Hostos:
propagandista
de la Libertad
Marcos Reyes Dávila
Durante
el pasado congreso hostosiano celebrado en el Ateneo Puertorriqueño nos detuvimos
un momento a recordar algo que hemos señalado, y en lo que es necesario
insistir, al ponderar algunas de las razones que explican diversas
interpretaciones que se hacen del pensamiento de Hostos. Hemos apuntado al
hecho, por ejemplo, de que parecen haber dos discursos, en la prédica
revolucionaria del joven Hostos, diferentes pero no irreconciliables: el de la
etapa española, que a nuestro juicio se debe, en parte, al hecho de que, a
veces, habla con mayor libertad el Hostos antillano, y, en otras
ocasiones, habla el Hostos director y portavoz de un periódico español
que tiene un discurso político, no personal, es decir, una línea editorial del
medio, del grupo, o de la agrupación política que lo define. En otras
ocasiones, ya sea movido por la censura oficial o por el hecho de estar
escribiendo en España para un público español, Hostos adecúa, como debe hacerlo
todo expositor, su lenguaje a su público. Con las cartas ocurre otro tanto,
entre las públicas escritas para ser publicadas y las personales. Ese discurso variable
se transparenta, por ejemplo, cuando regresa a Puerto Rico en el 1898: el
discurso de Hostos varía en contenido y tono según se dirija a los
puertorriqueños todos, a los partidarios de las organizaciones patrióticas, a
los medios de prensa estadounidenses o a los miembros de su familia en las
cartas “íntimas”. El hecho es un fenómeno normal y propio del que participa
todo buen comunicador.
Aparte
del hecho de que el joven Hostos aun no ha expandido la magnitud de su
pensamiento como lo irá haciendo en los años por venir, hay, además, otro
factor que es necesario tener en cuenta, y que está presente también en los
centenares de trabajos nuestros que hemos escrito, publicado o leído sobre
Hostos. Me refiero a que una parte sustantiva de su obra no es –como no lo es
la nuestra--, académica, producto de sistematizaciones y de la objetividad de
la razón, tal cual son sus tratados de Moral, o de Sociología, Filosofía,
Geografía, de Derecho o Pedagogía, o los otros numerosos trabajos, que de
ordinario se olvidan, sobre Gramática, sobre historia de la lengua, sobre
historia semítica, o historia de China. Hablamos de aquella otra parte publicada
en periódicos para un público vasto, de toda Nuestra América en muchos casos;
ensayos producto de conferencias, o de discursos, algunos ofrecidos en salones
de eruditos. Y otros en salones de mítines políticos. Dado el caso de que a
veces leemos en las obras completas que algunos textos se recogen en ellas como
muestra de sus actividades, cabe imaginar que no todos los discursos,
proclamas, notas para expresiones públicas, se recogieran en esas obras
completas, y no por haberse perdido, sino por discreción cuestionable de sus
editores. Sabemos, además, que muchos de sus textos publicados en esas obras
completas fueron editados para suavizar expresiones que los propios hijos
debieron considerar destempladas, y quizás indignas de su padre. Algunas
pudieran haber sido alusiones concretas a personas particulares. Otras, de
carácter muy íntimo. Otras, contrarias a la imagen ideológica que se construyó
sobre él. A despecho de cualquier consideración, todo Hostos, todo Hostos, nos
es necesario. Tal cual era.
