Hostos y Bolívar:
Delirios sobre el Chimborazo
Si se mide desde el centro de la
Tierra, la cumbre del volcán Chimborazo,
situado en Ecuador, es la más alta del
planeta. Simón Bolívar, según parece, escribió entre 1822 y 1823, cuando
perseguía ya la meta de conquistar a Perú, pasando, desde luego, por Quito y
Guayaquil, un breve poema en prosa –así se le suele describir–, de carácter
romántico y alegórico, conocido como “Mi delirio sobre el Chimborazo”, cuyo
contenido pudiéramos vincular con su famoso “Juramento de Monte Sacro”, en una
colina de Roma, pronunciado el 15 de agosto de 1805, alrededor de 17 años
antes. En dicho “juramento” el joven Bolívar, de solo 22 años, jura dedicar su
vida a la libertad de la América colonial española:
Y así
lo hizo, hasta el día de su muerte, y sin desvío, indecisión ni pausa. En el delirio
sobre el Chimborazo, Bolívar se muestra absorto ante la contemplación de la
hazaña, casi terminada por la fuerza de su voluntad, de independizar gran parte
del continente, embriagado ante su determinación de confederar todos los países
recién creados en una inmensa confederación de los países americanos de habla
española. Sobre el Chimborazo, Bolívar dice sentir haber ido de la mano de la
diosa griega Iris, mensajera que comunica el mundo humano con el mundo divino,
y enfrenta ante el dios del Tiempo los méritos de su propia gesta heroica.
Escribo estas líneas animado por el libro de Marie Arana, Bolívar: Libertador de América. El libro de Arana –publicada en estos años que justamente conmemoran el bicentenario de las independencias– es una extensa biografía (710 págs.) del fundador de cinco naciones que abarcan un territorio mayor que el europeo. (Bolívar ponderó en algún momento ir a Buenos Aires para consolidar la independencia, en ese entonces amenazada, que ganó con la ayuda de San Martín. De haber sucedido, la presencia de la enérgica personalidad del venezolano se hubiera proyecto por toda la América del sur,
desde El Caribe hasta la Patagonia, y aún más allá, pues además ambicionó extender sus proyectos emancipadores hasta Puerto Rico y Cuba.)
La de Arana es la tercera biografía de
Bolívar que examino, inducido esta vez por la también extensa serie de Netflix
sobre el Libertador que vi hace algunos meses.
Aunque escrita originalmente en
inglés, me interesé en la biografía de Arana por su extensión, porque es una
obra recién escrita y publicada, de autora peruana y un caudal considerable de
notas (85 págs. tamaño 10) y de amplia bibliografía primaria y secundaria.
Además, había alcanzado a leer algunas porciones del texto, y me pareció que el
lenguaje que utilizó tiende a hacer una narración detallada, con una crítica
que se articula menos por la confrontación y los cuestionamientos, y que en
cambio se articula con el apoyo de las innumerables fuentes que va
incorporando, y un estilo refrescante que hace de ella una lectura agradable.
Ocurre que algo parecido intenté hacer con mi biografía de Hostos, pero
fundando la narración en los propios testimonios de Hostos y la incorporación
de datos concretos tomados de fuentes concretas. Las opiniones que introduje,
mis pareceres, quisieron ser mínimos.
Desgraciadamente eso no lo hace de
igual modo Arana. A mi juicio, debió reservar para sí misma todo el extenso
epílogo de 16 páginas, pues en él solo pone en evidencia una óptica
conservadora que con intermitencia considerable asoma a lo largo de la obra.
Así, por ejemplo, ocurre con los párrafos que dedica a censurar a Hugo Chávez y
la República Bolivariana de Venezuela, que no se distancian de los editoriales
del Washington Post, Los Angeles Times o CNN. No obstante,
la narración minuciosa de las acciones, tanto las militares, como las políticas
y las personales, permiten colegir con gusto una imagen de quien para mí es la
figura más deslumbrante de toda historia de la América hispana, la Nuestra.
Estas líneas no están escritas para
hacer la crítica, ni siquiera la reseña, de este libro sin duda valioso. Lo que
me ocurre es que, además de hacerme recordar mi biografía de Hostos, me
asaltaron aquí y allá aspectos vinculantes entre Simón Bolívar y Eugenio María
de Hostos.
No pretendo comparar lo incomparable.
