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HOSTOS:
"Voy a
ocuparme del porvenir,
no del presente.”
Por Marcos
Reyes Dávila
“El carácter apocalíptico del tiempo
que vivimos
anuncia también un despertar necesario
para enfrentar al reino de este mundo.”
Rafael Bautista,
El
fenómeno Milei o la apoteosis de la inmolación nacional,
Archipiélago,
núm. 122, 2023, pp. 57-61.
Recibí
con el mayor agrado la invitación que se me hizo para ofrecer, justamente aquí,
en esta tierra que lo viera nacer, algunas palabras sobre Eugenio María de
Hostos a propósito de su natalicio. Son 185 velitas… de vida bien
ganada, desde el 11 de enero de 1839. Hablamos de un mayagüezano que engrandece
esta ciudad… y este país; que agiganta a Mayagüez… a nivel antillano, a nivel
latinoamericano, a nivel iberoamericano, a nivel panamericano, e
incluso, a nivel mundial. Mi esposa, que nació en Ponce, me dice que lo mejor
de su pueblo natal es la salida para San Juan. Seguramente Mayagüez, que tanto
ha aportado a fortalecer y engrandecer la conciencia de nuestra nacionalidad,
puede decir lo mismo. Por eso, si me permiten decirlo, hacemos bien en comenzar
el año recibiendo este natalicio casi como un bautismo de quien fue
considerado, en vida, como un apóstol de la libertad de los
pueblos, y los hombres y mujeres. Ciertamente, que a todos nos viene bien esta
parrandita.
Pero
todos ustedes saben eso, y por eso están presentes hoy aquí. De mod
o que no deseo
hablarles de los aspectos más acostumbrados. Tan solo intentaré conversar con
ustedes, y hacer unas breves reflexiones sobre unos pocos aspectos, de los
incontables que conforman, como decía el maestro José Ferrer Canales, el poliedro
de su obra. Antes, definemos el perímetro.
A
veces nos parece que vivimos encerrados en la celda del presente. Un presente
que parece que carece de raíces con el pasado. Un pasado tan difuso que parece
ausente. Un pasado que parece que no conviviera con nosotros... De modo
parecido ocurre con el porvenir. A veces parece para muchos que el presente se
proyectara fatalmente, inalterado, es decir, sin futuros alternos, posibles, en
los calendarios. No fue así para Hostos. Cuando se halló por vez primera ante
la infinita pampa argentina gozó… de ver que tenía ante sí, él y
el pueblo argentino, posibilidad infinitas: todo un mundo por crear.
Al
hablar sobre Hostos hay que tener en cuenta varias facetas que lo distinguen y suelen
señalarse, comenzando, desde luego, con el Maestro, y luego, con el
revolucionario defensor de la independencia de Puerto Rico y de Cuba, el
Moralista, el Sociólogo, el Jurista, el novelista, el diarista, entre otros. Todas
las mencionadas son solo vertientes mayores, pues estas a su vez se dividen,
una y otra vez, como las ramas de un árbol frondoso, un enjambre inmenso, que,
no obstante, muestra una virtud muy especial. Y es que, a pesar de ser tan
vasto enjambre o ramaje frondoso, es tan extraordinariamente coherente que cada
aspecto halla su vínculo correspondiente con otro, de modo que no se trata solo
de líneas de luz que se dispersan, sino de una red estrechamente entretejida. ¿De
modo, que hoy, de cuál de tantas ramas puedo platicarles?
Una
breve digresión puede ayudarme a elegir el asunto a tratar hoy. Sospecho que la
invitación que se me hizo para hablarles de Hostos en este natalicio obedece a
la publicación de un libro sobre Hostos que publiqué hace poco menos de un año:
Los días de su madrugada. Hostos, La Biografía. ¡Tanto se ha escrito
sobre Hostos!, que hasta me han preguntado para qué publicar una biografía más.
A decir verdad, me sorprendió un poco esa pregunta. Solo dos biografías
importantes vieron la luz alrededor del centenario de su natalicio: la de
Antonio S. Pedreira y la de Juan Bosch. Poco después, pero hace alrededor de 70
años, Carlos Carreras publicó una nueva. Es cierto que algunas otras obras biográficas
--y entre ellas alguna importante-- se han publicado, pero no tuvieron la
aspiración de acotar o pasar revista de todo, todo el hombre y su
obra.
