HOSTOS
y el Autoconocimiento
como proceso de Liberación
La presente, recoge mi interpretación,
sobre cómo el estudio de sí mismo, ese “conócete a ti mismo” de Sócrates
del que todos hemos oído, pudo producir, asombrosamente, una estrategia
de liberación humana a través de la construcción de lo que Hostos
llamaba, “hombre completo”. Sin embargo, aun más asombroso que eso, y
aunque que alguno podría pensar que lo ha oído decir varias veces, es
que, por ese mismo camino, y como consecuencia directa del ejercicio de
autoconocerse, Hostos fuera capaz de construir varias, no una, varias
estrategias para la liberación, no solo de Puerto Rico y Cuba, sino de
todas las Américas, norte y sur. Para el desarrollo de esas estrategias
Hostos vinculó estrechamente la sicología con la sociología, la
pedagogía y la política, la economía y el derecho, hasta llegar a la
meta más revolucionaria que conocemos: su teoría de la moral. Una teoría
moral que concibió como la médula de un proceso revolucionario de
liberación, tanto de individuos como de pueblos, que nos enseñó que los
derechos solo existen cuando se pueden ejercer y cuando se practican, y,
que más importante que los derechos son los deberes, porque sin la
práctica y la realización de los deberes, los derechos no existen.
Redactamos este ensayo-conferencia como nos lo exigió el tema y la
idea. De la mano, esta vez, de algunos de los más consagrados estudiosos
puertorriqueños de la obra de Eugenio María de Hostos, nos detenemos
contemplar lo que para algunos autores como José Ferrer Canales,
Josemilio González, Francisco Manrique Cabrera o Antonio S. Pedreira,
era, en palabras del mexicano Mauricio Magdaleno, “un acontecimiento
americano”, es decir, Hostos. Apelado de manera insistente –aunque
impropio a todas luces– como un “apóstol”, tal como se hace con José
Martí, con de Hostos no se ha aquilatado como obra suprema ninguno de
sus libros y textos tan inigualables como, por ejemplo, su “Tratado de
Moral”, o su lucha abnegada por la libertad de las Antillas, ni siquiera
su sublime aportación a la Pedagogía que, como suele decirse, y según
afirma Rufino Blanco Fombona en América y Hostos, pretendía “enseñar a pensar a la América” [1] y a forjar auxiliares
a la lucha por la libertad de seres humanos y de pueblos. Como obra
suprema de Hostos el canon de la crítica proclamó en los dos primeros
tercios del siglo XX la vida misma de Eugenio María de Hostos, plasmada
sobre todo de manera epifánica en sus diarios. “La lección más ejemplar
que nos legara Eugenio María de Hostos fue su vida”, sentencia en 1960
Josemilio González,[2] en línea con Francisco Manrique Cabrera, quien califica su diario como el “espectáculo sobrehumano” de su “vivir egregio”.[3] Tal es así que, a juicio de González, solo en su pecho cabe un continente.[4] Y añade: “como Bolívar, como Martí, Eugenio María de Hostos es un espíritu continental”.[5] Eso lo refrendó la Sociedad de Naciones Americanas en 1938 al proclamarlo “Ciudadano Eminente de América”.
Sabemos que, como puede colegirse, bordeamos el territorio de lo que
algunos, no sin motivos, han caracterizado como una figura mitificada.
Pero este mito no es una construcción post mortem,
sino el fruto de una admiración que se fraguó a lo largo de su sendero
semiplanetario, tanto en aquellas cumbres que habitaban personalidades
notables que lo conocieron, como jefes de gobierno, presidentes,
generales de guerra, académicos de primer rango, como por las calles,
los salones, clubes y aulas donde niños, jóvenes, estudiantes,
artesanos, obreros y campesinos pudieron oírlo y admirarlo. Ello lo
atestigua entre otras cosas, el volumen extraordinario publicado apenas
muere, en 1904: Eugenio M. Hostos: Ofrendas a su memoria.[6] Del asombro al mito, el puente suele ser muy pequeño.