El mismo Hostos señaló que Bolívar solo era comparable con Bolívar. Es que,
aparte de las consabidas referencias, explícitamente referidas por Hostos mismo,
se puede adivinar y aun palpar una influencia muy directa entre la prédica
hostosiana y la bolivariana, que ni en un caso ni en otro fue la misma prédica,
de principio a fin, porque ambos reconocían la necesidad de predicar conforme a
cómo variaban las condiciones y momentos. Parece evidente, por ejemplo, que
Hostos conocía y apreció los juicios esbozados por Bolívar en su famosa “Carta
de Jamaica” y otros textos fundamentales de la doctrina del Libertador que lo
ubican por encima de casi todos sus ilustres contemporáneos. Lo que Bolívar
apunta en la “Carta” sobre el carácter de las diferentes regiones que componen
Nuestra América; la situación privilegiada entre océanos de la América Central;
la necesidad y función de la unión de las repúblicas de origen español en una
confederación paradigmática sin émulo; la impertinente y peligrosa presencia de
las potencias coloniales europeas y de Estados Unidos; la importancia de
armonizar las diferentes poblaciones originarias, la de esclavos y otras; el grave
problema de la falta de educación; de educación moral aplastada por la tiranía;
la venenosa cocción de la prolongada vida colonial; la dificultad insuperable
de instrumentar un régimen democrático de derechos civiles y naturales; las
insalvables desigualdades económico-sociales, entre otras muchas cosas,
coinciden con la prédica de Hostos, habida nota de la evolución histórica que
va desde los tiempos del Libertador y los de Hostos.
Hostos no pronunció un juramento del
Monte Sacro como Bolívar, pero sí el compromiso que asumió, desde La
peregrinación de Bayoán con la libertad de las Antillas. La lucha por esa
libertad lo encarriló a través de seis de las nuevas repúblicas de la América
nuestra, donde se armó, entre otras armas, con el ideario o la doctrina de
dimensiones continentales del Libertador. Y aunque no utilizara armas de fuego,
sí apoyó y propició su uso, procuró abastecer de ellas tanto a Cuba como a
Puerto Rico, e intentó tomarlas y hacer uso de ellas en la manigua cubana. La
historia lo colocó en el plano adelantado del que prevé, organiza y da forma a esa
lucha revolucionaria, conspirando, dirigiendo y definiendo la estrategia y
táctica, adiestrando las tropas de auxiliares, y poniendo en práctica los modos
libertarios del porvenir.
No voy a detallar aquí, en esta breve
reflexión, esa historia. Pero si quisiera añadir que también el derrotero
postrero del Libertador que lo dirigió a la muerte nos hace recordar el
derrotero postrero de Hostos. Una semejante decepción los ahogó. Bolívar se lo
resumió en 1830 al general Juan José Flores en estos términos:
“La
América es ingobernable para nosotros. /
El
que sirve una revolución ara en el mar. /
Este
país caerá infaliblemente en manos de una multitud desenfrenada, para después
pasar a tiranuelos casi imperceptibles, de todos los colores y razas.”
El Hostos que entre 1898 y 1903 apenas
vive, estuvo sumido en la misma desesperanza. Como el Libertador, había llegado
muy temprano para fraguar y consolidar una libertad que carecía de todos los
elementos y condiciones necesarios. Hostos lo había advertido desde hace años,
y según se aproximó a su muerte, de manera más reiterada y explícita:
“civilización o muerte”. La América nuestra no pudo despertar ni animar el
compromiso bolivariano con los dos pueblos caribeños que permanecieron bajo la
tiranía española. Puerto Rico quedó alelado con la invasión de Estados Unidos
de 1898; Cuba, ocupada; la República Dominicana, azotada por continuas guerras
civiles. ¿Cómo ser útil? ¡Cuánto dolor le da comprobar cuán veloz e
insensiblemente se destruyen sus esfuerzos por construir una patria libre en
nuestros pueblos! Solo dos años antes de su muerte había publicado estas
palabras: los que no sepan –sentencia– “hacerse fuertes en verdad, en poder y
en acometividad, serán barridos o absorbidos o destruidos”.
A su modo, Hostos también descendió al sepulcro como lo hizo Bolívar, exiliándose y navegando río abajo por el Magdalena. El exilio: la muerte. En la República Dominicana, al caudillismo le siguió la cada vez más penetrante ocupación del poder económico y militar de Estados Unidos que por más de medio siglo protagonizó, ya fuera solapada o explícitamente, la vida política dominicana. Antes, durante, y aún después del trujillato, se procuró aplastar la obra sembrada por Hostos por toda la nación. Aunque aquí y allá chispea aún. Había llegado, habían llegado ambos, muy temprano para conseguir fruto de su siembra. Todavía esperan por nosotros.
Marcos Reyes Dávila
¡Albizu seas!
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