En
la historia de las ideas, por otra parte, puede comprobarse que a las ideas les
ocurre lo que a las aguas del río en la famosa sentencia Heráclito, el griego:
no podemos bañarnos dos veces en la misma agua de un río. Como sabemos, los
seres humanos somos objeto de cambio continuo, y entendemos, interpretamos,
valoramos, lo que fue ayer de manera diferente hoy. Cada época cultural
produce un modo de ver y entender, una perspectiva y un lenguaje crítico que se
esfuerza por imponerse a todos y en todo. Al leer, estudiar y escribir mis
trabajos sobre Hostos, echaba de menos contar con el apoyo de una biografía
que, al menos, se hubiese escrito desde la perspectiva nuestra, es decir, contando
con todo lo nuevo escrito o estudiado durante los últimos 70 años. Es decir,
durante toda mi vida. ( ¡ya delaté mi edad !) ¿O es que vamos a pensar que todo
lo que se ha aportado en libros, simposios y congresos, en tantos países, no ha
aportado nada a la comprensión de su vida?
Sin
embargo, yo no me atuve al dedillo a esta cuestión que puntualizo. Por defecto
propio, tiendo a hacer mi propia lectura casi al margen del canon concurrido. Y
además, para colmo, violé con premeditación y alevosía, como dice mi hermano
abogado, algunas de las reglas acostumbradas, que son protocolarias del
quehacer biográfico. Me refiero, principalmente, a la distancia que apadrina una
pretendida y aspirada objetividad, entre el biógrafo y el biografiado, distancia
que, sin embargo, en algún grado, menor o mayor, siempre se desvirtúa.
Tampoco
quise hacer una biografía crítica, una biografía repleta de referencias y notas
al calce que interrumpieran lo que quería que fuera casi un cuento. Decenas de
estudios y ensayos, incluso dos libros, de análisis académico y crítico, llenos
de esas referencias, citas y bibliografías, había publicado en mis más de 30
años de visitas a su obra. Esta vez solo
deseaba disfrutar, narrando, la historia de su vida para ofrecerla a un público
amplio, y no para un grupo de académicos. Por eso quise evitar numerosas
notas al calce y las referencias bibliográficas que muchas veces son como
vallas que obstaculizan y distraen la lectura.
Deseaba
además que, en todo lo posible, fuera el mismo Hostos quien contara su vida. Deseaba
seguirlo, como a escondidas, para anotar su vida pública, declarada, y también espiar,
hasta por las ventanas, sus intimidades. Por eso resultó ser una biografía
escrita a dos manos, a dúo, a dos voces, más que una biografía crítica. Una
biografía que quiere oírlo… y hacerlo oír al lector… sin cuestionar su
testimonio. Una biografía que deseaba hacer el retrato completo, para que
el lector alcanzara a percibir a Hostos de manera cercana, y como en tres
dimensiones. Como un holograma que se presentase vivo ante nosotros. Un
holograma es una composición de tantos puntos o tantas células que ante los
ojos esos puntos y células no se distinguen. Pero esas aspiraciones nuestras
tenían en parte que fracasar, porque, como hemos puntualizado, la biografía de
Hostos… es interminable. No pude cumplir con el propósito de brevedad, es
decir, que no pude suprimir totalmente las notas al calce, ni la bibliografía,
pero sí logré minimizarlas. La biografía no cupo en el espacio de una hora de
programa televisivo, porque las peripecias de su vida ¡son tantas! Y el sentido
y la importancia de los acontecimientos son… tan altos y complejos, que la
historia quebró la brevedad del tiesto a la que aspiré.
Eso
es parte de lo que pretendí insinuar con el título del prólogo: “Esta es mi
vida”. Un prólogo en el que imaginamos que alguien entrevista a Hostos por
televisión y le pregunta: “¿Quién es usted?” Y entonces, él responde con el
contenido del libro.
