El “Tratado de Libertad”
de Eugenio María de Hostos
Marcos Reyes
Dávila
Como
sabemos, la preocupación de Hostos por la Libertad[1]
es una constante sin pausa ni deserciones. Pero no era la Libertad de la que
solemos hablar, porque no se reduce al simple antónimo del preso, del sometido,
esclavo, dependiente, inhibido, por ejemplos. Tampoco al colonizado
y la colonia.
Su concepto
de Libertad ya estaba en germen en el joven Hostos antimonárquico y federalista,
mas ganó peso completo en su prolongado periplo de la década del setenta por
toda América, norte y sur; en su práctica educativa; tras el reinicio de la
guerra martiana en Cuba y la invasión de las Antillas; y en los últimos años de
su vida. Respecto a todo lo anterior hablamos tanto de su práctica, prédica y
agenda. Pero esa libertad en Hostos también fue la vértebra morfológica de las
obras que escribió, fueran las centrífugas de su propaganda escrita, sus
ensayos periodísticos, o fuera en sus obras sistemáticas, de más hondo calado, fruto
sine qua non de su trabajo maestro. Entre ellos están sus obras de
derecho, pedagogía, sociología y moral.
Es sorprendente
cómo Hostos llega a articular todas sus tareas a partir de la introspección,
del estudio de sí mismo, y del desprendimiento de todo ese amarre y lastre que
inicia en su adolescencia.[2]
La muerte de la madre –seguidas en muy breve tiempo por dos hermanos– parece
haber sido el acicate detonador que lo lanza al ruedo como un iluminado. En la
plenitud de su determinación, la evocación al apóstol Pablo es un hado. “El
mensajero de su propio mensaje”, dice su biógrafo Carlos Carreras (Hostos,
apóstol de la libertad): “el misionero de su propia misión”.
La búsqueda
de la
La búsqueda
de la Libertad fue más que una meta asumida desde su juventud: fue la brújula
que orientó y constituyó base de todo lo demás. El origen de esa dedicación
suya por la libertad comenzó con la práctica de un ejercicio constante de
autoexamen, un estudio riguroso de sí mismo, realizado con el propósito no solo
de conocerse, sino de superar sus debilidades y pasiones, mejorarse y capacitarse.
De ello es testimonio privilegiado su “Diario”.
Este
ejercicio introspectivo lo llevó al conocimiento de los demás seres humanos. Se
dijera que creó su propia fórmula cartesiana: soy, luego eres tú. Pero
no como retrato, sino como realidad proteica, en permanente transformación y
tránsito. Y dentro de esa red compleja del mundo humano la pieza aglutinadora que
le pareció inalienable fue la libertad. La Libertad del ser humano, encarnado
en su concepción del “hombre completo”, arribó además, final y necesariamente, a
la libertad de todos los pueblos.
La primera
obra conocida de Hostos es de 1863: una novela publicada en España con el
título de “La peregrinación de Bayoán”. Sobre esta novela se ha escrito
muchísimo, pero de ella destacamos solo lo pertinente para este trabajo: la
novela de Bayoán no solo anticipa lo que será Hostos durante los siguientes cuarenta
años de su vida, sino que representa al hombre que era entonces en la forma en
que lo vamos definiendo. Bayoán es, en efecto, la novela de un joven en
continua introspección, en un continuo estudio de sí mismo, pero, además (y ya
desde entonces), puede verse que no está enajenado de su entorno, es decir de
los demás. El estudio de sí mismo no solo no lo aparta, sino que lo coloca
justo en medio de las injusticias de lo que entonces eran las colonias
españolas en las Antillas. La introspección sicológica, luego, no lo reduce a
su propio ser, a su mismidad, sino que lo inyecta en un entorno conflictivo de
otredades muy amplio. Por esa trabazón las Antillas le eran inalienables. Su
propio ser, y la educación para la libertad y patria libre futuras, constituyeron
siempre una dualidad indisoluble. “Hablaros de aquellas tierras es hablaros de
mí mismo”, sentenció una vez.