Hostos exclusivamente
como un educador erudito, ceñido al aula, apóstol angelical y ratón de
biblioteca, lo contrario se revela, no a regañadientes, por todos lados. La
propia rebeldía que se concede al joven Hostos ante la monarquía
española, y la lucha armada que gestiona durante su exilio neoyorkino y la
guerra antillana en suelo cubano, lo desdicen. Acaso los obnubilados insistan
en proponer que su afición moral a la labor educativa que práctica desde 1876
en Venezuela, y que pareciera monopolizar su quehacer a partir de las reformas
pedagógicas que pone en marcha en la República Dominicana y en Chile, prueba
que en Hostos se establece firme, y perdura hasta su muerte, desde ese
entonces, la solemnidad del maestro estudioso. Pero ese blasón no diría toda la
verdad.Cierto
es que, contra la pretensión mitómana de definir a Eugenio María de
Cierto
es también que Hostos se sintió siempre inclinado a predicar luces y verdades,
al mejoramiento de la humanidad. Pero su tarea educativa se vio forzada desde
el principio a enfrentar las contramareas del poder y de la oscuridad rendida
al catecismo de las iglesias y la genuflexión colonizada ante las cosmovisiones
europeizantes. Se vio obligado a derribar los muros del silencio impuesto y la
verdad esclavizada antes de instrumentar un pensamiento racional y consciente,
capaz de construir pueblos justos y países libres. Su tarea educativa inicial
tuvo su primer asiento en Venezuela donde inaugura en 1876, en Caracas, la
primera Escuela Normal, y donde fue, amén de profesor, rector de colegios. Mas,
tal como le ocurrirá luego en la República Dominicana y Chile, sus doctrinas
pedagógicas y sus ideas políticas irrumpen con fuerza contra los dogmas
religiosos que secularmente han amarrado la educación, contra las ortodoxas y
generalizadas bases de un pensamiento europeísta, y contra la fuerza con la que
dictan los poderes irrefutables. En Venezuela, por ejemplo, el dictador Antonio
Guzmán Blanco dice haberse prendado de su inteligencia, le aplaude en las
conferencias que ofrece Hostos en el Instituto de Ciencias Sociales, y le
invita a un baile en la Casa Amarilla donde acudirá Belinda Ayala, ya desde
entonces objeto de su amor. Aun así, Hostos se abstiene de asistir por no
empezar a “rendirse ante un tirano”, y terminar convertido en “un favorito
poderoso del Dictador”. (OC, P.R. Coquí, 1969, III, pp. 15-16, 24;
Carlos Carreras, “Hostos, apóstol de la libertad”, S. J., Cordillera, 1971, pp.
203-204.) Las refutaciones a la pedagogía de Hostos no han desaparecido al día
de hoy.
La
biografía nos retrata a un joven Hostos fogoso, radical, soberbio
incluso ante las principales figuras del gobierno liberal español o los
académicos e intelectuales del Ateneo madrileño. Testimonios imparciales de
testigos oculares, como Benito Pérez Galdós, dan cuenta de ello: “de ideas muy
radicales, talentudo y brioso”, testimonia. Se desprende también claramente de
su diario. En el mismo puede hallar cualquiera, sin esfuerzo, la presencia de
un Hostos que en la intimidad del mismo se recrimina de sus excesos y de sus
“pasiones absorbentes”. Aun en su vejez. Lo evidencia el hecho de que el
Secretario de Estado de Estados Unidos, William Day, lo describió en 1898 como
“el arrogante hombre del Trópico”.
Aparte
de un par de duelos que por fortuna fueron cancelados, en Nueva York, en el
1875, se produce un revelador incidente que trascendió a la prensa. En “El
correo de Nueva York”, José de Armas y Céspedes publica una carta crítica y
destemplada contra Hostos, a propósito de un discurso que ofreció en el meeting
de los cubanos emigrados. Según de Armas, Hostos fustigó a los presentes “con
interjecciones tremebundas; nervioso, palpitante, frenético, verdaderamente
epiléptico”. Según el autor, Hostos “dijo que maldita fuera la hora en que
creyó reunirse a hombres, cuando no encontraba sino muñecos”, calificándolos
con insistencia como “imbéciles”. Hostos negó al día siguiente estas
aseveraciones haciendo constar los aplausos recibidos y su elección, más tarde
esa misma noche, como secretario de la nueva sociedad que formaban. No obstante,
el coronel Pío Rosado comentó sorprendido que era “la primera vez de mi vida
que veo aplaudir a un hombre que fustiga”. Desde ese momento Hostos ganó el
mote “Delirio del Patriota”. (OC, Edición crítica, III.I, Epistolario,
229.)