La tesis que sostenemos en este trabajo es que el proceso de autoconocimiento de Hostos que se plasma notablemente en su Diario,
aunque no se reduce al mismo, guarda una relación dialéctica íntima y
entrañable con lo que fueron sus prédicas, prácticas y obras de
pensamiento, y también con lo que fueron –y de algún modo aún son– los
ejes fundamentales de su moral social y de sus luchas revolucionarias y
libertarias. Prédicas y ejes nutren y determinan las incesantes sondas,
o los buceos a su interioridad en pos de un autoconocimiento que forja
su ser, y que encarrilan, iluminan y acicatean su obrar. En Hostos, vida
y obra no se desmienten una a la otra: se entrelazan con una coherencia
orgánica o estructural. Entre el Diario y las novelas, la
pedagogía, la moral, y las luchas políticas hay una imbricación de hilos
que se sujetan entre sí y se condicionan mutuamente.[7]
En cuanto figura histórica, Hostos era y es, ante todo, y para
nosotros, un libertador de dimensiones casi planetarias. No vivió
anclado a su isla madre o su isla patria, ni siquiera a las
tres grandes Antillas, ni siquiera al grupo de países hispanoamericanos,
y ni siquiera al mundo que de polo a polo abarca los dos continentes
americanos. La mirada justiciera de Hostos, con todo su bagaje
liberador, se expande también por España y otros países europeos, y no
se enajena de los países explotados por el imperialismo en las regiones
que abarcan desde África hasta la Oceanía. Al así decirlo no planteamos
que pretendiera expandir revoluciones armadas a través de todo el
planeta, pero sí denunciar el saqueo de unos países por otros y, tras
analizar las circunstancias y condiciones de vida específicas o
particulares de cada estado, proponer algunos remedios necesarios para
alcanzar niveles saludables de civilización que les permitieran
desarrollar sus propios instrumentos de libertad. La libertad que Hostos
persigue es una dual: personal y colectiva. La libertad individual
buscó levantarla a través de una educación capaz de erigir conciencias
libres; la libertad colectiva, a través de la constitución de estados
democráticos radicales en los que tenían que participar todos los
sectores de la comunidad, en igualdad social de condiciones, y con el
disfrute pleno de todos los derechos civiles reconocidos. Su meta
última, utópica, era el establecimiento de toda suerte de federaciones y
confederaciones, estados de cooperación entre todos los países capaces
de constituir el equilibrio de los poderes del mundo.
Lo extraordinario es que Hostos llega a estas metas y premisas a
partir de los procesos que se derivaron de varias “crisis” morales y de
sentimiento que lo sacuden en su juventud. Hizo vitrales con sus vidrios
rotos. Había nacido en el seno de una familia acomodada en la región
oeste de Puerto Rico donde tuvieron cuna muchos de los principales
forjadores de la nacionalidad puertorriqueña. El padre fue un hombre
relativamente ilustrado, de ideas adelantadas, que se interesó en la
educación de sus hijos y a quienes envió a adelantar sus estudios a
España. A Bilbao fue a parar Hostos en 1851, con solo doce años, al
amparo de su hermano mayor, donde completó los estudios básicos, pasando
luego a Madrid para seguir las carreras de Filosofía y Derecho cuyo
título se le negó.[8]
La muerte sucesiva de varios hermanos y hermanas, entre 1854 y 1862,
incluida particularmente la de la madre, en sus brazos, interrumpieron
el curso normal de esos estudios que se encarrilaron entonces de manera
autodidacta.
Las crisis de “sentimiento” provocados por estos y otros motivos
comenzaron a lacerarlo con humores oscuros en ese exilio de patria,
familia y amores desgraciados. Hostos, angustiado, halló su salvación en
el estudio de su propio ser, que inició para controlarse y sanearse, en
la iluminación que el autoconocimiento le proveyó con instrumentos para
ordenar y equilibrar sus pasiones y la capacidad para dirigirlas, en
los planos íntimo y público, en pro de libertades políticas para sus
islas antillanas, y, en rebote necesario o reflectada, en pro de la
propia España monárquica. Apenas despierta el joven Hostos de sus
fantasías adolescentes, solo un años después de la muerte de la madre y
dos hermanos, nace en 1863, a los 24 años, a la esfera pública, y ya
aboga por derrocar a la monarquía en pos de un régimen republicano, el
orden político democrático, derechos civiles y soberanía, tanto para
Puerto Rico como para Cuba, y de manera asordinada, también para la
República Dominicana. En referencia al régimen monárquico español y las
colonias antillanas, nada era más revolucionario radical. Una evidente
imbricación se infiere de inmediato entre la terapia emocional y la
lucha política. El joven Hostos ha comenzado a redirigir las cuitas de
su enajenación desde el momento que va superando sus vacilaciones
íntimas, y tomando rumbo público y político.
También los viajes entre Puerto Rico y España que transcurren durante
esos años despiertan, acaso por el repetido contraste entre la
metrópoli y la patria, sus inquietudes políticas con un carácter
reivindicativo. En Puerto Rico observa las casi ininterrumpidas reyertas
revolucionarias de los renegados del régimen de las capitanías
españolas cada vez más endurecido. Conoce de Betances, quien tiene en
Segundo Ruiz Belvis su colaborador más entrañable. De acuerdo a Julio
Nombela, escritor español y testigo presencial, “quien se hallaba más
identificado con Segundo Ruiz era Eugenio Hostos”, cuando aún no cumplía
veinte años (1858), “dispuesto siempre, con la palabra, con la pluma y
en caso necesario con su propia persona, a sacrificarse por sus
compatriotas”. Poco después, añade, “Hostos se trasladó a Madrid
dispuesto a trabajar en su empresa, y en la Villa y Corte estrechó
relaciones con Segundo Ruiz, encaminando al mismo fin todas sus
aspiraciones”.[9]
Ambos eran, según Nombela, “activos partidarios de la independencia de
Puerto Rico”. Como algunos se empeñan en distinguirlos, este testigo
presencial desmiente a varios historiadores: si las aspiraciones de
Hostos eran las de Segundo, entonces eran las de Betances.
