Baldorioty vs. Betances
La biografía de Roberto Ramos Perea
sobre Román
Baldorioty de Castro.
La presente nota no pretende ser una reseña de estas obras,
sino tan sólo una expresión de desengaño sobre un aspecto solo. Tengo enfrente,
para sosegarme en su contexto, la biografía de Ramón Emeterio Betances de Félix
Ojeda Reyes, y el extraordinario libro póstumo que nos legó: La protesta
armada, obra que sale casi a la par con la de Ramos Perea.
La crítica académica de las últimas décadas insiste,
saludablemente, en la revisión y reevaluación de los juicios enunciados antaño sobre
todos los temas a partir de los nuevos enfoques, descubrimientos, y métodos de
análisis. Desde luego, ese examen permanente de lo
que muchos califican como la narrativa repetitiva de un canon, es un factor
medular en la comprensión de una realidad histórica en continuo desarrollo,
plegada de alteridades, cauces efectivos y defectivos, posibilidades engarzadas
y perdidas, lagunas y sombras. Pero eso no es lo mismo que el estudio que tiene
como método argumentar para intentar demostrar premisas previamente
adjudicadas. Así se hizo hace unas décadas con Hostos.
La publicación de obras como esta de Ramos Perea sobre
Baldorioty de Castro es siempre una fortuna. Pero hubiese sido mejor si el
autor no se hubiera valido, para enaltecer a Baldorioty de Castro, de reducir y
descalificar parcialmente la obra de Ramón Emeterio Betances. Hacer un
comentario breve al respecto de ella es el motivo de estas líneas.
Una de las columnas fundamentales en las que Ramos Perea se apoya
es el uso de una argumentación dirigida a demostrar premisas prejuzgadas. En
este caso, es la apología de la ruta, el método y el ideal primordial que
siempre ha definido a Baldorioty, incluso por confesión propia: la aspiración a
la autonomía de Puerto Rico, y el método de las reformas liberales, que
históricamente se prolongó durante el siglo XX, principalmente por el Partido
Popular, pero encallado y francamente senil en este primer cuarto de siglo. Las
apologías impresas en el libro y sobre el libro provienen de este sector.
Para exaltar a ese Baldorioty, el autor se halló ante un
escollo formidable: Ramón Emeterio Betances, y la ruta del “republicanismo
democrático revolucionario” –como lo define Carlos Rojas Osorio– en la que
persistió toda su vida. Otra de las cosas que lamento en esta obra es que se intente
acudir a Eugenio María de Hostos para validar sus argumentos contra Betances. A
mi juicio, el autor tiene un objetivo en la mira respecto a Betances, pero en
lo que concierne a Hostos, no lo comprende.
Aunque por un corto tiempo (1874) se viera Baldorioty acorralado
y, por eso, dispuesto a participar en las conspiraciones armadas que organizaba
Betances, Baldorioty, “como ‘súbdito’ de España –así puede leerse en el tratado
(Ramos Perea, 5)– se negó a proponer las armas como vehículo de esa liberación”.
No empece, cree el autor, con el tiempo, se ha considerado a Baldorioty y a
Betances, igualándolos, “padres”, “ambos”, de la Patria Puertorriqueña. (7)
Quizás sea así para los amigos del autor, pero no para los que conozco y
reconozco. Pues, ¿cómo se retrata a Betances en este “tratado” biográfico?
Ramos Perea insiste, e insiste, en retratar a Betances de
los siguientes modos: su lucha armada fue una sin reflexión, sin preparación y
sin posibilidades; Betances era un hombre de una impetuosidad arrogante (98);
de una arrogante desconfianza; la arrogancia del llamado Pater de
Patria (294); testarudo; irracional (142, 284); autor de un
comentario fratricida de una soberbia asombrosa (163) que mostró una espiral de odio sin límites; que acostumbraba a quemar sus naves por su
ansia de mantener su liderato (296); que abandona el barco de “su”
revolución (151), cuando ve amenazado su liderato (280), o en
peligro de hundirse (297); que lo que pensaba de sus compatriotas
y de la propia posible revolución de su país se reducía a su único interés por
el poder; que al verse amenazado por la integridad y el entusiasmo de
Hostos, se rinde a lo más bajo que puede hacer un revolucionario, intrigar y
traicionar a los suyos y poner su propio interés por encima de los intereses de
la nación (276); que se plantó en su eterno resentimiento contra el
autonomismo, “proclive a la alienación y a lo que más tarde Lenin –en 1920–
llamaría ‘infantilismo de izquierda’”. (151)(¡!)
Así describe, a su juicio, parte fundamental de la práctica
de Betances. Añade que, tras la muerte de Baldorioty, “hubo de esperarse tres
años para que Betances tuviera la honradez intelectual de admitir las
cualidades de Baldorioty”.
