miércoles, 24 de febrero de 2021

Sociología y materialismo en Hostos

 


“Sociología” 

            y materialismo 

                       en Hostos

Apuntes ---

 

En Hostos, la fragua interminable: Antillanía e idea de América (Editorial Patria, 2020), presentamos la tesis de un Hostos adentrado en el perímetro del pensamiento socialista. No vamos a repetir sobre esta tesis los argumentos esbozados allí. Solo pretendemos de momento reflexionar, a otra luz, por otro camino, algunas interpretaciones que han dominado la lectura de su Tratado de Sociología, y que parecen alejar a Hostos de la tesis antes mencionada que sostenemos, aunque en realidad

, y aunque no se ha advertido, la sustentan.

Para forjar un juicio justo sobre este asunto, lo más importante a tener en cuenta es que no se debe enfocar la mirada desde el tiempo presente, ni siquiera desde la óptica del siglo XX. Es preciso colocarse dentro de la dinámica y fluida realidad de la época en que vivía, cuando se levantaban las primeras comunas; se fundaba la Primera Internacional de los Trabajadores; socialismo, anarquismo y comunismo presentaban sobre la mesa sus cartas; y Marx, Proudhom, Bakunin, entre otros, debatían y perfilaban en la misma sala sus puntos de vista.

En su ensayo “El siglo XX”, escrito y publicado en 1900, Hostos aprieta en su mirada poligráfica unas tesis proféticas que destilaba de su incesante examen de la realidad. Aunque pareciera a veces que estaba ceñido a la hora y ubicación que corría en su entorno inmediato, en realidad tenía una mirada periférica aguda y de largo alcance espacial y temporal. En esos años de finiseculares, Rosa Luxemburgo preveía la guerra mundial futura, que, oculta para todos, incluyendo a Lenin, se fraguaba en las muy aludidas contradicciones del imperialismo, capitalista, desde luego. En esos mismos años, Lenin consolidaba sus estudios sobre el capitalismo, el Estado burgués y la revolución social que se avecinaba. Pero en 1902 aún se planteaba qué hacer, en 1916 el imperialismo capitalista, en 1917, el estado y la revolución. El ensayo antes mencionado demuestra la profunda capacidad de revelación en el pensamiento sociológico de Hostos.

Hostos también pudo anticipar, en el ensayo antes citado, varios cauces revolucionarios que azotarían el siglo XX, incluidos los graves eventos de formas sin embargo impredecibles, de la Primera Guerra Mundial, y aún más allá, pues anticipan algunos de los cauces de gran conflicto que prevalecerían, desde el auge de distintas sectas religiosas, los problemas raciales, luchas antiimperialistas y la descolonización de las colonias anglosajonas, incluyendo India y China, hasta las consecuencias en la flora, la fauna y el nivel mar del cambio climático. Nada más pensar que “correrán ríos de sangre” en el siglo como efecto de las luchas por la libertad, el “imperialismo extraterritorial” y los gobiernos anglosajones fabricados para sí mismos, era inducir los factores económicos que los desatarían. Era deducir la guerra violentísima que a lo largo del siglo se desarrollaría entre los defensores del proletariado y los diferentes bloques ejecutores del capitalismo. A ese tema dediqué, ampliamente, la última parte de mi libro Hostos, la fragua interminable que califiqué como “la década refulgente”. Otros referentes sobre este tema, olvidados durante la redacción del libro mencionado, me salen continuamente al paso. Algunos de éstos están vinculados a su sociología, tema al que, a sobrevuelo, me ocupo ahora.