¿Y
con cuáles palabras comienza en el libro Hostos a relatar su vida? De esta
manera, cito:
“La Imagen que me
representa … invariablemente…
no es la única que podría
representarme, y quizás sea la menos certera.
Creo que fui sobre todo un
libertador.
Fui tantas veces solo un
empedernido y desaliñado viajero
por las calles empedradas
de Mayagüez, San Juan, Juana Díaz, Madrid,
París, las montañas de
Cataluña, Lima, Santiago de Chile, Buenos Aires,
Caracas, Santo Domingo, La
Plata, Nueva York, Washington,
mareado mil veces en
barcos, empolvado a caballo por las sierras de los Andes chilenos, por las
vegas dominicanas, por las sierras peruanas, por la pampa argentina,
conspirando en
chinchorros, bateyes, barracones, postulando en las Cortes, tronando en
asambleas, matraquillando en la prensa, aprestando señas en el aula,
arengando en favor de la
libertad española, antillana, anticolonial,
antiimperialista en todas
partes, sudado y con las botas sucias,
pero también hermanando y
amando.
El Maestro es una de las
etapas más importantes de mi vida.
Pero en cuanto Maestro,
Moralista, Jurista, Sociólogo, Revolucionario, esposo y padre,
en todas esas formas y
tareas solo me alucinaba la libertad de los pueblos
y de todos los seres
humanos por la que luché en todos, todos, los terrenos.
Éste soy yo.
Dejemos
ahora de hablar del libro y tomemos un punto de partida, porque yo, por si les
interesa saberlo, no llevo conmigo a Hostos –dicho sea con mil perdones— como
pieza de museo, estudio de arqueólogos, exégeta de libros raros, incunables, con
la mirada en la nuca, sino como compañero de viaje. Por eso titulé estas
palabras, a solicitud de Millie Gil, apropiándome de una expresión del mismo
Hostos que lo retrata con exactitud y de cuerpo entero: “Voy a ocuparme del
porvenir”. De modo que hoy (esta mañana)
solo intentaremos esbozar un par de reflexiones que sean pertinentes para los
tiempos en que vivimos.
Toda
la historia de la humanidad ha logrado sobrevivir a tiempos plagados de
amenazas. Algunas de ellas resultaron en diferentes catástrofes, y en
diferentes puntos del planeta. A veces hasta parecía que se acercaba el
apocalipsis. Nuestra época no escapa ni a amenazas, ni a calamidades, ni a
plagas ni nubarrones. Por eso muchos apelan a la sabiduría de mujeres y hombres
de otros tiempos, otros siglos y espacios, e incluso, de otros milenios. De
modo que les propongo comenzar con un corto viaje al pasado.
En el prólogo al libro de Félix Ojeda Reyes, Peregrinos de la
libertad (1992), Ramón Arbona observó que José Martí calificó en una
ocasión de “arrogantes” a los más notables representantes de las luchas
por la liberación de las Antillas. Con ese calificativo, explica Ramón Arbona,
Martí intentaba aludir a un atributo que cubría a estos peregrinos de la
libertad, como con una aureola.
Esa aureola, de arrogancia, según dice, no era sino la
manifestación de una impresión sensible producida en los demás, por el
reconocimiento, en ellos, de una gallardía inusual, una valentía, desenfado
y buen aire, que les permitía caminar sin desfallecer, construir donde se
pudiera construir, conspirar donde hubiera que conspirar, hacer acopio de
fuerzas que no parecen desfallecer, y “mendigar recursos, predicar,
suplicar, debatir, combatir y, si derrotados, empezar de nuevo por dónde se
pudiera empezar, cómo se pudiera empezar, en un peregrinaje que solo podía
tener fin el día que los alcanzara la muerte, en el triunfo o en la derrota, y
a pesar del mareo, los zapatos gastados, el hambre y la pobreza.
Recordamos, por ejemplo, que Luis Bonafoux, al terminar su
biografía del inmenso Ramón Emeterio Betances, evocó con sublime ternura, que en
las últimas semanas de vida de este hombre grande, respetado y reverenciado entre
los más grandes de su época, ya fuera en Puerto Rico, en Cuba, en República
Dominicana, en Haití, en Francia, o en la misma España que supo tanto amar como
combatir, no se avergonzaba --muy poco antes de fallecer, repito-- de vender sellos,
pequeñas banderitas, botones, alfileres y souvenirs para la causa de la
libertad de Cuba. Ante Hostos, también estamos frente a un hombre de
dimensiones paralelas a las de Betances.