Desde 1861, por otra parte, se desarrolla en la República Dominicana
una guerra en repudio del reestablecido dominio monárquico español sobre
ese país. Dos hermanas suyas se han casado con militares españoles que
enfrentan las fuerzas de liberación del pueblo dominicano. Es en esas
circunstancias que Hostos escribe y publica en 1863, en Madrid, su
novela política La peregrinación de Bayoán.
La historia de Bayoán –que conforme a una probable leyenda es el
primer indio taíno que comprobó la mortalidad de los españoles– revela
ya la urdimbre que ata, e incluso funde, lo que será ese dual desarrollo
en Hostos. La historia, escrita en formato de diario, está tomada en
medida importante de los verdaderos diarios de Hostos. Luego, la
intimidad examinada con instrumentos sicológicos se encarrilará, de
manera novelesca, con las aspiraciones libertarias que lo impelen en el
plano político. Mas lo verdaderamente extraordinario es constatar cómo,
en, sus propias palabras, se operó en él una transfiguración. En el
prólogo a la segunda a edición de la novela escrito en el 1872, explica
que, cuando se dio a la tarea de escribirla, descubrió que los análisis
hechos “en secreto y en la soledad” no lo comprometían a nada, en tanto
que al vertirlos a “la voz ruidosa de la imprenta” le “imponían el
compromiso de ajustar” su existencia a sus ideas. Es decir, que la
novela, más que una ficción, se le transformó en “promesa” que tendría
“la obligación de cumplir”. De este modo la novela se trasfigura de lo
privado a lo público en calidad de un contrato, la autoimposición de un
deber a cumplir.[10]
En cuanto al carácter íntimo y terapéutico del Diario, no
hay duda razonable que pueda cuestionarlo. Todo el texto pone en
evidencia su propósito, y todo el texto pone al descubierto la incesante
problematización y cuestionamiento de sus conflictos emocionales, sus
inclinaciones sociales y políticas, y la debilidad y desconcierto de las
energías de su voluntad. El más penetrante y cuidadoso estudio que
conocemos de estas características del Diario es de Gabriela Mora, incluido como introducción a la edición del mismo en las Obras completas, Edición crítica, publicado en 1990. La otra novela de Hostos, La tela de araña,[11]
escrita en esos mismos años, es un estudio sobre la familia centrado en
el nacer de los sentimientos instintivos que, por espontáneos y
cerreros, tienen que ser dominados por la razón con el auxilio de la
voluntad. Estos estudios sicológicos perseverarán en Hostos desde 1858,
al menos, hasta 1878, mostrando un carácter didáctico aplicado a sí
mismo. Luego, lo aprendido sobre la naturaleza humana consigo mismo será
en parte sustento de sus eventuales modelos pedagógicos. Su estudio
sobre el Hamlet de Shakespeare, así como las máximas,
sentencias, o “estímulos” que redacta el joven Hostos en España y que
años más tarde publica en Chile, pone en evidencia ese traspaso del sí
al otro.
Bayoán encarnará el principio de la “duda activa”. Hamletianamente.
Hostos menciona que tomó para redactar esa primera novela las primeras
páginas de su diario escrito desde 1857. La novela comienza con estudios
sicológicos referentes a los conflictos emocionales de un joven
antillano incurso en el amor, y al mundo social antillano sometido a la
tiranía por la monarquía española. Hostos se erige como juez de sí mismo
y simultáneamente como juez de la España colonial en las Antillas,
pasado y presente, lo que convierte la novela en un caldo de cultivo
descolonizador y des-alienante. En la novela, este personaje
redescubre el Caribe. Hostos se ha atrevido a publicar en Madrid y ante
la reina, en tiempos de guerra, una novela en la que denuncia la tiranía
de España en las Antillas.
El carácter terapéutico del diario aparece explícitamente señalado
numerosas veces a través de los años. Así, el lector puede observar
directamente en el mismo su aplicación clínica. Gabriela Mora insiste en
su estudio preliminar que el Diario es el “primer diario
íntimo” de las letras hispánicas, primero en el orden y en la calidad.