Al ponderar este asunto hay que calibrar con cuidado que, si bien a Hostos se le considera uno de los fundadores de la Sociología, particularmente en el contexto del mundo de Nuestra América, no se puede pasar por alto que, en sentido estricto, Hostos no llegó a escribir el “tratado” que sobre esa ciencia se le atribuye. El volumen que en las Obras completas se nos ofrece, tanto en la edición de 1939 como en la nueva “edición crítica”, es la recopilación de las notas de clase que tomaron algunos de sus discípulos de cursos sobre el tema que ofreció Hostos en el 1883, y luego 1901. Así se advierte en la nota “Al lector”, de su hijo Eugenio Carlos de Hostos, que se antepone al texto en la edición príncipe de 1904. Aunque parece que Hostos conoció estos textos dictados y asombrosamente organizados, al dictar, por una mente poderosamente coherente, también parece que no llegó a revisarlos ni a participar de la configuración del texto publicado póstumamente. Creemos que podemos concordar que unas notas ofrecidas en clase no sean comparables a un tratado formal. Su hijo lo señaló en términos muy claros al decir que fue una “lástima” que “no pudiese revisar el Tratado de Sociología, dictado en circunstancias extraordinarias, haciendo un esfuerzo sobre humano”. Observa, además, dicho sea de paso, que los volúmenes V (“Madre Isla”), VI (“Mi viaje al sur”), VII (“Temas sudamericanos”), IX (“Temas cubanos”), XII-XIV (“Forjando el porvenir americano”, I y II, y el XIV (“Hombres e ideas”), eran recopilaciones de libros, folletos, revistas y periódicos plagados de erratas de imprenta y no corregidos. Añade, que los volúmenes de XV al XX fueron recogidos en su mayoría por sus discípulos dominicanos. De todos estos, según apunta, sólo corrigió las “Lecciones de Derecho Constitucional” y la “Moral Social”.

Respecto al Tratado de Sociología, hay que tener en cuenta también, que los autores del libro incluyeron como “Libro tercero” los prolegómenos formulados en la clase de 1883 en calidad de “resumen”. Del mismo modo lo reproduce en 1982 la Biblioteca Ayacucho. No obstante, la Edición Crítica de las nuevas Obras completas (1989), a diferencia de la de 1939, corrige esa importante relación. Lo señalamos porque la lectura del texto sugiere que ese “libro tercero” es, en efecto “un resumen” del tratado, y no lo es. Nada más este detalle debe merecer cautela en el análisis.

El juicio más difundido sobre esta “ciencia” de Hostos que es su Sociología, la cataloga como un epígono de Augusto Comte, del krausismo y de la economía clásica de Adam Smith del laissez faire. No es que sean desacertados a prima facie esos juicios. Como la de todos los sociólogos, su sociología deviene de, o se vincula con, la positivista de Comte, que al parecer de éstos, es auxiliadora de la burguesía y opuesta a --o antítesis de-- las intenciones políticas revolucionarias del marxismo. Tampoco es mucho menos desacertado, como se repite, que se interprete que el sociólogo en Hostos, influido en su juventud por el krausismo, se transforma en moralista.

En mi libro antes citado afirmamos que puede observarse a lo largo de toda la obra de éste una constante visión objetiva de la realidad examinada, muchas veces de clase, que es trinchera de batalla fundamental de la teorista socialista. Aflora de manera manifiesta en 1868, y aflora también de manera subrepticia --para ser cautelosos--, mas sin embargo notable, a lo largo de las décadas, inclusive en su última etapa dominicana. De modo que no está del todo ausente en su Sociología.

Pero Hostos es, ante todo, un libertador, y en cuanto tal, un maestro de la acción. No arriba a la Sociología de manera accidental. Así lo aseguran numerosos estudiosos. A lo largo de toda su peregrinación fue hilvanando con el ejercicio material, objetivo y matemático, un comportamiento de sociólogo que parece serle natural. El que hemos llamado joven Hostos, el de la etapa española, ya persistía en abordar aspectos que tienen vínculos estrechos con la sociología. Cierto es que su arranque tuvo una naturaleza introspectiva, pero ésta era en el fondo la sonda de un proceso de mejoramiento y entrenamiento para la acción social. Si se rechazara que fuera cuanto menos sociólogo en ciernes a partir de la novela de Bayoán de 1863, basta verlo pergeñar de sus reflexiones sobre la estadística criminal en Puerto Rico en enero de 1865, o sobre la producción española en las Antillas, particularmente en lo que concierne a las harinas, o la seguridad individual, o las sociedades abolicionistas, o las reformas políticas y administrativas que se planteaban en esos años, las comunicaciones, la instrucción elemental, la administración de la justicia, y otros. El dato que acabamos de apuntar descubre otro importante factor en esta cuestión. Es el hecho de que, aunque su preocupación primaria fueran las Antillas, operaba en ese momento el joven Hostos, en Europa y en función con los fenómenos sociopolíticos europeos. De manera diferente lo hará en la nueva –otra-- realidad de las tierras de Nuestra América. Ello nos debe inclinar a considerar al menos, como obvio, que su teoría sociológica está yuxtapuesta a, o concatenada con, la morfología particular de nuestros países.

