José Ferrer Canales
o la ordalía del fuego
Marcos Reyes Dávila
Catedrático de Lengua y Literatura en la Universidad de Puerto Rico en Humacao y director de la Revista EXÉGESIS
“...una ordalía.” Josemilio González
que preparan la embestida; la mirada que buscaba lado a lado acaso la inspiración de un espíritu en el aire; la palabra contenida en bloques, avanzando a tumbos, entre pausas; la dicción transparente, de tono alto; la continua invocación de los padres tutelares que parecían llegar, a través de él, uno por uno, para impulsar como una ráfaga repentina o un látigo de amores impacientes, un discurso cada vez más desvelado, un círculo de fuego que no duele, un súbito temblor, una levitación, un salto a la estrella de los vientos. Escuchar hablar a Don José Ferrer Canales, veinte años más tarde, es la idéntica aventura de este hombre recio como varilla de hierro y dulce como la uva que desarrolla sus discursos como sonatas con crescendos y diminuendos, notas graves y agudas notas.
Esta es la figura “flamígera” –como lo califica tan acertadamente Josemilio González, el poeta– que resulta de la lectura del libro de la doctora Priscilla Rosario Medina, José Ferrer Canales: vigilia y palabra. Saludamos un libro que bien viene a ocupar un espacio imprescindible que reclamaba desde hace mucho tiempo su presencia. Me refiero a que esta obra satisface la necesidad hasta ahora imperiosa de un estudio abarcador de una obra que sabíamos medular, pero cuyas verdaderas dimensiones se escapaban de nuestra ponderación. Texto a texto, oído o leído, de Ferrer Canales, ponía en evidencia el carácter cenital de su autor, pero al quedar recogido en un solo haz de aprecio, se le hace justicia al juicio de Josemilio González que hace mucho había asegurado que quizás Ferrer Canales sea la conciencia más finamente ética entre los puertorriqueños del siglo XX.
Rosario Medina justifica su obra en la introducción al alegar que no existía un “estudio plural” de la obra de Ferrer Canales que trazara su trayectoria y enmarcara en sus referentes su discurso ideológico y moral, hasta el punto de que los atributos con que solemos describir a Ferrer Canales –“antillano sublime”, antillano mayor, por ejemplo– no se habían justificado. Su título encauza la mirada por la vigilia y la palabra que llama “ferrerianas”, acaso por Ferrer, acaso por lo férreas. Desde el comienzo de su estudio la autora ya califica con acierto la obra de Ferrer Canales como la de un gladiador de ideas, hombre de trinchera y en “la arena”, lo que nos recuerda a propósito de su fundacional orientación hostosiana, que el joven Hostos quiso ser artillero. Esa especial manera de vivir en el debate, y para el combate de ideas, nos permite fantasear que muy a su manera la obra de ambos –la de Ferrer y la de Hostos– se construye dentro un modelo que se nos antojaría considerar renacentista, si con ello significáramos hacer de la idea o de la letra arma. La falacia la anotamos como una manera de aludir a la función “instrumental o ancilar” de una literatura que privilegia lo ético y lo políticosocial sobre lo estético, o mejor dicho, una literatura que encuentra en lo ético y lo sociopolítico una privilegiada provocación estética, sin excluir otras expresiones.
Rosario Medina repasa, a lo largo de los cinco capítulos que conforman su mirada crítica, toda la obra de Ferrer Canales. Si bien en un principio parece instrumentar esa mirada a través de los diferentes libros de su autor, desde Marginalia hasta Martí y Hostos, lo cierto es que Rosario Medina rescata para la historia de la literatura nacional una visión de Ferrer Canales que va más allá de sus muy conocidas devociones por la obra de Enrique José Varona, Hostos y Martí, sin olvidar sus frecuentes visitaciones a sus modelos tutelares, que constituyen una galería mucho más inmensa de la que filtra la memoria antojadiza, y que justifican caracterizar la obra de Ferrer Canales como una que desborda su proverbial antillanismo y latinoamericanismo para atrincherarse también en el panafricanismo –ese afincarse en las agonías de un “minutero de ébano” que ata en un mismo lazo la historia de las luchas raciales en Estados Unidos, las notables aportaciones del negro de las Antillas y su experiencia personal–, y lo que Carlos Rojas llama “humanismo de alteridad”, esa “otra voz en vigilia desde el umbral”, como dice tan hermosamente Rosario, para aludir a su persistente atención preferente a la obra de la mujer.
Considerada en su conjunto, la obra crítica y ensayística de Ferrer Canales va mucho más allá del asterisco y nota marginal o glosa, términos con los que calificó algunos de sus libros, en una demostración de la humildad que caracteriza a este humanista egregio. Ferrer Canales no se distrae con los objetos de la conjetura. La obra de Ferrer Canales es, como se demuestra en este libro, la bitácora de un viaje intelectual, el testimonio de un espectador peregrino, el diálogo de quien se esfuerza por comprender el origen y el destino de la verdad de los grandes maestros. Toda la obra de Ferrer Canales es expresión respetuosa de gratitud de quien hace suyas, propias, las causas de sus héroes. Entender a Hostos, para Ferrer Canales, obliga a asumirlo. Como le ocurre también con Albizu o con Martí, busca la verdad, la reconoce, la hace suya, es decir, asume sus batallas. Por eso su discurso con frecuencia detona, se convierte en rosario de relámpagos, y el tono confesional se transforma poco a poco en uno enérgico que se eleva y se quiebra en las alturas como hacen los fuegos artificiales, sólo que en Ferrer Canales no hay artificios sino verdad. Por eso está en la tradición de los héroes.
De 1939 es su primer libro, Marginalia, año del centenario del natalicio de Hostos. Ese año muere su maestro Antonio S. Pedreira, cuyo “Hostos, ciudadano de América” había reseñado poco antes, siendo este trabajo uno de los primeros de su producción ensayística. A través de Imagen de Varona; a través de Acentos cívicos: Martí, Puerto Rico y otros temas; a través de Asteriscos; a través de Martí y Hostos, ha transitado la mirada enamorada de Rosario Medina para demostrar que la crítica no tiene que deshojar con desdén la flor para iluminar, y que a los noventa años de don José Ferrer Canales, asombrosamente, aún no podemos cerrar las perspectivas porque Ferrer Canales es vigilia perenne y asombro vivo –vivísimo diríamos– entre nosotros. Año éste del centenario de la Universidad de Puerto Rico, año éste del centenario de la muerte de Hostos, recordamos que Ferrer Canales también “iluminó” –como acostumbra decir Rosario– nuestra comprensión de la función de la universidad, al señalar que ésta fracasa si su producto no lo constituyen seres libres, como quería Hostos. Esa es la definición de la excelencia y del éxito en la gestión universitaria. Ello nos devuelve a Hostos, y a aquella sentencia de Martí dirigida a su madre, que nos recuerda a su vez la manera como Priscilla Rosario Medina ha trabajado la obra completa, hasta hoy, de José Ferrer Canales: con la utilidad de la verdad y la ternura. (2003)
MRD
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