Insisto en recurrir a Félix Ojeda Reyes, recientemente fallecido,
en su homenaje. Félix, afirma en el capítulo de este libro antes citado, un capítulo
dedicado Hostos que titula “Profeta de la Federación Antillana”, que “sin lugar
a dudas, Hostos fue el más grande de los pensadores puertorriqueños de todos
los tiempos”. (84)
Aunque en aquel entonces Manuel Zeno Gandía, nuestro afamado
novelista, no era independentista, dio el testimonio de quien fue un privilegiado
testigo, de que en las entrevistas de los miembros de la Comisión
Puertorriqueña que fue al Congreso y a la Casa Blanca, tras la invasión y
ocupación de Puerto Rico y Cuba en el 1898, para discutir el futuro de Puerto
Rico con senadores, con el Secretario de Estado y con el mismo Presidente William
Mckinley, Hostos, dice, fue sencillamente “inmarcesible”, es decir, luminoso y
sin mancha.
Ojeda Reyes reproduce, en el libro citado, cuatro artículos de
Hostos que no están incluidos en las Obras Completas de 1939 (OC),
titulados “Cuba, desde Chile”, publicados en Santiago de Chile. El primero es
de agosto de 1897. Lo siguen otros tres, sin fecha cierta, excepto el cuarto,
que solo indica que es de octubre de ese mismo año. Interesa tener en cuenta
que en las OC aparece una serie numerosa titulada de “Cartas Públicas acerca de
Cuba”, dirigidas a su íntimo amigo, y senador de la república chilena,
Guillermo Matta, cuyas fechas datan de septiembre de 1897 a diciembre de ese
año. De modo que los nuevos artículos que reproduce Ojeda Reyes se insertan
entre esos ya conocidos.
Siempre me pareció curioso, que la primera de las “Cartas
Públicas” dirigidas al senador, en las OC del 39, comenzara con una expresión
que --a todas luces --y así lo hemos señalado con anterioridad-- sugiere que se
enuncia in media res, es decir, a mitad del asunto. Dice en su primera
línea, como si fuera una íntima confesión: …
“Callaba por despecho”. (¿?)
Imaginen que reciben una carta, ya sea de conocido o de
desconocido, que comienza diciendo: “Callaba por despecho”. Imaginen que
comienzo yo a hablarles esta mañana, aquí, diciendo, desnuda y calladamente: “Callaba
por despecho”.
… Como si antes hubiera comentado algo. Es decir, ¿qué callaba?
¿cuándo? ¿dónde? ¿a quién?...
No sabemos si hay una relación directa, pero lo cierto es que
Hostos redactaba artículos en defensa de Cuba desde que tuvo noticia del
comienzo de la nueva sublevación iniciada por José Martí a comienzos de 1895.
¿Es suficiente para explicar una frase de introducción como esa, íntima como
una confesión del alma, y huérfana de toda referencia?
En los artículos rescatados del olvido por Ojeda Reyes, Hostos
hace justo al comenzar, otra de las suyas. Escribe Hostos:
“Voy a ocuparme del porvenir, no del presente”.