Dudo –y lo comento porque para mí importa– que Paul Estrade,
o Félix Ojeda Reyes, hubieran, ni remotamente, rubricado tales juicios. Pienso
que Félix no estará en paz en su sepulcro.
Según el autor, Ramos Perea, “la libertad por las armas siempre fue –y
será– imposible” en virtud de la inferioridad numérica, geográfica y militar de
Puerto Rico. Por otra parte, Baldorioty –dice– se muestra, además, incapaz de
comprender la atención, la solidaridad y la cooperación de Betances con la
libertad de Cuba, Haití, la República Dominicana.
Para solo citar autores recientes, Paul Estrade, Félix Ojeda
Reyes, Carlos Rojas Osorio, entre otros muchísimos estudiosos de su obra,
algunos de los cuales Ramos Perea tiene la honradez de mencionar, entienden las
cosas de otro modo. Para ellos –quiero incluirme– no cabe encasillar exclusivamente
a Betances en la estrategia de la revolución armada. Siguió varias estrategias,
tomando nota de las circunstancias. En un principio, antes e incluso
inmediatamente después de Lares, sostuvo la ilusión de que fuera posible negociar
los diez mandamientos de los hombres libres con un gobierno español
republicano en cuyo seno se oían voces protagónicas que creían en crear una
federación con las dos Antillas y simpatizaban con una república democrática federal
que incluyera en igualdad de condiciones a las Antillas. Hostos oyó, cara a
cara, en discusiones francas y abiertas, y en textos publicados, a muchos
futuros líderes del gobierno español que simpatizaban con una federación, y una
república, que incluyera las Antillas, e incluso con el socialismo
proudhoniano, y que se comprometían. Pero Betances vio pronto, Hostos quizás muy
poco después, que en la misma metrópoli las reformas democráticas que pedía para
sí el pueblo español, y las aspiraciones autonómicas que necesitaban los
pueblos de España, se esfumaban una y otra vez. ¿Cómo esperar entonces de ella
que satisficiera los deseos de reformas y de autonomía que le manifestasen las
lejanas provincias antillanas? La conclusión obvia era que como expresara, Betances,
y como él Hostos: “¡España no puede dar lo que no tiene!”. Sabían ambos,
además, que si durante el corto gobierno republicano fue un espejismo breve, y
muy pronto, un imposible entendimiento, en la monarquía que se reinstaló muy
pronto, lo era menos. O, más claramente, absolutamente imposible.
Estrade define varias estrategias que siguió Betances: la de
la revolución en España; un posible entendimiento con el gobierno
revolucionario republicano que tomó el poder en 1868; la vía indirecta de la
consolidación de una república dominicana próspera y democrática; la vía de la
obtención simultánea de la independencia de Cuba y Puerto Rico por el triunfo
del ejército mambí, tanto en la guerra del decenio, como en la guerra iniciada
por el partido revolucionario cubano-puertorriqueño. Hostos coincidió con
ellas, y formuló otras más. Para Estrade y Ojeda Reyes la praxis de la
revolución armada de Betances no respondía a su terquedad, como se dice, sino a
la terquedad del gobierno colonialista español, de facto, históricamente
inamovible.
Hostos abogó incesantemente ante el gobierno español por
reformas para las Antillas, pero dentro del contexto de una federación previa fundada
entre las Antillas y España, es decir, fuera de toda pretensión de
“asimilación” a España, como aspiraban muchos autonomistas (185), y que, por el
contrario, preparase y condujese eventualmente a las Antillas hacia la
soberanía plena conforme al modelo canadiense otorgado allá por Inglaterra. Su
extenso artículo sobre este tema específico es de 1867. Para principios de 1869
Hostos ya había rechazado esa ruta en
términos definitivos para no regresar a ella jamás, como sí lo hizo Baldorioty.
Lejos estaba Hostos, antes, entonces y después, de que esa aspiración suya a la
soberanía hubiese sido solo una de inspiración romántica y juvenil,
y es falso eso de “que no estaba dispuesto a sacrificarse para que otro se
llevara la gloria”. ¡Cuántas veces estuvo no solo dispuesto, sino que deseó e
intentó combatir lo mismo en la manigua cubana que en las vegas de Puerto Rico!
Hostos había aconsejado el 31 de diciembre de 1868 el
retraimiento en las elecciones a Cortes convocadas por el gobierno provisional
español, si estas no se celebraban en condiciones “absolutamente liberales”, y
bajo “el imperio del sable”. Mas, en el caso de que en Puerto Rico se impusiera
tal elección, aconsejó a varios candidatos, empezando su lista con Baldorioty y
terminando con Betances. Betances está último en la lista, pero es el primero
que aconseja elegir porque es “el primero en sacrificios por su patria”. En su
lista aconsejada, incluyó también a Alonso, Tapia, Acosta, Tió, Vizcarrondo y
Ramos. Las elecciones se celebraron del 15 al 18 de enero del 1869, pasado ya
el famoso discurso del advertido rompimiento con España pronunciado por Hostos en
el Ateneo madrileño el 31 de diciembre pasado.
