ser que nos habla en el conjunto, como ocurre por ejemplo, en
aquellos famosos versos en los que debaten la Julia doméstica y burguesa contra
la Julia que se le rebela, la de la antorcha en la mano. Así Denisse puede
decir, por ejemplo:
“Me engalano sobre
el privilegio de saberte, de pensarte con otra cara / otro cuerpo”.
O, “Me asumo
grande / soy autónoma bajo tu nombre”. En otro poema se ve como
“una bestia” que
viste su piel. “Ella –dice– conoce las fisuras” y “me descubre cada vez”.
“Ella se nutre del
amor / se baña con él / copula con él / luego lo decapita.”
En el poema que
titula “Striptease”, dice: “me quito la silla, me saco los ojos, me desalojo de
mí misma y salgo por las grietas”.
Mas no todo en
este libro es deshabitarse y desahucio. También hay redención. Hay una imagen
poderosa del dramaturgo español Alejandro Casona: Los árboles mueren de pie,
que, aunque es cierto que habla del morir, habla del morir de pie, que
no implica que una rendición. Muere de pie el que se yergue en la lucha, no el
que se rinde.
A pesar de todo,
como al viejo olmo de Machado, a este olmo muerto en la colina, “algunas hojas
verdes le han salido”. Por eso, la voz que habla en este libro, desea, según oímos:
“deshacerme de la rabia / por ejercerla / en mi contra”.
Así, ya al otro
lado del abismo de un remolino, podemos leer que también:
“Construyo al
sujeto en el que creo”, o que dibujo trayectos de risas y ventanas abiertas. Mientras,
busca un nombre para el poema, porque después del alumbramiento cada poema aprende
a respirar.
El libro de
Denisse es una odisea por un mar ignoto. Una odisea es un viaje largo en el que
abundan peripecias adversas, pero siempre tiene por término, el buscado. La
llegada al puerto deseado. A esta luz podemos completar la idea que encierra la
imagen de la portada. Volvemos a apreciarla:
Una mujer
acuclillada –y podemos aventurar con certidumbre que la imagen representa a una
mujer–, que más que recogida sobre sí, por sumisa o por dolida, lo que hace es
un gesto de devoción y ofrenda. Y en la pureza honesta de su desnudez. Miremos
sus manos. Miremos cómo desde su cuerpo se elevan ramas y proliferan las
mariposas. Miremos como… la sal centellea en su entorno como una aureola de luces
que quizás, como hemos visto, tenga raíces en el dolor, pero un dolor
transfigurado. Radiante.
Estamos ante un libro
cromático, para degustar.
MRD
Marcos
Reyes Dávila
¡Albizu seas!
Presentación del libro leída en Casa Norberto el 5 de septiembre de 2019