Hostos va a
dedicarse, con solidaridad y abnegación, y en cuerpo y alma, a luchar por la
libertad de las Antillas. Por ese fin va a subyugar sus introspecciones,
colocando a éstas en función aquélla. De las Antillas decimos, y no de Puerto
Rico, porque veía las islas, como sus islas, es decir, como partes de un
mismo todo. Y de la libertad decimos, a su vez, porque para Hostos la Libertad
va mucho más allá que la mera independencia. Los pueblos de Nuestra América
eran independientes, observó, pero no eran libres: llevaban la colonia en sus
entrañas.
Al principio,
y mientras estuvo en España, en el corazón del imperio español, el joven Hostos
buscaba la libertad de las Antillas a través de la liberación de la propia
España. España era entonces un estado plurinacional, oprimido por sí mismo,
constituido por provincias sujetas a un régimen monárquico centralizado y
opresivo, en las que podían germinar estados de una federación. (Verbi
gratia, Cataluña.) Y como miembro de esa federación, creyó, que bien
pudieran estar las Antillas. Hostos, es necesario puntualizarlo, nunca fue un
autonomista porque nunca apoyó dependencia alguna ni la asimilación de las
Antillas a España. Sus propuestas “reformas” siempre estuvieron dirigidas a
abrir sendas para su desarrollo independiente y autosuficiente, y para el
gobierno de ellas mismas. Su lucha en España, por otra parte, estuvo dirigida a
su vez, a derrocar la monarquía que reinaba para constituir en su lugar una
república federal y democrática. Hostos fue siempre un antimonárquico, y un
defensor de la separación de poderes, de la descentralización del poder y de los
procesos democráticos, pero sobre todo, de los derechos civiles y humanos. Por
esa ruta el pensamiento de Hostos convergirá, incluso, con el socialismo.[3] Para
Hostos, igual que para Segundo Ruiz Belvis, y el mismo Betances, la abolición
de la esclavitud, la lucha contra la monarquía, la forma de gobierno
republicana, la democracia y los derechos civiles estaban por encima de la idea
misma de independencia porque aquellas significaban la independencia.
En el caso
de las Antillas y de Nuestra América, descolonización e independencia eran
conceptos que a su juicio iban de la mano. La descolonización obedece a la
liberación de una dependencia impuesta por la fuerza: la independencia. Esta
era, en el caso de países coloniales, paso previo indispensable para quien
aspira a la libertad. Pero la independencia política, por sí misma, no la garantizaba
no garantizaba la Libertad. La independencia podía cobijar y erguirse sobre la
opresión y explotación de sus propios pueblos, podía estar arraigada en la
mentalidad aun colonial de los independientes, podía estar orientada por
valores de culturas exógenas. Hostos sabía además --era parte del conjunto de
ideas que traía de Europa--, que la burguesía oprimía al proletariado. Socialismo
y anarquismo constituían desde la década del sesenta parte de su universo.
Luego no sorprende el análisis de clases que emprende también en Nueva York, y
mucho menos en las travesías de su viaje por los países de la América nuestra. Castas
y luchas de clase le abofetean el rostro, particularmente en Perú. Que la
colonia sobrevivió a la independencia, sentencia literalmente. O que la
desigualdad social se ejerce por medio de la opresión de las estructuras
erigidas por el capital con la ayuda de la iglesia. (Proudhon)
Dentro de
este renglón, Hostos distingue razas, definidas en función de los rasgos
físicos, y también como conjuntos particulares de elementos culturales. Desde
luego, al decir “todos”, “pueblos”, “sociedad”, nos referimos a aquellos
conjuntos definidos por universos culturales compartidos, y particularizados en
estados nacionales. Dentro de cada uno de los pueblos de la América nuestra, además,
la interacción de las culturas blancas europeas o anglosajonas, las de origen
africano, la de los chinos que abundaban en nuestra América como clase
esclavizada en el siglo 19, y muy especialmente, las de una multitud de pueblos
originarios de América.