En todas sus andanzas y quehaceres, Hostos, o era siempre -vigía -o
faro, -o se colocaba en la quilla como un mascarón de proa. Era un hombre
brújula… Un horizonte que siempre es un misterio inescrutable para quién no
alcanza a anticipar el destino. Y quien lidia con el horizonte incierto se
convierte, él mismo, en horizonte incierto. Abundaron a lo largo de toda su
vida, y en todas las latitudes, muy importantes personalidades que no lograban comprenderlo
ni alcanzar la altura y complejidades de su pensamiento. Sus visiones utópicas
no eran ensoñaciones. En Hostos, la utopía era una agenda de trabajo. Desde el
campo militar de batalla se ponía a trabajar en su agenda de horizonte. Se
batallaba en la manigua cubana y se conspiraba con armas en Cuba y República
Dominicana, y el escribía todo un tratado de principios para construir
sociedades libres: el “Programa de los Independientes”. Nació muy temprano,
llegó a todo muy temprano, él mismo lo dice. Había visto por doquier países que
alcanzaron la independencia militar, pero fracasaron en crear sociedades libres,
porque los mismos hacendados, los oligarcas poderosos, siguieron despreciando,
marginando, despojando, explotando, esclavizando, y abusando de la inmensa
mayoría de la población. Por eso la revolución a la que Hostos aspira –y
perdóneseme el verbo en tiempo presente-- es la de un hombre nuevo en
una sociedad nueva, que solo podía construirse después del triunfo militar, y con
las armas del libro. Era una revolución no solo del leer y aprender, sino del
pensar, de asumir los deberes, y fortalecer la voluntad para ejercitar los
derechos propios… y los ajenos. Una revolución en pos de seres
humanos que fueran conscientes del deber de luchar, diaria y permanentemente,
por la libertad y la justicia. Ese es el fundamento y el sentido de su obra
capital: la “Moral social”, parte fundamental de su Tratado de Moral.
Este que les habla, mantuvo marginado de sí mismo –de mí mismo,
quiero decir-- un juicio de Francisco Manrique Cabrera, primer historiador de
la Literatura Puertorriqueña, que resume con esta fórmula su visión de Hostos.
Escribió que Hostos era… un “vivir peregrinante en confesión”. En aquel
lejano entonces, cuando leí la frase, fue para mí una idea que me olió demasiado a cirio de capilla… Pero ahora, las citas que
rescató del olvido Ojeda Reyes, me hicieron oler y entender de otra manera ese
juicio de Manrique Cabrera.
Yo había rondado esa misma idea, pero mirándola a través de un
prisma con otros colores. Hostos, siempre, siempre, desde Bayoán
mismo, su obra prima, fundacional, estuvo en pos de lo que debía venir,
como señalé, después de la independencia política, para que esta no se
malograse y verdaderamente nos llevase a la libertad. Eso que habría de venir
era también, y es, un campo de lucha permanente que exige de seres humanos
entrenados para ese combate diario. Era la revolución del “espíritu en
progreso” que desarrolló con el instrumento del diario. El diario de Hostos es una
milagrosa célula madre de la que germina toda su obra, comenzando con la moral
y la pedagogía.
Debemos tener en cuenta que Hostos no fue un maestro al uso. Ni siquiera
del ABCD y F- de FRACASADO. Su pedagogía estaba dirigida a formar hombres y
mujeres que, conforme a su famosa definición del “hombre completo”, debían ser
capaces de todos los heroísmos, de todos los sacrificios, de todos los grandes
juicios, movidos por la voluntad y la conciencia. Era un maestro del aula y de
la calle, de la acción militante.
Quisiera ahora, pasar a otro asunto que pone en evidencia cuánto
se relaciona lo que venimos exponiendo con los días que vivimos. Me atengo,
para justificar el recurso que usaré ahora, al hecho de que Hostos fue un amoroso
y devoto padre, creador de una novedosa y audaz pedagogía para niños, y también
de una literatura creada no solo sobre los niños, sino para los niños.
Atemos todo esto al personaje de tirillas cómicas llamado Mafalda.
¿Quién no conoce a Mafalda? Quino, su autor, ya desaparecido, era un humorista
gráfico argentino, a quien lo caracterizaba una aguda
capacidad de visión y crítica social. Fue el autor del mundo de Mafalda, una niña perspicaz, de clase media
trabajadora y asalariada, contestataria, solidaria e inconformista, con
aspiraciones tanto idealistas como reflexivas, y preocupada
con las calamidades de este mundo enfermo. La acompañan un pequeño grupo de personajes, cada uno representante
de cualidades y características sociales diferentes. Entre ellas nos interesa
ahora Susanita, una amiga de Mafalda frívola, cuyo mayor deseo
en la vida es asumir el rol clásico de la mujer doméstica, casarse con un
hombre guapo y rico, tener hijos. Es envidiosa, rencorosa, racista,
despectiva con los pobres, y muy pendiente de la imagen y la moda. Hay un par
de tirillas que me gustaría recordar ahora. Tirillas sobre el
mismo asunto. Escojo una por la manera breve y clara en que enfoca el asunto
que deseo apuntar:
Mafalda y Susanita al llegar caminando a una esquina, ven a un
hombre pobre y desvalido que pide una limosna. Mafalda le comenta a Susanita:
-- Me parte el alma ver gente pobre. Y Susanita responde:
-- A mí también.