Es fruto de inmediatez y secretividad, para “sondearse” y “curarse” de
lo que llamó “pasiones absorbentes”. Sondeo es un escaner hecho
de las profundidades, en las que explora la causa y el remedio de sus
debilidades e inconsistencias. “¿Es tiempo todavía para ser hombre?”,
dice en la primera línea, refiriéndose al modelo del “hombre completo”
que definirá en el mismo Diario poco después.
El Diario se extiende por veinte años, lo que indica la
permanente necesidad de examinarse porque las causas que lo agobian no
desaparecen: él sencillamente las suprime o las controla. “Rehagámonos”,
dice, y se yergue contra sí mismo como el juez más severo imaginable.
Tan es así, que Hostos se convierte ante nuestros ojos como en una
especie de asceta místico: mató las sensaciones y se concentró en su espíritu,
es decir, su conciencia. Gabriela Mora asegura que Hostos adelanta
conclusiones sobre los fenómenos sicológicos desconocidos en su época.
Es cierto que Hostos entra en contacto, en 1857 al menos, con el
krausismo que aconsejaba la introspección y la importancia de la senda
moral, pero a Hostos esto parece venirle de más lejos y de causas
concretas suyas, no intelectuales. Por otro lado, Hostos nunca fue un
seguidor, sino un pensador de tendencia ecléctica que sometía todo a las
rutinas de sus análisis deductivos-inductivos de los que saldrían
eventualmente sus sistematizaciones científicas: sus
sistematizaciones. Es decir, que Hostos, materialista, no fue un
repetidor de Krause o de Comte, un eco de Spinoza, Spencer, Pestalozzi o
Kant, aunque a todos asimiló en su sistema distintivo. Contrario a lo
que inventó un biografista suyo, del italiano Silvio Pellico, autor de
devociones y rosarios que fue de su interés en la adolescencia, todo se
esfuma hasta desaparecer en la década del sesenta. Para estudiarse,
objetivo del proceso de autoconocimiento, se aplicó a sí mismo procesos
mayéuticos, dialógicos e incluso dialécticos, y sus otros conocidos
instrumentos de la razón: intuyó, dedujo e indujo, y finalmente
sistematizó. De modo que el estudio de sí lo llevó al estudio de los
otros. Desde muy joven, formuló para sí mismo, “estímulos”, máximas
pragmáticas, útiles para cualquiera, porque eran derivados abstractos,
individualistas pero no personales, de deducciones e inducciones
lógicas.
En el Diario del joven Hostos madrileño abundan las
observaciones de los efectos sicosomáticos que sufre. Mareos,
nerviosismo, dolores de cabeza, estómago revuelto, neuropatías, que eran
producto de sus emociones intensas. Pero si bien, desde la óptica de la
filosofía, este tema se puede proyectar hasta Sócrates y el Oráculo de
Delfos con aquello de la importancia del conocerse a sí mismo, en Hostos
se observa una meditación próxima a la ciencia sicológica y de la
conducta que apenas comienza a despertar en esos años con un carácter
terapéutico y también transformador. Carlos Rojas Osorio señala al
respecto lo siguiente: “La importancia de la psicología es tal que
Hostos la coloca como ciencia fundamental, raíz de la cual surge la
lógica, la estética y la ética”.[12]
El apunte de Rojas es imprescindible para entender al todo de Hostos.
Hablamos de una ciencia que asume carácter experimental solo a fines de
ese siglo, en investigadores como W. Wundt, que desembocará a lo largo
del siglo en una neurociencia y, a finales del siglo XX, extrapolando un
poco, en el concepto hoy familiar de “inteligencia emocional”. En
Hostos la introspección iba dirigida a controlar racionalmente las
emociones y percepciones del sujeto a fin de superar con el ejercicio de
la voluntad su descualificación para el desarrollo propio, y para la
lucha social que tenía que emprender porque sencillamente el deber se lo
imponía. El Diario cumplió una función de superación moral relativa, pues a su juicio, “el hombre completo es un edificio que no se acaba nunca”.[13]
No somos, sino que vamos siendo. Muchas veces en lucha contra nuestros
impulsos y contra nosotros mismos. Por eso podemos observar cómo Hostos
se recrimina continuamente abandonos y caídas. Incluso hasta su muerte.
El hombre que en su juventud se muestra indeciso, vacilante,
inadecuado, no sabrá eventualmente cómo enmudecer ni bajar la cabeza
ante encumbrados y potentados. Ya da un salto evidente cuando, aún
joven, salta del ensimismamiento de sus diarios secretos para hacerlos
públicos, convertidos en entes de ficción novelesca. Pues para Hostos la
literatura cumple una función moral, como todo. Debe ser comprometida
con la moral que libera, y con el deber: verdadera. De modo que,
inevitablemente, con La peregrinación, tuvo que nacer el Hostos
batallador público. Todo en Hostos puja por salir y nacer, pues su ser
solo se realiza en el bien colectivo. Pero no es, como hemos dicho o
sugerido una batalla y un triunfo que se limita a la intimidad de su
conciencia. Hostos batalla hombro con hombro con los líderes españoles
de una revolución que se dirige contra la reina de España y la
monarquía.