La igualdad
que pregonó se sustentaba en los derechos del individuo. La Carta de los
Derechos que los recoge, y que en Estados Unidos se fueron sumando durante un
siglo, nos lleva directamente a su concepción del ser humano libre como integrante
de una sociedad libre. En cuanto a ésta, Hostos fue muy radical: la democracia que
la sustentaba tenía que fundarse en la práctica real –no formal-- de
esos derechos en todos, todos los integrantes de esa sociedad. La práctica real
de los derechos de todos suponía el reconocimiento de la igualdad de todos sus
miembros, repetimos, ricos y pobres, terratenientes, artesanos y proletarios, afroamericanos,
chinos, pueblos originarios, y, desde luego, la mujer. No se trataba solo de
filosofía ni de afirmaciones plasmadas solo para letra de imprenta o como
aspiraciones utópicas. Hostos tenía una vocación agente, practicó esas ideas, creando
escuelas para formar hombres y mujeres libres que pudieran contribuir a forjar
patrias libres. Conspiró insurrecciones, propuso doquier la creación de
recursos económicos para campesinos y obreros, consciente de que el trabajo
libera. Su democracia, además, solo podía garantizarla un proceso que fuera de
abajo, de la base amplia, para arriba.
La defensa
de los oprimidos lo llevó a confeccionar sus ideas sobre el derecho, y las
constituciones políticas. Lo llevó a definir los propósitos de su sociología. El
sustrato de un tratado de la libertad que era su caldo de cultivo y su simiente.
De modo que toda su obra hay que leerla en el contexto de quien fue ante todo
un libertador. Sus diarios, sus cartas, sus notas de viaje, sus artículos y
ensayos, y también su sociología, su pedagogía su derecho, su moral.
Hemos dejado
para el final de esta brevísima reseña sobre el tema de la Libertad en Hostos, una
de sus obras más importantes: su Tratado de Moral. Si bien su Diario
es la crónica de su esfuerzo interminable por dominarse para alcanzar metas que
iban mucho más allá de su propia persona, y si bien en el “Programa de los
Independientes”, que redactó y publicó en Nueva York en 1876, alcanzó a
constituir, en cuanto programa, los prolegómenos o principios que deben guiar a
la constitución de pueblos libres, en el Tratado de Moral recoge todo
aquello que fue base de su quehacer en todas las disciplinas y áreas en que se
movió a diestra y siniestra para crear la zapata y crear el armazón necesario de
pueblos libres.
A diferencia
de todas las otras figuras históricas que transitaron en el siglo XIX, en estos
propósitos y agendas de libertad, Hostos fue mucho más allá de una proyección sustentada de exhalaciones espirituosas, repartidas
aquí y allá, como de arenga dicha a distensión –o sin ella— en paradas, ocasiones
u oportunidades, a modo de promesa a realizar, mas en páramo yermo. Es decir,
que como ocurre con la Confederación antillana, Hostos sistematizó,
problematizó y desmenuzó sus componentes para poder crearlo de la nada en
principios, y aún estatutos, donde no existía. Una Libertad articulada en método.
Al redactar
el “Programa de los Independientes” Hostos distingue, define y expone
principios, encarrilados hacia la Libertad, en los que se debe fundamentar la
Confederación de las Antillas y de cada uno de los estados que la constituyen. Hostos
se referirá indirectamente al mismo, en una carta de octubre de 1876 como
“abecedario de la Democracia”: Martí calificará su texto dos meses más tarde
como “catecismo de democracia”.[4]
En ese
momento, Hostos estaba totalmente inmerso en la guerra cubano-antillana por la
independencia, y a ella somete, y en ella encarrila, como hemos dicho, su
agenda y todas sus iniciativas. El programa era producto de sus estudios de la
realidad política, social, económica y cultural de todos los países que había
recorrido, incluida, desde luego, España, otros países europeos, y los países
de norte y sur de América.
Con el fin
de la Guerra de los Diez Años, Hostos vio canceladas esas urgencias, por lo que
reenfocó su mirada en otros empeños, otras estrategias y otros modos de
allegarse a la Libertad. Hostos no fue
nunca una persona que se sintiera derrotado. Abatido sí, pero vencido no. En parte,
porque nunca esperó ver culminadas sus aspiraciones. En parte, porque estaba
consciente de que sus aspiraciones se movían con el horizonte y que en el fondo
tenían un trasluz utópico. Utópico, en cuanto que no tenían fin. Pensaba, como
lo afirmó textualmente a su padre, que había nacido muy temprano. Por
eso fue capaz de cambiar de estrategia y táctica continuamente.
