jueves, 23 de mayo de 2024

Hostos y Bolívar: delirios sobre el Chimborazo

 



Hostos y Bolívar:

Delirios sobre el Chimborazo


Si se mide desde el centro de la Tierra, la cumbre del volcán Chimborazo,
situado en Ecuador, es la más alta del planeta. Simón Bolívar, según parece, escribió entre 1822 y 1823, cuando perseguía ya la meta de conquistar a Perú, pasando, desde luego, por Quito y Guayaquil, un breve poema en prosa –así se le suele describir–, de carácter romántico y alegórico, conocido como “Mi delirio sobre el Chimborazo”, cuyo contenido pudiéramos vincular con su famoso “Juramento de Monte Sacro”, en una colina de Roma, pronunciado el 15 de agosto de 1805, alrededor de 17 años antes. En dicho “juramento” el joven Bolívar, de solo 22 años, jura dedicar su vida a la libertad de la América colonial española:

"¡Juro delante de usted, juro por el Dios de mis padres, juro por ellos, juro por mi honor y juro por mi patria, que no daré descanso a mi brazo, ni reposo a mi alma, hasta que haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español!"

Y así lo hizo, hasta el día de su muerte, y sin desvío, indecisión ni pausa. En el delirio sobre el Chimborazo, Bolívar se muestra absorto ante la contemplación de la hazaña, casi terminada por la fuerza de su voluntad, de independizar gran parte del continente, embriagado ante su determinación de confederar todos los países recién creados en una inmensa confederación de los países americanos de habla española. Sobre el Chimborazo, Bolívar dice sentir haber ido de la mano de la diosa griega Iris, mensajera que comunica el mundo humano con el mundo divino, y enfrenta ante el dios del Tiempo los méritos de su propia gesta heroica.

Escribo estas líneas animado por el libro de Marie Arana, Bolívar: Libertador de América. El libro de Arana –publicada en estos años que justamente conmemoran el bicentenario de las independencias–  es una extensa biografía (710 págs.) del fundador de cinco naciones que abarcan un territorio mayor que el europeo. (Bolívar ponderó en algún momento ir a Buenos Aires para consolidar la independencia, en ese entonces amenazada, que ganó con la ayuda de San Martín. De haber sucedido, la presencia de la enérgica personalidad del venezolano se hubiera proyecto por toda la América del sur,


desde El Caribe hasta la Patagonia, y aún más allá, pues además ambicionó extender sus proyectos emancipadores hasta Puerto Rico y Cuba.)

La de Arana es la tercera biografía de Bolívar que examino, inducido esta vez por la también extensa serie de Netflix sobre el Libertador que vi hace algunos meses.

Aunque escrita originalmente en inglés, me interesé en la biografía de Arana por su extensión, porque es una obra recién escrita y publicada, de autora peruana y un caudal considerable de notas (85 págs. tamaño 10) y de amplia bibliografía primaria y secundaria. Además, había alcanzado a leer algunas porciones del texto, y me pareció que el lenguaje que utilizó tiende a hacer una narración detallada, con una crítica que se articula menos por la confrontación y los cuestionamientos, y que en cambio se articula con el apoyo de las innumerables fuentes que va incorporando, y un estilo refrescante que hace de ella una lectura agradable. Ocurre que algo parecido intenté hacer con mi biografía de Hostos, pero fundando la narración en los propios testimonios de Hostos y la incorporación de datos concretos tomados de fuentes concretas. Las opiniones que introduje, mis pareceres, quisieron ser mínimos.

Desgraciadamente eso no lo hace de igual modo Arana. A mi juicio, debió reservar para sí misma todo el extenso epílogo de 16 páginas, pues en él solo pone en evidencia una óptica conservadora que con intermitencia considerable asoma a lo largo de la obra. Así, por ejemplo, ocurre con los párrafos que dedica a censurar a Hugo Chávez y la República Bolivariana de Venezuela, que no se distancian de los editoriales del Washington Post, Los Angeles Times o CNN. No obstante, la narración minuciosa de las acciones, tanto las militares, como las políticas y las personales, permiten colegir con gusto una imagen de quien para mí es la figura más deslumbrante de toda historia de la América hispana, la Nuestra.

Estas líneas no están escritas para hacer la crítica, ni siquiera la reseña, de este libro sin duda valioso. Lo que me ocurre es que, además de hacerme recordar mi biografía de Hostos, me asaltaron aquí y allá aspectos vinculantes entre Simón Bolívar y Eugenio María de Hostos.