Véase que las fechas de estos eventos se yuxtaponen. Los
ponceños le solicitaron a Hostos, con fecha del 24 de diciembre de 1868, que
presentara en su nombre al gobierno provisional una serie de peticiones. En
cumplimiento con su petición, Hostos pide y celebra entrevistas con el general
Serrano, jefe de Gobierno, que se celebraron entre el 19 y el 22 de enero, justo
cuando acababan de celebrarse en Puerto Rico las elecciones a diputados para
las Cortes. Hostos les informó el 23 de enero a los ponceños que, en resumidas
cuentas, “Puerto Rico no debe esperar nada de una metrópoli que la desdeña (…
y) le niega los derechos y libertades que podrían haberse planteado en ella”.
Diría en una de sus constantes recapitulaciones y examen de sus acciones que, “los
diputados que el capricho y la arbitrariedad eligieron en Puerto Rico, llegaban
a Madrid para servir de juguete, como sirven, al interés de un ministerio o de
un ministro”.
Respondamos a la diatriba sobre si la obstinación de
Betances con la revolución armada fue una sin reflexión, sin preparación y sin
posibilidades, y que Betances era un hombre de una impetuosidad arrogante,
testarudo; irracional, “hasta los límites de la vesania”, de un odio sin
límites que acostumbraba a quemar sus naves por su ansia de mantener su
liderato; se reducía a su único interés por el poder, se rinde a lo más bajo
que puede hacer un revolucionario, intrigar y traicionar a los suyos y poner su
propio interés por encima de los intereses de la nación, su apoyo a la
independencia y confederación de las Antillas, sin aparente conciencia de lo
limitado de las fuerzas militares insurrectas.
Entre lo primero que afirma Ramos Perea en este libro, justo
en la introducción, sobre la idea de desarrollar una lucha armada en la
colonia, está lo siguiente:
“¿A qué martirizarse por ella? Esta conciencia clara de
inferioridad numérica, geográfica y militar la vivieron en carne propia Román
Baldorioty de Castro, Ramón Emeterio Betances, Eugenio María de Hostos, José
Julián Acosta y Segundo Ruiz Belvis, no importa lo bravío que fueron sus
discursos liberadores, no empece a lo patriótico y exaltado de sus discursos,
la libertad por las armas siempre fue –y será– imposible, aunque no por ello
menos ansiada…” (4)
Ante este conocido disentimiento, Paul Estrade, por ejemplo,
responde que “Córcega tuvo un Paoli, Margarita un Arizmendi, Mariño 50 hombres
en Trinidad, Luperón 14 en Capotillo, para iniciar la guerra de liberación que
concluyeron victoriosamente”. (309) Cita, además, la proclama de Betances del
27 de agosto de 1871, que añadía que podía haber hasta 15 mil “indios”
boricuas, que Céspedes lanzó solo 50 hombres contra España, y pregunta ¿con
cuántos contó Bolívar en muchas batallas? Lo cierto es que tanto en Cuba como
en Puerto Rico llovieron las insurrecciones a lo largo del siglo; los fondos y las
armas se contaron por miles en muchas ocasiones, y los comités secretos que se fraguaban
dentro y fuera de las islas se esforzaban por afianzar la organización y las
estrategias. Generales militares veteranos y de alta distinción estuvieron
prestos a combatir, en primera línea. Todo el tiempo procuraban, tan
secretamente, una “organización bien entendida”, que a la llegada de Hostos a
Nueva York lo mantuvieron ajeno a ellas. Continuamente enviaban delegados a
Puerto Rico a explorar el apoyo, y a comprometer, y a estudiar las condiciones
para los alzamientos. Con apenas 80 hombres se inició en 1956 la guerra que
culminó en Cuba a fines de 1958 con la derrota de Batista y el triunfo de la
revolución. Hostos propuso constantemente estrategias revolucionarias,
compromisos en Nueva York y en las Antillas todas, en Colombia, Perú, Chile, Argentina
y Venezuela, y formulaba desde 1876 programas concretos para construir países
libres tras la independencia.