En “El
propósito de la Normal”, como se sabe, porque ahí lo declara inequívocamente, la
reforma educativa que inicia en Santo Domingo parte de un programa confeccionado
a partir de una pedagogía propia, dirigida a formar los “soldados” y “auxiliares”
que requiere su “propósito de formar una patria entera con los fragmentos de
patria que tenemos los hijos de estos suelos”, y a construir “un templo para la
razón y la verdad, para la libertad y el bien, para la patria dominicana y la
antillana”.
Justo en esa
etapa de gran Maestro, y engarzado plenamente en ese propósito, Hostos dicta un
curso de Moral Social. El Tratado de
Moral, que se derivó de éste, fue fruto del estudio de sí mismo, pero
también de sus luchas políticas, de sus ejercicios pedagógicos, de sus luchas
sociales, y de las ambiciones y propósitos a los que consagró su vida entera. Por
eso afirmamos que el Tratado de Moral --o la Moral Social, como
también se le conoce-- es en el fondo, un tratado sobre la Libertad. Una
Libertad, traducida a estatutos y prolegómenos, ideales sí, pero no
irrealizables.
Hostos había
descubierto temprano en su vida que el ser que era no se reducía a sí mismo.
Que él se hallaba en medio de los demás, así como los demás estaban en él. De
modo que la Libertad no era ni podía ser la libertad del individuo solo, como
el pajarito que vuela en el bosque o el caballo que corre en la pradera, sino
la libertad de todos. La Libertad era --y sigue siendo-- un bien social. Si hay
que aprender a vivir en sociedad, hablamos entonces de moral social. Moral
social es como se ve, Libertad. La Libertad, única y posible, que resulta del
cumplimiento de los deberes para con uno mismo, y para con los demás. Una
Libertad fundida con la práctica de los derechos y el ejercicio de las
responsabilidades. Por eso no puede ser válida la afirmación: “soy libre”, si
esta no viene acompañada de “somos libres”.
Hostos comprendió a plenitud que el reclamo de los derechos que
a todos nos gusta demandar, sólo se hace vivo y efectivo cuando se provee de su
“única arma verdadera”: el deber. Y el deber, ese deber, es un conglomerado
concatenado que hay que satisfacer. En el Tratado de Sociología afirma, como
“enunciado” de la “Ley universal de Libertad”, que ésta “está en relación de
armonía con el derecho y el deber” (Edición crítica, 130). Y, además, que el
gobierno “no puede ser ni llegar a ser lo que en esencia es (…) “sino en tanto
esté subordinado a la Ley de Libertad” (Edición crítica, 169). De modo que
Hostos contempla una tal integración entre la Moral y la Libertad resultante de
su reciprocidad, como si dijéramos que se trata de un astro hecho de dos.
En el Tratado de Moral que nosotros rebautizamos Tratado
de la Libertad, Hostos distingue 17 deberes que representan,
ejemplarmente, diferentes personalidades de la historia universal. Todos son
modelos a aspirar, es decir, a emular. Quizás quien mejor representa el
cumplimento del “deber de los deberes”, es decir, el deber de cumplirlos todos,
sea el propio Hostos. Nos parece, en resumen, que una mejor lectura de este
libro se hiciera si se le considerara como un Tratado de la Libertad.
1 La inicial mayúscula la utiliza en 1876 él mismo, en “El
Programa de los Independientes” publicado en Nueva York.
[2] Esta idea está
desarrollada en modo más amplio en “Hostos, y el autoconocimiento como proceso
de liberación”, publicado en 80 GRADOS y en www.lasletrasdelfuego.com
[3]
Algunos temas tratados en este trabajo están examinados de manera amplia en
nuestro libro Hostos, la fragua interminable. Antillanía e idea de América.
(San Juan, Editorial Patria, 2020.)
3
Véase, EMH: “Epistolario”, Obras completas, Edición crítica, III.I, 273.
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