La novela de Bayoán, por otra parte, descubre su figura histórica, lo revela. La introspección del Diario,
transfigurado en literatura, debe cumplir un finalidad moral y social.
Porque vio que el autoconocimiento que realizaba no podía reducirse a un
ejercicio inocuo, para sí. El autoconocimiento descubre la relación
irrompible del ser humano con la sociedad, sus innumerables vínculos y
dependencias, y la red de deberes y compromisos para con la sociedad de
la que se desprenden los derechos que nos hacen libres. De aquí que,
hijo enraizado de una colonia, puede afirmarse, además, que en Hostos se
encuentran bases para una sicología del colonizado. Así, por ejemplo,
en el Plácido. Antes, en el Diario, dicho sea también
como ejemplo, pudo decir: “La pasividad es un vicio producto de la
atonía del despotismo; la ingratitud es un vicio de la ignorancia,
producto también del despotismo…”[14]
Simón Bolívar, el Libertador de la América hispana, se percató desde
las islas del Caribe, tras la derrota sufrida en su primera tentativa de
liberación del norte suramericano, de la necesidad de hacer comprender a
los llaneros venezolanos y colombianos que no hace una guerra civil
entre españoles. Es entonces que emprende la guerra cultural de
forjar una nueva conciencia que transforme a españoles en “americanos”,
a siervos y súbditos de una monarquía en ciudadanos, a esclavos en
hombres libres. Esa parte, más allá de los ejércitos y batallas, es
parte imprescindible de su gloria.
Como hemos dicho, Hostos vio que el cumplimiento de los deberes
dependía del ejercicio de la voluntad, pero de una voluntad dirigida por
la conciencia. La voluntad también se educa y se ejercita. Sin la
conciencia moral, la voluntad responde a los instintos, y es a su juicio
“perversa”. Pero, sin la voluntad, el cumplimiento de los deberes no se
realizaría, incluyendo el ejercicio de los derechos. “Derecho no
ejercitado, no es derecho”, ha dicho. No es derecho el “no vivido” ni el
“pasivo”, añade.[15]
Por eso Hostos llega a expresar así, el 2 de octubre de 1866, una de
sus máximas: “Escoge entre tu voluntad y una pistola”. Si algo evidencia
su Diario, no son, como han dicho algunos, sus dudas y debilidades: sino la voluntad de superarlas.
La aspiración al “hombre completo” es una de las páginas más celebradas. Aunque Hostos redacta la muy conocida fórmula en su Diario el 31diciembre de 1869, en Nueva York[16],
ya está implícita en la reflexión sin pausa de la novela de 1863, y
aparece aludida como su “ideal” desde la primera página de su Diario,
la del 23 de septiembre de 1866. La fórmula de su aspiración recoge de
manera muy concisa todo lo que ha sido y será su proyecto que fragua
para el carácter de la persona individual: ser niño de corazón;
adolescente de fantasía; en la madurez temprana, la edad científica; en
la madurez, la armonía de todas las facultades. Téngase en cuenta que no
retrata etapas sucesivas y pasajeras, sino desarrollos que, sumados,
permanecen toda la vida, y que movidos por la conciencia moral facultan
para la realización de heroísmos, abnegaciones y juicios. El adjetivo completo apunta
a una estructura libre de enajenaciones. Al lado del proyecto político
que armó, yuxtapuesta a éste, Hostos ha desarrollado además una
revolución del sujeto, dice, “haciéndola en mí mismo”.
En el Diario puede observarse el proceso de transformación
en la identidad del sujeto. De la confusión del caos se conforma un
planeta poliédrico de tal fortaleza que es capaz de fraguar y abrigar
identidades múltiples, pero coherentes. Tan vasta es esta revolución
que, a lo largo de su vida, Hostos puede hacer surgir de sí identidades
diversas, ya que, entendiendo que la justicia y la moral son una y para
todos, no le basta ser abnegado con Puerto Rico, ni solo en la función
del maestro. Por eso, será tan patriota como el mayor patriota de cada
suelo, sea chileno, peruano, venezolano, dominicano o cubano. O querrá
haber sido varias las figuras heroicas de la historia de la resistencia
americana, de la conquista española para acá, sean mestizos, criollos,
cholos, gauchos, araucanos, incas, mayas, aztecas, patagones, taínos o
nahoas. La responsabilidad primaria de la justicia reivindica, antes,
los despojos del desamparado y desvalido. Como Hostos no creía en otra
eternidad que la de la materia, Hostos no buscó en su programa de
autoconocimiento, una esencia humana inmutable y eterna. Halló el
denominador común, proteico, capaz de revelarse, siendo uno, en
infinidad de formas. No postula la Moral en sí y para sí, de credo y
apostólica, sino naturalista, en la sociedad y para ella. El estudio de
sí mismo lo llevó al estudio del nosotros y de lo otro, tal como el
cantarse a sí mismo de Whitman lo llevó a cantar al “average man”, y a
un nosotros infinito.