Años más tarde, aún se ocupará, con la objetividad de análisis que la distancia acomoda y propicia, de las luchas sociales y políticas del norte de Europa, muy diferente de la manera febril y comprometida con que se ocupa de la guerra en Cuba, de la situación social en Colombia, Perú, Chile, Argentina, y Brasil. Considérese, nada más, sus observaciones socioeconómicas de la Colombia caribeña, o las antropológicas en Perú, o su celebrado análisis de la economía, sociedad, geografía y cultura de Chile, o el “cuadro estadístico” que añade a sus “notas de viaje” en Rosario, Argentina, respecto a pobladores, peones, profesiones, bueyes y azadas, y otros aparejos de hacienda y labranza. El sociólogo europeo es allá un observador analítico, pero en los Andes, la pampa o el Caribe es parte y eco vivo del paisaje. (Véase el tomo VI de sus Obras completas de 1939-69, 368.)

En Venezuela, constatamos que no solo estudia sobre el terreno y teoriza en abstracto sus ciencias sociales: las ha sistematizado, como hemos visto, a partir de la reflexión multidisciplinaria de los eventos y las prácticas. Varios autores contemporáneos, solo por no recurrir a los que lo estudiaron hace un siglo, señalan cómo los conflictos sociales, políticos y económicos que inundan los pueblos suramericanos –y los Estados Unidos-- se registran en sus textos. Maldonado Denis --dicho es en su memoria--, añade que, aunque pudiera parecer solo crítica literaria, hasta su “Plácido” es en realidad “un estudio psicosociológico del fenómeno colonialista”, que anticipa a autores como Frantz Fanon (Eugenio María de Hostos y el pensamiento social iberoamericano, 32.) Y es que, en efecto, lo que brota en Hostos, como manantial en la década refulgente de la década del setenta, es el examen multidisciplinario de la herencia colonial de Nuestra América, y del colonizado, como sujeto. Esa función de someter la inteligencia y la voluntad a la causa de la liberación, no era en su sociología, ni en ninguna de sus obras, problema de metafísica, sino “un medio absolutamente natural de vivir en la vida colectiva y en la individual” (Hostos en Venezuela, 80).

En Venezuela, desde 1876, Hostos expresa la grata oportunidad que le provee su estancia allí para completar las “teorías sociológicas” que fue anotando desde que inició su viaje al sur. Aparte de las señaladas, se destaca también el inicio firme de una tarea educativa dirigida a formar seres humanos libres, que se convertirá en el bastión principal de su agenda durante dos décadas, fundando escuelas normales y asumiendo rectorados, e iniciando, tal como se apuntala, la ciencia de la Economía Política, entre otras. Desde que plantó pie en tierra en Colombia, no ha cesado de promulgar propuestas para corregir problemas de muy diversa naturaleza como lo pudiera hacer un patriota colombiano, peruano, chileno, argentino, etc. Ha tenido Hostos una breve estadía en suelo venezolano, dos años y medio, y ha ofrecido al país importantes aportaciones intelectuales, educativas y políticas. Es allí, y entonces, que Hostos contribuye a fundar en junio de 1877 el primer Instituto de Ciencias Sociales de Venezuela, siendo el primero en pronunciar un discurso de incorporación. En dicho discurso apunta que la Sociología representa una función trascendental en la dirección política de los pueblos de Nuestra América. Su Sociología, como todas las obras que emprende, tiene en sus sistematizaciones una función educativa y práctica dirigida a transformar la realidad, como quiso Marx, no solo a interpretarla.  

