“Sociología”
y materialismo
en Hostos
Apuntes
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, y aunque no se ha advertido, la sustentan.
Para forjar un juicio justo sobre este asunto, lo
más importante a tener en cuenta es que no se debe enfocar la mirada desde el
tiempo presente, ni siquiera desde la óptica del siglo XX. Es preciso colocarse
dentro de la dinámica y fluida realidad de la época en que vivía, cuando se
levantaban las primeras comunas; se fundaba la Primera Internacional de los
Trabajadores; socialismo, anarquismo y comunismo presentaban sobre la mesa sus
cartas; y Marx, Proudhom, Bakunin, entre otros, debatían y perfilaban en la
misma sala sus puntos de vista.
En su ensayo “El siglo XX”, escrito y publicado en
1900, Hostos aprieta en su mirada poligráfica unas tesis proféticas que
destilaba de su incesante examen de la realidad. Aunque pareciera a veces que
estaba ceñido a la hora y ubicación que corría en su entorno inmediato, en
realidad tenía una mirada periférica aguda y de largo alcance espacial y
temporal. En esos años de finiseculares, Rosa Luxemburgo preveía la guerra
mundial futura, que, oculta para todos, incluyendo a Lenin, se fraguaba en las
muy aludidas contradicciones del imperialismo, capitalista, desde luego. En
esos mismos años, Lenin consolidaba sus estudios sobre el capitalismo, el
Estado burgués y la revolución social que se avecinaba. Pero en 1902 aún se
planteaba qué hacer, en 1916 el imperialismo capitalista, en
1917, el estado y la revolución. El ensayo antes mencionado demuestra la
profunda capacidad de revelación en el pensamiento sociológico de Hostos.
Hostos también pudo anticipar, en el ensayo antes
citado, varios cauces revolucionarios que azotarían el siglo XX, incluidos los
graves eventos de formas sin embargo impredecibles, de la Primera Guerra
Mundial, y aún más allá, pues anticipan algunos de los cauces de gran conflicto
que prevalecerían, desde el auge de distintas sectas religiosas, los problemas
raciales, luchas antiimperialistas y la descolonización de las colonias anglosajonas,
incluyendo India y China, hasta las consecuencias en la flora, la fauna y el
nivel mar del cambio climático. Nada más pensar que “correrán ríos de sangre” en
el siglo como efecto de las luchas por la libertad, el “imperialismo extraterritorial”
y los gobiernos anglosajones fabricados para sí mismos, era inducir los
factores económicos que los desatarían. Era deducir la guerra violentísima que
a lo largo del siglo se desarrollaría entre los defensores del proletariado y
los diferentes bloques ejecutores del capitalismo. A ese tema dediqué,
ampliamente, la última parte de mi libro Hostos, la fragua interminable
que califiqué como “la década refulgente”. Otros referentes sobre este tema, olvidados
durante la redacción del libro mencionado, me salen continuamente al paso. Algunos
de éstos están vinculados a su sociología, tema al que, a sobrevuelo, me ocupo
ahora.
Al ponderar este asunto hay que calibrar con cuidado que, si bien a Hostos se le considera uno de los fundadores de la Sociología, particularmente en el contexto del mundo de Nuestra América, no se puede pasar por alto que, en sentido estricto, Hostos no llegó a escribir el “tratado” que sobre esa ciencia se le atribuye. El volumen que en las Obras completas se nos ofrece, tanto en la edición de 1939 como en la nueva “edición crítica”, es la recopilación de las notas de clase que tomaron algunos de sus discípulos de cursos sobre el tema que ofreció Hostos en el 1883, y luego 1901. Así se advierte en la nota “Al lector”, de su hijo Eugenio Carlos de Hostos, que se antepone al texto en la edición príncipe de 1904. Aunque parece que Hostos conoció estos textos dictados y asombrosamente organizados, al dictar, por una mente poderosamente coherente, también parece que no llegó a revisarlos ni a participar de la configuración del texto publicado póstumamente. Creemos que podemos concordar que unas notas ofrecidas en clase no sean comparables a un tratado formal. Su hijo lo señaló en términos muy claros al decir que fue una “lástima” que “no pudiese revisar el Tratado de Sociología, dictado en circunstancias extraordinarias, haciendo un esfuerzo sobre humano”. Observa, además, dicho sea de paso, que los volúmenes V (“Madre Isla”), VI (“Mi viaje al sur”), VII (“Temas sudamericanos”), IX (“Temas cubanos”), XII-XIV (“Forjando el porvenir americano”, I y II, y el XIV (“Hombres e ideas”), eran recopilaciones de libros, folletos, revistas y periódicos plagados de erratas de imprenta y no corregidos. Añade, que los volúmenes de XV al XX fueron recogidos en su mayoría por sus discípulos dominicanos. De todos estos, según apunta, sólo corrigió las “Lecciones de Derecho Constitucional” y la “Moral Social”.