El Diario conocido de Hostos se inicia en el 1866 y se
prolonga hasta el 1878. Hostos dice que lo inició en el 1858. De ser
así, utilizó la terapia del sondeo durante 20 años. En el 78 terminó la
Guerra de los Diez Años en Cuba, y Hostos contrae matrimonio. Lo curioso
es que retorna al diario veinte años más tarde, en el 1898, cuando
abandona Chile para tratar de intervenir a favor de Puerto Rico a
propósito de la guerra de España con Estados Unidos. Es que el drama
patrio lo desborda. Se sentía impelido otra vez por la pretensión
ciclópea de “forjar a martillazos la nueva sociedad”. Luego, tras la
deflagración, seguirá escribiendo el diario con intermitencias, entre
ahogos y agobios, hasta su muerte.
Las metas álgidas del fundamento moral en Hostos se atrincheran en
esa libertad imprescindible que rinde “la libertad infalible del
deber”. Las fuerzas del desarrollo natural dependen del valor primario
de la libertad puesto que sin ella son irrealizables. Para Hostos “la
Libertad es un modo indispensable de vivir”, escribe en el “Programa de
los Independientes” en 1876. Si es así, entonces la meta no es un para
sí, puesto que no puede existir un ser libre sino en relación con los
otros. Por eso hay que reconocer el derecho a la libertad personal
ajena. Al ponderar en la idea de su desvelo, Hostos desdeña los ecos
hueros de los que miran con gríngolas europeizantes las consignas
desvaídas de la Revolución Francesa para redefinir la libertad en el
contexto de un pensamiento propio y libre: enseñar a pensar, no solo “a
la América” o “al Continente”, sino enseñar a pensar, planetaria y
sencillamente.
Cuando Hostos emprende el análisis del Hamlet, según su
biógrafo Juan Bosch, Hostos ve en el protagonista de Shakespeare un
alter ego, es decir, que puede comparar la angustia del personaje con la
propia angustia que vive a propósito de su conflictiva relación con su
amor peruano, vale decir, Candorina.[17]
El conflicto entre el amor y su deber con la libertad de las Antillas,
es, dice Bosch, “la razón del Hamlet”. Por el camino que abre ante sus
ojos el análisis del Hamlet, es decir, de él mismo, Hostos
desembocó en su pedagogía y, también, en la revolución política que
fragua. “Vamos a asistir a una revolución”, dice la primera línea de su Hamlet.[18]
Y casi acto seguido, citando de la propia tragedia, añade: “Que la
naturaleza al desarrollarse no se desarrolla solamente en músculos y en
órganos; sino que (…) crecen también las funciones de la mente y del
espíritu”. Hostos le ha añadido a la tragedia moral de la obra de
Shakespeare una nueva dimensión, política. Anverso y reverso de una
misma moneda.
Así pudo Francisco Manrique Cabrera recoger estas palabras de Víctor Massuh:
“Verdaderamente, pocas veces una
revolución se concibió en términos de tan audaz aventura creadora. Pocas
veces hombre alguno pensó que el proceso de una transfiguración
espiritual abarcaría tales latitudes humanas. Pero Hostos lo sentía así.
La revolución que antes concibió en términos políticos y circunscripta
al pequeño escenario de las Antillas ahora crece dentro de sí con estas
dimensiones dramáticas. Pero las páginas sobre Hamlet no solo
revelan a un Hostos convencido ya de que en América toda revolución
política tiene que convertirse en revolución interior para ser
verdadera…” (60)
Luego, revolución política y revolución moral individual se dan la
mano pues están dirigidas ambas a la transformación de una sociedad en
la que no bastan cambiar radicalmente las estructuras materiales y
jurídicas, sino que, además, requiere de la transformación subjetiva de
las condiciones morales. Ambas revoluciones, la material y la moral, se
equilibran en la muy compleja concepción de Hostos.
Formuladas inicialmente en 1866 en el “Diario”, y reexaminadas varias
veces antes de publicarlas en 1872 en Chile, las sentencias que llamó
“Estímulos” y “Palabras”,[19]
se centran en la idea de que la voluntad, que pertenece al ámbito
personal del sujeto, es todo. “Tengo que ser hombre en el mundo y para
ello necesito voluntad”, dice. “Cumple con todos tus deberes y gozarás
de todos tus derechos”, añade. “Para saber qué es Justicia déjate
perseguir por la injusticia.” “Si quieres ser hombre completo, pon todas
las energías de tu alma en todos los actos de tu vida.” “La vida es el
cumplimiento de un deber.” Para Hostos las pasiones son el idioma común
entre los seres humanos. Cuando se desenfrenan como un caballo fogoso,
exigen tal esfuerzo a la razón enfrenadora que nos dejan postrados.