“Gobernar es enseñar”, sentencia Hostos, y así lo hace a tanto por tanto en su teoría como en la praxis. Pedro Henríquez Ureña, que de niño lo conoció, asegura que “Hostos le da a las Ciencias Sociales un fundamento de necesidad”, “que tiende a la acción”, “y que debe servir al perfeccionamiento humano”. (Obra crítica, 1960, 79-84) De ahí, concluye Henríquez Ureña, que “es justo que su Tratado de Sociología resulte una obra de tendencias prácticas al mismo tiempo que de constitución científica”. No por otra razón, por ejemplo, termina su Tratado de Moral con “La Moral Social Objetiva”, cuarto libro del tratado en el que, a modo de modelos, retrata con figuras de la historia los deberes fundamentales expuestos antes. Un perfecto maridaje de sociología y moral.

La primera de las leyes sociológicas que anota en su tratado, aquella que ha resistido todas las tropelías y abusos de la historia, es la Libertad, “ley de leyes”, puesto que es la que hace efectivas todas las demás. Para Hostos, en ese entonces, la prosperidad de la sociedad está en correlación del trabajo, de la producción, de la población y del aumento de los recursos industriales. Tras examinar la historia del fenómeno por toda la historia humana, arriba finalmente a Adam Smith, tal como lo hizo Marx, en cuanto aquél puntualiza que “el trabajo es la fuente de la riqueza”. (“Formación y desarrollo de la Economía Política”, en Hostos en Venezuela, 1989, 62-68) Acto seguido, Hostos observa lo siguiente, y cito suprimiendo algunas adjetivaciones:

“Las clases que viven del trabajo fueron (…) constituyéndose en una clase (…) que con el nombre del proletariado (…) se opuso en toda Europa al capital. Esta lucha, (…) manifiesta casi siempre en el malestar del pueblo, apareciendo en revoluciones formidables, constituye hoy el interés científico (…) de las sociedades. En esta nueva fase, la economía ha dilatado sus límites (…), fundado escuelas irreconciliables, como el libre-cambio individualista y el socialismo indiferente a las libertades comerciales (…), y prestado inestimables servicios (…) a la sociología” (67).

Sin rebuscar otros fundamentos, examinamos algunos pocos aspectos de su Tratado de Sociología, sin juzgarla al detalle. Sea dicho, en primer lugar, que a pesar de la primacía concedida a la Libertad, en sus “nociones” de 1883, Hostos coloca ésta como ley tercera, precedida por la “Ley de Sociabilidad” y la “Ley de Trabajo”. Del mismo modo aparece en el Tratado de 1901. Ello obedece a que Hostos comprende que para que pueda afirmarse la Ley de Libertad --“ley de leyes”--, antes tienen que existir la sociedad y el trabajo que la sostienen. Hostos ha puntualizado antes que, tratándose de “leyes” de la sociedad –término positivista en boga entonces, y “nuevo para la ciencia”, dice--, ésta, la sociedad, tiene que existir antes para que las otras leyes sean. “Todo es por ella, y fuera de ella no hay nada”, sentencia.

Al examinar la “Ley del Trabajo” puede verse que para Hostos “el consumo ha de ser proporcional a la producción”.  Hostos está haciendo observaciones que apuntan a un materialismo histórico. Fijémonos que añade a lo anterior lo siguiente:

“Todos los cambios de fortuna material que se han observado en las sociedades humanas, desde los tiempos primitivos, han dependido muy principalmente de la actividad de la producción de la riqueza individual y colectiva, de la mayor adaptación del trabajo libre a la producción pecuaria, agrícola y fabril, y de la correspondencia entre la producción y el consumo, y entre el consumo y la prosperidad social”.

Si ello no bastara, añade aún:

“Este relacionamiento de causas y efectos, que es lo que en definitiva enuncia la Ley del Trabajo, habría evitado a los hombres casi todas las organizaciones artificiales del trabajo”.