Respecto al Tratado de Sociología, hay que
tener en cuenta también, que los autores del libro incluyeron como “Libro
tercero” los prolegómenos formulados en la clase de 1883 en calidad de
“resumen”. Del mismo modo lo reproduce en 1982 la Biblioteca Ayacucho. No
obstante, la Edición Crítica de las nuevas Obras completas (1989), a
diferencia de la de 1939, corrige esa importante relación. Lo señalamos porque
la lectura del texto sugiere que ese “libro tercero” es, en efecto “un resumen”
del tratado, y no lo es. Nada más este detalle debe merecer cautela en el
análisis.
El juicio más difundido sobre esta “ciencia” de
Hostos que es su Sociología, la cataloga como un epígono de Augusto
Comte, del krausismo y de la economía clásica de Adam Smith del laissez
faire. No es que sean desacertados a prima facie esos juicios. Como
la de todos los sociólogos, su sociología deviene de, o se vincula con, la
positivista de Comte, que al parecer de éstos, es auxiliadora de la burguesía y
opuesta a --o antítesis de-- las intenciones políticas revolucionarias del
marxismo. Tampoco es mucho menos desacertado, como se repite, que se interprete
que el sociólogo en Hostos, influido en su juventud por el krausismo, se
transforma en moralista.
En mi libro antes citado afirmamos que puede
observarse a lo largo de toda la obra de éste una constante visión objetiva de
la realidad examinada, muchas veces de clase, que es trinchera de batalla fundamental
de la teorista socialista. Aflora de manera manifiesta en 1868, y aflora
también de manera subrepticia --para ser cautelosos--, mas sin embargo notable,
a lo largo de las décadas, inclusive en su última etapa dominicana. De modo que
no está del todo ausente en su Sociología.
Pero Hostos es, ante todo, un libertador, y en
cuanto tal, un maestro de la acción. No arriba a la Sociología de manera
accidental. Así lo aseguran numerosos estudiosos. A lo largo de toda su peregrinación
fue hilvanando con el ejercicio material, objetivo y matemático, un
comportamiento de sociólogo que parece serle natural. El que hemos llamado
joven Hostos, el de la etapa española, ya persistía en abordar aspectos que
tienen vínculos estrechos con la sociología. Cierto es que su arranque tuvo una
naturaleza introspectiva, pero ésta era en el fondo la sonda de un proceso de
mejoramiento y entrenamiento para la acción social. Si se rechazara que fuera
cuanto menos sociólogo en ciernes a partir de la novela de Bayoán de 1863,
basta verlo pergeñar de sus reflexiones sobre la estadística criminal en Puerto
Rico en enero de 1865, o sobre la producción española en las Antillas,
particularmente en lo que concierne a las harinas, o la seguridad individual, o
las sociedades abolicionistas, o las reformas políticas y administrativas que
se planteaban en esos años, las comunicaciones, la instrucción elemental, la
administración de la justicia, y otros. El dato que acabamos de apuntar descubre
otro importante factor en esta cuestión. Es el hecho de que, aunque su
preocupación primaria fueran las Antillas, operaba en ese momento el joven
Hostos, en Europa y en función con los fenómenos sociopolíticos
europeos. De manera diferente lo hará en la nueva –otra-- realidad de las
tierras de Nuestra América. Ello nos debe inclinar a considerar al menos, como
obvio, que su teoría sociológica está yuxtapuesta a, o concatenada con, la
morfología particular de nuestros países.