La Moral fue, es, el producto más depurado del ejercicio de
autoconocimiento empleado por Hostos. Aplicado a sí mismo como remedio y
terapia, la formuló como principio para todos y todo, incluidas la
justicia y la libertad: un hombre nuevo para una sociedad
nueva. El propio Bolívar, a quien Hostos consideró Maestro, dedicó a
este asunto parte su esfuerzo. Incluso dictó la creación en el Estado
político, de un “Poder Moral” dirigido a calificar la actuación de los
miembros del gobierno y de sus impresos, y a constituir un sistema de
educación pública. En cuanto a Hostos, este es uno de sus sumarios de su
propio proceso:
“En un principio, fue idea de ventura, y
me engañó. Idea de gloria fue después, y me cansó. Más tarde fue idea de
poder, y me enfermó. Llegó un día en que se hizo idea de ciencia, y me
animó. Se hizo idea del deber, y me calmé. ¿Han muerto esas ideas que
han pasado? Todas viven armónicamente en la idea suprema de ser hombre,
de cumplir con el deber de conocerme y conocerlo todo, de poder todo el
bien que sea posible, de inmortalizar mi existencia en el deber, de ser
venturoso en el deber.”[20]
La parte que conocemos como su “Moral Social Objetiva” culmina su Tratado de Moral.
En ella, Hostos vincula los diferentes escenarios de liberación social
con agentes, a su juicio paradigmáticos, que los representan. Por
ejemplo, Benjamín Franklyn (Deber del Trabajo), Bolívar (Patriotismo),
Sócrates, (Patriotismo), Bartolomé de las Casas (Filantropía).
Diecinueve “Deberes” estatuidos para sí mismo, luego, también para
todos. Su realización requiere de un esfuerzo que por regla puede
considerarse prácticamente sobrehumano. Eso de por sí bastaría para
constituir la base de un mito, si es que se hallase que Hostos fue
incapaz de cumplir ese cometido. Los deberes, agrupados en cuatro
categorías, son los siguientes.
De necesidad: Trabajo; Fomento; Patriotismo; Confraternidad; y Derechos Humanos.
De Gratitud: Obediencia; Sumisión; Adhesión; y Acatamiento de ley.
De Utilidad: Filantropía; Sacrificio; Cooperación; Unión; Abnegación; y Cosmopolitismo.
De Derecho: Educación Doméstica; Educación Fundamental; Educación. Profesional; y
Deber de Civilización.
Conforme a ello, Hostos formuló en sus proyectos educativos rumbos
rara vez contemplados en los currículos. Por ejemplo: la educación de la
voluntad; la educación de “la sensibilidad afectiva” y psíquica
dirigida a conducir y afinar los afectos, y apreciar lo bello, el gusto y
el placer estético; la educación contra el crimen; la educación contra
“las malas costumbres” como el vicio del ocio; la enseñanza física y
cívica; la sociabilidad; la disciplina y la organización a través de la
enseñanza militar, y como vía al despertar del derecho y del
patriotismo; enseñar a trabajar; enseñar la tolerancia; enseñar el
respeto a la vida; enseñar la independencia de la conducta personal en
la devoción del derecho colectivo.[21]
Las luchas de Hostos no se redujeron ni a la lucha contra sus
pasiones ni contra el despotismo español y todo otro despotismo, sino
también, en el 1898, contra la ocupación tiránica de Puerto Rico por
Estados Unidos en la guerra que tuvo contra España. Hostos denunció que
Puerto Rico no fuera tratado como pueblo libre sino como una propiedad,
un botín de guerra, como hacían los piratas. Dice la ley de su Congreso
que Puerto Rico no es parte de Estados Unidos, sino que “pertenece”, es
propiedad de Estados Unidos. Para Hostos, que lo denunció ante su
Congreso, ante la prensa internacional y cara a cara contra su mismo
presidente, Estados Unidos violó con la ocupación de Puerto Rico su
propia ley fundamental, violó su Constitución, que le prohíbe tener
colonias, porque esa constitución declara la necesidad ineludible de
consultar plebiscitariamente al pueblo de Puerto Rico; declara esa
Constitución la libertad y los Derechos Civiles, y obliga a que el
gobierno esté sujeto a la soberanía del pueblo. No obstante, la voluntad
del pueblo de Puerto Rico es, ante la Ley Foraker aprobada por el
Congreso en 1900, peso muerto, inútil, inerte, en la política de Estados
Unidos. Desde 1898 hasta el día de hoy. Durante más de un siglo, de los
20 que han sido desde Jesucristo, nunca hemos sido consultados.