Sobre el carácter antillano de la lucha por la liberación,
todos los grandes protagonistas de las diferentes Antillas, tanto los de Cuba,
la República Dominicana y Puerto Rico, todos, concurrieron e intercambiaron
programas, estrategias, recursos, armas, dinero y combatientes, e incluso
banderas, y además, varios países de Nuestra América, desde Venezuela, Perú,
Chile, Ecuador. Porque para todos ellos la revolución no podía poner miras y
gríngolas en revoluciones aisladas unas de las otras. Sabían, tanto Betances
como Hostos y otros, incluido después Martí, que las Antillas habrían de
salvarse juntas o morir. El problema era entonces cómo y por dónde quebrar el
poder español en las Antillas. El problema nuestro era, y es, cómo y por dónde
quebrarle el espinazo al poder.
Si mucho puede verse en la obra de Betances, de Hostos y de otros
protagonistas sobre la complejidad y las dificultades muchas veces insalvables
o casi insalvables que tuvo iniciar una insurrección, no puede verse sino una parte
pequeña de ella, porque ella impuso guardar innumerables secretos. Ojeda Reyes señala
los secretos que mantiene en su registro sobre la “protesta armada” que se
fraguó en las décadas de sesenta y del setenta del siglo pasado. Aun así, cuenta
–igual que Hostos y Betances– mucho o bastante de lo que fueron dificultades y
complejidades de las conspiraciones, pero no deja de admitir que quedan en lo
oscuro muchos secretos.
En el prólogo a otro libro de Ojeda Reyes, Peregrinos
de la libertad (1992), Ramón Arbona observó que José Martí calificó de
“arrogantes” a los más notables representantes de las luchas por la liberación
de las Antillas. Con ese calificativo, explica Ramón Arbona, Martí intentaba
aludir a un atributo que cubría a estos peregrinos de la libertad, como con una
aureola. Esa aureola, de arrogancia, no era sino la manifestación de una
impresión sensible producida en los demás por el reconocimiento en ellos de una
gallardía, valentía, desenfado y buen aire, que les permitía caminar sin
desfallecer, construir donde se pudiera construir, conspirar donde hubiera que
conspirar, hacer acopio de fuerzas que no parecen desfallecer, y “mendigar
recursos, predicar, suplicar, debatir, combatir y, si derrotados, empezar de
nuevo por dónde se pudiera empezar, cómo se pudiera empezar, en un peregrinaje
que solo podía tener fin el día que los alcanzara la muerte, en el triunfo o en
la derrota”, y a pesar del mareo, los zapatos gastados, el hambre y la pobreza,
“pero siempre en brazos de la patria agradecida” (9).
¿Ciegos por la ira? Es cierto que Hostos no buscó en 1898 contar con los partidos políticos existentes en Puerto Rico porque, a su juicio, eran partidos coloniales. Incluye, desde luego, los autonomistas, aunque mantuvo amistad con algunos de ellos, incluyendo a Baldorioty. Pero aceptó ser miembro de la Comisión que a nombre de Puerto Rico presentó peticiones al presidente McKinley, y fue acompañado de dos anexionistas: Henna y Zeno Gandía. Al culminar sus gestiones en Puerto Rico a fines de 1899, hasta consideró oportuno recomendar a Luis Muñoz Rivera para continuar, a nombre de una comisión, las gestiones en Washington. Betances, por su parte, siempre supo que dos cercanos colaboradores suyos eran anexionistas: Henna y Basora. En su momento consideró que podía contar con liberales autonomistas, como también Hostos, que pensó que una vez insertos en el fuego fraguaría en ellos el patriota. ¿No pronunció aquella hermosa parábola de las hormigas cuyo esfuerzo para arrastrar una presa crece con el apoyo de otras hasta lograr moverla? Con Estados Unidos, Hostos sí intentó negociar, pero nunca una “dependencia negociada” y “medianamente nacional”, lo como intentó Baldorioty con España. (508)
Para mí no cabe duda de que la gesta de Lares,
Betances mismo, Hostos, Albizu, Mari Brás y otros gigantes forjadores en Puerto
Rico de la lucha armada por la independencia, lejos de convenir en calificarlas
de “pírricas ilusiones” (6), robustecieron y aún fortalecen nuestra identidad
de pueblo, que es garantía imprescindible de nuestra soberanía e independencia
latentes. Pero los autonomistas no lo son en la misma medida ahora, como
tampoco lo fueron entonces. Pantanos inamovibles de mañana, como afirmó
Betances, y, a fin de cuentas, sostenes del colonialismo. Por fortuna, “el tiempo
del pueblo nunca acaba”, como nos recordó Juan Antonio Corretjer.
Me conmueve pensar que para el autor del, no obstante, impresionante
tratado biográfico que comentamos, su publicación en este momento cuenta con la
fortuna de haber salido a la luz cuando ya Félix Ojeda Reyes no estaba con
vida. Pero nos dejó sus cocteles molotov en su palabra postrera, y una “patria
agradecida”.
Albizu seas.
Mrd, agosto 2024
No hay comentarios:
Publicar un comentario