El
caso es que las expresiones oratorias, inflamadas y vehementes de Hostos, en
cuanto reflejo de su lucha revolucionaria antillanista, no estuvieron ausentes,
al menos durante la década álgida de la guerra de 1868-78. Entonces llamaba a
las armas. El fervor comprometido, presto a salir ante cada injusticia, nunca
lo marginó, ni toleró presiones para acallarlo. Ni siquiera de presidentes.
Hasta
el fin de la guerra cubana Hostos se identificó continuamente como
“propagandista” o “publicista”, fuera por medio oral o fuera escrito. El
periodismo fue la vocación más constante de su vida. Varios estudiosos de su
obra se han detenido a evaluar su trabajo en cuanto a periodista, labor que
consideraba un “sacerdocio”. En la mayor parte de los casos, de manera
fragmentada, es decir, su periodismo español, o el dominicano u otros países. Y
es que aparte de toda consideración, la mayor parte de su obra escrita responde
a él. Al menos nueve volúmenes de las Obras completas de 1939 recogen
ese quehacer desplegado por numerosos medios de varios continentes. Piénsese en
los tomos “Madre Isla”, “Mi viaje al sur”, “Temas sudamericanos”, “Temas
cubanos”, “La cuna de América”, “Crítica”, “Forjando el porvenir americano I”,
“Forjando el porvenir americano II”, “Hombres e ideas”, incluso la muy extensa
recopilación posterior de artículos no incluidos en aquellas obras, publicada
con el nombre de España y América. En el trabajo desempeñado en los
textos de estos volúmenes, producto de géneros que alguna crítica califica como
“ancilares”, se halla parte fundamental de su grandeza. En ellos está la
relación más desnuda de su permanente fragua con la realidad inmensa y cambiante,
de su afán escrutador, compromiso forjador.
La
función abnegada que asumió fue la de predicar en pro de la lucha armada, de la
necesidad de auxiliarla, y del deber bolivariano, de los países de Nuestra
América. Para Sotero Figueroa, tan cercano a Martí, “ningún cubano propagandista
hizo tanto por Cuba como el antillano Eugenio María De Hostos”. Tampoco lo tuvo
la Confederación de las Antillas, clave imprescindible del equilibrio de ambas
masas continentales. La Libertad política entre los pueblos, los países, los individuos,
fue la sabia y sangre de sus esfuerzos. Si bien ese atributo de la propaganda no
corresponde a todas sus expresiones orales y escritas de su predicar peregrino,
sí hace presencia en muchísimas de ellas. De modo que, al ponderar sus discursos,
es imprescindible tener en cuenta el carácter particular de sus expresiones,
ceñido a circunstancias y objetivos diferentes. De ello depende la manera como
se configura la verdad que se manifiesta.
Los
tratados, las obras pedagógicas, muchos artículos de prensa y ensayos, están
perfilados conforme los derivados del ejercicio de su razón. En ellos predomina
el juicio ponderado y objetivo. Busca la verdad que deriva de la razón. Hace
exposición. En los otros trabajos la cuestión está preñada de subjetividad,
afanes y celos. Como busca convencer, argumentar, exhortar la pasión
revolucionaria, recurre a exageraciones y generalizaciones propias de una
arenga --que no emplea el tratadista y el pedagogo--, y apela a la emoción, de
modo que en cierto modo deforma en algo o en parte la realidad para que
responda a sus propósitos. Genio de idea y de lengua, hila muchas veces con
palabra de poeta. En unos casos predomina la ecuanimidad augusta, o la
afectividad y moderación, así en la mayor parte del epistolario, incluso del diario.
El talante brioso y chispeante, en parte considerable del periodista y del
orador.
La
función del Hostos como propagandista y publicista cubrió parte considerable de
su vida. Toda la del joven Hostos en España, toda la de la gestión
revolucionaria en Nueva York hasta 1877 y 78. Con el reinicio de la revolución
cubana en el 1895 retorna a la tribuna hasta 1900. Se extiende, pues, por alrededor
de 20 de los 40 años de actividad pública de su vida.
MRD
¡Albizu seas!
Publicado el 17 de enero de 2020 en 80GRADOS
https://www.80grados.net/hostos-propagandista-de-la-libertad/
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