De todo lo anterior, finalmente, se desprende el carácter de los
valores universales, y se revela cómo el autoconocimiento nos conduce
inevitablemente a la moral social. Descubrimos una verdad fundamental:
no soy, somos. El autoconocimiento desemboca en el conocimiento de los
otros; el deber para con nosotros mismos, desemboca inexorablemente en
el deber para con los demás. En el Génesis bíblico, Caín dio
muerte a Abel. Cuando Yavé lo reprocha, Caín le responde: “¿Acaso soy el
guardián de mi hermano?” La ira del dios del Génesis le respondió que
sí, que Caín era responsable de su hermano. Somos responsables, cada
uno, de los otros. Y esa moral, sea la bíblica o la moral de Hostos,
actúa aún, en el siglo que vivimos, y actuará siempre, porque los seres
humanos solo podemos existir como miembros de una comunidad. Por eso la
comunidad es más importante que cada uno de nosotros.
El cumplimiento de los deberes y el ejercicio de los derechos son los
fundamentos de la libertad. Esa meta alcanzada y seguramente no
prevista en su juventud es, además, fundamento inesperado de
revoluciones sociales, no capitalistas, que actuaron a fines del siglo
XIX y a lo largo del siglo XX. Y que actúan, aún, en el siglo que
vivimos. Esa moral no puede perecer y no perecerá.
Marcos Reyes Dávila
Publicado en 80 GRADOS, el 24 de abril de 2020.
https://www.80grados.net/hostos-y-el-autoconocimiento-como-proceso-de-liberacion/
*(Recomposición de nuestra exposición presentada en Mayagüez, el 14
de junio de 2019, como parte del Seminario de Pensamiento Crítico 2019,
dirigido por Ángel Villarini.)
NOTAS
___________________
[1] Rufino Blanco Fombona: “Eugenio María de Hostos (1839-1903)”. En,
América y Hostos.
La Habana, Cultural, S. A., 1939, p. 104. En el mismo volumen, Mauricio
Magdalena expresa la misma idea de esta forma: “enseñar a pensar al
Continente”, p. 225.
[2] José Emilio González:
Vivir a Hostos. San Juan, P. R., Comité Pro Celebración del Centenario de Eugenio María de Hostos, 1989, p. 59.
[3] Francisco Manrique Cabrera:
Hostos. Ensayos. Puerto Rico, Fundación F. Manrique Cabrera, 1991, p. 92 y p.82.
[4] José Emilio González, Op. cit., p. 66.
[5] Ibid., p. 71
[6] Eugenio M. de Hostos Ofrendas a su memoria. Santo Domingo, 1904.
[7]
No abordamos este tema con las pretensiones de la Psicología, ni de la
Filosofía, aunque sea necesario rozar esos instrumentos. No tratamos
tampoco de incurrir en una teoría de la alienación. Intentamos tan solo
comentar el tema a partir de las ideas que se plantea el propio Hostos.
[8] Véase sobre este asunto las memorias de su padre.
Eugenio de Hostos Rodríguez: Memoria descifrada. Transcripción y edición crítica de Margarita Maldonado Colón. San Juan, P. R., Los Libros de la Iguana, 2013.
[9] Julio Nombela
: Impresiones y recuerdos. Madrid: Casa Editorial “La última moda”, 1910, t. 2, pp.338-340.
[10] EMH: OCEDC, “La peregrinación de Bayoán”, I.I, p. 75.
[11] Ambas novelas están publicadas en la edición crítica del Instituto de Estudios Hostosianos de sus
Obras completas, publicadas por la Universidad de Puerto Rico, esta última en el tomo I.IV., y la anterior en el tomo I.I.
[12] Carlos Rojas Osorio,
Hostos, apreciación filosófica. Colegio Universitario de Humacao e Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1988, p. 77.
[13] EMH: “Diario”,
Obras completas. San Juan, P.R., Editorial Coquí, 1969, tomo I.I, p. 117.
[14] EMH, “Diario”, Op. cit., pp. 120-121.
[15] EMH: “
Tratado de Moral”. En,
Obras completas, San Juan, P. R., Editorial Coquí, 1969, p. 172.
[16] EMH: “Diario”, Op. cit., p. 194-195.
[17] Juan Bosch:
Mujeres en la vida de Hostos. San Juan, P.R., Editorial Marién, 1988, p. 48.
[18] “Hamlet”, en OCEC,
Crítica, I.III, págs. 255-257.
[19] EMH: “Hombres e ideas”,
Obras completas, Op. cit., t. XIV, pp. 289-304.
[20] Ibid., p. 303.
[21] EMH: OC69, “Forjando el porvenir americano”, XIII.II, pp. 222-262.