Años más tarde, aún se ocupará, con la objetividad
de análisis que la distancia acomoda y propicia, de las luchas sociales y
políticas del norte de Europa, muy diferente de la manera febril y comprometida
con que se ocupa de la guerra en Cuba, de la situación social en Colombia,
Perú, Chile, Argentina, y Brasil. Considérese, nada más, sus observaciones socioeconómicas
de la Colombia caribeña, o las antropológicas en Perú, o su celebrado análisis
de la economía, sociedad, geografía y cultura de Chile, o el “cuadro
estadístico” que añade a sus “notas de viaje” en Rosario, Argentina, respecto a
pobladores, peones, profesiones, bueyes y azadas, y otros aparejos de hacienda
y labranza. El sociólogo europeo es allá un observador analítico, pero en los
Andes, la pampa o el Caribe es parte y eco vivo del paisaje. (Véase el tomo VI
de sus Obras completas de 1939-69, 368.)
En Venezuela, constatamos que no solo estudia sobre
el terreno y teoriza en abstracto sus ciencias sociales: las ha sistematizado,
como hemos visto, a partir de la reflexión multidisciplinaria de los eventos y las
prácticas. Varios autores contemporáneos, solo por no recurrir a los que lo
estudiaron hace un siglo, señalan cómo los conflictos sociales, políticos y
económicos que inundan los pueblos suramericanos –y los Estados Unidos-- se
registran en sus textos. Maldonado Denis --dicho es en su memoria--, añade que,
aunque pudiera parecer solo crítica literaria, hasta su “Plácido” es en
realidad “un estudio psicosociológico del fenómeno colonialista”, que anticipa
a autores como Frantz Fanon (Eugenio María de Hostos y el pensamiento social
iberoamericano, 32.) Y es que, en efecto, lo que brota en Hostos, como
manantial en la década refulgente de la década del setenta, es el examen
multidisciplinario de la herencia colonial de Nuestra América, y del colonizado,
como sujeto. Esa función de someter la inteligencia y la voluntad a la causa de
la liberación, no era en su sociología, ni en ninguna de sus obras, problema de
metafísica, sino “un medio absolutamente natural de vivir en la vida colectiva
y en la individual” (Hostos en Venezuela, 80).
En Venezuela, desde 1876, Hostos expresa la grata
oportunidad que le provee su estancia allí para completar las “teorías
sociológicas” que fue anotando desde que inició su viaje al sur. Aparte de las
señaladas, se destaca también el inicio firme de una tarea educativa dirigida a
formar seres humanos libres, que se convertirá en el bastión principal de su
agenda durante dos décadas, fundando escuelas normales y asumiendo rectorados,
e iniciando, tal como se apuntala, la ciencia de la Economía Política, entre
otras. Desde que plantó pie en tierra en Colombia, no ha cesado de promulgar
propuestas para corregir problemas de muy diversa naturaleza como lo pudiera
hacer un patriota colombiano, peruano, chileno, argentino, etc. Ha tenido
Hostos una breve estadía en suelo venezolano, dos años y medio, y ha ofrecido
al país importantes aportaciones intelectuales, educativas y políticas. Es
allí, y entonces, que Hostos contribuye a fundar en junio de 1877 el primer
Instituto de Ciencias Sociales de Venezuela, siendo el primero en pronunciar un
discurso de incorporación. En dicho discurso apunta que la Sociología
representa una función trascendental en la dirección política de los pueblos de
Nuestra América. Su Sociología, como todas las obras que emprende, tiene
en sus sistematizaciones una función educativa y práctica dirigida a
transformar la realidad, como quiso Marx, no solo a interpretarla.
“Gobernar es enseñar”, sentencia Hostos, y así lo
hace a tanto por tanto en su teoría como en la praxis. Pedro Henríquez Ureña,
que de niño lo conoció, asegura que “Hostos le da a las Ciencias Sociales un
fundamento de necesidad”, “que tiende a la acción”, “y que debe servir al
perfeccionamiento humano”. (Obra crítica, 1960, 79-84) De ahí, concluye
Henríquez Ureña, que “es justo que su Tratado de Sociología resulte una
obra de tendencias prácticas al mismo tiempo que de constitución científica”.