Entre éstas, Hostos enumera las de casta, la esclavitud, la servidumbre, el vasallaje, y “las que artificialmente ha soñado el socialismo de todos los tiempos”. Entre estos incluye los “Santos Padres”, es decir --y conforme con una nota de los editores de las Obras completas, Edición crítica--, aquellas figuras religiosas que en las primeras etapas del cristianismo establecieron los principios de justicia distributiva. (157) A estos, Hostos añade figuras controvertidas de las diferentes “sectas” –término de Marx—que pugnaban en los años en que se levantaba la Primera Internacional de los Trabajadores, como Owen y Saint-Simon. Como todo socialista versado en las controversias de aquellos tiempos, Hostos no pasa por alto el carácter artificial de su socialismo utópico, pues no ha podido someter la producción y el consumo, ni la distribución de las riquezas, al establecimiento del enunciado de la Ley del Trabajo que exige la armonía entre producción y consumo, ya que no ha cesado la desigualdad de las fortunas y las prosperidades, el hambre para el trabajador y la saciedad para el capitalista, “espectáculo del sufrimiento que ha dado hasta ahora el trabajo humano”. A pesar de los distintos conatos por hacer efectiva una revolución de este tipo, ninguna quedará plasmada con el éxito relativo de la revolución de 1917, dos, tres, cuatro décadas más tarde.

Desde luego que, en la exégesis de este problema, Hostos incurre en terrenos que podemos considerar utópicos. Toda lucha o gesta está sesgada por esa vislumbre. También crepitan en el Manifiesto comunista. Es cierto que Hostos nos habla de la “Ley del Ideal”, pero es porque hay una aspiración, que, sin embargo, no la ve como una meta a la cual llegar, sino como un rumbo a seguir, cuya meta nunca se alcanza. “Es más bien un propósito”, dice Henríquez Ureña.

Hostos concede que para el establecimiento del orden económico al que se aspira “hay obstáculos históricos o perpetuos”. Uno de ellos es de factura humana, pues esa aspiración “requiere que la sociedad general u otra cualquiera sociedad particular haya llegado en su crecimiento a aquel punto de progreso en donde se encuentren equilibrados la producción y el consumo, hasta el punto de que el uno corresponda exactamente a todas las necesidades y la otra a todas las satisfacciones”, de modo que se deduce la “fatalidad del orden económico antes y después del momento del desarrollo social en que se llega al equilibrio estable”. Para Hostos, la búsqueda incesante del equilibrio estable entre producción y consumo, es el “actuante continuo en la historia de los pueblos”. (167) No cede un ápice a la certidumbre de que “es del orden económico de lo que depende el bienestar social” (158).

La vinculación de Hostos con las diferentes “sectas” del socialismo no puede negarse. Asoma desde 1865, y brota ostensiblemente en 1868 cuando anticipa el triunfo del “cuarto estado”, y la participación de la revolución que ocurrirá por la mano de los descamisados y del proletariado.  Ya la Primera Internacional había penetrado en 1868 por Cataluña, y Hostos ya había traducido La Justicia, y La Revolución en la Religión y en el Estado de Proudhon, colaborador, aunque también antagonista, de Marx.

Hostos enumera y describe enfermedades sociales, pero también operaciones para superarlas. En su discurso de incorporación en el Instituto de Ciencias Sociales pronunciado en 1877, Hostos intenta “demostrar que, en la dirección política de nuestras sociedades latinoamericanas, la sociología puede y debe desempeñar una función trascendental”. Algunas de sus contribuciones las formula de manera estatutaria en el “Programa de los Independientes”, así como en los tratados de Sociología y de Moral. Martí consideró el primero como un “catecismo de democracia”, pues Hostos entendía el sistema representativo-democrático como un instrumento fundamental en el que debería poder garantizarse la libertad social. Por eso veía que en la “Carta de Derechos Civiles” se daba un paso gigantesco hacia la constitución de sociedades libres. Pero esta democracia tenía que fundarse en derechos individuales ejercidos o practicados, no formales, y tenía que, para poder ser efectivos, proceder a base de convenciones democráticas y libres, superpuestas de abajo para arriba. Un poder “del pueblo y por el pueblo”, todo. El “orden jurídico”, y aún el gobierno, han estar en “sujeción a la Ley de Libertad”: “subordinados a la Ley de Libertad” (Edición crítica, 169).

Henríquez Ureña opina con gran tino que los “remedios que propone no son los de las teorías socialistas corrientes”. (84) Hostos corrió hacía los mismos fines por rutas diferentes. Tal vez la diferencia mayor estuvo en la estrategia a seguir y la naturaleza de la revolución a realizar. La guerra por la independencia era un paso ineludible hacia la Libertad ansiada. Y esta solo era posible en el ámbito de la práctica real de los derechos civiles, en la democracia real erigida sobre sociedades igualitarias.