Entonces Mafalda propone:
-Habría que dar techo, trabajo, protección y bienestar a los
pobres.
Y Susanita, extrañada al oírla, le riposta:
-¿Para qué tanto? Bastaría con esconderlos…
Esta tirilla representa el debate de dos principales tendencias
políticas de nuestra época. Son dos programas que se debaten de manera
irreconciliable en el mundo actual, y que tienen repercusiones graves que urge
tener en cuenta.
No hay respeto a los derechos humanos y
civiles donde no hay igualdad social. Esa es una esencia de la moral social de
Hostos. La desigualdad social, es decir, la subordinación de un grupo o una
clase por otro grupo o clase requiere siempre del uso de una fuerza impositiva.
Y Hostos aborreció siempre del uso de la fuerza bruta. Aborreció las conquistas
y los grandes conquistadores, reyes o dictadores o emperadores de la Historia
que nada construyen y todo lo destruyen. Enalteció a los pueblos; enalteció a
Simón Bolívar porque adelantó la libertad de Nuestra América, y por esa misma
razón a George Wáshington, y a Lincoln por adelantar la igualdad social y de
los derechos. Pero no a Napoleón. No a la Inglaterra que conquistó a la India o
la China, porque la libertad no es una fuerza que se impone desde fuera y desde
arriba, sino un poder social que brota desde abajo, desde el seno de la
familia, sube luego de la calle, luego del barrio, luego del municipio, de la
región, y finalmente integra la nación. No hay ni puede haber democracia donde
una parte considerable de la población está sometida o subordinada a la fuerza
de la otra parte. Esto que digo debería recordarnos mucho, por decir lo menos,
las realidades del mundo que hoy se vive por doquier, ejemplos de los cuales
sería obvio señalar. Tenemos que luchar contra esas fuerzas o perecer. “Civilización
o muerte”, fue una de las últimas consignas de Hostos.
A
mi juicio, quizás difieran algunos de ustedes, vivimos en un tiempo que con
violento berrinche, hasta emperrarse diríamos --conforme al diccionario--, sino
fuera porque carece del olfato fino, la inteligencia y las lealtades del buen
vivir de nuestros perritos hogareños. No hablo solo del cambio climático que
extingue miles de especies todos los días envenenando y saturando los mares de
plástico, y dispersando sobre tierra, agua y aire un aliento insalubre. No me
refiero tampoco a la automatización de esa que llaman “inteligencia artificial”,
que representa la acelerada deshumanización de nuestra época. Lo que deseo
acusar es al llamado incesante a las armas, a la orgía de guerras que circundan
el planeta, haciendo acopio de una fuerza capaz de destruir países enteros; a
la masacre incontenible de vidas; al retroceso y desprecio cada vez más
ostensible de los derechos humanos y civiles de los que conspiran para piratear
riquezas y parecen que buscan reducirnos a la patria del esclavo, que según Hostos
decía, esa patria del esclavo es su cadena. Irónicamente, los medios para
terminar con la pobreza y con el hambre existen desde hace mucho.
Quino
publicó en otra ocasión otra tirilla cómica que viene al caso. Mafalda dirige
un coro con sus amigos que cantan la tradicional “Noche de paz. Noche de amor”.
Justo ahí interrumpe Mafalda el canto y les dice que, antes de continuar desea
saber… si entienden la letra. Porque en esta época que algunos denominan como
la de la “posverdad” los términos, las ideas, se han desnaturalizado y las
camisas se exhiben al revés. ¡Si se habla hasta de la “revolución de los
colores”, de los sabores, de la moda!
Entonces,
cabe preguntar, ¿qué es en realidad la verdad?