No por otra razón, por ejemplo, termina su Tratado de Moral con “La
Moral Social Objetiva”, cuarto libro del tratado en el que, a modo de modelos,
retrata con figuras de la historia los deberes fundamentales expuestos antes.
Un perfecto maridaje de sociología y moral.
La primera de las leyes sociológicas que anota en su
tratado, aquella que ha resistido todas las tropelías y abusos de la historia,
es la Libertad, “ley de leyes”, puesto que es la que hace efectivas todas las
demás. Para Hostos, en ese entonces, la prosperidad de la sociedad está en
correlación del trabajo, de la producción, de la población y del aumento de los
recursos industriales. Tras examinar la historia del fenómeno por toda la
historia humana, arriba finalmente a Adam Smith, tal como lo hizo Marx, en
cuanto aquél puntualiza que “el trabajo es la fuente de la riqueza”. (“Formación
y desarrollo de la Economía Política”, en Hostos en Venezuela, 1989,
62-68) Acto seguido, Hostos observa lo siguiente, y cito suprimiendo algunas adjetivaciones:
“Las clases que viven del trabajo fueron (…)
constituyéndose en una clase (…) que con el nombre del proletariado (…) se
opuso en toda Europa al capital. Esta lucha, (…) manifiesta casi siempre en el
malestar del pueblo, apareciendo en revoluciones formidables, constituye hoy el
interés científico (…) de las sociedades. En esta nueva fase, la economía ha
dilatado sus límites (…), fundado escuelas irreconciliables, como el
libre-cambio individualista y el socialismo indiferente a las libertades
comerciales (…), y prestado inestimables servicios (…) a la sociología” (67).
Sin rebuscar otros fundamentos, examinamos algunos
pocos aspectos de su Tratado de Sociología, sin juzgarla al detalle. Sea
dicho, en primer lugar, que a pesar de la primacía concedida a la Libertad, en
sus “nociones” de 1883, Hostos coloca ésta como ley tercera, precedida por la
“Ley de Sociabilidad” y la “Ley de Trabajo”. Del mismo modo aparece en el
Tratado de 1901. Ello obedece a que Hostos comprende que para que pueda
afirmarse la Ley de Libertad --“ley de leyes”--, antes tienen que existir la
sociedad y el trabajo que la sostienen. Hostos ha puntualizado antes que,
tratándose de “leyes” de la sociedad –término positivista en boga entonces, y “nuevo
para la ciencia”, dice--, ésta, la sociedad, tiene que existir antes para que
las otras leyes sean. “Todo es por ella, y fuera de ella no hay nada”,
sentencia.
Al examinar la “Ley del Trabajo” puede verse que
para Hostos “el consumo ha de ser proporcional a la producción”. Hostos está haciendo observaciones que
apuntan a un materialismo histórico. Fijémonos que añade a lo anterior lo
siguiente:
“Todos los cambios de fortuna material que se han
observado en las sociedades humanas, desde los tiempos primitivos, han
dependido muy principalmente de la actividad de la producción de la riqueza
individual y colectiva, de la mayor adaptación del trabajo libre a la
producción pecuaria, agrícola y fabril, y de la correspondencia entre la
producción y el consumo, y entre el consumo y la prosperidad social”.
Si ello no bastara, añade aún:
“Este relacionamiento de causas y efectos, que es lo
que en definitiva enuncia la Ley del Trabajo, habría evitado a los hombres casi
todas las organizaciones artificiales del trabajo”.
Entre éstas, Hostos enumera las de casta, la
esclavitud, la servidumbre, el vasallaje, y “las que artificialmente ha soñado
el socialismo de todos los tiempos”. Entre estos incluye los “Santos Padres”,
es decir --y conforme con una nota de los editores de las Obras completas,
Edición crítica--, aquellas figuras religiosas que en las primeras etapas
del cristianismo establecieron los principios de justicia distributiva. (157) A
estos, Hostos añade figuras controvertidas de las diferentes “sectas” –término
de Marx—que pugnaban en los años en que se levantaba la Primera Internacional
de los Trabajadores, como Owen y Saint-Simon. Como todo socialista versado en
las controversias de aquellos tiempos, Hostos no pasa por alto el carácter artificial
de su socialismo utópico, pues no ha podido someter la producción y el consumo,
ni la distribución de las riquezas, al establecimiento del enunciado de la Ley
del Trabajo que exige la armonía entre producción y consumo, ya que no ha
cesado la desigualdad de las fortunas y las prosperidades, el hambre para el
trabajador y la saciedad para el capitalista, “espectáculo del sufrimiento que
ha dado hasta ahora el trabajo humano”. A pesar de los distintos conatos por
hacer efectiva una revolución de este tipo, ninguna quedará plasmada con el
éxito relativo de la revolución de 1917, dos, tres, cuatro décadas más tarde.