Quizás pueda decirse que Hostos fue capaz de ir más lejos que los estrategas de las revoluciones europeas. Hostos comenzó a observar como las revoluciones francesas y las comunas sucesivas que persiguieron “la libertad, igualdad, fraternidad” terminaron fusiladas en una anarquía ciega. ¿A fin de cuentas, cuál de los dos más utópico? En Estados Unidos, a fines del siglo XVIII y hasta la Guerra Civil, y en un proceso divergente del europeo, se había fundado un gobierno proclamado como del pueblo y para el pueblo, y con la primera Carta de Derechos Civiles tallada entre conflictos a fines del siglo, enmienda tras enmienda, en una Constitución que se reformulaba paso a paso. Fue un proceso atropellado de autoformación, que no seguía modelo alguno porque nunca había existido: pero crecía. Y que aún en el siglo XX establecía nuevas pautas respectos a los derechos de la mujer y la segregación racial, por ejemplo.

Carlos Rojas observa certero que “lo que hay que notar sobre todo no es el carácter intrínseco de estas doctrinas –Comte, Spencer--, que son ambas conservadoras, sino el uso que Hostos hace de ellas” (Hostos: Apreciación filosófica, 105). Hostos es una esponja que absorbe y reconfigura un sistema propio, y en una “función estratégica”. De modo que fue capaz de utilizar ideas que no eran revolucionarias “en forma revolucionaria para destruir todo un orden de cosas existentes y construir uno nuevo” (Íbidem).

Y, ¿cuál sería éste? Ya lo hemos expuesto algunos párrafos atrás. Hostos no puede darle nombre a lo que aún no existía, pero sí podía trazar y puntualizar sus características, y así lo hace en su Tratado de Sociología (Edición crítica).  El orden a construir sería uno basado en la Libertad irrestricta del individuo, ente imprescindible de la sociedad, y sujeta a la Ley de Trabajo, “en modo que la producción está en razón directa del consumo” (219), y no al servicio de la ganancia del capitalista. Para Hostos, el trabajo es la única fuente legítima de riqueza. Las clases sociales se han nivelado conforme al principio de equidad –o igualdad. El factor es el proletariado. Y la estabilidad del orden económico que a su juicio requiere, como se ha dicho, que la sociedad “haya llegado en su crecimiento a aquel punto de progreso donde se encuentren equilibrados la producción y el consumo”. Hostos, deduce de ello la “fatalidad de esta relación entre la producción y el consumo”, de modo que considera la búsqueda de la estabilidad entre ambos, “como actuante continuo en la historia de los pueblos” (167). ¿Materialismo histórico?

Un último dato de importancia, que no he visto figurado antes, es que Hostos parece ser también uno de los fundadores --o al menos precursores-- de la Geografía Política. Entre los fundadores están Friedrich Ratzel y Eliseo Reclus. Pero la obras sobre estas disciplinas de Ratzel se publican en 1897, y la de Reclus en 1880. (Piotr Kropotkin estuvo más inclinado a las luchas revolucionarias anarquistas y socialistas. Y Humboldt, por su parte, que aunque anterior a los mencionados, fue un explorador más atento a la geografía natural que a la sociopolítica.) Según Antonio S. Pedreira y su hijo Eugenio Carlos, Hostos escribe, aunque con evidente intención pedagógica, su “Geografía Política e Histórica”, en 1886, incluido en el tomo XX.III de sus Obras completas de 1939-69. La obra incluye alrededor de 180 países, y se extiende por 200 páginas. Comprende, información sobre los continentes, posición geográfica y astronómica, razas, distribución poblacional, lenguas, religiones, gobiernos, civilización e industria.  De la lectura de sus apuntes, cabe inferir que, en efecto, la obra se escribe alrededor de ese año.

Reclus fue un anarquista miembro de la Liga de la Paz y la Libertad, vinculado a la Asociación Internacional de los Trabajadores. Por esa parte tuvo una relación cercana con Marx. 

                                                                                                  Marcos Reyes Dávila

                                                                                                                ¡Albizu seas! 


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