¿qué
es en verdad la libertad?
¿qué
es en verdad la moral?
¿qué
es en verdad la justicia?
¿cuáles
son los derechos humanos fundamentales que no deben ser nunca
enajenados?
¿cuándo
dejó de ser la vida, y todo lo que ella implica, un derecho sin el cual ningún
otro derecho existe y la humanidad no puede sobrevivir?
Todo
eso es parte fundamental del pensamiento que trazó Hostos a lo largo de todo su
camino.
Un
intelectual argentino publicó recientemente un artículo sobre los últimos
acontecimientos que vive la Argentina. Dice palabras que quizás nos conciernen.
Habla de “autoinmolación”. Y del “carácter apocalíptico del tiempo que vivimos.”
En un ensayo publicado en sus últimos años, “El siglo XX”, Hostos
profetizó lo que temía que habría de ser el nuevo siglo que se abría. Y
advirtió, conforme a su aptitud visionaria, que sería un siglo en el que la
fuerza bruta que ejercerían los grandes poderes absorbería o destruiría los
pueblos débiles, y correrían ríos de sangre. Ese, me parece, es un buen retrato
de lo que fue el siglo pasado, y el agrio y amargo inicio de siglo que ahora tanto
duele respirar.
El reino de Hostos, y no lo digo desde luego en el sentido
bíblico, no es de este mundo, porque, como hemos venimos diciendo, es un mundo
del porvenir, de ese horizonte que nunca se alcanza, y por el que hay que
caminar, velar y trabajar todos los días. Un maestro de mi esposa Hilda –Héctor
Estades-- nos explicó hace muchos, muchos años, la diferencia entre futuro y
porvenir más o menos en estos términos: el futuro ha de suceder de todos modos:
lo será mañana y el año próximo; pero el porvenir es aquello, desprovisto de
fatalidad, a lo que
aspiramos e intentamos
construir. Por eso Hostos no podía ver pasar un solo día, uno solo, sin sentir
que había sido útil.
Hostos tantas veces enarboló como bandera de esas proezas del
pensamiento que instrumentó con militancias en el aula y en la calle, en las
tribunas, en la actividad del propagandista, como le gustaba identificarse, que
es el profeta que vocea, pregona, aboga, por una causa. La Moral, la Pedagogía,
la Sociología, la teoría jurídica de Hostos, constituyen, unidos, un tratado de
libertad absolutamente embarazado de eternidad, al que debemos volver so pena
de perecer. Porque abogar por la solidaridad, la libertad, la cooperación y la
justicia son aspiraciones que nunca jamás caducarán .
Mientras más siniestro, oscuro y amenazante se muestra el
horizonte, más tenemos que esforzarnos, decía Hostos, por prepararnos para buscar
caminos de hermandad y solidaridad. Hostos vivió refutando cuanta fatalidad le
salió al paso. Fatalidad de la tragedia inevitable. Hostos decía que, mientras
mayor es la injusticia y la guerra, más tenemos que luchar por la justicia y la
paz. Porque bien lo supo siempre aquel que siempre estuvo dispuesto --y lo
intentó varias veces—morir batallando por su causa: a las maestras normalistas,
en su graduación, y a todos les cuanto pudo, les enseñó, que el fin no era
gozar del día luminoso del triunfo de la justicia… sino CONTRIBUIR A QUE LLEGUE
EL DÍA. Y no solos y pronto, sino CON TODOS Y A TIEMPO.
La inteligencia tiene que ser guiada por la conciencia moral… o es
nada.
Esto es un museo, y Hostos descansa y se respira aquí, pero
también se mueve –debe moverse-- y clama –debe clamar-- fuera este recinto.
Porque vivió con la arrogancia de negarse a ser la fatalidad de una voz que
clama el desierto, su lugar está en la calle, donde se pelea por la vida.
Yo brindo por la salud de Hostos todos los días. QUIZÁS, también
todos, podríamos hacer ahora un brindis por su salud...
¡Salud, Hostos!
¡Y larga vida!
Muchas gracias por su atención.
Discurso
11 de enero (HOSTOS) , Mayagüez, 2024.
MRD