Desde luego que, en la exégesis de este problema,
Hostos incurre en terrenos que podemos considerar utópicos. Toda lucha o gesta está
sesgada por esa vislumbre. También crepitan en el Manifiesto comunista. Es
cierto que Hostos nos habla de la “Ley del Ideal”, pero es porque hay una
aspiración, que, sin embargo, no la ve como una meta a la cual llegar, sino como
un rumbo a seguir, cuya meta nunca se alcanza. “Es más bien un propósito”, dice
Henríquez Ureña.
Hostos concede que para el establecimiento del orden
económico al que se aspira “hay obstáculos históricos o perpetuos”. Uno de
ellos es de factura humana, pues esa aspiración “requiere que la sociedad
general u otra cualquiera sociedad particular haya llegado en su crecimiento a
aquel punto de progreso en donde se encuentren equilibrados la producción y el
consumo, hasta el punto de que el uno corresponda exactamente a todas las
necesidades y la otra a todas las satisfacciones”, de modo que se deduce la “fatalidad
del orden económico antes y después del momento del desarrollo social en que se
llega al equilibrio estable”. Para Hostos, la búsqueda incesante del equilibrio
estable entre producción y consumo, es el “actuante continuo en la historia de
los pueblos”. (167) No cede un ápice a la certidumbre de que “es del orden
económico de lo que depende el bienestar social” (158).
La vinculación de Hostos con las diferentes “sectas”
del socialismo no puede negarse. Asoma desde 1865, y brota ostensiblemente en
1868 cuando anticipa el triunfo del “cuarto estado”, y la participación de la
revolución que ocurrirá por la mano de los descamisados y del proletariado. Ya la Primera Internacional había penetrado en
1868 por Cataluña, y Hostos ya había traducido La Justicia, y La Revolución en la Religión y
en el Estado de Proudhon, colaborador, aunque también antagonista, de Marx.
Hostos
enumera y describe enfermedades sociales, pero también operaciones para
superarlas. En su discurso de incorporación en el Instituto de Ciencias
Sociales pronunciado en 1877, Hostos intenta “demostrar que, en la dirección
política de nuestras sociedades latinoamericanas, la sociología puede y debe
desempeñar una función trascendental”. Algunas de sus contribuciones las
formula de manera estatutaria en el “Programa de los Independientes”, así como en
los tratados de Sociología y de Moral. Martí consideró el primero como un
“catecismo de democracia”, pues Hostos entendía el sistema
representativo-democrático como un instrumento fundamental en el que debería
poder garantizarse la libertad social. Por eso veía que en la “Carta de
Derechos Civiles” se daba un paso gigantesco hacia la constitución de
sociedades libres. Pero esta democracia tenía que fundarse en derechos
individuales ejercidos o practicados, no formales, y tenía que, para poder ser
efectivos, proceder a base de convenciones democráticas y libres, superpuestas
de abajo para arriba. Un poder “del pueblo y por el pueblo”, todo. El
“orden jurídico”, y aún el gobierno, han estar en “sujeción a la Ley de
Libertad”: “subordinados a la Ley de Libertad” (Edición crítica, 169).
Henríquez
Ureña opina con gran tino que los “remedios que propone no son los de las
teorías socialistas corrientes”. (84) Hostos corrió hacía los mismos
fines por rutas diferentes. Tal vez la diferencia mayor estuvo en la estrategia
a seguir y la naturaleza de la revolución a realizar. La guerra por la
independencia era un paso ineludible hacia la Libertad ansiada. Y esta solo era
posible en el ámbito de la práctica real de los derechos civiles, en la
democracia real erigida sobre sociedades igualitarias.