No pretendo comparar lo incomparable. El mismo Hostos señaló que Bolívar solo era comparable con Bolívar. Es que, aparte de las consabidas referencias, explícitamente referidas por Hostos mismo, se puede adivinar y aun palpar una influencia muy directa entre la prédica hostosiana y la bolivariana, que ni en un caso ni en otro fue la misma prédica, de principio a fin, porque ambos reconocían la necesidad de predicar conforme a cómo variaban las condiciones y momentos. Parece evidente, por ejemplo, que Hostos conocía y apreció los juicios esbozados por Bolívar en su famosa “Carta de Jamaica” y otros textos fundamentales de la doctrina del Libertador que lo ubican por encima de casi todos sus ilustres contemporáneos. Lo que Bolívar apunta en la “Carta” sobre el carácter de las diferentes regiones que componen Nuestra América; la situación privilegiada entre océanos de la América Central; la necesidad y función de la unión de las repúblicas de origen español en una confederación paradigmática sin émulo; la impertinente y peligrosa presencia de las potencias coloniales europeas y de Estados Unidos; la importancia de armonizar las diferentes poblaciones originarias, la de esclavos y otras; el grave problema de la falta de educación; de educación moral aplastada por la tiranía; la venenosa cocción de la prolongada vida colonial; la dificultad insuperable de instrumentar un régimen democrático de derechos civiles y naturales; las insalvables desigualdades económico-sociales, entre otras muchas cosas, coinciden con la prédica de Hostos, habida nota de la evolución histórica que va desde los tiempos del Libertador y los de Hostos.

Hostos no pronunció un juramento del Monte Sacro como Bolívar, pero sí el compromiso que asumió, desde La peregrinación de Bayoán con la libertad de las Antillas. La lucha por esa libertad lo encarriló a través de seis de las nuevas repúblicas de la América nuestra, donde se armó, entre otras armas, con el ideario o la doctrina de dimensiones continentales del Libertador. Y aunque no utilizara armas de fuego, sí apoyó y propició su uso, procuró abastecer de ellas tanto a Cuba como a Puerto Rico, e intentó tomarlas y hacer uso de ellas en la manigua cubana. La historia lo colocó en el plano adelantado del que prevé, organiza y da forma a esa lucha revolucionaria, conspirando, dirigiendo y definiendo la estrategia y táctica, adiestrando las tropas de auxiliares, y poniendo en práctica los modos libertarios del porvenir.

No voy a detallar aquí, en esta breve reflexión, esa historia. Pero si quisiera añadir que también el derrotero postrero del Libertador que lo dirigió a la muerte nos hace recordar el derrotero postrero de Hostos. Una semejante decepción los ahogó. Bolívar se lo resumió en 1830 al general Juan José Flores en estos términos:

“La América es ingobernable para nosotros. /

El que sirve una revolución ara en el mar. /

Este país caerá infaliblemente en manos de una multitud desenfrenada, para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles, de todos los colores y razas.”   

El Hostos que entre 1898 y 1903 apenas vive, estuvo sumido en la misma desesperanza. Como el Libertador, había llegado muy temprano para fraguar y consolidar una libertad que carecía de todos los elementos y condiciones necesarios. Hostos lo había advertido desde hace años, y según se aproximó a su muerte, de manera más reiterada y explícita: “civilización o muerte”. La América nuestra no pudo despertar ni animar el compromiso bolivariano con los dos pueblos caribeños que permanecieron bajo la tiranía española. Puerto Rico quedó alelado con la invasión de Estados Unidos de 1898; Cuba, ocupada; la República Dominicana, azotada por continuas guerras civiles. ¿Cómo ser útil? ¡Cuánto dolor le da comprobar cuán veloz e insensiblemente se destruyen sus esfuerzos por construir una patria libre en nuestros pueblos! Solo dos años antes de su muerte había publicado estas palabras: los que no sepan –sentencia– “hacerse fuertes en verdad, en poder y en acometividad, serán barridos o absorbidos o destruidos”.

A su modo, Hostos también descendió al sepulcro como lo hizo Bolívar, exiliándose y navegando río abajo por el Magdalena. El exilio: la muerte. En la República Dominicana, al caudillismo le siguió la cada vez más penetrante ocupación del poder económico y militar de Estados Unidos que por más de medio siglo protagonizó, ya fuera solapada o explícitamente, la vida política dominicana. Antes, durante, y aún después del trujillato, se procuró aplastar la obra sembrada por Hostos por toda la nación. Aunque aquí y allá chispea aún. Había llegado, habían llegado ambos, muy temprano para conseguir fruto de su siembra. Todavía esperan por nosotros.   


Marcos Reyes Dávila

¡Albizu seas!

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