Quizás pueda
decirse que Hostos fue capaz de ir más lejos que los estrategas de las
revoluciones europeas. Hostos comenzó a observar como las revoluciones
francesas y las comunas sucesivas que persiguieron “la libertad, igualdad,
fraternidad” terminaron fusiladas en una anarquía ciega. ¿A fin de cuentas, cuál
de los dos más utópico? En Estados Unidos, a fines del siglo XVIII y hasta la
Guerra Civil, y en un proceso divergente del europeo, se había fundado un
gobierno proclamado como del pueblo y para el pueblo, y con la primera Carta de
Derechos Civiles tallada entre conflictos a fines del siglo, enmienda tras
enmienda, en una Constitución que se reformulaba paso a paso. Fue un proceso atropellado
de autoformación, que no seguía modelo alguno porque nunca había existido: pero
crecía. Y que aún en el siglo XX establecía nuevas pautas respectos a los
derechos de la mujer y la segregación racial, por ejemplo.
Carlos Rojas
observa certero que “lo que hay que notar sobre todo no es el carácter
intrínseco de estas doctrinas –Comte, Spencer--, que son ambas conservadoras,
sino el uso que Hostos hace de ellas” (Hostos: Apreciación filosófica,
105). Hostos es una esponja que absorbe y reconfigura un sistema propio, y en
una “función estratégica”. De modo que fue capaz de utilizar ideas que no eran
revolucionarias “en forma revolucionaria para destruir todo un orden de cosas
existentes y construir uno nuevo” (Íbidem).
Y, ¿cuál
sería éste? Ya lo hemos expuesto algunos párrafos atrás. Hostos no puede darle
nombre a lo que aún no existía, pero sí podía trazar y puntualizar sus características,
y así lo hace en su Tratado de Sociología (Edición crítica). El orden a construir sería uno basado en la
Libertad irrestricta del individuo, ente imprescindible de la sociedad, y sujeta
a la Ley de Trabajo, “en modo que la producción está en razón directa del
consumo” (219), y no al servicio de la ganancia del capitalista. Para Hostos, el
trabajo es la única fuente legítima de riqueza. Las clases sociales se han
nivelado conforme al principio de equidad –o igualdad. El factor es el
proletariado. Y la estabilidad del orden económico que a su juicio requiere,
como se ha dicho, que la sociedad “haya llegado en su crecimiento a aquel punto
de progreso donde se encuentren equilibrados la producción y el consumo”. Hostos,
deduce de ello la “fatalidad de esta relación entre la producción y el consumo”,
de modo que considera la búsqueda de la estabilidad entre ambos, “como actuante
continuo en la historia de los pueblos” (167). ¿Materialismo histórico?
Un último
dato de importancia, que no he visto figurado antes, es que Hostos parece ser también
uno de los fundadores --o al menos precursores-- de la Geografía Política.
Entre los fundadores están Friedrich Ratzel y Eliseo Reclus. Pero la obras
sobre estas disciplinas de Ratzel se publican en 1897, y la de Reclus en 1880. (Piotr
Kropotkin estuvo más inclinado a las luchas revolucionarias anarquistas y
socialistas. Y Humboldt, por su parte, que aunque anterior a los mencionados,
fue un explorador más atento a la geografía natural que a la sociopolítica.) Según
Antonio S. Pedreira y su hijo Eugenio Carlos, Hostos escribe, aunque con evidente
intención pedagógica, su “Geografía Política e Histórica”, en 1886, incluido en
el tomo XX.III de sus Obras completas de 1939-69. La obra incluye alrededor
de 180 países, y se extiende por 200 páginas. Comprende, información sobre los
continentes, posición geográfica y astronómica, razas, distribución
poblacional, lenguas, religiones, gobiernos, civilización e industria. De la lectura de sus apuntes, cabe inferir
que, en efecto, la obra se escribe alrededor de ese año.
Reclus fue un anarquista miembro de la Liga de la Paz y la Libertad, vinculado a la Asociación Internacional de los Trabajadores. Por esa parte tuvo una relación cercana con Marx.
Marcos Reyes Dávila